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I. POLISEMIA DEL VOCABLO CASTILLO
El Diccionario de la Real Academia Española determina, en su primera acepción, que castillo es un «lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes, fosos y otras fortificaciones»1, recogiendo literalmente lo que explicaba a fines del siglo XVIIl el denominado Diccionario de Autoridades 2, mientras que Corominas-Pascual se limitan a glosarlo como «fuerte, reducto» en su reputado Diccionario etimológico3. Estas definiciones, sobre las que indudablemente cabría extenderse en más o menos precisiones técnicas3, responden sin duda al concepto más habitual del término, si bien el Diccionario académico, al igual que el de Autoridades, incluye alguna otra acepción junto a varios modismos en los que se emplea la palabra en singular o plural. Sin embargo, el mismo Diccionario académico no acoge ni de lejos otros significados del término en castellano medieval que tampoco se completan en la entrada que dedica a castillo la magna obra de Corominas-Pascual. Por tanto, para empezar, conviene tener presente que en los textos de la Edad Media la palabra castillo posee un valor polisémico, puesto que no siempre responde a la acepción más común. En el Libro de Alexandre, compuesto con mucha probabilidad entre 1230 y 1250, por más que en los últimos años varios críticos vuelvan a postular una fecha más temprana, la vez castillo sirve para referirse a las máquinas de madera en forma de torres que usaban en la guerra los antiguos, colocándolas sobre los elefantes:
Tal acepción, de la que ya se hace eco Isidoro de Sevilla en las Etimologías5, se encuentra también en el Román d'Alexandre y en otros textos franceses de los siglos XIII y XIV6, así como en ilustraciones medievales y en heráldica, donde «es frecuente» representar al elefante «con una torre o castillo en el lomo, conjunto fundamentalmente militar que transcendió a los roques o torres del ajedrez»; y esa concepción aclara que, a fines del siglo XV, el heraldista Garci Alonso de Torres, al describir «las armas de Fernández de Lorca», incluya «un escudo de gules con un elefante y su castillo de plata»7. Por otra parte, en la traducción del Nuevo Testamento representada por el manuscrito escurialense I-I-6, cuya fecha corresponde al «tercer cuarto del siglo XIII» o a un momento algo anterior8, si bien castiello parece designar una 'fortaleza' en Hechos, 21.34 y 22.24 (aquí, traduciendo castra)9, que corresponde al lugar donde se guardaba a san Pablo como prisionero, en otros casos su acepción es diferente. Así, en Mateo, 9.35, significa 'aldea10, mientras que en Hechos, 28.7 («en aquellos logares auie unos castiellos del princeb de la ysla») semeja equivaler, para verter el latín praedia, a 'edificios algo grandes'11. Con nuevos ejemplos de esta polisemia tropezamos en la obra de Mena, conocida como Omero romançado (manuscritos O y P) o Yliada en romance (edición de 1519) y rebautizada ahora como Sumas de la Yliada de Omero12 (1443-1444), donde el poeta cordobés vierte en varios casos castra por 'reales' y en otro por 'palacios', mientras que en tres ocasiones traduce como 'castillos'l3. Tal empleo de 'castillos' en el sentido de 'campamentos' lo juzgó Ma R. Lida como una innovación de sentido arbitrario aun cuando no sé hasta qué punto el autor podría tener in mente el hecho de que castellum es un diminutivo de castrum 'campamento fortificado', 'fortificación' (como se explica en Corominas-Pascual, sin aludir a Mena ni a ningún autor concreto).
