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Glosas a la «Vida
de Santa Oria»
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de don Gonzalo de Berceo
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Fray Joaquín Peña Monasterio de San Millán de la
Cogolla |
PORTALEYO Y
CAPILLA ANGÉLICA
Pasada la puerta principal del
vetusto monasterio de San Millán de Suso, nos encontramos en un reducido
vestíbulo que rezuma piedad y devoción por todas sus piedras, presidido
actualmente por una estatua de San Millán de la Cogolla, pero afeado desde
el año 1933 por una lápida de mármol con una inscripción intencionadamente
arreligiosa. Es nada menos que el humilde, al par que glorioso, portaleyo,
en el que ,el primer poeta castellano conocido, el maestro don Gonzalo de
Berceo, escribía en recios alejandrinos sus fervorosas y místicas prosas,
versificaba lleno de amor a la Gloriosa los Loores y Milagros,
parafraseaba, traspasado de un santo temblor, el Sacrificio de la Misa, y
donde, ya cansado. compuso en su vejez la Vida de Santa Oria. Nos lo dice
muy humilde y cristianamente en la estrofa 184, que debió ser la última en
la primera redacción de la obra:
Gonzalo li
dixeron al versificador, que en este portaleyo fizo esta labor.
Ponga en el su gracia Dios nuestro Señor : que vea la su gloria en
el reyno mayor.
Este portaleyo, cuna de la
poesía castellana y testigo de la inspiración y la labor literaria del
piadoso poeta, se comunica por una puerta en arco con la angosta celdilla
en que vivió recluida Santa Oria. En esa celdilla fue labrando la Santa,
como industriosa abeja, el rico panal de su elevada santidad con
austeridades y privaciones entreveradas Con visiones celestiales. En ella
mereció recibir primero la visita de las santas vírgenes Eulalia de
Mérida, Agueda y Cecilia y, unos meses después, la de la misma Virgen
María acompañada de un brillante cortejo de ángeles y de santos. «Capilla
angélica» fue llamado después de la muerte de Santa Oria tan humilde
recinto, y así nos lo enseñan estas dos redondillas grabadas en sendas
piedras sobre la puerta de entrada:
Nuestra Reina celestial y madre
del Rey divino aquí con su corte vino a cámara esta
angelical.
Vino la Virgen gloriosa a Santa Auria monja en ella
por ser muy devota della y del Hijo dulce
esposa.
Queden copiados aquí estos
versos que no he visto reproducidos en ninguna de las descripciones
impresas o manuscritas que del monasterio de Suso actualmente existen.
Don Gonzalo de Berceo, que tenía tan
entrañado amor a las glorias de esta su tierra natal, que para ensalzarlas
les había dedicado a cada una sendos poemas, no podía despedirse de este
mundo sin consagrar uno a loar a la santa doncella que se había
santificado precisamente en la estancia contigua al portaleyo donde él
escribía. Ya había puesto en verso castellano la Vida brauliana de San
Millán, el glorioso asceta que dio origen a los dos célebres monasterios
de la Cogolla; había también vertido en el troquel de sus alejandrinos la
extensa relación que el monje Grimaldo dejó escrita sobre Santo Domingo de
Silos, santísimo prior del monasterio de San Millán de Suso y valeroso
defensor de sus derechos y propiedades frente a las exigencias inicuas del
rey don García; había compuesto en verso castellano la
historia del hallazgo de la sagrada imagen de Valvanera y de los primeros
tiempos del monasterio (Historia del
Venerable y Antiquísimo Santuario de Nuestra Señora de Valvanera, en la
provincia de La Rioja. Año de 1798), como dedujo del
análisis de la Historia Latina de Valvanera el fino sentido critico del
padre Toribio Minguella; había finalmente escrito el Martyrio de Sant
Laurençio, movido, sin duda, por el hecho de hallarse en la misma cumbre
del monte San Lorenzo una ermita dedicada al santo mártir a la que todos
los años los habitantes del pueblo de San Millán subían en romería. ¿Cómo
iba a dejar sepultada entre un montón de pesados códices una perla de
tanto valor como la vida de Santa Oria, que tanto había contribuido a
acrecentar con sus heroicas virtudes la fama de santidad del venerable
cenobio de Suso, llamado con razón «Cantera de Santos» ?
LA VIDA DE
SANTA ORIA, DEL MONJE MUNIO
Requiere, pues, nuestro poeta del escritorio monástico unos breves folios
en los que Munio, un hombre bueno y bien letrado, dos siglos antes había
consignado con toda verdad la patria, padres y desarrollo de la breve vida
de la humilde doncella y, aunque cansado y viejo, como el mismo don
Gonzalo nos lo confiesa en las primeras estrofas, compone, sirviéndose del
antiguo manuscrito, la Vida de Santa Oria, notable por la delicadeza y
ternura de que está impregnada toda ella.
