X.
EL GENERAL ESPARTERO.
Seguramente habrá quien nos tache de arbitrarios al ver aquí
estampada la biografía del capitan general D. Baldomero Fernandez
Espartero; efectivamente, el duque de la Victoria no es hijo de la
provincia en que vive hace cuarenta años; pero esta larga residencia
en la Rioja, las afecciones que en ella se ha creado, y el cariño
que profesa á este país, le hacen considerarle como su hijo
adoptivo. ¿Quién al oir el nombre de Logroño no recuerda
inmediatamente el del hombre ilustre que despues de haber peleado
mas de cincuenta años por la independencia de la patria, por su
integridad y sus libertades públicas, permanece en aquel retiro
solitario, exento de pasion, libre de ambiciones, tranquilo, en fin,
por haber llenado su mision en nuestra época con la lealtad y
honradez que tanto le enaltecen?
Confesamos francamente que hasta el momento en que hemos
tenido que estudiar con detenimiento la historia del general
Espartero para llevar á cabo el propósito que estamos realizando, no
hemos podido apreciar como se deben las altas dotes que distinguen
al héroe de nuestra guerra civil. Bastante distantes en política de
las ideas que simboliza el ex-regente del reino, y conociendo su
vida, bien por obras de escritores apasionados que siempre hacen
desconfiar cuando no mueven á desden con su lisonja, bien por
enemigos suyos que si no logran llevar al ánimo la inspipiracion del
ódio y la calumnia, consiguen por lo menos estraviar el juicio,
habíamos considerado á Espartero mas como jefe de un partido
político que como militar; pero cuando hemos estudiado los hechos de
su vida tales como los presenta la razon fria, libres de toda
interpretacion apasionada, nuestra opinion respecto al hombre cuya
vida vamos á trazar se ha modificado profundamente, y lejos de
ver en él al jefe de partido que no perdona medio alguno para sostener á todo trance
sus ideas, buscando en la violencia y los medios ilegítimos la satisfaccion de sus deseos ó de su ambicion de mando, vemos en
Espartero al militar pundonoroso y valiente, al hombre amante de la
libertad y del principio de autoridad, al que despues de haber
ocupado el puesto mas elevado que puede adquirirse en un país,
espera tranquilo en el hogar doméstico el fallo de la historia.
Espartero nació en Granátula, provincia de Ciudad-Real y campo
de Calatrava, en 27 de octubre de 1793. Sus padres fueron D. Antonio
Fernandez Espartero y doña Josefa Alvarez, labradores. Antonio era
apreciado por su probidad y aplicacion, y no pudiendo obtener en las
faenas agrícolas lo necesario para el sosten de su familia, se
dedicó á la construccion de carros. De este modo, y desplegando una
constante laboriosidad, logró dar á sus hijos una educacion superior
á su estado y esperanzas. Tres de ellos obtuvieron las sagradas
órdenes; una de sus hijas profesó en un convento, y las demás se
casaron convenientemente. Vicente, uno de los varones, sufrió por
ocho años la suerte de soldado.
Quiso D. Antonio darle una carrera brillante á su hijo
Baldomero, y
auxiliado por otro de sus hijos, á la sazon sacerdote, le puso á
estudiar latin con ánimo de dedicarle á la iglesia ó al foro.
Aprendióle en un año el jóven estudiante, y su hermano D. Manuel,
presbítero de la órden de Santo Domingo en el convento de Almagro,
lo Ilevó allí en 1806 para que cursase filosofía. En efecto, estudió
los dos primeros años; pero entablada la guerra con los franceses,
sintióse Baldomero arrastrado por el espíritu patriótico que hacia
empuñar las armas á la juventud estudiosa, y marchando á Sevilla,
sentó plaza en el regimiento de infantería de Ciudad-Real que se
hallaba de guarnicion en aquel punto. La influencia de su hermano le
valió la consideracion de soldado dístínguído, y como tal,
asistió á la batalla de Ocaña portándose bizarramente, pasando en 25
de diciembre al Batallon sagrado de la universidad de Toledo,
tambien como soldado distinguido.
Aquel cuerpo como todos los demás que apoyaban á la Junta
central, tuvo que retirarse á la isla de Leon; formáronse allí las
academias militares, á las que concurrian como cadetes todos los
voluntarios que habian cursado dos años en las universidades, y
entre ellos Espartero. En todas las clases obtuvo notas de bueno y
la de sobresaliente en táctica, y prévio exámen, ingresó en 1.º de
enero de 1812 en el cuerpo de ingenieros con el grado de
subteniente.
Un incidente desagradable con uno de los profesores le movió á
pedir en marzo de 1813 pasar al arma de infantería, y en efecto,
ingresó en el provincial de Soria, asistiendo á las acciones en que
este regimiento tomó parte en Tortosa, Cherta y Amposta.
Concluida la guerra con Francia pidió pasar á América, formando
parte de la espedicion Morillo en 1814. Concediósele marchar en
clase de teniente en el regimiento de Estremadura, y queriendo antes
despedirse de su familia, pidió á Morillo el permiso competente.
-El buen soldado español, le contestó el general, debe olvidarse
de su familia cuando la patria lo reclama, y el que muestra un alma
tan madrera da pruebas de cobardía.
-Mi general, replicó indignado el ardoroso oficial, si otro que V.
E. hubiera osado ofenderme de ese modo, mi contestacion hubiera sido
muy pronta... con esta espada.
Todos los ruegos del general Morillo para que Espartero
satisfaciese sus deseos fueron inútiles; el 1.º de febrero de 1815
se embarcó en Cádiz, y en 14 de setiembre Ilegó al Callao. La guerra
de emancipacion ardia vivamente: los insurgentes, al par que
peleaban trataban de ganar á nuestros soldados, y hecho capitan por
haber contribuido eficazmente á apaciguar los síntomas de
insurreccion que se presentaron en su regimiento, tomó el mando de
200 hombres con los cuales derrotó á los caudillos Prudencio, Zárate
y Pereira en la provincia de Charcas. Despues de concurrir á once
acciones parciales, marchó con su coronel La Hera á atacar á varios
cabecillas que habian deshecho la division Marnis, y se portaron con
tanto arrojo, que con solo dos compañías batieron completamente á
los rebeldes.
Despues de tomar á Presto se presentó solo y á caballo á una
partida de rebeldes que esperaban á un célebre caudillo, al cual no
conocian, pero que debia mandarlos. Espartero se hizo pasar por tal
caudillo, y aclamado por los rebeldes les prometió la victoria, los
llevó á Presto, dándoles á entender que iban á ocuparlo por
sorpresa, y cuando conocieron el engaño era ya tarde. Las tropas los
cercaron súbitamente, y nadie se atrevió á moverse.
Las acciones de Jamparcas y Sopachui lo elevaron al empleo de
segundo comandante en agosto de 1817, y como tal batió al frente de
una fuerza de 200 hombres á varios cabecillas, sorprendió á otros,
hizo prisioneras partidas enteras, y dejó, en fin, pacificados los
pueblos de las provincias de Charcas, Cochachamba, la Paz y otras
limítrofes.
Logró evitar la intentona de entregar á Oruro, para lo cual
habia el plan de matarle. Por ello fué ascendido á primer
comandante, y despues de la retirada de nuestras tropas á Cuzco y de
la batalla de Ica, tan gloriosa para las armas españolas, fué
agraciado con el empleo de coronel en mayo de 1822.