II. USO DE OTROS VOCABLOS En otros textos, por el contrario, para nombrar el castillo propiamente dicho se recurre a vocablos que provienen de la propia palabra o que son incluso distintos. Entre esos derivados, sobresale el vocablo castellar, usado por Berceo en la Vida de santo Domingo de Silos como sinónimo de 'castillo', al hablar de la meseta de Carazo, región en la que se enclava Silos:
Idéntica voz utiliza el autor del Libro de Alexandre para describir la impresión que podría producir en los troyanos el descomunal caballo de madera, ideado por Ulises para conquistar Troya:
Bastantes coplas después, el mismo escritor vuelve a emplear el vocablo para aludir a la grandeza de la bestia que montaba el protagonista en su acecho a Poro:
No estará de más observar que esta palabra, no recogida por los diccionarios más al uso l8, se halla, en los tres casos, en posición de rima, por lo que no hay que descartar que la utilización viniera facilitada por razones métricas En otra ocasión, hemos hallado un término diferente para designar el castillo, muy probablemente como consecuencia de un proceso metonímico, mediante el cual el lugar de instalación pasa a designar el mismo castillo. Tal ocurre en el Poema de mió Cid, acaso de hacia 1207, donde el poeta alude al castillo de Atienza con el término «peña», al describir el camino seguido por los infantes de Carrión:
El más concienzudo de los editores recientes del Poema, en efecto, no duda de que el autor pretende indicar que «a su izquierda dejan Atienza, un inexpugnable castillo roquero», y no cabe olvidar que, aun cuando se trata de una descripción formular, se «adecúa perfectamente al lugar»21, pese a la posibilidad de que el autor tuviera un escaso conocimiento de la zona de Atienza Pues, más en concreto, este castillo, al igual que otros (Loarre, el Alcázar de Segovia, Frías, Alarcón, Peñafiel, Monteara-gón, Alburquerque [Badajoz] o Almansa), se integra en el grupo de los apellidados castillos roqueros, los cuales «completaban la silueta de un cerro escarpado y rocoso conjuntándose con la naturaleza de forma sorprendente» 23 lo que explica el nombre elegido por el autor del Poema.
III. LA IMPORTANCIA DE LOS CASTILLOS: LAS «PARTIDAS» Aunque según avanza el siglo xiv y a lo largo del xv van surgiendo palacios-fortificaciones, e incluso a fines de esta centuria y en la siguiente «aparece de una manera muy señalada el castillo palacio», la función primordial del castillo durante la Edad Media fue de carácter defensivo, por lo que «las condiciones militares [...] son su principal propósito»24. Por esta razón resulta lógico que los legisladores se ocuparan con detalle de distintos aspectos de tales construcciones, como atestigua Alfonso X, quien, en las Partidas, amén de referirse tangencialmente a los tenientes de los castillos cuando define las formas de traición (Partida VII, título 2, ley I), dedica las treinta y dos leyes de que consta el título 18 de la Partida II a ocuparse «de qué manera deve seer el pueblo en guardar e en bastecer e en defender e en dar los castillos e las fortalezas del rey e del regno»25 Con minucioso pormenor, el Rey trata de la defensa de castillos y fortalezas; de sus tenientes; de las penas que deben recibir quienes los hurten o tomen; del poder regio para dar castillos por heredamiento o tenencia; de las cualidades del alcaide y del abastecimiento de un castillo. Asimismo, consagra tres títulos del libro II del Espéculo a discurrir «de los castiellos e de las villas e de las otras ffortalezas» (VIl)26; a aclarar «cómmo deuen enplazar e dar al rrey las ffortalezas» (VIII)27; y a explanar «cómmo deuen enplazar las villas e los castiellos e las fortalezas quando las quisieren dexar»28.
IV. CASTILLOS Y LITERATURA Algunos de estos aspectos tuvieron su reflejo en textos literarios, donde los castillos aparecen, en ocasiones, como signos de poderío, defensa y resistencia, mientras que en otras se destacan aspectos atinentes a las condiciones de aprovisionamiento o a las cualidades del alcaide, sin que falten tampoco paradigmas explicables por la importancia de que gozó el castillo en la heráldica, así como formulaciones metafóricas y alegóricas de carácter moral o amoroso.