Parece que debemos dar por definitivamente perdido el escrito sobre la
Santa, del monje Munio, que fue su director espiritual, así como de su
madre, Amuña, «su maestro muy leal», al decir de don Gonzalo. El
padre Diego Mecolaeta, fue fue abad de este monasterio los años 1737-41,
tradujo al latín la Vida de Santa Oria de don Gonzalo y en el prólogo
dirigido al piadoso lector dice: «Ten en cuenta que aunque al tiempo de la
muerte de Santa Auria, Munio, un monje docto y piadoso, escribió en estilo
culto y delicado la vida de la Santa... sus escritos no han llegado, por
desgracia, hasta nosotros. Aunque he examinado todos los códices y
pergaminos guardados en los anaqueles de este archivo, nunca hallé lo que
buscaba y tanto deseaba». Lo mismo da a
entender el padre Plácido Romero, ilustre archivero de esta casa, muerto
el año 1827, en unas palabras de la Advertencia General puesta al frente
de su Extracto Chronológico Al dar cuenta de que pensaba elaborar otro
volumen, que seria la primera parte de las memorias para la historia de
San Millán, dice que formarían este volumen todas aquellas piezas que
escribieron algunos autores sobre los santos del monasterio, pero que esos
escritos los pondría no en extracto como los documentos, sino íntegra y
literalmente copiados. Enumera a continuación, por orden cronológico, como
quien tenía el asunto bien pensado y estudiado, todas estas piezas: la
Vida de San Millán por San Braulio, la traducción en castellano antiguo
que se halla -dice- en nuestro archivo, la que escribió el poeta don
Gonzalo de Berceo y el rezo e himnos antiguos del Santo; la de Santa
Potamia, discípula de San Millán, el rezo y alguna que otra noticia
suelta; la historia de la traslación de San Millán por el monje Fernando y
la historia de la traslación de San Felices por Grimaldo; «y a esto
seguiría -concluye el padre Romero- el rezo antiguo de Santa Auria y la
vida de ella que escribió Gonzalo de Berceo con tal cual noticia suelta de
que se dará cuenta». En seguida se le ocurre
a uno esta pregunta: de existir en el archivo la Vida de la Santa escrita
por Munio, ¿iba a dejar de incluirla y de citarla, siendo la vida más
antigua y fuente de todas las noticias que tenemos sobre Santa Auria ?
Tanto más, cuanto que no se olvida de añadir que apuntaría «alguna que
otra noticia suelta» entresacada, sin duda, de los documentos y códices.
Lo mismo se desprende de lo que escribió el
padre Andrés Salazar en la Historia de nuestro glorioso Padre San Millán
compuesta en 1607. El capitulo séptimo del segundo libro lo dedica a los
santos de esta casa y, al hablar de Santa Auria, dice: «Santa Auria, monja
santísima, en San Millán de Suso, por quien, como queda probado en el
capítulo quinto del libro primero de este compendio, es cámara angelical
aquel santuario, por haber estado en él la Virgen Santísima acompañada de
ángeles y de otras vírgenes a visitar a la Gloriosa Santa Auria, cuya vida
santísima escribió muy a lo largo y en verso el maestro don Gonzalo de
Berceo, monje de esta casa, y es el tomo 12 de los antiguos. Sumariamente
trata de esto el padre maestro fray Prudencio Sandoval, tratando de esta
casa. Es muy notable la vida de esta Santa y así se encarga al que leyere
este compendio la busque en los lugares citados». Al margen hay esta nota:
«El dicho maestro don Gonzalo fue en tiempo de la Santa y la conoció y
trató». Dejando aparte las inexactitudes de hacer monje a don Gonzalo y de
hacerlos contemporáneos a él ya la Santa, se ve que el padre ,Salazar no
vio ya en el archivo la Vida de Santa Oria escrita por Munio, y eso que en
el prólogo afirma que hay más de ciento veinte libros antiquísimos y que
él los ha leído todos. Es lógico deducir que ya en su tiempo había
desaparecido del archivo esa Vida. Desde el
siglo XI en que escribió, hasta el siglo XVI ocurrieron por estas regiones
muchas turbulencias y guerras, que causaron muy grandes daños al
monasterio de San Millán, Fue, sobre todo, de funestísimas consecuencias
el haberse declarado el abad don Juan partidario de don Enrique de
Trastámara y el haber traído a enterrar a su monasterio a los caballeros
muertos en servicio de éste en la batalla de Nájera. «Victorioso y cruel
-dice el cronista- entró con su ejército don Pedro, acompañado del
Príncipe de Gales y un cuerpo de ingleses, en el monasterio de San Millán,
lo destruyó, lo robó, lo disipó y rompió muchos de sus privilegios y, no
contento con esto, destruyó y quemó los lugares que eran vasallos del
monasterio». Nada tiene de extraño que en alguno de estos saqueos e
incendios desapareciese la Vida de Santa Oria escrita por Munio.