Nuestras tropas ganaban terreno considerablemente, pero los
ausilios mandados por Bolivar y la república de Chile á los
peruanos, hicieron necesarios una grande actividad y bizarría para
evitar la reunion de de los generales Sucre y Alvarádo con Cochrane,
y conseguir los resultados apetecidos. Los insurgentes habian
enviado una espedicion á Arica, fuerte de 6,000 hombres, contra los
cuales marchó el general Valdés al frente de dos batallones, cinco
escuadrones y alguna artillería, y encontrándose en Calana, prefirió
atraer aquella fuerza superior hácia el punto donde se hallaba el
grueso de nuestro ejército. La operacion se llevó á cabo felizmente:
Valdés cambiaba continuamente de posicion, ganando terreno hácia el
punto donde debia hallarse el general en jefe, y el 19 de enero de
1823, Espartero fué encargado de entretener al enemigo. Dos horas
sostuvo con su solo batallon el empuje de 4,000 hombres, sin variar
de posicion, y cuando lo hubo juzgado conveniente, emprendió su
retirada en el mayor órden, disputando el terreno á palmos y
ocasionando al enemigo pérdidas considerables, hasta que á la legua
se reunió á la division Valdés. Este no creyó todavía prudente dar
la batalla, y luego que llevó á Alvarado á las posiciones donde
debia ser socorrido imprescindiblemente por el general en jefe
Canterac, le hizo frente. Apenas llegó este, aunque dejaba atrás sus
fuerzas, revolvieron nuestras tropas, y acometiendo Espartero el
frente del enemigo, arrolló la línea por completo, mató cuerpo á
cuerpo á uno de los jefes insurrectos, y decidió la batalla,
perdiendo el caballo y recibiendo tres heridas. Dos dias despues, el
ejército insurgente quedaba completamente destrozado en Moquehua, y
Espartero, á pesar dé hallarse con tres heridas, no dudó en
contribuir á aquel brillante hecho; él fué el primero que con su
batallon dobló y arrolló el ala derecha del ejército enemigo,
poniéndola en completa dispersion. Espartero obtuvo por ello el
empleo de coronel efectivo.
El grueso de nuestro ejército se hallaba al frente del Callao, y
habiendo quedado un tanto desguarnecido el Alto Perú, hubo necesidad
de desprenderse de algunas de las
tropas que sitiaban al Callao para evitar el golpe con que amagaban
los insurgentes, enviando 6,000 hombres al mando de Santa Cruz;
Espartero era de los espedicionarios, y reunidos estos con las
tropas del virey, cayeron sobre Santa Cruz, que apeló á la huida,
dejando en nuestro poder hombres, armas y municiones; el
lugarteniente de Bolivar, observado de cerca por Canterac, se
reembarcó, y todo el vasto plan formado por el presidente peruano
Riva Agüero, se deshizo, perdiéndose las esperanzas que sobre él se
habian fundado. Esta campaña fué llamada del Talon, por las
marchas terribles que hubo que hacer, y el virey, que deseaba
premiar al ejército por las penalidades que habia sufrido, concedió
gran número de gracias, tocando á Espartero el empleo de
brigadier.
El voluntario de 1809 habia hecho una rápida carrera: en solos
catorce años habia alcanzado pasar á la categoría de oficiales
generales, pero el lector mas apasionado no podrá menos de
reconocer que todo lo debió á su espada, á su valor nunca
desmentido, á su celo y pericia en los combates. Nombrado jefe de
Estado mayor del ejército del Sur, Espartero entró en otra esfera
mas ancha, tomando naturalmente una participacion mas directa en
aquellos sucesos y desempeñando frecuentemente la doble mision de
militar y diplomático.
La completa destruccion de los dos ejércitos independientes, la
retirada vergonzosa de la division Sucre, la vuelta á Chile de las
fuerzas con que para el último frustado golpe de mano habian
contribuido las repúblicas, y los prósperos sucesos con que la
fortuna habia favorecido á las armas españolas, dieron diferente
sesgo á nuestra causa. Desperdicíaronse estas circunstancias
favorables, alimentadas con las luchas que estallaron entre los
jefes de la insurreccion Riva-Aguero y Bolivar. Desesperado aquel de
alcanzar la victoria, trató de entenderse con el virey y de
concertar la paz bajo las bases mas convenientes para todos; pero
por desgracia, la manera fatal con que fueron planteadas y
conducidas las negociaciones frustaron este intento.
Al mismo tiempo que esto sucedia, habian llegado á América
comisionados de las córtes españolas para tratar de un arreglo
pacífico. Los comisarios habian estipulado en julio de 1823 en
Buenos-Aires un armisticio de año y medio que podia ser considerado
y admitido como un principio de inteligencia entre ambos
beligerantes y entre todos los demás Estados insurrectos de la
América.
Ufanos los comisarios con el triunfo recabado, dirigieron el
convenio al general Laserna para que lo aceptase si !os
independientes consentian en establecerlo por su parte; pero visto
el fracaso de negociaciones anteriores y comprendiendo la manera
torpe con que estaban los comisarios conduciéndose, acogió la
propuesta con frialdad. Sin embargo, deseoso de la paz comisionó al
brigadier Espartero para que se avistase en Salta con el comisionado
de los insurgentes; pero las cláusulas del convenio preliminar eran
tan contrarias al estado de las cosas, que los parlamentarios no
pudieron llegar á una inteligencia.
Reconocíase en el pacto convenido la independencia de las
repúblicas en la parte comercial y la admision de la bandera de los
insurrectos en los puertos españoles, y para el caso de que se
pactase el reconocimiento de la independencia, los americanos debian
contribuir con veinte millones de duros al afianzamiento del sistema
constitucional en España. ¿Se habian dejado alucinar los enviados de
las córtes por esta promesa? ¿Llevaban facultades para establecer el
reconocimiento? No es posible averiguarlo; pero lo cierto es que el
virey no quiso acceder al armisticio si no se establecia como base
principal el reconocimiento de la autoridad real en el Perú y la
retirada de la division de los Andes que habia sido enviada en
auxilio de los insurgentes de aquel vireinato.
La avenencia no fué posible á pesar de la inteligencia con que
Espartero manejó su comision, y no habiendo querido Laserna oir al
enviado de Buenos-Aires, tuvo este que regresar á aquel punto.
Rotas las negociaciones, se abrió de nuevo la campaña. Si
favorables eran las circunstancias para nuestra causa, terribles
eran á la verdad para la de los insurrectos. Bolivar, dueño casi
absoluto del Perú, al cual trataba como á país conquistado,
encontraba allí una oposicion que amenazaba con un rompimiento;
necesitaba tiempo para levantar y organizar nuevas tropas, y como si
esto no fuera bastante, los sargentos de la guarnicion del Callao
entregaron la plaza á los oficiales del ejército español que allí se
hallaban en calidad de prisioneros.
Tales y tan prósperos sucesos fueron esterilizados por la
ambicion de un hombre.
«El general Olañeta, dice un historiador de estos sucesos, que
por su estraordinario valor personal y por los muchos servicios que
como contratista proveedor tenia prestados al ejército real, habia
ascendido á tan alta gerarquía, generosamente protegido por los
vireyes Pezuela y Laserna, cubria las provincias del otro lado del
Desaguadero, al frente de 4,000 hombres dependientes del ejército
real del Sur. Sin preceder órdenes del virey, ni necesidad alguna de
su inesperado movimiento, y cuando terminantemente estaba prohibido
dar un paso en tanto que para ello no fuera facultado, abandonó sus
posiciones, llevándose considerable armamento de la ciudad de Oruro,
y partió al Potosí. Estando allí el dia 4 de enero, se hizo cargo de
todos los recursos y trató de seducir al jefe político de aquella
provincia, el mariscal de campo D. José Santos La Hera, para que
cooperase al criminal intento de atropellar al de igual clase, D.
Rafael Maroto, á quien mortalmente odiaba Olañeta y mandaba á la
sazon la inmediata provincia de Charcas. Negóse La Hera rotundamente
á tan manifiesta arbitrariedad, y estendiéndose entonces el encono
de Olañeta hasta el jefe del Potosí, hubo de tratar á La Hera como á
verdadero enemigo de guerra, arrojándolo de la provincia despues de
haberle obligado á capitular á su capricho, sostenido por la
superioridad de fuerzas.
