La condena que recibe Alejandro Magno en El libro de Alexandre adquiere verdadera significación cuando analizamos la obra desde las condiciones de su producción: el exemplum negativo encarnado en el destino de Alejandro sirve a los propósitos clericales de la época inscribiéndose dentro de una tradición de didactismo moralizante. La intencionalidad del autor se vincula directamente con la defensa de las concepciones estática y pragmática de los saberes y con un modelo de sabio que debe practicar tanto la clerecía como el cristianismo. El fundamento de la medievalización de las fuentes épico-latinas alejandrinas en El libro de Alexandre es la recreación de una dimensión moral y cristiana a través de la subordinación de la sabiduría profana a una verdad religiosa superior. “La intencionalidad didáctica explica la transformación medievalizante de la narración clásica”[1] .
Un depósito de saber
“A [una] vida social
condicionada por las posibilidades naturales (...) se corresponde una noción de
saber que, como la cosecha, se repite y se deposita para hacer posible la
satisfacción de unas necesidades de abastecimiento que permanecen no menos
inalterables”[2].
La concepción estática del saber es la que domina en el hombre de la Edad
Media bajo la forma de un depósito de saberes fijos, universales y completos;
sólo queda repetir estos conocimientos establecidos. Concepción estática de la
vida facilitada por los condicionamientos de las circunstancias técnicas y
económicas e ideas conservadoras del saber y de la sociedad que funcionan dentro
del dispositivo de una mentalidad basada en la repetición de modelos en tanto se
aspira al mantenimiento de las estructuras vigentes.
La idea medieval de
saber no presenta puntos de contacto con nuestra concepción moderna de
creatividad, originalidad e investigación aplicada a los saberes, sino
básicamente con la reproducción y comunicación de conocimientos
fijos; aquél que aspire a la sabiduría no se preocupará por ensanchar los
dominios de su conocimiento sino por apropiarse de lo ya conocido. El saber se
aprehende; esta es la noción que subyace a la sentencia “aprende el
saber”, que aparece en Flores de Filosofía.
En El libro de Alexandre, Alejandro Magno es presentado como un caso particular, una figura ambivalente en quien se combinan el extraordinario aprendizaje de los saberes considerados ideales junto con la voluntad de quebrar los esquemas del conocimiento de esta sociedad tradicional basados en la mera acumulación de saberes conocidos. La utilización de ejemplos es una estrategia característica de los modos de presentación del saber en la Edad Media, empleada en las colecciones de exempla, sermonarios y tratados didácticos y morales de la época. “Para un saber estático de finalidad moral, nada más adecuado que el ejemplo”[3]. Dentro de esta tradición debemos enmarcar la producción de El libro de Alexandre.
Además de su caracter
estático, el saber, en la Edad Media, tiene un carácter de aplicación
práctica a la conducta de la vida. Un saber que no trasciende al campo de la
acción es considerado un saber vano. San Bernardo condena la vana erudición
desde sus Sermones sobre el Cantar de los Cantares:[4]
“...no aprender por vanagloria, o por curiosidad,
o por algo semejante, sino sólo para tu propia
edificación o la del prójimo. Porque hay quienes
quieren saber con el único fin de saber,
y es torpe curiosidad”
Sermón 36
La necesidad de la puesta en
práctica del saber también aparece indicada en el prólogo de Calila y Dimna[5]:
“dicen que el saber no se acaba sino con la obra,
y el saber es como el árbol y la obra es la fruta,
y el sabio no demanda el saber sino por aprovechar
de él”
Podemos caracterizar desde este
punto las formas del saber que aparecen en El libro de Alexandre
Inicios del saber
(Primer momento)
La primera parte de la
obra se constituye como el período de formación del héroe en el mundo de la
clerecía y la caballería:
16 Su padre, a los siete años le puso a aprender;
dióle maestros buenos, de seso
y buen saber,
los mejores que pudo en Grecia
escoger
que de las siete artes supiesen
entender
En este fragmento[6],
el poeta alude al ciclo de los estudios establecidos desde el primer
renacimiento carolingio, que consta de siete “artes liberales”. Tres disciplinas
de iniciación, que conforman el trivium: la gramática, la retórica
—aprendizaje del discurso— y la dialéctica —aprendizaje del razonamiento— y
cuatro disciplinas terminales (quadrivium): aritmética, geometría,
astronomía y música. Estas siete vías del saber conducen a la teología[7].