DON
GONZALO Y MUNIO
Don Gonzalo de
Berceo, en diversos lugares de la Vida de la Santa, tributa a este monje
escritor muy encendidas alabanzas. En primer lugar le nombra varias veces
en su poema, lo que no hizo en las otras vidas que puso en verso. En la
muy extensa de Santo Domingo de Silos, que se dilata nada menos que en
setecientas setenta y siete estrofas, ni una vez cita al monje Grimaldo,
que la escribió y a quien sigue. La deja truncada en mitad del capítulo
XXVI del segundo libro porque
perdiose un quaderno, mas non por culpa
mía
nos dice ingenuamente, pero ni indirectamente siquiera nos
habla del autor a quien ha traducido. En la Historia de San Millán,
desarrollada en trescientas setenta y una copla, va siguiendo a San
Braulio paso a paso, sin alterar lo más mínimo el orden de los episodios y
milagros, y, sin embargo, no menciona al santo y sabio obispo de Zaragoza
más que una vez y esto para traerlo como relator de un hecho milagroso
Braulio lo diz que ovo la verdad
escribida
En cambio,
en la Vida de Santa Oria, que la encierra en doscientas cinco estrofas, ya
al principio de la quinta nos dice:
Munno era su nombre, omne fue bien
letrado, sopo bien su facienda : el fizo el dictado habiagelo la
madre todo bien razonado, que non queria mentir por un rico
condado.
Y en las estrofas 170 y 171
pondera la pericia de don Munio así:
Non echo esti suenno la
duenna en olvido nin lo que li dixiera Garcia su marido
: recontogelo todo a Munno su querido; el decorolo todo commo
bien entendido.
Bien
lo decoro eso commo todo lo al, bien gelo conto ella, non lo
aprendió el mal; por ende de la sua vida fizo libro caudal;
yo ende lo saque esto de esi su misal. |
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No quiere nuestro poeta que nadie dude de
las visiones y maravillas que acaba de versificar. Advierte a los
escépticos y cavilosos que pecarán duramente contra Dios si sobre ello
abrigan dudas en su corazón,
ca nos
cuanto decimos escripto lo fallamos.
Y para que todos presten amplio y sincero
asentimiento a todo lo escrito sobre Santa Oria, termina su trabajo con
muy cumplido elogio de la virtud y de la santidad de su biógrafo don Munio
:
El que lo escribio non dira
falsedat, que omne bueno era de muy grant sanctidat, bien conoscio
a Oria, sopo su poridat : en todo cuanto dixo, dixo toda
verdat.
Dello sopo de Oria, de la madre
lo al, de ambas era elli maestro muy leal, Dios nos de la su
gracia, el buen Rey spiritual que alla nin aqui nunca veamos
mal.
¿QUIÉN ERA
MUNIO ?
Fuera de esto que dice
don Gonzalo, ¿no habrá quedado en el abundantísimo archivo de San Millán
alguna otra noticia sobre este don Munio? En el Becerro Galicano, folio 5
v., hay dos escrituras bastante honoríficas para un presbítero y monje de
San Millán del mismo nombre, pertenecientes a los años 1071 y 1082,
respectivamente. En la primera, el rey don Sancho el de Peñalén le hace
donación de un monasterio llamado de Santa María de Yermo, junto al río
Cárdenas y vecino del monasterio de San Sebastián, con facultad de que
pueda cultivar y labrar todo lo que está a su alrededor, para que él y su
sucesor en el monasterio puedan vivir sin sentir penuria. Estos monasterios o ermitas estaban en El Lugar del Río, en el
barrio de la Manzaneda. Por la segunda, todos los hombres de Madriz le
venden por seis sólidos de plata los terrenos que rodean a los monasterios
citados, pero dicen que, mas que por el precio, lo hacen movidos de la
buena amistad que siempre ha existido entre ellos y don Munio y porque han
encontrado en él todo lo que necesitaban. ¿Será éste don Munio, tan
favorecido por el rey y tan estimado por los vecinos de Madriz, el
escritor de la vida de Santa Oria ? La identidad del nombre y el ser del
mismo tiempo favorecen la presunción de ser el mismo.
Otro testimonio más notable aún podemos
aducir, que acaso se refiera al biógrafo de Santa Oria. En el frontispicio
principal de la arqueta que contiene las sagradas reliquias de San Millán,
hay una figura de marfil que representa a un monje en actitud orante. En
el mismo marfil se lee esta inscripción: «Munius scriba palitor supplex».
Esta fachada de la arqueta se reservó para representar a los personajes de
más autoridad y prestigio : a cada lado del marfil central, que tiene la
imagen de Cristo en Majestad, están arrodillados el rey don, Sancho y la
reina doña Placencia. En el frontón de esta fachada está un Agnus o
Cordero con el libro de los siete sellos, y a cada lado de esta imagen se
ven también en adoración, pero no ya de rodillas, sino derribados en
tierra, el abad don Blas, constructor de la arqueta-relicario, y el monje
Munio, señalado como notable escritor. El figurar en este frontispicio
haciendo par con el abad que mandó fabricar la famosa arqueta-relicario,
demuestra que era un monje de mucha calidad, acaso el favorecido por el
rey don Sancho. Se hace resaltar su cualidad de escritor y. en cuanto al
,tiempo, sabido es que la traslación de las reliquias a su nuevo relicario
tuvo lugar el 26 de septiembre de 1067, cuando parece que estaba en su
apogeo don Munio, aunque no había podido escribir la Vida de la Santa,
pues viviría todavía dos o tres años.