IV. 1. EL CASTILLO COMO SIGNO DE PODER Como muestra de las referencias a los castillos como signo de poder, cabe recordar que, en el Poema de Elena y María (hacia 1270-1280), debate entre dos hermanas amantes de un caballero y de un clérigo, la primera destaca entre las cualidades de su amigo la posesión de castillos y ciudades:
Por eso, el autor del Libro de miseria de omne, muy a finales del siglo xiv, para destacar los males que acaescerán «ante que venga el día del juicio del Señor» (453a), no olvida incluir lo que sucederá en los castillos:
De modo semejante, en un poema cuatrocentista atribuido a Mena, la Muerte, en diálogo con el poeta, no olvida mencionar los «castillos» entre los bienes que de nada servirán a quienes llegue el momento final:
IV.2. EL CASTILLO COMO FORTIFICACIÓN DEFENSIVA Y DE RESISTENCIA En cuanto al valor defensivo y militar, queda reflejado, verbigracia, en la Vida de santo Domingo de Silos, de Berceo, al describir el castillo protector de Hita, del que destaca su fortaleza e inexpugnabilidad, junto a su construcción elevada en la base de un cerro, recurriendo a un «juego paronomástico entre Fita, infito y fondón»:
Ese mismo carácter ilumina que los señores rebeldes se recluyeran en su castillo cuando necesitaban ampararse frente al Rey u otro señor, pues la pérdida de aquél llevaba aparejada su derrota. Así se comprueba en La Chevalerie d'Ogier, donde se nos cuenta que el protagonista, incapaz de soportar el asedio a que Carlomagno somete su castillo, Castel Fort, durante siete años, se ve obligado a abandonarlo y lo encomienda a Dios, cuando se despide de él (vv. 8877-8886)33. En estas circunstancias, se comprende también que en las rebeliones urbanas, durante la Edad Media, el asalto al castiello de las poblaciones cristianas, o a su equivalente en las musulmanas, el alcáçar, era un objetivo esencial, pues la parte fortificada de la ciudad era la que permitía su control militar y administrativo34 De ahí, las numerosas referencias cronísticas a hechos de este tipo, entre las que cabe recordar los asaltos que, por causa de la alborotada situación política, sufrió, a fines del siglo XI, el alcázar valenciano, de los que hace mención la Estoria de España alfonsí35. Todo esto explica, a su vez, que, cuando el Cid se dispone a partir de Valencia para entrevistarse con el Rey, encargue a Alvar Salvadórez y Galind García la custodia de la ciudad y especialmente del alcázar, donde debe permanecer su familia hasta su regreso:
Por supuesto, el castillo, para cumplir su función defensiva, tenía que estar aprovisionado de viandas suficientes y, sobre todo, de agua, cuya carencia hacía imposible resistir el asedio, lo que vuelve a iluminar que el Cid no quiera atrincherarse en el castillo de Castejón:
V.3. El castillo y las cualidades del alcaide Por lo que atañe a las cualidades del alcaide, su infidelidad subyace, junto a otros motivos que contravienen las estipulaciones de las Partidas sobre la guarda de los castillos —relación con los enemigos (vv. 15-16. 40-54) o escasez de defensores y viandas (v. 58)—, en una de las cantigas marianas de Alfonso X, en la que se nos relata «como Santa Maria amparou o castello que chaman Chimcoya dos mouros que o querían filiar». En efecto, pese a los tratos mantenidos por el alcaide de Chincoya con el alcaide moro de Bélmez y el rey de Granada, con el propósito de entregar a éste el castillo, la actitud de sus moradores, quienes solicitaron ayuda a Santa María para que el castillo y su capilla no cayeran en poder del enemigo, provocó el amparo de la Virgen, a causa de cuyo poder se retiraron los sitiadores, de acuerdo con lo que se repite en el estribillo: «poder á Santa María grande d'os suos acorrer»38.
IV.4. Castillos, literatura y heráldica Es bien conocido también que el castillo constituyó uno de los elementos más repetidos en los escudos heráldicos, desde que, a partir de la segunda mitad del siglo Xll, puede hablarse de heráldica con propiedad w. Más sabido es que se halla, sobre todo, en Castilla, donde, amén de constituir «el más antiguo de la heráldica europea»40, es un emblema clave de su nación y de su Rey, desde que Alfonso VIII lo usara por primera vez como emblema «de carácter parlante, alusivo al nombre del reino»41. También se repite con profusión en los escudos de muchas familias nobiliarias, entre los que cabe recordar el caso del infante Manuel y sus descendientes por la pintura hecha por un escritor de la categoría de Don Juan Manuel, quien, en su Libro de las armas42, discurre sobre las mismas con fantasías impropias de su cultura 43 Otros escudos nobiliarios con castillos describe Garci Alonso de Torres, de cuyas noticias se desprende, en definitiva, que fue un emblema «muy extendido en la heráldica hispánica»44. Esa importancia, dentro y fuera de la Península Ibérica, se trasladó a las detalladas descripciones de escudos que acogen las obras literarias desde Li chevaliers de la charrette (1177) y a las iluminaciones de castillos que adornan los romans y los libros de horas45. Como botón de muestra de esa incidencia en la literatura castellana, cabe resaltar el «blasonamiento poético» que de uno de los escudos que usó la reina Leonor de Alburquerque incluye Santillana en unos versos de la Comedida de Ponça, donde el vate, cual «un heraldo expertísimo», emplea «el lenguaje heráldico de la pedrería simbólica, tan en boga en el siglo xv»46. Más en concreto, para referirse al castillo de Castilla que figura en el escudo y con el que comienza el diseño («un fuerte castillo e su fenestraje/ e puertas obrado de maçonería/ de çafir d'Oriente...»), se vale de «una simbología lapidaria que quiere decir que son de azur las ventanas, las puertas y también el mazonado»47.
