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Año 1000, más allá de los natural.
Varias historias tomadas en el mismo movimiento, parecen complacerse en marchar de modo distinto. Una corre hacia un desenlace rápido: es la historia de la multitud de acontecimientos. La otra, pausadamente, se encamina a poner en peligro o a salvar a los pueblos según la evolución económica, demográfica, biológica incluso: es la historia de las estructuras. La última, en fin, la más lenta de todas, es también la más profunda y por ello mismo la más descuidada: es la historia de las creencias, de las ideologías y de las estructuras mentales. A ella se deben supersticiones, leyendas y saberes. Esta manera de ser de nuestro universo (o esta manera de no ser), es tan importante como el aspecto material (antagónico muy a menudo) de nuestra vida y nuestro medio. Lo maravilloso y lo cotidiano se hallan así ligados por dos historias paralelas, relacionadas a tal punto que lo real. en ciertas ocasiones, llega a participar de lo sobrenatural. de lo maravilloso, mientras que lo maravilloso entra en la realidad de manera eficaz y sólida. El hombre, infinitamente pequeño en un universo que se ensancha a medida que los conocimientos prosperan, siente la necesidad de alcanzar otras dimensiones; ésta es la ventaja del mito: sin perder nada de su humanidad, el hombre gana con él algo divino que le conduce a las grandes hazañas, a la fuerza suprema, a la invulnerabilidad. al menos por un tiempo. Los mitos heroicos representaban, por tal motivo, la gran evasión de los griegos. La Edad Media ha elaborado, con menos amplitud, un conjunto de leyendas donde el deseo de aventura encuentra con qué saciarse. En el maravilloso mundo medieval. no solamente el hombre, también el universo se hace propenso y dócil a lo extraordinario. ¿Por qué? Sin duda porque, realmente, el hombre de aquel tiempo, el mismo de los terrores del Año Mil, descubre nuevos medios de acción sobre el mundo y la naturaleza. El milagro. la hazaña, el «poder», constituyen. al nivel común, la explicación sana y tranquilizante de cómo se actúa sobre el mundo. El hombre no acepta ser todopoderoso: ello supone una responsabilidad demasiado grande. La intercesión de los santos y la intervención de Dios o del demonio, el sabio concurso de los hechiceros. le devuelven la serenidad y la paz del espíritu en ocasión de arduos empeños. Es así como todas las grandes realizaciones técnicas se atribuyen al diablo: los «puentes del diablo», por ejemplo, son innumerables. Y aún subsisten muchos hoy día, con toda su carga de leyendas acumuladas a través de los siglos. Hay en todas las obras del hombre algo que parece cumplirse más allá de él. sin él y, no obstante, para él. Lo maravilloso viene dado por este aspecto de la realidad que el hombre recibe. vive y acepta, creyente, por otra parte. de que le corresponde. Lo maravilloso son todas estas trascendencias y lo que las motiva.
Las maravillas Los seres sobrenaturales se mueven, pues, en el espacio y en la vida cotidiana. El mundo real está impregnado por lo maravilloso. Más allá del mundo concreto, donde viven los hombres, se extiende un universo extraordinario. No se trata de un ultramundo religioso de paraísos o infiernos. Es un más allá de la imaginación; mejor dicho, una prolongación imaginaria del mundo real. Hay países en donde viven seres fantásticos. Países de hombres con grandes orejas; también de hombres con cabeza de perro. El país de los hombres con cabeza de perro es el Oriente. Existía una antigua tradición griega (una descripción de la India por Ctesias) de hombres con cabeza de perro poblando las regiones orientales. Pero la tradición de la Edad Media está, sin duda, más ligada a las fábulas del Asia oriental; un reino de perros está mencionado en una historia de Tcheu, y los anales de las Cinco Dinastías (907-960) dan una descripción completa