»Hecho esto, acomete á Maroto, quien, abandonado de la
guarnicion de Charcas seducida por Olañeta, se vió en precision de
replegarse á Oruro, quedando el traidor libre para apoderarse de
todo el país, prodigar empleos y dinero á los que le seguian en su
abierta insurreccion, y titularse á sí propio capitan general de
las provincias del Río de la Plata, y
superintendente subdelelgado de real Hacienda, correos, etc.
»Atacada de este modo la autoridad del virey, pero espantado
este por la trascendencia fatal de aquella inesperada rebelion,
incierto estaba en la senda que debia adoptar en sus
determinaciones: escribió, empero, en términos correspondientes al
general Olañeta, y mientras que con manifiestos procuraba catequizar
la ilusa tropa que á aquel seguia, dirigió comunicaciones al Norte,
á los generales Canterac y Valdés, mandando á este último que
volviese inmediatamente con su division, á hacer entrar en órden á
los revoltosos.
»Olañeta, asustado de su propia obra, y temblando la esplosion
de la mina que habia cargado por sí mismo, estaba á punto de
retroceder en su infame camino, cuando por los periódicos de
Buenos-Aires, de que él se hallaba mas inmediato que el resto del
ejército real, fué el primero en el Perú que supo la salida del rey
de Cádiz, el real decreto de 1.º de octubre de 1823, y otras
noticias acerca del nuevo órden de cosas que habia sido establecido
en la Península, con cuyos antecedentes, de que no dió al virey idea
alguna, comenzó á titularse y á los suyos, únicos defensores del
altar y del trono, y á los demás caudillos y tropa que no
estaban á su devocion, liberales, judíos y herejes.
»Finalmente,
el 4 de febrero Ilevó su descaro al estremo de espedir profusamente
una proclama, donde despues del epígrafe Viva la Religion,
hablaba á los soldados y á los pueblos en el fanático sentido
realista, análogo á las circunstancias, procurando introducir
sangrienta division entre los defensores de la integridad de la
madre patria, para que de esta manera fuese desgarrada, como
forzosamente hubo de serIo, aquella estensa y rica posesion, cuyo
dominio debia producir la total obediencia de los demás fragmentos
americanos, á quienes pesaba ya su decantada y engañosa
independencia.»
Tan estraña conducta causó una indignacion general. Todo el
mundo comprendió que la causa nacional se perdia sin remedio; todo
el mundo vió que las palabras de que Olañeta se servia no eran mas
que la máscara de sus ambiciones, como se demostró á las claras mas
adelante, y Espartero, que se hallaba en Potosí de regreso de su
comision diplomática, hizo circular la siguiente proclama, cuyo
principal objeto era destruir el carácter realista y religioso que
Olañeta daba á sus pretensiones:
«Viva la religion, el rey y la nacion.
»El infame Olañeta, infatuado con las condecoraciones que
obtuvo, y á las que nunca pudo considerarse digno, acaba de cometer
la traicion mas horrible: él no obedece á la suprema autoridad del
Perú, no pertenece ya ni quiere pertenecer á la histórica nacion
española; quiere unirse con los insurgentes de la Plata, y sumergir
estos pueblos en el caos de males en que aquellos se miran. La
Divina Providencia que visiblemente nos protege, ha permitido que
por la. casualidad mas rara, llegasen á noticia del Excmo. señor
virey las tramas inícuas de este hipócrita, que para comprometernos
tiene la osadía de escudarse con el nombre sacrosanto de nuestra
religion: él pretende haceros creer que la desprecian los jefes
beneméritos que tantas pruebas os han dado de sus virtudes; los
supone enemigos de nuestro adorado monarca el señor D. Fernando VII,
y nadie como vosotros puede desmentir á este impostor inicuo: á
vosotros apelan estos varones ilustres, que viven tranquilos con la
seguridad de que les haceis la justicia que tanto merecen .
»El ladron mas descarado, el contrabandista mas público, y en
fin, el traidor Olañeta, desaparecerá muy en breve de entre vosotros
y os vereis libre de los males que preparaba. El mas virtuoso de los
vireyes, el inmortal Laserna, marcha á la cabeza de nuestros bravos
batallones, y estoy seguro que tan luego como se aviste, correrán á
implorar su perdon los que alucinados con las promesas del mas
infame de los hombres, sirven hoy de instrumento á sus crímenes:
el traidor huirá cargado de confusion y oprobio, sus inmundas
plantas no volverán a manchar este suelo.
»PERUANOS:
Ya restan muy pocos dias para que sepais hasta qué punto se
estendian las maquinaciones de un traidor hipócrita. El Excmo. señor
virey os manifestará con la franqueza y verdad que le son
características, la trama horrenda que disponia aquel pérfido. Quien
os habla, es impulsado solo del amor que profesa á los habitantes
del Perú y de la decision con que ha defendido siempre los derechos
de la nacion española, los del rey y los de la religion. Potosí 5 de
febrero de 1824.-BALDOMERO ESPARTERO.»
El lenguaje acalorado de la proclama precedente está justificado
de una manera cumplida, no solo por el hecho que en ella se
condenaba, sino por la conducta posterior de Olañeta y por los
antecedentes mismos que poseia Espartero respecto á los propósitos
de Olañeta. Sabia, en efecto, el jefe de Estado mayor del ejército,
que el nuevo ministro habia manifestado por escrito á cierta persona
el intento de alzarse con el mando de las provincias del Sur, y
cuando fué allí conocido el decreto de Fernando VII por el cual
quedaban anuladas todas las disposiciones del gobierno
constitucional, Olañeta se declaró en completa insurreccion y se
negó á todo lo que no fuera reconocerle como jefe de la indicada
parte del Sur .
El virey comprendió que todo estaba perdido, y con el intento de
ver si podia salvarlo, reconoció al fin al general usurpador; pero
visto que este no le obedecia ni secundaba sus disposiciones
militares como se habia pactado, trató de deponer la investidura en
el general Canterac, fundándose en la revocacion de los actos
determinada en el real decreto de 1.º de octubre de 1823; pero todo
el ejército se opuso á. esta determinacion y Laserna, no pudiendo
arbitrar términos eficaces, se decidió á enviar á Madrid una persona
de su confianza que espusiese al rey el estado de las cosas y
proveyese al remedio de los males que amenazaban de una manera tan
fatal el triunfo de nuestra causa.
La persona elegida por el virey con aplauso de todos los
generales, fué el general Espartero: el 15 de junio de 1824 se
embarcó en Quilca, y arribado á Cádiz el 23 de setiembre llegó á
Madrid en 12 de octubre.
Espartero
desempeñó perfectamente su mision. Espuso en la corte la situacion
de las cosas, las penalidades y heroismo del ejército, la pericia
militar del desgraciado Laserna, y el carácter ambicioso,
perjudicial.y altamente funesto de la rebelion de Olañeta. El
gobierno aprobó todo lo hecho por el virey, confirmó su
nombramiento, y satisfecho de la conducta valerosa del ejército,
premió sus sufrimientos con diferentes gracias; pero cuando
Espartero Ilegó á Quilca en 4 de mayo de 1825 llevando tan felices
nuevas, era tarde. El ejército reducido por la traicion á un puñado
de valientes, fué vencido en los campos de Ayacucho, y el que
esperaba ser recibido con demostraciones de júbilo, se vió cercado
por los soldados de Bolivar, preso, encerrado en un calabozo y
condenado á muerte para vengar así de una manera indigna los
descalabros que habia hecho sufrir á los insurrectos en tantas y tan
reñidas acciones.