IV.5. El castillo como metáfora y alegoría poéticas El castillo, por fin, propició metáforas y alegorías de carácter moral y amoroso, entre las que selecciono varias a título de inventario. Así, por caso, el carácter amurallado del castillo y su incomunicación con el espacio exterior explican que el marqués de Santillana, en el Infierno de los enamorados, describa el infierno como «un castillo espantoso», cercado de un foso de fuego («como fosado», vv. 336-337) y cuya puente hay que atravesar para acceder a «la barrera del alcáçar bien murado» (vv. 369-370)48. Por otro lado, la obligación que incumbe al propietario o teniente de un castillo respecto al amparo y guía de sus moradores, explica la comparación que Berceo establece entre el comportamiento de santo Domingo como prior de san Millán y el de un alcaide que vela por su castillo:
Como es evidente que, entre las cualidades del alcaide, debía destacar la fidelidad, Berceo recurre a otra metáfora, al poner en boca de Fernando I un apostrofe a santo Domingo cuando, como prior de Silos, se opone a entregar al Rey los tesoros del convento:
La alegoría de carácter moral se encuentra también en el Chateau d'Amour, de Robert de Grosseteste, un poema francés de comienzos del siglo Xlll, que, inspirado en los sermones de san Bernardo, se sirve de los personajes de Misericordia, Verdad, Justicia y Paz51. Más interés, sin embargo, ofrecen las alegorías de carácter amoroso, cuyos paradigmas más relevantes vienen representados por dos poemas de Jorge Manrique. Así, en su Escala de amor, Manrique aplica a su enamoramiento metáforas bélicas, tomadas del asalto a un castillo, quejándose de que la «beldad y mesura» de su dama treparon «a escala vista» el «muro» de su libertad (vv. 1-8) y acusa a sus ojos de traidores por no haberle prevenido desde «el atalaya» con una «ahumada» (vv. 17-24)52. Con más pormenores y con una estructura cuidadísima, Manrique torna a alegorías similares en su Castillo de amor, donde, acaso sobre el recuerdo del castillo de Montizón 52 inicia el poema con una copla introductoria, en la que anuncia ser tal la intensidad de su pasión que ni siquiera podrá ser conquistada «a traición», para, después, recurrir a diferentes alegorías que, mediante las referencias a la situación y a las distintas partes de un castillo (baluartes, foso, puente levadizo, ventanas, torres), trasladan el sentido a la explicación de su estado anímico y a las características del amante cortés (servidor, fiel, triste, mártir de amor)54. Así,
cercada de dos baluartes, «un río mucho crescido», un muro de amor, «almenas de lealtad» y una «barrera qual nunca tuvo amador», amén de una «puerta...cobrada y socorrida» de deseo. Asimismo, «las cavas están cavadas/ en medio de un coraçón/ muy leal», y fabricada «de una fe firme la puente/ levadiza, con cadena/ de razón». La figura de la señora se refleja en las ventanas; y, si una de las torres se halla enhiesta, la otra «está del todo caída/ a todas partes,/ porque vuestra fermosura/ la a muy rezio combatida/ con mil artes». La fortaleza, en fin, cuenta con suficientes «provisiones» de pena y angustia como para soportar un cerco de dos mil años y, como signo máximo de la rendición del poeta a la dama,
explanación donde acaso se tiene presente que, por lo común, «la torre del Homenaje [...] es el bastión fundamental y el último reducto de la fortaleza en caso de asedio»55. El poeta termina declarándose «vasallo hidalgo» de su dama, a la que jura que nunca rendirá la fortaleza de su amor56. Las dos composiciones de Manrique remiten a un esquema «muy antiguo», pues:
Sin embargo, en la poesía cancioneril, ambos poemas destacan como prioritarios en este tipo de alegorías que luego retoman con variantes Tapia, Quirós y Diego López de Haro58, así como Juan de la Encina en la glosa a un villancico de carácter tradicional59.