del país de Keu, región en donde los habitantes cinocéfalos se entienden a ladridos. También se decía que los perros eran los antepasados de otros pueblos, como los javaneses y los ainos. Esta fauna invade la iconografía occidental durante el siglo XI, como una de las consecuencias, sin duda, de los intercambios entre Oriente y Occidente. Es por la misma época (el hecho es significativo) cuando el primer camello portador de mercancías llega a Colonia. En Oriente, siempre en Oriente, de IÍrboles extraordinarios penden como fruta cabezas humanas. La leyenda tiene varias versiones. Unas, dicen que este árbol prodigioso crece en una isla lejana y lleva en su ramaje las cabezas de los hijos de Adán. A la madrugada y al anochecer, grita: wak-wak y entona himnos al Creador. Según otras, tales árboles tienen por frutos cuerpos enteros de mujer y sus llamadas de «wak-wak- son de mal augurio; esta leyenda se relata en los Libros de las maravillas de la India (siglo x), donde se hace referencia a un árbol cuyos frutos, parecidos a calabazas, ofrecen cierto parecido con rostros humanos. Pero la primera mención conocida corresponde a un relato chino, T' ong-tien, de Tu-Yeu, redactado después de su cautiverio, a raíz de la batalla de Talás en 751, y después de su estancia entre los árabes. El texto precisa exactamente su procedencia: el rey de los Ta-che (los árabes) había enviado una expedición marítima cuyos miembros, al cabo de ocho años de navegar, descubrieron una gran roca cuadrada. Sobre este peñasco había un árbol cuyas ramas eran encarnadas y las hojas verdes. Sobre el árbol había crecido una multitud de niños; eran largos de seis a siete pulgadas; cuando veían hombres, no hablaban pero podían reír y agitarse. Cuando los hombres los descolgaban y los tomaban en sus manos, se secaban y volvían negros. Los enviados regresaron con una rama de este árbol. Todo es posible Hay también países maravillosos donde las plantas hablan o la flora y la fauna se entrelazan en perpetuas metamorfosis; los pájaros de colores vivos nacen en los granados, los hombres se transforman en árboles, otros dejan de vivir, fijados para la eternidad en una figura de piedra. Entre los artistas se despierta la conciencia de un poder de creación. Precisando, puede decirse que fueron los pintores chinos los más sensibles a este despertar. La moda de la pintura china, en la época de los Song (960-1126, para los Song del Norte), es el paisaje, pero un paisaje grávido siempre de vida interior, una naturaleza cercana de continuo a la metamorfosis. La explicación viene dada por el pintor Song Ti (después de 1074): «Escoged una vieja pared en ruinas, extended sobre ella un trozo de seda blanca. Miradlo de día y de noche, hasta que por fin podáis ver la ruina a través de la seda, sus sinuosidades, sus niveles, sus zigzags, sus grietas, grabándolo en vuestros ojos y vuestro espíritu. Haced de las prominencias montañas, de las depresiones aguas, de los huecos barrancos, de las grietas torrentes, de las zonas iluminadas vuestras proximidades y de las zonas en sombra vuestras lejanías; fijadlo todo en vuestro interior y pronto veréis hombres, pájaros, plantas, árboles y figuras volando o moviéndose. Así, podréis jugar con vuestro pincel en alas de la fantasía. Y el resultado será algo del cielo y no del hombre». En este mundo donde las formas son inciertas, abocadas a una perpetua transformación, todo es posible. La biología se libera de los límites estrechos de la vida y de la muerte: muertes aparentes, resurrecciones, extraordinarias supervivencias, curaciones milagrosas. La historia se desentiende del tiempo: el pasado más profundo y el porvenir más lejano afloran en la superficie del presente. Es rasgo común a todas estas representaciones históricas vestir las personas y las cosas, sea cual fuere la distancia cronológica del acontecimiento, con los atavíos de la actualidad.