Sus amigos D. Antonio Gonzalez, D. Facundo Infante y D. Antonio
Seoane lograron que se le perdonase la vida, y fué desterrado por
toda su vida á la isla de Capachica, roca desierta que se eleva en
medio de una laguna y en la cual no habia de tardar en recibir la
muerte. Nuevos ruegos decidieron al fin á Bolivar á ponerle en
libertad, y embarcado en Quilca en 1,º de agosto árribó á Burdeos.
Así terminó esta parte de su vida militar, donde tantas pruebas
dió de arrojado, pundonoroso y valiente y donde hizo lo mas difícil
de su carrera. Cuántos generales le tuvieron bajo sus órdenes
formaron de él un concepto distinguido. Hé aquí el que mereció al
general D. Alejandro Gonzalez de Villalobos en diciembre de 1824:
«Es jefe que goza de una opinion sobresaliente para el mando por
su mucho valor, inteligencia, en táctica, conocimientos generales en
la milicia, y muy acreditado en funciones de guerra, y tiene mucha
disposicion para el mando.»
El general Valdés dijo de él en la época en que Espartero era
coronel:
«Tiene mucho valor, talento, aplicacion y conocida adhesion al
rey nuestro señor: es muy á propósito para el mando de un cuerpo, y
mas aun para servir en clase de oficial de E. M. por sus
conocimientos. Este será algun dia un buen general, por su golpe de
vista militar y viveza para aprovecharse de los descuidos del
enemigo.»
Por último, el virey formó de él este concepto:
«Tiene conocimientos generales del arte militar y acreditado
valor en varias ácciones de guerra: tiene talento y viveza; es
inteligente en táctica, y mucha disposicion para el mando de un
cuerpo, y aun mas para el E. M. de un ejército: su conducta política
y militar fué buena.»
No dejaremos esta parte de su biografía sin hacer una
observacion no del todo inoportuna. El partido mas afecto al regente
del reino en 1843 Ilevó un tiempo el nombre de Ayacucho, y sin
embargo, Espartero no asistió como hemos visto á aquella batalla:
¿cómo ha podido darse esta calificacion al general y á sus amigos?
¿Qué es lo que con ella queria darse á entender? No lo sabemos;
estas son aberraciones políticas que no tienen esplicacion y que
solo se conciben en España.
* * *
Bajo tristes
auspicios regresaba á la tierra patria el entonces brigadier. La ira
absolutista no perdonaba á ninguno en que viese la mas ligera sombra
de liberalismo, y todos los militares procedentes del ejército de
América fueron tachados de este defecto abominable. Espartero juzgó
prudente permanecer tres meses en Bordeos, donde desembarcó, y
creyendo pasado aquel arrebato del bando apostólico, que sin embargo
no cesó hasta la muerte del rey, vino á Madrid en 4 de marzo de
1826. Espartero se équivocó: á pesar de sus merecimientos, á pesar
de que nunca habia pensado mas que en cumplir sus deberes de
militar, fué acogido friamente, y al dia siguiente de presentarse
recibió la órden de ir de cuartel á Pamplona. Cerca de dos años
permaneció en aquel punto, hasta que segura, al parecer, la córte de
que nada intentaba hacer en política, fué nombrado comandante de
armas de Logroño.
Casado ya con su actual esposa doña Jacinta Sicilia, hija de un
rico propretario de aquella capital, su nombramiento no pudo menos
de ser acogido favorablemente. Dos años pasó en Logroño, que desde
entonces fué mirada por Espartero como una patria adoptiva, hasta
que en 28 de octubre de 1830 obtuvo el mando del regimiento de
Soria, 5.º de línea, con el cual pasó á guarnecer la plaza de
Barcelona y despues la de Palma de Mallorca. Su celo por la
instruccion y comodidad del soldado fueron tales, que al pasar
revista el capitan general al indicado cuerpo, no pudo menos de
dirigir á su jefe la siguiente comunicacion que damos íntegra, pues
da á conocer su amor constante al servicio.
«Capitanía general de las islas Baleares.-He revistado en
detenida y escrupulosa inspeccion el regimiento de Soria del cargo
de V. S., en cumplimiento de la real órden de 21 enero de este año.
El rey N. S. sabrá el estado de brillantez y perfeccion de los
batallones del cuerpo; el esmero, inteligencia y celo ardiente de V.
S. ; la instruccion y espíritu de cuerpo de sus oficiales; la
aplicacion de los caballeros cadetes, y casi increible instruccion
que los adorna y decora; la exactitud con que la clase de sargentos
ha contestado al riguroso y severo exámen que yo mismo he hecho de
ellos en público; la precision con que los cabos y soldados han
satisfecho en la revista personal á presencia de la oficialidad del
batallon de descanso y de todos los jefes, á los deberes de que han
sido interrogados; el manejo de las armas; el completo lujo del
vestuario; la disposicion interior de compañías, almacen y talleres;
el órden de las oficinas del cuerpo; la uniformidad de los libros y
papeles de compañías; la instruccion de la banda en los toques de
guerra; la inteligencia y legalidad en las cajas, separacion de
fondos, cuentas de estas y ajustes comprobados de la tropa, su
completo desempeño y grandes alcances existentes en los fondos,
componen un complemento de interioridad tan perfecto y uniforme, que
puede decirse que jamás ha sido escedido y pocas veces igualado, la
instruccion militar corresponde á las demás calidades que distinguen
al regimiento: la precision de las maniobras presenta el desvelo de
V. S. en conseguir su perfeccion, y la de sus fuegos la atencion á
que V. S. ha acostumbrado su regimiento. Yo me doy la enhorabuena de
haber visto un cuerpo digno de su arma, y digno de servir á su
soberano, obedeciendo las órdenes que ha recibido V. S. del ministro
de inspeccion, con la escrupulosidad que le ha conducido al grado en
que se halla. Reciba V. S., principal interesado, mi sincera
complacencia y enhorabuena, y estiéndala V. S. con las debidas
gracias á los señores jefes, como oficialidad y tropa, cuyos méritos
respectivos elevo á la superioridad, con la seguridad del digno y
elevado espíritu de las clases en favor de los deberes sagrados de
fidelidad á SS. MM. y descendencia directa y demás sentimientos de
honor que las decoran.»
La muerte de Fernando VII halló á Espartero al frente del
regimiento de Soria. La ambicion de D. Cárlos dividió la España en
dos bandos opuestos, y Espartero se colocó desde luego en aquel que
le indicaban sus creencias, pidiendo inmediatamente al gobierno
constitucional pasar con su regimiento al territorio vasco-navarro.
Conocidas como eran sus cualidades de milititar valiente y
aguerrido, el gobierno acogió con placer esta peticion é
inmediatamente le facultó para que pasase con un batallon de su
regimiento á la Península. Llegó á Valencia en diciembre y
cumpliendo con las órdenes del capitan general, salió al dia
siguiente en persecucion de una partida de 400 hombres que al mando
de Magraner recorria las inmediaciones de Onteniente, Sus
operaciones fueron combinadas con un acierto tal, que á los tres
dias se desbandaron los carlistas cayendo su jefe prisionero, y
conociendo el gobierno cuán útiles debian ser sus conocimientos y su
práctica en esta clase de operaciones, le nombró comandante general
de Vizcaya en 1.º de enero de 1834.
Espartero, ávido de gloria, queriendo justificar las esperanzas
que en él se habian fundado, salió de Madrid inmediatamente, El 9 se
hallaba ya en Vitoria, y antes de llegar al punto de su destino tuvo
ocasion de medir las armas con el enemigo que iba á combatir. Luqui
á la cabeza de fuerzas numerosas le interceptó
el paso en
Barambio y Espartero aceptó naturalmente el combate.