Si bien no accedemos al proceso de aprendizaje de Alejandro, más tarde esta
información es recordada retrospectivamente por él en su conversación con el
maestro Aristóteles. Allí nos enteramos de la confirmación de la suma de los
saberes adquiridos por él: la gramática: “escribo y versifico, conozco la
figura, de memoria yo sé autores y lectura”, los argumentos de lógica: “yo puedo
a un contrario poner en mal lugar”, la retórica: “sé hermosamente hablar,
adornar mis palabras y a todos contentar”, otros conocimientos
útiles como la medicina: “sé interpretar el pulso y el líquido orinal”, la
música: “sé hacer gustosas notas, las voces concordar” y la astronomía: “de los
signos solares o de su fundamento no se me oculta nada, ni siquiera un acento”.
Sin embargo, estos únicos saberes —el ejercicio de la clerecía, como lo llama el
Libro—, son incompletos para los propósitos que persigue Alejandro.
Además de esta cultura “escolar”, Alejandro desea ser adiestrado en el manejo
de las armas para iniciar su proyecto de liberación de Grecia del dominio persa.
A partir de aquí comienza su iniciación caballeresca; desde los consejos del
sabio Aristóteles en el regimiento de príncipes sobre táctica guerrera
(los consejos de evitar la cobardía en la batalla, aprender a usar diestramente
las armas, alentar a los soldados, apiadarse de los enemigos) hasta la ceremonia
de su investidura como caballero, cuando se calza su ropas de guerrero y eleva a
Dios una oración ofreciendo sus dones y pidiendo su bendición. Alejandro
entonces, preparado en las artes y en las armas, va “en busca de aventuras por
su valor probar”, lo cual marca el inicio de una vida heroica y la exposición
práctica de los conocimientos adquiridos, conforme con la idea medieval de
utilidad y aplicación de los saberes. El éxito de sus conquistas son una
muestra de las habilidades que posee como estratega y de su destreza en el
manejo de las armas; la camaradería que Alejandro tiene con sus vasallos en lo
que se refiere a repartir los botines de guerra, escuchar sus consejos y
compartir sus decisiones y la cantidad de comentarios eruditos de Alejandro,
como la larga disgresión sobre la guerra de Troya, son muestras de las
dimensiones de su sabiduría. Estos dos aspectos configuran la doble formación
del héroe, la caballería y la clerecía.
Además de la descripción
de la capacidades de Alejandro, aparecen desplegados en el texto algunos de los
saberes anteriormente agrupados bajo el nombre de artes liberales. Los
saberes médicos son encarnados por los médicos Filipo y Cristóbolo, que curan a
Alejandro respectivamente de un enfriamiento y de las heridas producidas durante
la toma de Sudatra; los saberes astronómicos aparecen expresados en el pasaje
que narra la explicación del eclipse de luna por el sabio Aristander de Egipto.
Las obras del escultor Apeles, que podríamos calificar de un saber “manual”,
también es digno de ser mencionado. El servicio que ofrece el poeta
al escribir el Libro es otro de los saberes que aparecen nombrados en el
texto, de cuyo arte afirma ser generoso pues si no “podría en culpa y en desdoro
caer”.
En esta primera parte del
relato, donde aparece la exaltación de las virtudes del héroe, Alejandro se
conduce como sabio, como caballero y como hombre cristiano. Sus
conocimientos adquiridos reciben una aplicación práctica. El pasaje de esta
condición cristiana a su condición pecadora se materializa cuando, frente a la
experimentación de los límites del mundo, la curiosidad lo lleva a infringir
los límites de mundo conocido.
Límites del mundo, límite del saber
(Segundo momento)
El saber, para los
pensadores medievales, está cifrado en figuras simbólicas: un mundo de signos
que remite a una ultrarrealidad que es la que cuenta[8].
Podemos detenernos en la iconografía simbólica de las decoraciones que aparecen
en la tienda de campaña de Alejandro, que ha montado antes del episodio final de
su muerte. El paño de la tienda presenta un mapamundi, cuya descripción coincide
con la concepción medieval del mundo que se manejó hasta el siglo XI en los
tratados eruditos como las Etimologías isidorianas y La general
Estoria: “Se pensaba que el mundo conocido era un área circular u oval,
dividida en tres continentes. Asia era la parte de Oriente y estaba separada de
Europa por el Tanais o río Don y de Africa por el Nilo, mientras que el
Mediterráneo separaba Europa de Africa”[9].