CRONOLOGiA DE SANTA
ORiA
Esto nos lleva como de la
mano a fijar en lo posible el tiempo en que floreció Santa Oria. No hay
concordancia en las fechas que dan los varios cuadernos que aún quedan en
el archivo de San Millán. El más competente archivero que tuvo el
monasterio, el académico padre Plácido Romero, se propuso estudiar este
punto e indudablemente lo estudió, y aunque no ha llegado hasta nosotros
su trabajo, sí sabemos las conclusiones a que le condujo su labor
investigadora. En la Advertencia General arriba mencionada, que sirve de
prólogo a su Extracto Chronológico) después de enumerar los escritos que
constituirían el tomo que pensaba formar con ellos, dice que irían
precedidos de una advertencia preliminar, semejante a la del Extracto y
que en ella dilucidaría los puntos controvertidos sobre San Millán,
aclararía quién fue el célebre poeta don Gonzalo de Berceo, a qué órdenes
ascendió en la clerecía y en qué tiempo vivió; y últimamente se examinaría
-añade- en qué tiempo vivió y murió la santa virgen Auria, monja reclusa
del monasterio de San Millán de Suso. Ese tomo trabajado después del
Extracto Chronológico y, a juzgar por el esquema que adelanta el autor,
sumamente interesante para la historia emilianense, ha desaparecido o
permanece oculto en algún desván. Es, sin embargo, indudable que lo
escribió porque en un trabajo suyo posterior sobre los abades del
monasterio de San Millán numerosas veces alude a él y remite al lector a
ese tomo para que complete las noticias que solamente indica en el
abacologio. Habla en este su último escrito de la elevación de los restos
de San Millán, verificada el año 1030, en tiempo del rey Sancho el Mayor,
y dice: «En otra memoria antigua que a la
letra queda puesta en el libro primero, núm. 82, se dice que el mismo rey
lo puso por abad (a don Ferrucio) et fizo el sobredicho rey abbat del
monasterio el abbad don Ferrucio». Menciona la traslación de las reliquias
que quiso llevar a Nájera el año 1053 el rey don García, hijo de don
Sancho el Mayor, siendo abad don Gonzalo, y nos remite al tomo susodicho
desaparecido con estas palabras: «Véase el libro primero desde el núm.
87». Es, pues, patente que compuso el volumen que contenía todos los
escritos antiguos de que arriba se hizo mención.
Reseñando el gobierno del abad don Gonzalo,
que comenzó a regir la abadía el año 1046, pondera el cronista con
fruición el prestigio que por aquella época gozaba el monasterio de San
Millán y la gran fama de santidad de sus venerables monjes que se habían
extendido por todo el reino. De ahí que unos se sometieran y pusieran sus
monasterios bajo la jurisdicción del abad convirtiéndolos en decanías del
monasterio, y otros acudieran a su claustros o a sus ermitas para dar
satisfacción a sus anhelos de perfección evangélica. Así lo hicieron,
entre otros, Santa Oria y su madre. «Este año
(1052) o el precedente -dice el padre Plácido Romero-nuestro abad don
Gonzalo tuvo la gloria de ver venir y recibir bajo de su obediencia a las
dos santas, madre e hija, Munia y Auria y, como el espíritu de conversión
de estas santas era tan grande, no temió el abad don Gonzalo, que
precisamente como tal era el que dirigía estos negocios, no temió, digo,
dar por habitación a Santa Auria una celdilla tan reducida que, conforme a
la expresión de Gonzalo de Berceo, no era sino un angosto rincón, en donde
la santa vivió con una mortificación y penitencia admirables, sobre que
remito al lector al tratado de su vida, que queda escrita en, el lib. 1.º
desde el núm. 385». Como todos están
conformes en afirmar que vino con su madre al Monasterio de Suso a la edad
de nueve años, su nacimiento hay que ponerlo el año 1042 ó 1043.
UNA
CONFUSIÓN MODERNA
El año 1964
se publicó en Milán La vida de Santa Oria, de don Gonzalo de Berceo, con
una Introducción y copiosas notas debidas a Giovanna Maritano. Lleva,
además, al final una abundantísima bibliografía. Traducimos del italiano
lo que se lee en la página 16 de la Introducción :
«Se cree que la Santa nació hacia la mitad
del siglo XI. Ese tiempo es el indicado por el hecho de que la Santa vivió
cuando Santo Domingo era abad del monasterio de San Millán antes de serlo
del de Silos. Leemos en Berceo (S. D. 320) que la niña se presentó ella
misma a Santo Domingo pidiendo ser admitida para vivir como reclusa. Lo
mismo afirma fray Prudencio de Sandoval, el padre Enrique Flórez y el
padre Juan Croisset. Algo muy diverso leemos en una Guía de San Millán
publicada algunos años después de 1923. Dice el autor que la Santa se
presentó, no a Santo Domingo de Silos, sino a un abad llamado Gonzalo. ¿Se
tratará de alguna confusión con el nombre del poeta don Gonzalo ?».