El fuego se sostuvo con viveza por espacio de tres horas, hasta
que Espartero, recelando que acudiesen otras fuerzas en auxilio del
cabecilla carlista, dividió su gente en dos columnas, y dejando una
de ellas en Arrigorriaga, avanzó al frente de la otra llegando á
Bilbao el 11, y al dia siguiénte se encargó del mando militar de la
provincia.
El primer cuidado á que tuvo que acudir fué á fortificar aquella
plaza, que durante el trascurso de esta guerra habia de ser
encarnizadamente disputada, y que, á parte el interés político que
años despues habia de cifrarse en su posesion, era entonces un punto
de importancia como base de operaciones contra los insurgentes.
Si Espartero hubiera podido disponer de tropas suficientes para
ocupar el país en que la insurreccion dominaba; si hubiera tenido
las fuerzas necesarias para formar un círculo alrededor de los que
defendian la causa de B. Cárlos; si siquiera hubiéra dispuesto
de un número de hombres igual al de sus enemigos, la guerra hubiera
quedado indudablemente terminada en una sola campaña, y en vez de
una lucha tenaz de siete años, el carlismo no hubiera podido
sostener mas que breves escaramuzas, que, por lo estériles, hubieran
quedado abandonadas.
Pero los gobiernos que ocuparon el poder durante aquel agitado
período, no llegaron nunca á poner frente al carlismo un número
igual al de los hombres que lo defendian, y lo mismo delante de
Bilbao que en Arlaban, en Ramales y en Mendigorría, el ejército
liberal tuvo que combatir siempre con un número doble de enemigos.
Sea por pequeñez de miras, sea por falta de recursos, sea, en fin,
por las agitaciones políticas que devoraban á los constitucionales,
la verdad es que siempre estuvieron muy por bajo de lo que la
situacion de las cosas exigia, y que fue necesario todo el valor é
inteligencia de hombres esperimentados en la guerra para sacar
triunfante una causa que obtenia las simpatías de la nacion.
En todo el trascurso de la guerra, ora mandasen los exaltados,
ora la fraccion que les disputaba el poder en el terreno
constitucional, nunca brilló una idea grande y decisiva en las
esferas del gobierno, si se esceptúa la que tuvo Mendizabal; así,
aquel ejército pobre y mal equipado que dejó Fernando VIl, era
insuficiente para dominar la guerra, y en vez de reconocerlo,así y
de elevarlo rápidamente á las proporciones necesarias, los
gobiernos, puede decirse que iban limitándose á imitar á sus
enemigos, y que solo aumentaban sus fuerzas cuando hallaban que
aquellos les llevaban el doble de ventaja.
Esto, tratándose de una guerra que podia y debia considerarse de
invasion, tenia que dar resultados muy amargos, y en efecto se
obtuvieron. Los carlistas: faltos de organizacion militar, sin esa
cohesion que constituye el núcleo de los ejércitos regulares, tenian
en cambio una gran movilidad, una facilidad suma para rehacerse
despues de una derrota, y presentarse al dia siguiente reunidos
donde menos se esperaba. Aquella, en un principio, verdadera guerra
de guerrillas, se fué formalizando á fuerza de combates, y cuando un
dia llegaron los carlistas á presentar toda su fuerza, fué necesario
un esfuerzo poderoso para inclinar la indecisa balanza en favor de
los constitucionales.
Y no era que los carlistas se presentasen desde luego cortos en
número y faltos de brío. Apenas salió Espartero de Bilbao dejándolo
fortificado, tuvo que emprender una série de reñidos encuentros, y
desde mediados hasta últimos de enero, estos fueron tantos como dias,
llegándose á contar hasta 17, entre los cuales fueron los mas
tenaces los de Santa Cruz de Viezcarquiz, Mendata, Rigoitia,
Arrieta, Larrabezua, Arechobalogana, Munguía y Bermeo.
Las bandas carlistas que por todas partes pululaban, se
reunieron en torno de Guernica en número de 6,000 hombres para
apoderarse de aquel punto ocupado por 150 soldados del ejército
liberal. Espartero, que habia vuelto á Bilbao, salió de allí en su
socorro con solo 1,300 hombres, y á pesar de la inferioridad de sus
fuerzas logró desalojar á los carlistas de sus posiciones; pero
vueltos estos en sí y avergonzados de haberse
dejado arrollar por fuerzas tan inferiores, acometieron á las tropas
de Espartero, y faltas de víveres y municiones, tuvo este que
replegarse á Bilbao, haciéndolo en buen órden, y despues de haber
conseguido su objeto, esto es, libertar la corta guarnicion de
Guernica.
Un refuerzo de 2,000 hombres llegado dos dias despues á Bilbao,
le permitió tomar la ofensiva, y marchando nuevamente sobre Guernica,
hizo desalojar á los carlistas aquel punto, les persiguió hasta
obligarles á presentar batalla en Oñate, donde quedaron derrotados y
dispersos, dejando libre la provincia de Guipúzcoa.
Pero si esta quedaba falta de enemigos, la de Vizcaya los veía
reconcentrarse. En ella se libraron sucesivamente los encuentros de
Eibar, Lemona, Cenauri, Acheriz y Marquina, en el trascurso de
marzo, pero ninguno de ellos fué tan importante como el de
Portugalete, cuyo punto sitiaba el cabecilla Castor con 1,000
hombres.
Aquel puede decirse que fué el primer combate sério que
sostuvieron los carlistas. La empresa de socorrer la plaza ofrecia
varias dificultades, pues el puente colgante de Burceña, por el que
era imprescindible atravesar, estaba en poder de los carlistas, que
comprendian toda su importancia, y naturalmente habian aglomerado
allí todas sus fuerzas. Apenas se presentaron las que mandaba
Espartero, se dió principio á la accion. Las puertas del puente se
hallaban cerradas, y esto hizo detener á las tropas de la reina
hasta que colocándose su jefe frente á ellas, las lanzó á la
bayoneta, y desconcertados los carlistas se retiraron entrada la
noche, no sin haber opuesto una tenaz resistencia, que costó mucha
sangre á los isabelinos. Espartero, despues de socorrer á
Portugalete persiguió á los fugitivos hasta Sodupe, y alcanzándolos
allí, los derrotó completamente.
Pero estos triunfos, al par que mermaban las fuerzas de los
isabelinos, no disminuian realmente las de los carlistas. Nuevas
bandas, fanatizadas por la voz de los amigos del pretendiente, iban
á engrosar sus filas, y así, pocos dias despues de la última derrota
que acabamos de consignar, esto es, en primeros de abril, los
enemigos se presentaron en número de 3,000 en Aulestia, mandados por
Zabala y Valdespino, lisonjeándose con unirse pronto á Luqui y
Latorre, que debian traerles otra fuerza igual. Espartero á la
cabeza de 2,000 hombres trató de deshacer el primero de los cuerpos
referidos antes de que se verificase su union con el segundo; pero á
pesar de los esfuerzos que hizo por traerlos á un combate decisivo,
especialmente en Rigoitia, Zavala y Valdespino se fueron replegando
hasta que lograron unirse en Morga con la gente que esperaban.
Eran 6,000 hombres, que ocupaban una fuerte posicion y que
tenian ya prácticas militares. Llevaban además de la ventaja del
número, la de hallarse apostados en un desfiladero enlazado con una
fuerte cadena de alturas; pero no obstante, el jefe de las tropas de
la reina les acometió con sus 2,000 hombres, y practicando un hábil
movimiento se apoderó de la série de colinas de que dependia bajo
algunos conceptos, la posicion del enemigo; pero lo que mas
ímportaba era
posesionarse de la
altura de Sarraya, y mientras el brigadier Benedicto lo intentaba,
hizo Espartero un movimieóto de retroceso para protegerlo. Los
carlistas creyeron que esto era una retirada y abandonaron sus
posiciones para arrojarse sobre el enemigo con mas arrojo que
acierto; pero rechazado su primer empuje, las tropas de la reina
cargaron en cuatro columnas á la bayoneta, y fué tal la bizarría con
que lo hicieron, que la estensa línea enemiga quedó rota en todas
partes y sus huestes completamente derrotadas.