COLOFÓN No he pretendido ni por asomo reflejar en estas páginas todos los aspectos atinentes a la relación entre castillos y literatura medieval, lo que hubiera obligado también a discutir la posibilidad de que el vocablo se empleara ya en el siglo xv para designar el 'teatro de títeres'60 o el tablado dramático para un torneo61; a examinar la descripción como un castillo de «la casa de Amor» que recoge Encina en su Triunfo de amor 62: y a dirimir, por ejemplo, el uso del castillo como espacio escénico en que tenían lugar representaciones dramáticas, tal como prueba la Crónica de Don Miguel Lucas de Iranzo. Mucho menos he intentado ofrecer un elenco ni remotamente completo de las múltiples referencias a castillos en los textos medievales, asunto que requeriría una indagación monográfica. Con toda humildad, y sin que quepa tomarlo como el socorrido topos modestiae, me he limitado a proporcionar algunas pistas para una investigación más detenida, insistiendo, una vez más, en los lazos entre literatura e historia y en la ayuda que presta la segunda para iluminar múltiples textos y fragmentos literarios. Pues, para acabar, recordaré, en apretada síntesis de lo que he estudiado por extenso en otro lugar, que en el Poema de mió Cid no se especifica que fueran judíos los mercaderes Rachel y Vidas que negocian con Rodrigo. Esa condición, sin embargo, se desprende de una serie de detalles, entre las cuales resulta esencial la localización precisa y exacta de la parte de la ciudad adonde se dirige el Campeador («passó por Burgos, al castiello entrava», v. 98), ya que en Burgos se cumplía un rasgo topográfico que resultó común a otras juderías españolas en la Edad Media —Oviedo, Zorita de los Canes, Madrid, etc.—, lo que, unido a otros datos que suministra el Poema, incluso permite concretar que el autor se refiere a la judería Superior o «de Arriba», enclavada intra muros63.
NOTAS 1 Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Madrid. 1970. 19ª cd., p. 276. s. v. castillo. Este trabajo, leído en la XV Asamblea General de la Sociedad Española de Estudios Medievales, estaba destinado al colectivo La fortaleza medieval. Realidad y símbolo, ed. J. A. Barrio Barrio y J. V. Cabezudo Pliego. Murcia, 1998. Algún fallo de coordinación entre los editores y el autor lo impidió; ahora se publica sin cambio alguno. 2 Diccionario de Autoridades, cd. facsímil, Madrid, 1990, t. I, p. 294. 3 J. C. corominas y J. A. pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico. Madrid. 1984. t. 1, s. v. castillo. 4 Libro de Alexandre. ed. J. Cañas, Madrid. 1975. copla 1975, p. 471; y cf. n. 1975c. Esta acepción la recoge el Diccionario académico, pero no el de Corominas-Pascual. 5 «In eis enim Persae el Indi ligneis turribus conlocatis, tamquam de muro iaculis dimicant» (Etymologiarum, XII, 2, 15). Vid. SAN ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías, ed. bilingüe de J. Oroz Reta y M. A. Marcos Casquero, Madrid, 1983, p. 72. 6 Vid. D. NEAVE, «Old French Chastel/Tour 'Elephant' was Tower», en Romanía, 88 (1967). pp. 253-258. 7 M. DE RlQUER, Heráldica castellana en tiempos de los Reyes Católicos, Barcelona, 1986, p. 185. La acepción la registran el Diccionario de Autoridades y el académico. 8 El Nuevo Testamento según el manuscrito escurialense 1-1-6. Desde el Evangelio de San Marcos hasta el Apocalipsis, ed. Th. Montgomery y S. W. Baldwin, Madrid, 1970; para la fecha, cf. p. 5. 