Este párrafo merece unas cuantas
aclaraciones. Santo Domingo de Silos nunca fue abad del monasterio de San
Millán y salió del reino de Navarra buscando la paz y tranquilidad en
Castilla el año 1040 o a comienzos del siguiente. Alrededor del año 1042
nació Santa Oria ya la edad de nueve años vino con su madre, Amuña, al
monasterio de San Millán. No pudo, pues, admitirlas Santo Domingo, porque
no fue abad aquí y el dar velo y hábito de religión era de competencia del
abad; y además ni siquiera residía ya en Suso, pues hacía algunos años que
era abad de Silos. Es cierto, por otra parte,
que una joven llamada Oria (nombre entonces muy común) pidió a Santo
Domingo el hábito de monja y una celdilla para vivir como reclusa, pero
esto fue en Silos. pues Grimaldo, el autor de la Vida de Santo Domingo,
cuenta este episodio entre los varios sucesos acaecidos después de la
llegada del Santo riojano al monasterio de San Sebastián. El señor
Sandoval, en los folios 39 y 40 a los que en nota remite la escritora
italiana y que contienen la Vida de Santa Oria, ni directa ni
indirectamente menciona a Santo Domingo. Dice literalmente que «tomó el
hábito de monja con perpetuo encerramiento y clausura en el monasterio de
San Millán de Suso, según la costumbre de aquellos tiempos, que estaban
los monasterios de monjes y monjas juntos». Lo que escribe el padre Flórez
en el tomo 27 de la España Sagrada prueba la existencia de una venerable
Oria en Silos, distinta de la de San Millán. Dice que Santo Domingo le dio
a aquélla el velo de monja y que es increíble que el sitio de la reclusión
fuera junto al monasterio de San Sebastián, pues allí hubo otra casa de
religiosas con iglesia dedicada a San Miguel; y finalmente incluye el
sabio agustino en el capítulo de los santos de Silos en primer lugar a San
Liciniano y dando el segundo, con estas palabras, «a la venerable reclusa
llamada Oria». El padre Flórez no la confunde con la Santa Oria que vivió,
murió y fue enterrada en San Millán de Suso.
Por lo que se refiere al abad don Gonzalo tampoco existe confusión de
ninguna clase. Hay en el Becerro Galicano varias escrituras que demuestran
no sólo la existencia de un abad llamado Gonzalo entre los años 1046-1050,
sino también que aquel decenio fue de relativo esplendor y que la fama de
santidad de que gozaba continuaba atrayendo a personas deseosas de
austeridad y santidad. El año 1048 un tal Salvador, natural de Cañas,
ofrece su cuerpo y un alma a Dios Omnipotente en el monasterio de San
Millán «in manibus domini Gundissalvi abbatis», en manos del abad don
Gonzalo. Tres años después, García y Nuño de Heredia, presbíteros, y
Vigila se someten voluntariamente al monasterio de San Millán «et ibi
presenti abbati Gundissalvi». El rey don García, a quien se le había
calmado la cólera que le despertó la entereza del santo prior dona, con su
mujer Estefanía, al monasterio del santísimo Millán «et tibi abbati
patroni nostro Gundissalvi» el monasterio de San Milllán de Henestras.
Aquí, como vemos, llama el rey al abad Gonzalo «nuestro patrón» o abogado.
Si nos fijamos en los dos primeros escritores
que tratan de estas reclusas, en seguida echaremos de ver que las santas
fueron personas distintas. Grimaldo, en el capítulo nono del libro primero
de la Vida de Santo Domingo de Silos, no dice otra cosa sino que el Santo
dio el hábito de religiosa y recluyó en una celda a una joven llamada Oria
y que, pasados algunos años muy virtuosamente, llamado por la religiosa,
la libró de unas visiones horrendas, pues el demonio día y noche la
atormentaba apareciéndosele en figura de serpiente. Es todo lo que dice
Grimaldo. Ni patria, ni padres, ni lugar de reclusión, ni circunstancias
de su muerte; nada. En cambio, Munio, monje de San Millán y director
espiritual de Santa Oria y de su madre Amuña, nos refiere la patria, el
nombre y condición de sus padres, los raptos y visiones celestiales de la
santa doncella, los que asistieron en la hora de su muete y el lugar de su
enterramiento. Es natural que las virtudes practicadas por Santa Oria y su
piadosísima madre, Amuña, y los raptos y apariciones celestiales con que
fue regalada por nuestro Señor en premio de su austera penitencia y vida
angelical fueran frecuente tema de conversación entre los monjes y, sobre
todo, con los piadosos peregrinos que acudían al monasterio de San Millán
de Suso. Esta me parece la explicación más obvia y natural de este verso
de don Gonzalo de Berceo, que se lee ,al principio de la Vida de Santa
Oria:
Essa virgen preciosa de quien fablar
solemos.