Aquella victoria fué la mas importante de cuantas Espartero
habia obtenido y en la que mejor demostró su habilidad para situar
sus fuerzas y atraer al enemigo á terreno ventajoso, así como su
pericia para disponer el ataque y su arrojo característico para
llevarlo á cabo. El gobierno, reconociendo su mérito y deseando
recompensarle por los muchos servicios que habia prestado en toda la
campaña, le concedió el grado de mariscal de campo.
* * *
Desde abril de
1834 hasta junio del siguiente año en que se eclipsó por un momento
la suerte del caudillo liberal, sus triunfos no tuvieron
interrupcion. Ceberio, Santa Cruz de Vizcarquiz, Oiz, Baquio, Ereno,
Iparter, Arrieta, Plencia, Orozco, Gorbea, Ormaiztegui y Villareal
de Zumárraga fueron teatro de otros tantos hechos de armas
igualmente gloriosos; pero la reputacion que el general se habia
adquirido á fuerza de tantos combates, padeció notable detrimento en
el verdadero desastre de Descarga.
El general Zumalacárregui habia tomado ya la direccion de las que
aumentó con su prestigio, y habian llegado á ser verdaderas tropas
regladas, y dejando la defensiva en que hasta entonces habian
permanecido desplegaba todos sus talentos militares para
conseguir el propósito que habia formado de arrojar á las huestes
liberales del territorio vasco-navarro. Su primer pensamiento fué
poner sitio á Villafranca de Guipúzcoa, plaza fortificada con esmero
y llave de un buen territorio. El incremento que iba tomando la
insurreccion habia determinado la formacion de otros cuerpos que
obrasen de concierto con el del general Espartero, siguiendo la
direccion del general Valdés, y concediendo este toda la importancia
que merecia á la posesion de Villafranca, combinó un plan bastante
arriesgado para libraría del asedio en que la tenian los carlistas.
Las fuerzas de las provincias vascongadas, compuestas de dos
divisiones y una brigada auxiliar mandadas respectivamente por el
baron del Solar, el conde de Mirasol y el coronel Ulibarri, debian
ponerse en marcha bajo las órdenes de Espartero con direccion á
Villafranca, combinando su movimiento con el que desde el fondo del
valle del Baztan habia de verificar el general Oráa. Espartero, dice
uno de sus historiógrafos, tomó el camino de Durango y tocó
sucesivamente en Vergara y Mondragon, haciendo aquí alarde de sus
fuerzas para imponer á las enemigas que habia en Oñate. Privado de
comunicaciones, ignorando el punto en que se hallaba el general en
jefe, no recibiendo tampoco aviso ni noticia alguna de las tropas
auxiliares, comprendió que su situacion iba haciéndose muy crítica:
avanzó resueltamente y se enseñoreó del alto de Descarga en la
tarde del dia 2 de junio, decidido á esperar allí el concurso de las
tropas isabelinas y las últimas y mas positivas órdenes del general
en jefe.
La posicion de Descarga, aunque muy dominante y en cierto modo
inespugnable, ofrecia, sin embargo, varios accidentes y algunos
peligros. En efecto, al pié de aquellas empinadas crestas se abren
profundos barrancos sinuosos y cubiertos de maleza, que presentan
mucha facilidad para una emboscada. Espartero adoptó prontas y
eficaces disposiciones para asegurar los puntos mas espuestos,
Fiados en la superioridad de sus posiciones, los soldados isabelinos
descansaban de las fatigas de la espedicion, esperando los albores
del día siguiente para combatir al enemigo que estrechaba vivamente
á Villafranca, si bien habia relajado algun tanto el rigor del
asedio para poner en observacion parte de sus fuerzas.
Gran disgusto y profunda sorpresa produjo en las tropas
isabelinas la órden de retirada dada á las diez de la noche en
direccion de Vergara. El cielo encapotado y sombrío, despedia una
lluvia fina y abundante, que impelida por fuertes ráfagas de viento
daba de cara á los soldados; solo la débil luz de las moribundas
hogueras del campamento alumbraba el principio de esta marcha
inesperada. Rompióla la division de Alava, que con el baron del
Solar á la cabeza, llegó á Vergara á las diez y media, sin ser
molestada por los enemigos; pero no alcanzaron igual y tan próspera
fortuna los demás cuerpos. La brigada auxiliar de Navarra, que
seguia inmediatamente despues el movimiento, se vió atacada por
enemigos cuyo número ignoraba. Eran estos 40 caballos y cuatro
compañías de infantería que el general carlista Eraso habia mandado
salir de Villareal de Zumárraga bajo las órdenes de su hijo, con
objeto de que observaran á las tropas de la reina. Debia ser la
marcha de estas poco segura y concertada, cuando los carlistas con
tan escaso caudal de gente concibieron el proyecto de caer sobre el
grueso de los isabelinos, proyecto que hubiera podido graduarse de
temerario, si el éxito no lo hubiera legitimado: treparon por el
cuerpo de una de aquellas eminencias, llegaron cerca del punto en
que se hallaba un centinela, y al Quién vive, dado por este,
contestaron aquellos con el grito de «Isabel
II»
y avanzando siempre, le desarman y se arrojan impetuosamente sobre
las avanzadas de la brigada de Navarra que hacia en aquel momento un
pequeño alto para tomar descanso.
Aquellas tropas, que habian dado tantas pruebas de serenidad
en combates repetidos, se sintieron sobrecogidas de terror, y
arrojando las armas se pronunciaron en completa fuga. Inútil fué que
el general, los jefes y oficiales hiciesen cuantos esfuerzos son
imaginables para que recobrasen el valor perdido. El pánico, el
verdadero pánico, que no admite lugar á la refiexion, que no ve ni
oye mas que el objeto que domina al individuo, se apoderó de tal
modo de las tropas, que solo 1,500 hombres de toda la division
pudieron llegar á Vergara oponiendo alguna resistencia al enemigo.
Espartero
tuvo que retroceder hasta Bilbao, perdiendo en aquella noche
desastrosa mas de 1,000 hombres y abandonando muchos puntos
importantes.
¿Qué es lo que pudo determinar aquella inoportuna retirada?
Nadie lo sabe. La única razon que en su favor se aduce, es la
presuncion de que los generales que debian operar con Espartero, no
podrian llegar hasta el punto que les estaba designado. No habia
avisos, en efecto, de que hubieran realizado ya sus movimientos: el
general se creyó comprometido, y la division que mandaba, perdido el
valor moral que le iban arrebatando los crecientes triunfos del
bando carlista, se dejó llevar por la exageracion del ascendiente
que concedian al enemigo.
Ahora bien: ¿debió Espartero emprender su retirada, caso de
que fuera absolutamente necesaria, en condiciones tales como las que
eligió? ¿Eran tan fuertes los carlistas, que pudieran impedir su
movimiento hecho á la luz del dia y con todas las ventajas que le
daba la disciplina de sus tropas?
No
creemos que haya semejante conviccion. Tal vez un esceso de
prudencia fué lo que determinara á Espartero á retroceder; pero al
darse la órden á las tropas, debieron creerse comprometidas por
estremo, y al verse sorprendidas, es natural que se dejaran llevar
de los mas contrarios sentimientos.
Todas las fuerzas carlistas que habian asistido á aquella
derrota, no pasaron de cuatro compañías y algunos caballos
destacados en observacion de las tropas: en un momento de entusiasmo
aventuraron un golpe audaz, y el resultado fué el que acabamos de
esponer .