La Tierra aparece configurada como una esfera rodeada por el mar, a manera de
cruz griega cortada por dos ríos que la dividen en tres partes: Asia, Africa y
Europa. Estas tres partes del mundo son las que Alejandro observa desde el cielo
durante su viaje aéreo; el poeta establece una homología entre el macrocosmos y
el microcosmos al atribuírle a cada continente y a otros elementos de la
naturaleza como la hierba, el mar, las rocas y los ríos un correlato con algún
elemento del cuerpo humano:
2508 Lo solemos leer, dícelo la
escritura
que
nuestro mundo tiene del hombre la figura
La presentación de esta
visión medieval del cosmos como hombre, que “venía aceptándose casi unánimemente
desde siglos atrás, y pocos clérigo dejarían de conocerla glosada en más de un
sentido”[10],
teniendo en cuenta el dominio que Alejandro logra sobre los tres continentes
homologados con el cuerpo humano, es una estrategia literaria que funciona
con el objetivo de mostrar las dimensiones que adquiere la ambiciosa empresa
alejandrina.
La posesión del mundo
por Alejandro opera en dos niveles diferentes del relato: posee al mundo
simbólicamente en el paño de su tienda pero también lo domina literalmente
puesto que obtiene el pago de las parias de todo el mundo conocido, que lo
reconoce como señor.
El itinerario de
conquistas de Alejandro había sido el siguiente. Primero había conquistado
algunas ciudades de Europa: Tesalia, Corinto, Tebas. Luego, en el Asia Menor,
había rodeando las costas del mar Egeo, y conquistado las ciudades de Sardes,
Efeso, Mileto, Paflagonia, Halis, Ancira, Capadocia, Tarso, Damasco, Sidón,
Tiro, Gaza, Pentápolis, Jerusalén. Más tarde, en el Africa, llegó a Egipto donde
fue fundada Alejandría, y continuó con la conquista de Arbela, Babilonia, Susa,
Uxión, Persépolis, la Hircania, la Atrea, la Drangiana, la Gadrosia, la Arcosia,
la Bactriana y la región de Escitia. Fundó la ciudad de Bucefalia, tomó Sudatra
y volvió a Babilonia. Es en su tienda de campaña, en Babilonia, cuando recibe
las parias de “todas las tierras”, se convierte en “Rey de todos los reyes” y se
consolida pacíficamente su proyecto de dominación del resto del mundo.
La curiosidad geográfica,
orientada hacia el viaje de conquista es una de las características
primordiales de Alejandro. El sometimiento de las tierras conocidas, los viajes
aéreo y submarino, el deseo de “ver los infiernos” lo configuran como un
individuo que persigue descifrar misterios de tipo espacial,
geográfico. Cuando su curiosidad científica se impone sobre el afán guerrero y
se presentan los límites físicos de la tierra es cuando irrumpe en él el deseo
de conocer los secretos de otros mundos con la consecuente dominación de los
cuatro elementos (tierra: Asia, Africa, Europa; aire: cielo; agua: mares; fuego:
Infierno), que puede entenderse como un gesto de curiosidad intelectual, de
codicia material y de soberbia en tanto confía en su derecho a poseerlo y en su
capacidad de descifrarlo.
Alejandro es el ejemplo
de quien ha superado todos los grados posibles de sabiduría, quien domina todas
las habilidades valoradas de la época: las artes liberales, la clerecía, la
táctica bélica, la religión cristiana, además de poseer otras cualidades
carismáticas como la valentía y la compasión, consideradas actitudes
caballerescas; es su deseo desmedido de saber la causa que lo precipita hacia el
pecado y lo convierte en un exemplum negativo de vida.
El otro episodio que
marca la ruptura con el código tradicional del saber es el viaje de Alejandro al
fondo del mar
2306 Dicen que por saber qué hacen los pescados,
cómo vivían los chicos entre
los más granados,
en gran cuba de vidrio con
bordes bien cerrados,
metióse Alejandro con dos de
sus criados
Alejandro estudia el
comportamiento de los peces y deduce que en el mundo submarino se utilizan las
mismas actitudes que en el mundo humano (“Entonces vio el rey en aquellas
andadas cómo tendían los unos a los otros celadas”), que son producto de la
soberbia generalizada de los diferentes reinos de la Naturaleza. También
concluye que el miedo que los peces experimentan frente a su presencia es signo
del sometimiento de los pueblos del mar ante su autoridad (“Juró Alejandro visto
lo allí encontrado...y pensó que otro imperio había allí ganado”). Ante esta
conducta, relatada por Natura, Dios afirma:
2330 “El supo la soberbia de los peces juzgar
la que él mismo tenía no la
quiso aceptar:
hombre que tantos juicios sabe
bien sentenciar
por iguales sentencias le haré
a él mismo pasar”
La mirada de Alejandro
se asemeja a la mirada del científico que experimenta, extrae hipótesis y
conclusiones a partir del método de observación. Para Dios, sentenciar tales
juicios es caer en pecado, un pecado capital, que resulta de juzgar los errores
ajenos sin mirar los propios. Aquí se contradicen dos visiones de mundo, la
científica y la teológica; a causa de ello decide castigarlo con la muerte. La
protesta que Natura presenta a Dios se fundamenta en el argumento de que
Alejandro intenta usurparle el derecho de sus dominios naturales y conocer
“cosas que hombre ninguno llegó a conocer”. Intentar entender las “cosas
secretas”, ocultas para el hombre es caer en el pecado de soberbia. Así, “la
soberbia es un pecado intelectual, un deseo desmedido de saber, de conocer lo
que está fuera del alcance del hombre, lo que Dios se reserva”[11.