PERSONAJES
CONTEMPORÁNEOS DE LA SANTA
Poco
tiempo después de la llegada de la Santa a Suso, tuvo la niña ocasión de
presenciar un acontecimiento que deslumbraría su vista, nada acostumbrada
a tales espectáculos, y que impresionaría vivamente su imaginación. El 29
de mayo del año 1053 hallábanse en el monasterio de Suso el rey don García con
la reina doña Estefanía, acompañados de toda su corte y de los obispos
Sancho de Pamplona, Gomesano de Calahorra y de Castillla la Vieja, y
García de Alava. Se habían reunido para trasladar el cuerpo de San Millán
del antiguo al nuevo cenobio, que le habían preparado. !Cómo conmovería el
ánimo de la inocente serranilla la fastuosidad de los ropajes reales y
pontificales y el despliegue majestuoso de las ceremonias litúrgicas !
Pero al trasladar estas sagradas reliquias del monasterio de Suso al de
Yuso, con ellas se trasladaba también el piadoso alborozo de las romerías
y el esplendor y fausto de las visitas de los reyes y de los magnates,
quedando el monasterio de Suso envuelto desde entonces en una atmósfera de
austera soledad y de impresionante silencio. En este ambiente, tan
propicio a la vida contemplativa, se deslizaron los cortos años que Santa
Oria pasó en este mundo entre penitencias y gracias celestiales. Don
Gonzalo de Berceo dedica más de la mitad de las estrofas de su Vida a
describir las visiones que tuvo la Santa. Guiada una vez por las santas
vírgenes Agueda, Cecilia y Eulalia de Mérida, es introducida en el cielo,
donde contempla el desfile de los diversos coros de los santos. Al llegar
el grupo de obispos,
conocio la
reclusa en essa procesion al obispo don Sancho, un precioso
varon: con el a don Garcia su leal compannon que sirvio a don
Christo de firme corazon.
El padre Mecolaetea en el
Catálogo que hizo de los santos y varones ejemplares del monasterio de San
Millán incluye a esos dos obispos de esta forma: «Don Sancho, obispo de
Náxara, hijo de esta Casa, que tuvo grandes visiones; don García, obispo
de Alaba, hijo de esta Casa. A estos dos prelados vio Santa Aurea en la
gloria, como consta en su vida». Don Sancho
tuvo un pontificado muy dilatado. Se extiende desde el año 1026 hasta el
de 1045 y durante algunos años gobernó también la diócesis de Pamplona.
Como dice el padre Pérez de Urbel, parece haber sido uno de los hombres de
la confianza de Sancho el Mayor en los años de su reinado. Aparece por
última vez su nombre en una escritura del año 1045 con estas palabras :
«Ego igitur Sancius episcopus que hec domino revelante, per vísionem
agnovi, domino meo Garseano rege ut hoc perficeret exoravi et confirmo».
Muy probablemente en esta frase se apoyaría el padre Mecolatea para decir
que él tuvo grandes visiones. De don García
dice el padre Argáiz en el tomo segundo, folio 325, de la Soledad
laureada: «Llegó el año de 1036 y a los principios dél se nombra abad de
San Millán, en cierta carta de cuenta, muriendo luego. Su muerte fue
preciosa en los ojos de Dios. y tengo para mí que éste es de quien se
habla en la casa de San Millán en la historia de Santa Aurea, de que
aquella Santa vio al abad y obispo don García y al abad y obispo don
Sancho entre los bienaventurados, y dél habla el Catálogo de los hijos
ilustres diziendo: 'Garsias abbas et episcopus". Era MILXIll».
Tanto el padre Risco en el tomo XXXIII de la
España Sagrada como el padre J. Pérez de Urbel en Sancho el Mayor de
Navarra aluden a estas palabras del padre Argáiz.
De muy distinta manera se habla en la estrofa
siguiente a la anterior, de otro abad de San Millán y después obispo de
Calahorra. Prosigue don Gonzalo :
Dixieronli los martires a Oria la
serrana : el obispo don Gomez non es aquí, hermana : Pero que trayo
mitra fue cosa muy llana, tal fue commo el arbol que florece e non
grana.
Estamos, al
parecer, ante un abad tímido y falto de carácter, que tuvo la mala fortuna
de enfrentarse con don García el de Nájera, un rey de corazón noble, pero
de violentos arrebatos que con frecuencia le hacían traición. El abad, en
lugar de ponerse decididamente al lado de su subalterno, el santo prior
Domingo Manso, y apoyarle en su franca y abierta resistencia a las
injustas pretensiones del rey, se pliega, cobarde, a las exigencias de
éste, privando del priorato al integérrimo monje y relegándolo al mísero
monasterio llamado Tres Celdillas o San Cristóbal, en Tobía, cerca de
Matute. Grimaldo, en la Vida de Santo Domingo de Silos, dice: «Conociendo
el abad la voluntad del rey y herido ya en su corazón por el mortífero
dardo de la envidia, lo priva del priorato y lo arroja del monasterio
destinándolo al lugar denominado Tres Celdillas». y don Gonzalo de Berceo,
traduciendo a Grimaldo, escribe:
El abbat non firme fue ayna cambiado, era commo
creemos de embidia tocado: otorgoli al rey, que lo farie de
grado, nin fincarie en casa nin en el priorado.