La desgracia batia sus alas sobre el campo de los liberales.
Los carlistas habian llegado á formar tropas regladas, y en tanto
número, si no superior como el de las que combatian; frecuentes
encuentros, todos ellos favorables á la causa del Pretendiente, les
habian dado una confianza sin límites, y el gobierno de Madrid,
impotente para salvar las dificultades de aquella situacion, lejos
de adoptar grandes medidas que devolviesen al ejército liberal su
perdido ascendiente, participó del comun desaliento, y mandó que las
fuerzas que combatian en el territorio vascongado se replegasen
sobre el Ebro.
Todo el país quedó, pues, abandonado á las armas de D.
CárJos Zumalacárregui sitió á Bilbao, único punto que se
mantenia por la causa legítima, y fué necesario todo el heroismo de
aquellos habitantes para que una plaza, á la cual iba ligado el
triunfo de los beligerantes, no cayese en manos del carlismo. La
inaccion dominó, pues, durante muchos dias al ejército leal, y esa
inaccion impuesta por el gobierno de Madrid, debia ser tan absoluta
en el concepto de este, que cuando el general Valdés dispuso que
Espartero avanzase sobre Bilbao, tuvo que hacer dimision del mando
en jefe del ejército por no sufrir las reconvenciones de un
ministerio pusilánime. .
La Hera, que sucedió á Valdés en tan importante mando, ordenó á.
Espartero que retrocediese; pero este, que se hallaba ya casi á la
vista de Bilbao, le dirigió una carta, en que, despues de
encarecerle la conveniencia, ó mas bien la necesidad de hacer á los
carlistas levantar el sitio, concluia con estas animosas palabras:
«,Si, como no espero, Vd, desatiende el consejo de su amigo, este
tirará la faja, detestará el nombre de español, y Vd. quedará
cubierto de ignominia. No crea Vd. que es duro este lenguaje; lo
dicta el interés de la patria: mañana en Balmaseda, aunque arda el
mundo. »
Felizmente La Hera oyó el consejo de su antiguo compañero en las
campañas de América, y adelantando todas las fuerzas que se hallaban
disponibles, se presentaron sobre Bilbao, obligando á los carlistas
á levantar el sitio sin disparar un tiro.
La batalla de Mendigorría concedió una gran parte de su
gloria para el general Espartero que mandaba el ala izquierda; y si
aquella batalla, por tantos conceptos gloriosa, no abrió la tumba á
la causa del carlismo, no fué ciertamente por culpa del general
cuya historia vamos relatando á grandes rasgos. A haber seguido sus
consejos, no se hubiera detenido el alcance del enemigo, dejándole
en completa libertad para rehacerse y proseguir con empeño la guerra
fratricida.
Críticas, por estremo severas y hasta injustas, sobre
los castigos impuestos á algunos soldados que habian faltado á sus
deberes, entregándose al robo y al saqueo, fueron causa, pues no hay
nada que lo esplique, de que Espartero fuese reemplazado en el mando
de la division que operaba en Vizcaya, por el general Lacy Evans;
pero el importante triunfo que alcanzó en Orduña sobre las fuerzas
mandadas por Eguía, hicieron borrar bien pronto la impresion que
habian causado en ciertos ánimos sensibles los fusilamientos antes
referidos.
La importancia de este glorioso combate, en que la fama de
Espartero recobró todo su brillo, nos obliga á reproducir el relato
que de él hace un distinguido escritor:
«Supo Espartero, hallándose á la cabeza de la segunda
division y la brigada de vanguardia, consistentes ambas en doce
batallones y dos escuadrones de lanceros, que el general carlista
Eguía dominaba la línea de Amurrio á Orduña con veinte batallones,
habiendo adelantado sobre ese punto un batallon castellano y dos
escuadrones. Ocurrióle desde luego al jefe isabelino la idea de
practicar un fuerte reconocimiento sobre Orduña, trabando serio y
formal combate en el caso de que elI enemigo se opusiera con el
grueso de sus fuerzas. Se puso en marcha en la mañana del dia 5, y
Ilegó con sus tropas á la cima de la peña de Orduña, gigantesco
antemural de granito, puesto allí como para proteger á la ciudad de
los hombres y de los elementos.
»Figurábanse los carlistas que los isabelinos no emprenderian el
descenso de la peña para caer en brazos de sus veinte batallones;
pero se engañaron.
»Espartero escalonó las dos brigadas de la segunda division
sobre el cuerpo de la peña, y al frente de la vanguardia y de los
escuadrones de húsares, avanzó sobre Orduña. Al observar este
movimiento, los carlistas mejoran sus posiciones y pretenden
disputar á las tropas de la Reina el paso de la carretera, y al
efecto adelantan dos escuadrones hasta el pié de la venta de
Tertanga, y una compañía ocupa las casas del pueblo del mismo nombre
y las alturas de la derecha, dispuestos aquellos y esta á hacer
firme rostro á sus enemigos.
»Espartero que ve la situacion de las tropas carlistas, lanza
sobre ellas dos compañías del Infante y de la Princesa, y al propio
tiempo desciende al trote seguido de los húsares, y se precipita en
el llano para arrollar los escuadrones enemigos. Pero estos buscando
el apoyo de la ciudad se replegan aceleradamente sobre ella.
Persíguelos el general isabelino á rienda suelta, y las lanzas de
sus soldados casi tocaban ya la espalda de los carlistas, cuando la
infantería de estos, oculta detrás de unas tapias, fulmina fuego
terrible, que, si no desconcierta, desune al menos las filas de los
húsares. Entonces Espartero manda hacer alto, y practicar un
movimiento retrógrado, con el fin de atraer al enemigo. Reputando
este por retirada lo que no era mas que un ardid, sale de sus
improvisadas trincheras y se presenta á cuerpo descubierto al frente
de los húsares. Espartero conoce el valor de aquellos momentos, y
cae sobre los carlistas con ímpetu y decision tales, que, sin ser
poderosos á resistirle, se desbandan unos, perecen otros
debilitada ya la resistencia por el desórden, y los mas afortunados
logran penetrar en Orduña, creyendo lograr allí un asilo para salvar
su vida ó un buen sitio para restaurar su honor. Y ambas cosas
podian lograr, si encerrándose en el fuerte edificio de la Aduana,
daban tiempo á que acudieran en su auxilio los numerosos batallones
reconcentrados á una legua dé distancia. Pero este peligro tan
probable no retrae al intrépido general de la Reina; comprende que
es posible apoderarse de Orduña por un golpe de mano, y dando él
mismo el ejemplo, entra en la ciudad acompañado de unos cuantos
ginetes, mientras los demás se apresuraban á seguir este movimiento
arriesgado. Opusieron los carlistas menguada resistencia, pues no
viéndose protegidos por algunas de sus fuerzas huyeron por la puerta
de Bilbao. Durante todo el tiempo de la accion, esperimentaron
sensibles bajas ambos combatientes, si bien fué mucho mas
considerable la de los carlistas, pereciendo de ellos cerca de 600
campeones al defender la entrada de la ciudad.»
La crudeza del invierno hizo detener las operaciones, pero
habiendo reunido en marzo hasta 17 batallones ganó sobre los
enemigos la importante y reñida accion de Unzá, terminada con la mas
brillante carga á la bayoneta, carga en que combatieron cuerpo á
cuerpo al arma blanca dos grandes ejércitos, y en que la victoria
quedó por el que mandaba el general Espartero.
No hablaremos de la gloriosa parte que cupo á aquel ejército en
la batalla de Arlaban; en ella le tocó la mas difícil y gloriosa de
aquella gran jornada, como decia en su comunicacion el general
Córdoba. Sus tropas no perdieron jamás el palmo de terreno que con
tanta pena llegaban á adquirir, y aquel dia conquistaron una
reputacion de invencibles.