9 Ibid., pp. 223 y 225, respectivamente. 10 Ibid., s. v. castiello, p. 506. 11 Ibid., cita en p. 244; y cf. p. 506, s. v. castiello. 12 Juan de Mena, La Iliada de Homero (Edición critica de las «Sumas de la Yliada de Omero» y del original latino reconstruido, acompañada de un glosario latino-romace), ed. T. González Rolan- Mª f. del Barrio Vega- A. López Fonseca. Madrid. Ediciones Clásicas, 1996. 13 Cf. ibid., pp. 119. 147, 217; y p. 236. s. v. castra. 14 Mª R. LlDA de malkiel, Juan de Mena, poeta del prerrenacimiento español |1950|, México. 1984. 2ª ed.. p. 142. 15 Vida de santo Domingo de Silos, ed. A. Ruffinatto |en: Gonzalo de Berceo, Obra completa, coord. I. Uría. Madrid. 1992). p. 305. Ruffinatto no comenta el vocablo, aunque ya R. Lánchetas apunta que significa 'castillo' (Gramática y vocabulario de tas obras de Gonzalo de Berceo, Madrid, 1900, p. 211, s. v. castellar), al igual que J. cejador y frauca, Vocabulario medieval castellano, Madrid. 1929 [reimp.. New York, I968], p. 94, s. v. castellar. Ambos ofrecen solo este ejemplo. 16 Ed. cit., p. 753; suprimo lu coma después del primer hemistiquio del verso c. 17 Ibid., p. 485. Con un despiste absoluto, en su edición modernizada (Libro de Alejandro. Madrid. 1985. p. 355, s. v. castellar), E. Catena mezcla dos acepciones, glosando: «"torre movible con guerreros', "castillo'». 18 No se registra en Autoridades ni en Corominas-Pascual. mientras que en el Diccionario de la Academia se define como «campo donde hay o hubo castillo» (ed. cit.. p. 275. s. v. castellar). Tampoco la acoge SEbastían de CovarruBias en su clásico Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid. 1611. 19 Ya R. Lánchetas advirtió, a propósito de Berceo, de que acaso hubiera que considerar la palabra «como un derivado formado así por la causa de la rima» (ob. cit., p. 211, s. v. castellar). 20 Cantar de mió Cid. ed. A. Montaner. Barcelona, 1993, p. 262. 21 Ibid.. p. 262. n. a 2691. 22 Ibid., pp. 625-626, n al v. 2693, con bibliografía. 23 F. chueca, «Consideraciones sobre castillos españoles», en Estudios en homenaje a Don Claudio Sánchez Albornoz en sus 90 años. Buenos Aires, 4 (1986), p. 523. 24 Ibid.. pp. 525 y 526. 25 Cito, aunque añadiendo acentuación y algún cambio de puntuación, por: Partida Segunda de Alfonso X el Sabio. Manuscrito 12794 de la B. N., ed. A. Juárez Blanquer et alii. Granada. 1991. pp. 145-165 [cita. p. 145). 26 Leyes de Alfonso X, I. El Espéculo, ed. G. Martínez Diez y J. M. Ruiz Asencio. Ávila. 1985. pp. 137-141 [cita. p. 137|. 27 Ibid.. pp. 142-144 |cita. p. 142|. 28 Ibid., pp. 145-146 (cita. p. 145|. 29 Cito, agregando acentuación por mi cuenta y sustituyendo he por ha en el verso 395. por la edición que. basada en la de R. Menéndez Pidal [1914]. acoge M. Alvar (Poesía española medieval, ed. M. Alvar, Barcelona. Cupsa. 1978, 2ª ed., p. 390). 30 Libro de miseria de omne, ed. P. Tesauro, Pisa. 1983, p. 121. 31 «Muerte que a todos combidas», en JUAN DE MENA, Poesie minori, ed. C. de Nigris, Napoli, 1988, p. 511. Para la discusión sobre la autoría, cf. ibid., pp. 508-509. con referencias a la crítica anterior. 32 Vida de Santo Domingo de Silos, ed. cit. A. Ruffinatto. p. 443, al que pertenece el comentario entrecomillado (ibid., p. 442, n. a 733a). 33 Citado por A. Montaner, Poema de mió Cid, ed. A. Montaner, pp. 385, n. 1-14; 389, n. 8. con bibliografía. 