Tuvo lugar
la destitución el año 1040, y este mismo año o el siguiente, viendo Santo
Domingo que ni en San Cristóbal de Tobía le dejaba el rey vivir tranquilo,
se destierra voluntariamente de su patria y se dirige a Burgos al amparo
del rey don Fernando, hermano del de Nájera.
Don Gómez, o Gomesano, fue abad de San Millán desde el año 1037 hasta el
1045 ó 1046. El año 1037 un presbítero llamado García de Badoztani hace
entrega de sí mismo y de su monasterio de Santa María al asceterio de San
Millán y el abad don Gómez. El primero de julio de 1043, el rey don García
y la reina Estefanía, su mujer, dan a San Millán ya su abad don Gomesano
una casa en Leciñana, cerca de Viloria, patria de Santo Domingo de la
Calzada. En
1046 es consagrado obispo de la tierra de Nájera don Gómez, y los reyes,
como obsequio por su ordenación pontifical, le dan el monasterio de Santa
María, en el valle de San Vicente. En el mismo año de 1046 hacen donación
al venerable padre Gomesano, obispo, de toda la heredad y posesiones de
Iñigo, presbitero de Alesanco. A Sancho, obispo de Pamplona, ya García,
obispo de Alava, sigue nuestro Gomesano, que se titula obispo de
Calahorra, conquistada el año anterior por don García de manos de los
moros. Este es, pues, el obispo don Gómez, que no vio Santa Oria entre los
obispos santos. Los que escribieron la vida de Santo Domingo de Silos
-Grimaldo, Gonzalo de Berceo, el padre Ambrosio Gómez y fray Sebastián de
Vergara narran los sucesos sin nombrarlo, pero los padres Mecolaeta y
Romero, que tejieron el catálogo de los abades de San Millán, le dedican
breves pero expresivos párrafos. El padre
Mecolaeta en su Catálogo: « Del abad y obispo Gómez hay largas y gloriosas
memorias hasta los años de 1047 y más adelante y en la Vida de Santa Auria
núm. 15, donde no son tan gloriosas sus memorias porque, echado de menos
entre otros prelados que vio en el cielo, y preguntando por él, le fue
respondido que no estaba allí, porque preocupado con las tareas de la
corte e implicado con los negocios del siglo por ser demasiado celoso del
servicio del rey de la tierra, se quedó helado en la virtud cometiendo
grandes faltas en la obligación pastoral». Y
el padre Romero anota en el suyo: «A este abad pertenece el suceso de
haber despojado a nuestro Santo Domingo de Silos del priorato del
monasterio de San Millán, a solicitud del rey don García, lo cual sucedió
en el año de 1040, como vimos en otra parte, y el de haberle desterrado a
Tres Celdillas, que se cree ser San Cristóbal de Tobía. Así este suceso no
le es muy glorioso y menos el de la visión de Santa Auria, de que dejamos
hecha mención en las memorias de su obispado».
Además de estos tres obispos, hijos del
monasterio de San Millán, menciona don Gonzalo a otros varios
bienaventurados, como conocidos por Santa Oria en sus arrobos y visiones,
pero acerca de ellos no tenemos ninguna noticia que añadir a la mención
hecha por el poeta.
MUERTE
Y SEPULTURA
Tres únicas fechas
jalonan la corta vida de Santa Oria: la de su nacimiento, la de su
reclusión con su madre en el monasterio de Suso y la de su gloriosa
muerte. Sobre ésta se expresa así el padre Plácido Romero: «Llegó el de
1069 o, si quieres, el de 1070, año del glorioso tránsito de nuestra monja
la virgen Santa Auria, que murió el día de San Gregorio en el santuario y
abadía decadente de San Millán de Suso, y aquí es donde nuestro abad don
Pedro, acompañado de mucho número de monjes y ermitaños, que tan poblado
estaba aún aquel sagrado desierto, asistió a la Santa en su última hora
haciendo con ella todos aquellos oficios propios de un buen prelado que
sabe ha de dar estrechísima cuenta a Dios por las almas que ha confiado a
su cuidado; y no contento con esto, dispuso que, después de mortajado
aquel santo cuerpo con los hábitos monacales, así él como todos los otros
monjes y ermitaños no se apartasen de él hasta que fuese enterrado, y todo
aquel tiempo lo emplearon santamente en rezar repetidas veces todo el
salterio. Bien sabía el abad don Pedro la grande virtud y santidad con que
había vivido y muerto Santa Auria y por lo mismo mandó fabricarle un
sepulcro distinguido, de piedra labrada, que aún hoy vemos detrás de la
iglesia: esto a la verdad lo dispondría el abad don Pedro, pero por lo que
pertenece al epitafio escrito sobre el sepulcro, es cierto que no se hizo
entonces, pues contiene también el elogio de su santa madre, Amuña, que
murió después y fue asimismo enterrada en el mismo sepulcro».
