FIN DE LA ESCENA DÉCIMA SEGUNDA
Acto IV
(incompleto)
Escena XIII
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Batalla de
Nájera
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ENRIQUE II
DE TRASTÁMARA |
¡Pedro, con tantos ingleses, |
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alemanes mercenarios, |
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y
gascones incendiarios, |
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tres
veces más que mereces, |
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en
la guerra te engrandeces! |
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Los
castellanos soldados |
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y de
Francia, mis aliados, |
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vamos a darte batalla. |
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¡Y
el de minúscula talla, |
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ya
arremete sin cuidados! |
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Ved
mis peones de brega, |
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con
sus ondas, lanzan piedras. |
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¡Ni
te abates, ni te arredras, |
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castellano, en la refriega! |
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¡Nadie, de cumplir, reniega! |
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(Ante el ataque de
EDUARDO
el Príncipe Negro y de
DON PEDRO I,
las tropas castellanas se sorprenden:)
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CORO DE
SOLDADOS CASTELLANOS |
Su
potro, azabache fiel, |
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capitaneando el tropel, |
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al
Príncipe Negro ved: |
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Sin
cuartel y sin merced, |
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en
sangre, sacia él su sed. |
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Negra su recia armadura, |
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noche su inmensa figura, |
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negra de muertes, su lanza, |
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en
medio del campo avanza, |
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su
tan siniestra negrura... |
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Y en
su morcillo corcel, |
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de
grandes bríos y alzada, |
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blandiendo un hacha acerada, |
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deja
muertos al granel, |
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intrépido, Pedro el Cruel. |
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ENRIQUE II
DE TRASTÁMARA |
Tal
que horrendas granizadas, |
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vienen las flechas voladas. |
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¡Adelante! Mano a mano, |
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usar
lanza ya es en vano. |
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¡Blandamos todos espadas! |
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¿Qué
pasa hermano don Tello, |
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que
has perdido ya el resuello? |
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¡De
pronto has dado la vuelta |
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y
ahora huyes, rienda suelta, |
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queriendo salvar el cuello! |
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¡Ah!
Maldita cobardía, |
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nos
hará perder el día. |
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¡Luchemos, avante, avante! |
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El
que caiga, se levante, |
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¡Seguid la bandera mía! |
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EDUARDO
PRÍNCIPE DE GALES |
¡Ya
los tenemos rodeados! |
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Tomad preso a du Guesclin, |
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su
muerte no está en el plan. |
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A
los que huyan, degollados, |
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quiero verlos recobrados. |
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¡Son
quinientas las cabezas, |
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que
hasta aquí han caído presas! |
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Para
don Pedro el regalo, |
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no
parece ser tan malo. |
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¡Vivan las lanzas inglesas! |
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DON PEDRO EL
CRUEL |
¿Dónde está el bastardo Enrique? |
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¡Oro
doy al que le ubique! |
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De
nobles, hay más de mil |
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en
este mortal redil. |
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¡Campana triunfo repique! |
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(Gran parte del
ejército castellano huye derrotado. Los
fugitivos tratan de cruzar el puente sobre el
río Nájera, pero la mayoría caen muertos a su
orilla.)
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BERTRAND DU
GUESCLIN |
He
matado casi cien. |
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Todo
en la lucha iba bien, |
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pero
Tello se ha rajado, |
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y he
terminado rodeado, |
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¡Que
me rindo admito. Amén! |
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(MOSÉN
BELTRÁN entrega su espada al
PRÍNCIPE DE
GALES.)
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PEDRO EL
CRUEL |
Triunfamos príncipe Eduardo, |
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¡Toca ahora castigar! |
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Du
Guesclin quiero matar. |
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De
vuestro amparo y resguardo, |
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entregadlo sin retardo, |
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que
es enemigo fatal. |
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Ya
ha hecho bastante mal |
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este
mercenario ruin. |
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¡Debemos ponerle fin |
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al
principal criminal! |
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EDUARDO
PRÍNCIPE DE GALES |
Este
enanillo bretón |
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va a
valerme cien mil francos. |
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Y
aunque se pusiere zancos, |
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galopare en león, |
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su
amenaza es ilusión. |
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Más
vale vivo, que muerto. |
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Y
así, don Pedro, os advierto |
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que
los nobles prisioneros |
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se
rescatan por dineros, |
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que
resarcen lo que invierto. |
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Y os
baste como castigo |
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de
vuestro odiado enemigo, |
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de
ahogados, el millar, |
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que
en el Nájera flotar |
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ha
visto más de un testigo... |
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(En el otro lado del
campo de batalla,
ENRIQUE II DE
TRASTÁMARA se lamenta:)
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ENRIQUE II
DE TRASTÁMARA |
En
el suelo veo caída, |
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mi
bandera, ya vencida... |
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Huyendo a Nájera van. |
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Se
ha entregado don Beltrán. |
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¡La
batalla está perdida! |
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Hastiado el sol, ya se oculta... |
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Si
la fuga me resulta, |
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Guerra has de ser reemprendida. |
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¡Francia dame tu acogida |
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y
entre tus frondas me oculta! |
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(ENRIQUE
DE TRASTÁMARA huye a galope hacia
Francia.)
[...]