Los límites del mundo
terrestre funcionan como límites del saber: cuando Alejandro intenta ensanchar
los límites de su conocimiento, infringe la ley natural y sobreviene el castigo
divino. La intervención de Dios en la condena de Alejandro es una
medievalización fundamental; reelaboración de la materia clásica sobre la cual
se construye todo el edificio moral del Libro. Ninguna de las fuentes
latinas de la obra presenta este elemento, ni en el Alexandreis, de
Gautier de Châtillon, su fuente principal, en donde Natura se venga de Alejandro
por sus propios medios, ni en otra fuentes secundarias, como el Roman
d’Alexandre.
“En cuanto exponente de unos
conocimientos clericales, el autor no podía dejar de alabar una parte de la
personalidad del héroe, pero en cuanto transgresor
de aspectos fundamentales en la
sociedad medieval, Alejandro será
condenado”[12].
Intento de superación de la concepciones estática y pragmática del saber, y
castigo divino: el Libro de Alejandro se convierte claramente en portador de la
ideología de la época. En este punto advertimos cuáles son los límites del
texto: la cosmovisión medieval que circunda
y determina la producción de la obra,
la intencionalidad que subyace en ella y
nos ofrece un testimonio del horizonte de expectativas de la época, horizonte
literario y moral.
Bibliografía utilizada
Libro de Alejandro
(Anónimo), introducción, notas y texto de Elena Catena. Editorial Castalia,
Colección Odres Nuevos. Madrid, 1985.
Libro de Alexandre
(Anónimo), edición preparada por Jesús Cañas Murillo. Editora Nacional, Madrid,
1978.
Jacques Le Goff, Los
intelectuales en la Edad Media, Gedisa. S.R.
George Duby, Europa en la
Edad Media, Paidós, Barcelona, 1986.
Estudios de literatura española
en homenaje a Brian Dutton.
Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1996.
José Antonio Maravall,
Estudios de historia del pensamiento español. Ediciones Cultura Hispánica.
Madrid, 1973.
Caminería Hispánica,
Tomo III. Actas del II Congreso Internacional de Caminería Hispánica. Madrid,
1996.
Anuario de Estudios Filológicos
Nº XIX,
Universidad de Extremadura, 1996.
Actas III Congreso AHLM. S.R.
NOTAS [1] Libro de Alexandre. Edición de Jesús Cañas Murillo. Editora Nacional, Madrid,1978. Pág. 71. [2] José Antonio Maravall, Estudios de historia del pensamiento español. Ediciones Cultura Hispánica,Madrid, 1973. Pág. 220. [3] J. A. Maravall, Ibídem Pág. 259. [4] San Bernardo,Obras Completas . Tomo II. Madrid, 1955. Pág.261. [5] J.A. Maravall, Ibídem. Pág. 259. [6] Libro de Alejandro, versión de Elena Catena. Editorial Castalia, colección Odres Nuevos, Madrid, 1985. [7] Georges Duby, Europa en la Edad Media. Ediciones Paidós, Barcelona, 1986. Pág.77. [8] J.A. Maravall, Ibídem. Pág. 243. [9] Irene Andrés-Suárez, La geografía en el Libro de Alexandre, artículo publicado en Caminería Hispánica, Tomo III. Actas del II Congreso Internacional de Caminería Hispánica. Madrid, 1996. Pág. 66. [10] Irene Andrés-Suárez, Ibídem. Pág.68. [11] Isabel Uría Maqua, La soberbia de Alejandro en el poema castellano y sus implicaciones ideológicas, artículo publicado en el Anuario de Estudios Filológicos Nº XIX, 1996. Pág. 516. [12] Juan Manuel Cacho Blecua, El saber y el dominio de la Naturaleza en el Libro de Alexandre, artículo publicado en las IIIº Actas del Congreso AHLM, S.R.
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