No se libera el arte del encerramiento concreto y de la sujeción de la atmósfera moral. más que por resortes materiales: para volar, se tienen alas; para desplazarse tan rápidamente como la luz, hay vehículos como la alfombra mágica o las botas de siete leguas. Todo este arsenal parece, a simple vista, ridículo. En realidad tiene un gran significado, como afirmación de una entrega al movimiento metamórfico del mundo, cuyas manifestaciones económicas, políticas y sociales ya fueron analizadas. La omnipotencia y la omnipresencia son afirmaciones de este nuevo espíritu. Estas suprimen, en sus representaciones del mundo y de los seres, todo lo que les ata al espacio-tiempo, medido por la física normal. Una condición técnica desarrolla la expansión plástica de tal concepto: es el desconocimiento, quizá mejor dicho, oposición a las leyes de la perspectiva. Es más fácil, de esta manera, liberar al personaje de ataduras como la gravedad, la distancia, la relación de las dimensiones, las convenciones del movimiento... De esta facilidad deliberada procede el gran acierto de los frescos: hemos citado varios ejemplos, occidentales, precolombinos, orientales. El fresco precolombino de Tepantitla, es de todos el más próximo a la perfección. Tiene, casi, el valor de una revelación manifiesta. El tema es un paraíso, un Más Allá del espacio; allí se representa el gozo de los escogidos en un mundo encantador de agua, flores, árboles y cánticos; el movimiento de los cuerpos se suaviza por las aguas que sobre ellos discurren acariciadoras y ondulantes; se trata, en definitiva, de un plano distinto al de la creación: la fluidez, la ligereza, la movilidad de la materia, la libertad de los cuerpos en el espacio, la espontaneidad de la vida, todo colabora a hacer plásticamente sensible la liberación de los seres respecto a las cotidianas ataduras de este mundo. Los frescos catalanes, con menos esplendor en el florecimiento de los seres y las plantas, transfiguran de igual modo los acontecimientos y los hombres. La embajada portadora de presentes, bajo las vestiduras de los Reyes Magos, se mueve en un pretérito que parece actual, pero con dimensiones eternas; el anacronismo es una manera de negar la Historia o la historicidad de la anécdota escogida como pretexto, abriendo una nueva dimensión, más allá del tiempo vivido. Los frescos de la India, son, hacia el Año Mil, la resultante de una esplendorosa tradición, más ligada a cánones formales y a un estilo elaborado, influidos por la plástica griega. El arte hindú tiene sus trabas, inhibiciones que, durante el Renacimiento, el Occidente, asimismo, padecerá. Pero este afán por la representación exacta, este ideal de belleza conseguida mediante la sumisión al canon, es impulsado por un amor al esplendor de los cuerpos y al dinamismo de las formas que, pese a su excesivo realismo, vivifica al arte hindú. No hay aquí el expresionismo del fresco precolombino o románico. El virtuosismo técnico suprime las cualidades que las pinturas murales del Año Mil ganan ignorando las sutilezas según las cuales la apariencia de la tercera dimensión viene dada sobre las dos dimensiones del plano. Desde el siglo VI, los frescos de Ajanta, luego los de Ellorah, sugieren la perspectiva, tanto si se trata de representar la vida palaciega como del pintoresquismo de un palafrenero bregando con sus corceles; el movimiento se traduce según las deformaciones impuestas por la perspectiva; en realidad, Mantegna antes de Mantegna. El resplandor del ser Hay otra manera de traducir la emancipación frente al espacio y el tiempo. Si el ser les escapa, está omnipresente: no solamente traspasa, como los espíritus, las barreras físicas del tiempo y el espacio, sino que además, puede, a voluntad, hallarse simultáneamente en diversos lugares. La pintura representa esta ubicuidad, multiplicando los personajes en un espacio que conserva su coherencia y estrechez. En el fondo, no se hace cuestión del mundo; sólo la manera de ser es revolucionaria. Es esto lo que, confusamente, todos los artistas interpretan: la independencia del protagonista, del hombre, se acentúa mediante el voluntario desconocimiento de las proporciones y la repetición del mismo personaje en acciones simultáneas. Como si la envoltura del ser no fuera, en estas reproducciones múltiples, más que la traducción de un mismo principio, a imagen de la vieja tradición de las variadas reencarnaciones de los dioses, y, desde luego, a imagen de las metamorfosis del mundo en los años Mil. Compenetrándose con los dioses que «cambian., el hombre toma partido por el diablo, cuya versátil condición se opone al Dios inmutable