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Breve estudio del tema
Esta
obra de teatro persigue
describir dramáticamente la
peculiar tragedia de don Pedro
el Cruel. Hijo de Alfonso XI, un
rey muy valeroso en la guerra de
reconquista contra los árabes, y
de la reina María de Portugal,
enfrenta este hombre de fuerte
carácter, desde que hereda la
corona muy joven aún, de apenas
diecisiete años, la oposición
capitaneada por su hermano
bastardo, el conde Enrique de
Trastámara, pretendiente al
trono. El odio entre sus
respectivas madres precipita la
desgracia y la guerra. La reina
María de Portugal se venga de la
amante de su esposo, doña Leonor
de Guzmán Ponce de León,
mandándola a matar en forma por
demás inclemente, aporreada,
para que sufra.
Después, en contra de toda
prudencia, don Pedro maltrata a
su prometida esposa, sobrina del
rey Juan de Francia, doña Blanca
de Borbón. Al no recibir
completa su dote, el rey Pedro
la desprecia y si bien se casa
formalmente con ella, la
abandona de inmediato. El pueblo
de Toledo y los hermanastros de
don Pedro apoyan a la reina,
pero ella es confinada y después
asesinada. Hay versiones de que
fuera envenenada o de que fuera
saeteada por el ballestero Pérez
de Rebolledo. Este crimen
inspirado por don Pedro suscita
condena en Castilla y Aragón.
Peor aun, en Francia, esta
afrenta obliga al rey Carlos V
de Francia a enviar tropas en
respaldo de don Enrique de
Trastámara bajo el mando del
gran militar y Condestable de
Francia, «mosén» Bertrand du
Guesclin. Los Papas en Aviñón,
primero Clemente VI, después
Inocencio VI y por último
Clemente VII, todos condenan a
don Pedro y lo excomulgan. El
rey de Aragón don Pedro el
Ceremonioso, mantiene por muchos
años la guerra contra don Pedro
el Cruel y apoya y reconoce a
Enrique de Trastámara como
pretendiente al trono y más
tarde como rey de Castilla,
legitimado y reconocido también
por el Papa. Pero don Pedro el
Cruel triunfa en muchas batallas
contra Aragón y, defendiendo su
corona legítima, comete
incontables ajusticiamientos y
atrocidades. Mata al gemelo de
Enrique de Trastámara, don
Fadrique, maestre de la Orden de
Santiago. Asesina al noble
Garcilaso y sus caballeros en
una iglesia; por escarmiento,
manda amputar las narices de
todos los habitantes de
Cariñena, una villa cercana a
Zaragoza, que luchó heroicamente
en defensa de Aragón. Ama don
Pedro solamente a María de
Padilla aunque por conveniencia
se case también con doña Juana
de Castro, hija de su amigo don
Fernando de Castro conde de
Lemos. María de Padilla muere
poco antes que la suerte de la
guerra se torne en contra de don
Pedro que pierde territorio ante
la invasión de don Enrique con
un ejército francés al mando de
Bertrand du Guesclin, asistido
por tropas rebeldes castellanas
y aragonesas. Huye por La Coruña
hasta Bayona y Burdeos, donde
obtiene el respaldo del
invencible príncipe Eduardo de
Gales, triunfador en Poitiers
contra el rey Juan de Francia, a
quien toma preso y libera, más
tarde, contra un inmenso
rescate. En la gran batalla de
Nájera, el ejército del príncipe
de Gales y de don Pedro el
Cruel, derrota a du Guesclin y a
don Enrique II. Las fuentes
principales que detallan
admirablemente los sucesos de
este tiempo son la Crónica
del rey don Pedro escrita
por el magistral don Pero López
de Ayala, testigo castellano de
los hechos, y Jean de Froissart,
insigne autor Flamenco, que
acompañó al príncipe Eduardo de
Gales en sus guerras, y fue
asimismo testigo presencial.
Ambos autores coinciden en la
mayoría de sus aseveraciones
históricas, aunque difieren en
cuanto a los sucesos finales de
Montiel, en ciertos detalles
secundarios. Merece para mí más
fe Froissart en cuanto a que don
Pedro salió del castillo de
Montiel por que no tenía
vituallas y cayó preso de los
sitiadores, y fue engañado en
cuanto a que no se aceptó que
fuera rescatado, como él
proponía, sino que fue muerto en
un enfrentamiento con su
hermanastro don Enrique II, con
quien se odiaban fatalmente.
Esta obra de teatro, una
tragedia verdadera, porque don
Pedro fue víctima de un destino
que predeterminó su mala suerte
y su crueldad inusitada, centra
la acción en este asunto, sin
entrar en el sinnúmero de hechos
y circunstancias de su largo
reinado entre 1350 y 1369, su
gran guerra territorial contra
Pedro IV de Aragón, sino, que
sigue, paso a paso, su lucha y
guerra personal contra su
hermano ilegítimo Enrique de
Trastámara, su matador y
sucesor, lo que en esencia
constituye la tragedia de ambos.
Siendo breve, la obra cubre el
tema en cuidadosa obediencia de
la verdad histórica, tal cual la
describen las dos famosas
crónicas de quienes fueron
testigos oculares de la gesta.
La
obra ha sido escrita en verso,
principalmente en décimas, en el
deseo de dar sonoridad a las
palabras de los protagonistas.
Es imposible un realismo en la
reconstrucción del idioma del
siglo XIV, por eso parece ser
mejor el idealizarlo
poéticamente. El teatro o el
cine pueden aprovechar de esta
obra para revivir sucesos
característicos del Medioevo, de
tan peculiar cultura guerrera,
feudal y caballeresca.
Santiago Sevilla, Autor.
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