34 Poema de mió Cid, ed A. Montaner. p. 580, n. 2002-200326. 35 Primera Crónica General de España, ed. R. Menéndez Pidal y «estudio actualizado» de d. Catalán. Madrid, 1977, 3ª reimp., t. 2. pp. 566b y 584b. 36 Ed. cit. p. 223. 37 Ed. cit, p. 133. 38 alfonso X EL SaBio, Cantigas de Santa María (cantigas 101 a 260). ed. W. Mettmann, Madrid, 1988, t. 2. pp. 204-207 (cantiga 185). Para la localización de Chincoya, quizás «un sitio en las proximidades de Bélmez», cf. ibid.. p. 204, n. 2, con bibliografía. 39 Cf. M. DE RlQUER, ob cit.. p. 14. «La heráldica de la casa real castellano-leonesa se inicia indudablemente bajo Alfonso VII el Emperador» (F. Menéndez Pidal de NavascuéS. Heráldica medieval española, I. La casa real de León y Castilla. Madrid. 1982, p. 11; y vid. pp. 23-33). 40 M. de RlQUER, ob. cit., p. 204. 41 F. Menéndez Pidal de Navascués. ob. cit., pp. 12. 47-53. 42 Ed. J. M. Blecua, Madrid, pp. 121-140; vid. p. 124. 43 Vid. F. Menéndez Pidal de Navascués, ob. cit., pp. 99-101. 44 Cf. M. DE RlQUER, ob. cit.. pp. 203-206. 45 Cf. M. DE RlQUER. ob. cit.. pp. 31-32. 46 M. DE RlQUER, ob. cit., p. 143, con detalles; e ibid., p. 31. 47 M. DE RlQUER, ob. cit., p. 206. Cito por: Marqués DE santillana. Poesías completas, ed. M. a. Pérez Priego, Madrid, 1991. t. 2, p. 59; allí puede leerse (pp. 58-59, n. 41) la nota heráldica en prosa que incluyen los manuscritos Mi, Ph. Pa y Pe. 48 Marqués DE Santillana, Poesías completas, ed. M. a. Pérez Priego, Madrid, 1983, t. i. pp. 245-247. 49 Vida de santo Domingo de Silos, ed. cit., p. 289. Obsérvese el término castellero como 'señor o alcaide de un castillo', variante poco usada de 'castellano', que fue la forma habitual. 50 Ed. cit., p. 297. 51 Cf. D. poirion. Précis de littérature francaise du Moyen Age, Paris, 1993, p. 256. 52 Jorge Manrique, Poesía, ed. V. Beltrán, Barcelona, 1993, pp. 64-65. 53 Cf. A. serrano DE Haro. Personalidad y destino de Jorge Manrique, Madrid. 1966. p. 125. 54 Sobre estas notas, vid. N. salvador MIGUEL, La poesía cancioneril. El «Cancionero de Estúñiga», Madrid, 1977, pp. 280-295. 55 f. chueca, art. cit.. p. 526. 56 Las citas siguen la impresión de V. Beltrán, ob. cit.. pp. 68-72. Hay glosas sin interés sobre el poema en el artículo de G. MlRECKl quintero, «Los castillos en la literatura lírica de los siglos XV y XVI», en Castellum, 1 (octubre 1992). pp. 81-88. 57 Jorge Manrique, ed. cit. V. Beltrán, p. 64, n. a [6]. 58 Cf. P. Le Gentil, La poésie lyrique espagnole el portugaise a la fin du Moyen Age. Rennes, 1949, t. 1, p. 184, n. 270; Jorge Manrique, ed. cit. V. Beltrán, p. 64, n. a (6) y p. 68, n. a [8|. 59 Vid. JUAN del ENCINA, Obras completas, ed. A. M. Rambaldo, Madrid, 1978, l. 2, pp. 196-198. 60 Cf. J. E. varey. Historia de los títeres en España (desde sus orígenes hasta mediados del siglo XVIII). Madrid, 1957, pp. 19-24; J.J. Gwara. «A New Epithalamial Allegory by Juan de Flores: La Coronación de la señora Grascila (1475)», en Revista de Estudios Hispánicos. 30-2 (1996). pp. 241-242. 61 La Coronación de la señora Grascila. ed. K. Whinnom, en Dos opúsculos isabelinos. Exeter. 1979, pp. 13-14. 62 Ed. cit. en Obras completas, t. 2, pp. 103 y ss. 63 Vid. N. Salvador Miguel, «Consideraciones sobre el episodio de Rachel y Vidas en el Cantar de mió Cid», en Revista de Filología española, 59 (1977 [pero 1979|), pp. 183-224 1193-196, con bibliografía].
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