de la ortodoxia y al orden monolítico y tradicional. En realidad, los antiguos dioses se instalan de nuevo en las creencias, porque son más aptos para presidir un mundo en plena transformación: en Occidente renacen con apariencia diabólica y en Oriente bajo el rostro apenas cambiado de los antiguos dioses del brahmanismo. En América precolombina, las nuevas corrientes amenazan de modo más profundo la existencia de la teocracia. su preeminencia y privilegios; las transformaciones sociales se hacen. poco a poco. incompatibles con la dictad exclusivista de la casta sacerdotal. Entre los mayas, la mitología expresa la de de los sacerdotes por la desaparición del antiguo dios, al que se dirigían especialmente las devociones de dicha casta, hay, sin embargo, una reserva respecto el porvenir: el dios que desapareció por el Oeste volverá por el Este, con piel y barba blancas. Se dice que esta creencia favoreció considerablemente la instalación de los españoles, cuyo jefe, Hernán Cortés, respondía en algunos puntos a tales señas. La metamorfosis de los seres y de los dioses es, también, la transposición plástica de una vivencia del Año Mil: la de un irresistible gran cambio universal. Se ha de conocer el mecanismo de estos cambios para controlar sus procesos: es esta coyuntura cuando, en el mundo entero, las técnicas para el dominio del mundo a través de sus transformaciones fijan y perfeccionan métodos y sistemas. A estas transformaciones se aplican la alquimia y la magia. Los adivinos y augures, asimismo, están en auge, porque es indispensable predecir los cambios a fin de dominar su curso. Las profecías se corresponden también con una gran inquietud de los espíritus, discrepantes con las nuevas concepciones y el nuevo orden de cosas y de fenómenos.
El dominio del universo
La dimensión impresionante de un mundo que cambia es su porvenir. Poseer los medios de penetrar este porvenir es una necesidad. Guardando las proporciones (no hemos de ceder en todo a las excentricidades de un lenguaje demasiado moderno) hay, no obstante, hacia el Año Mil una «preocupación operacional», incitadora de preguntas sobre el porvenir, las respuestas permitirían, anticipadamente. una «gestión prospectiva». El espíritu de la adivinación no responde a otro fin. Se cree que el conocimiento del futuro sólo se puede obtener por una mediación humana. Tal mediación es, indudablemente, la del profeta, su figura toma gran predicamento en la iconografía del Occidente cristiano, las profecías prometen, más allá del castigo, la reconciliación y la salvación: «La espada causará estragos en ciudades, exterminará a sus hijos, se cebará en sus fortalezas .... pero en mi pecho mi corazón se conmueve y se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no destruiré más ... porque soy Dios y no hombre: frente a ti soy el Santo, y no me gusta la destrucción». En la iconografía precolombina, los profetas, directa o indirectamente, asumen también gran importancia. Un buen número de prácticas rituales son, simplemente una manera de formular augurios: el juego de pelota, por ejemplo. Ante la encrucijada histórica, se valorizan todas las técnicas de investigación del porvenir, la astrología en especial. Como una gran parte de los más antiguos ritos se liga a un simbolismo cósmico, todo se junta para que la vida religiosa se encamine hacia el estudio y previsión del porvenir terrestre. Hay otros caminos, además de la escatología. Dos al menos, que se fundan en posible influencia sobre las cosas y el desenvolvimiento de los fenómenos: la magia y la alquimia. Un tercer camino es el de la ciencia, pero ésta no ha alcanzado suficiente desarrollo en aquel tiempo; es el camino que pretende seguir la filosofía árabe, en especial la de Avicena: una explicación científica y racional del mundo y de sus fenómenos. Aventurado en una sociedad poco dispuesta a recibir tal en enseñanza, peligrosa para la fe, el intento de la filosofía árabe es fácilmente vencido a principios del siglo XII por Ghazzali. El mago, hacia el Año Mil, procura obrar siempre bajo la capa de la religión: refiriéndose a su poder, dice tenerlo de Dios; la magia no se ha secularizado aún y por ello, la operación mágica y el milagro vienen a ser casi lo mismo. Todo es aceptado y de nada se sospecha mientras no se trate sino de influir sobre los fenómenos. Pero si se quiere tocar a la esencia de las cosas, ello, evidentemente, representa culpar a Dios. Es proclamar que el hombre puede cambiar las cosas, darles otra naturaleza. La mutabilidad de la materia es el principio sobre el que se funda la alquimia.
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