Pusieron en la lápida de su sepulcro, dice
otro manuscrito del archivo, el siguiente epitafio que hoy apenas se lee
por la injuria del tiempo :
Hunc, quen cernis lapidem scultum, sacra tegit
membra beata. Simul Aurea virgo cum matre Amunia quiescunt femina.
Et quia pro Xpo arctam duxerunt vitam simul cum eo meruerunt coronari
in
gloria.
Algo extraña esta
construcción latina del primer verso, pero así aparece en los manuscritos
y así la mantenemos. Don Gonzalo de Berceo la tradujo de esta manera :
So esta piedra que veedes yace el
cuerpo de Santa Oria. e el de su madre Amunna, fembra de buena
memoria; fueron de gran abstinencia en esta vida transitoria; porque
son con los angeles las sus almas en gloria.
El señor Sandoval trae el epitafio
con bastantes variantes. En lugar de «femina» dice « in urna», y la última
línea la escribe así :
Simul cum
beatis laetantur in caelestia regna.
El manuscrito que acabamos de
mencionar hace esta versión, al parecer del padre Mecolaeta:
Esta lápida que ves escrita,
cubre los miembros sagrados de Auria y Amunia de los que es urna
este suelo.
Y porque las dos por Cristo con austeridad
vivieron hoy en El y con sus santos gozan alegres del
cielo.
Sobre el enterramiento y sepultura de
Santa Oria hace el Obispo de Pamplona, don Prudencio de Sandoval, algunas
afirmaciones poco ajustadas a la verdad. Escribe lo siguiente :
«En una memoria de
mucha antigüedad se dice: B. Auria quae fuit reclusa in cenobio ,S.
Aemiliani superioris requiescit ibi in quadam specu post basilicam eiusdem
loci». El señor Sandoval
traduce así : «La Bienaventurada Santa Auria,
que fue monja cerrada deste monasterio de San Millán de Suso, descansa
allí en una cierta cueva debaxo de la iglesia de mesmo
lugar».
Adviértase la impropiedad de
traducir las palabras «post basilicam» por «debajo de la iglesia», cuando
debía traducir diciendo «detrás de la iglesia». Este pequeño desliz le lleva a decir que la sepultura está a la
entrada de la iglesia y que se baja a ella por una escalera estrecha de
treinta y cinco pasos; y la verdad es que se subía a ella desde la
sacristía por una escalera, porque cavado el sepulcro en la roca viva, su
altura viene a estar a nivel del alero del tejado de la iglesia. He dicho
«se subía», en pretérito, porque con las reformas hechas ya hace años en
la iglesia, se cortó la comunicación de lo que era sacristía con el
sepulcro de la Santa. En el párrafo que hemos
copiado del padre Romero sobre la muerte de Santa Oria habla el ilustre
archivero de la abadía «decadente» de San Millán de Suso. Es claro que no
debe darse a la palabra «decadente» el sentido de que los monjes que
quedaron en ella fueran poco a poco decayendo de su antiguo fervor y
que la disciplina monástica se fuera relajando. Nada de eso. Precisamente,
a ese venerable cenobio se retiraban siempre los monjes que querían llevar
una vida espiritual más intensa. En él, como el más apropiado, inició, en
tiempos de Felipe II, el Venerable Sebastián de Villoslada con varios
religiosos del monasterio de Suso una reforma sumamente austera y a él
dejó el Eminentísimo Cardenal de Aguirre una notable parte de sus bienes
para que lo habitaran perpetuamente monjes virtuosos, doctos y ejemplares,
pues, como dice en su testamento, «este convento es el más venerable de la
Congregación». Llámale «decadente» porque
trasladado el cuerpo de San Millán al recién construido monasterio de Yuso
y trasladada también la mayor parte de la comunidad religiosa, el
monasterio de Suso perdió su importancia. Todo el afán de los abades era
engrandecer la nueva fundación centrando sus esfuerzos en el culto
esplendoroso de las reliquias de San Millán, en cuyo honor el abad don
Blas mandó construir y labrar la riquísima arqueta-relicario tan conocida
por sus tarjetas de marfil. Una vez colocadas las reliquias en tan magnifico
relicario, fueron trayendo los abades a este monasterio de Yuso los restos
de los santos y santas que con San Millán estaban relacionados, para que
le sirvieran al Santo de corte de honor. El año 1090 fueron traídas de
Bilibio las reliquias de San Felices. En 1454 el abad don Diego de Vergara
trasladó desde San Cristóbal de Tobía los cuerpos de los Santos Citonato,
Sofronio y Geroncio. El abad fray Pedro de Medina, el año 1573, enriqueció
este grandioso templo con los restos de Santa Potamia, que reposaban en la
iglesia de San Jorge. Finalmente, el año 1609, fray Diego Salazar bajó con
gran solemnidad desde el monasterio de Suso a éste de Yuso las sagradas
reliquias de Santa Oria, predicando en esta traslación el abad de
Nájera.
SAN MILLÁN DE LA
COGOLLA (reedición) - Trabajos en colaboración -
Director: Juan B. Olarte Páginas 157-180
Librería Editorial Augustinus
Madrid - 1976 |
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