Tanto valor, tanta pericia y tanto arrojo fueron recompensados
con el empleo de teniente general. .
El nuevo
teniente general, que seguramente no esperaba verse al frente del
ejército de operaciones, se halló sorprendido á los pocos dias con
tan importante cargo. El general Córdova, movido por razones cuya
esplicacion no nos incumbe, renunció el mando que que venia
desempeñando, y al partir para Madrid, lo dejó en manos del
espresado general.
Ardua era la mision que este iba á echar sobre sus hombros:
aquel ejército, falto absolutamente de recursos, combatido por la
desnudez y el hambre, sin medicamentos ni camas para los heridos,
tenia que llevar á cabo la empresa verdaderamente heróica de
desalojar de fuertes posiciones á un enemigo superior en número, y
que contaba con todas las ventajas de la disciplina y de la posesion
del país en que acampaba.
Un incidente bastante importante vino á retrasar el instante de
que ambos ejércitos midieran todas sus fuerzas. El general carlista
Gomez emprendió una de aquellas espediciones que le acreditaron de
jefe esperto y atrevido. Desprendiéndose con una fuerza considerable
del núcleo del ejército carlista, emprendió una marcha sobre la
falda de la cordillera cantábrica y penetró en Oviedo, encaminándose
despues al reino de Galicia. Espartero, lanzado en su persecucion,
no pudo alcanzarlo hasta mes y medio despues de haber abandonado el
campamento isabelino: tanta era la celeridad de las marchas y
contramarchas del general carlista.
Alcanzóle en Ezcaro, y pocos dias despues en Oceja de Sajambre;
pero la resistencia de Gomez á empeñar ningun sério combate impidió
que el triunfo de los isabelinos pasase de cogerle algunos
centenares de prisioneros. Fué tambien parte á ello la mala
situacion de los caminos; mas que todo el lamentable estado de las
tropas que llevaban 50 dias de marcha, casi descalzas y mal
alimentadas; y por último, el haber caido el general atacado de la
dolencia que le ha combatido durante toda su vida.
Trasladado en una camilla á Lerma y desde allí á Logroño, marchó
restablecido apenas á tomar el mando del ejército del Norte en que
habia sido confirmado, al mismo tiempo que el gobierno le conferia
el cargo de virey de Navarra y capitan general de las Provincias
Vascongadas.
No hay que decir que el nuevo gobierno no habia mejorado en nada
la situacion material del ejército. Espartero lo encontró, como lo
habia dejado, falto de todo, inferior en número á sus enemigos, y
obligado á tomar una ofensiva vigorosa, si la disciplina no habia de
relajarse, dejando á la vocinglería y malas pasiones de partidos
intrigantes el triunfo del Pretendiente.
iTriste cosa es que en esta España, donde todos los pechos arden
en amor á la patria, la exageracion á que llevamos todas las ideas,
la fatal tendencia á resolverlo todo menos por el cálculo que por el
sentimiento, haya perjudicado siempre al triunfo de las causas
verdaderamente patrióticas! Todos los partidos, todos los españoles
interesados en la terminacion de la guerra, pedian una accion rápida
y enérgica; los unos, porque creian comprometer así al gobierno; los
otros, porque no querian admitir mas dilaciones, contando con que ya
habian hecho bastantes sacrificios. Ni unos ni otros, ni mucho menos
los gobiernos todos de aquella época azarosa estuvieron á la altura
de su mision. «Los ejércitos, ha dicho un escritor satírico, se
forman por el vientre; para sostener la guerra y obtener un pronto
triunfo se necesitan tres cosas: dinero; dinero y mas dinero, ha
dicho otro escritor no menos crónico y profundo. Estos verdaderos
axiomas de la ciencia militar eran desconocidos por los hombres que
en el poder ó á la espectativa de él se entregaban á estratagemas
inocencentes ó á recursos ilusorios para terminar la guerra,
El ejercito del Norte, reanimado, ya que no por los recursos
pecuniarios, por la presencia de un jefe activo y valeroso, que le
inspiraba una entera confianza, se puso en marcha para hacer
levantar el sitio que los carlistas habian puesto á Bilbao por
segunda vez. No eran mas que 15 batallones y los carlistas contaban
con 23; sin embargo se marchó con decision. El hambre les hacia
detenerse en algunos puntos: sin embargo se siguió avanzando.
Horrorosos vendabales de agua y nieve disputaban el paso á aquel
ejército descalzo y mal arropado: sin embargo, se Ilegó á la vista
de Bilbao y comenzó la espugnacion de los inaccesibles reductos
defendidos por la gruesa y numerosa artillería carlista.
¿Habremos de detenernos á narrar una por una aquella série de
gloriosos combates, de heróicos prodigios y de titánicos esfuerzos
que cubrieron de gloria al ejército español y llenaron de admiracion
á Europa? Muy á nuestro pesar tenemos que renunciar á ello, pues ya
se han referido en el curso de esta obra; pero no podemos
menos de rendir aquí un tributo de admiracion al ejército y al
general que llevaron á cabo tan memorable empresa.
La derrota del ejército carlista, terminada con la carga mas
brillante de que hay ejemplo en la moderna história militar, fué la
señal de la derrota de los ejércitos del Pretendiente. Si no puede
decirse que aniquiló su poderío, le privó de toda probabilidad de
triunfo. La discordia, compañera inseparable de la desgracia, surgió
en el campo de D. Cárlos, porque como no podia atribuirse en el
fuero de la justicia la derrota á la falta de elementos, se atribuyó
á la falta de tino en emplearlos. Por otra parte, como la reaccion
de un esfuerzo violento produce siempre una gran debilidad, los mas
fieles partidarios del infante cayeron de ánimo, y cayeron tanto mas
cuanto mas ardientes habian sido sus esperanzas y mas fundadas sus
aspiraciones. El crédito, fuente de muchos recursos materiales con
que contaba D. Cárlos, sufrió una fuerte conmocion, y desde entonces
se fué estinguiendo poco á poco: las mismas provincias vascongadas,
cuna de la guerra, empezaban á fatigarse en vista de su prolongacion,
y estas causas reunidas motivaron despues un movimiento de los
carlistas sobre el centro del reino, que perdió mucho de su
imponente carácter por ser obra de una necesidad estrema.
En la mIsma proporcion y contraria escala fué el efecto que
produjo en todos los que seguian la causa de la reina Isabel. Nadie
hubo que no admirase la heróica intrepidez de los bilbainos, y el
ardor y constancia de las tropas y las cualidades del general en
jefe. La reina gobernadora espidió con fecha 3 de enero un decreto
encomiando á todos los que habian tomado una parte activa en aquella
difícil y empeñada empresa, dándoles las gracias en su real nombre,
y concediendo al general Espartero la merced de título de Castilla,
con la denominacion de conde de Luchana y vizconde de Banderas, para
él y sus descendientes por el órden regular. Las Córtes que á la
sazon se hallaban reunidas, declararon que los defensores de Bilbao,
el general en jefe y las tropas de mar y tierra habian merecido bien
de la patria, y no pareciéndoles cumplida prueba de su
reconocimiento esta manifestacion, dispusieron que su presidente D.
José María Ferrer dirigiese al general Espartero una carta
congratuloria. En ella está el siguiente párrafo que prueba el
concepto que se habia formado del rasgo de Espartero en las altas
horas de la noche del 24. «Un momento soló, la resolucion de un
instante valen tanto como la vida del mas distinguido general.
Cuando despues de una prolongada y sangrienta lucha habia la fuerza
de los elementos reducido ya á la impotencia á unos y á otros
combatientes, V. E. se atrevió á pensar que se podia romper
aquella tregua que la naturaleza hacia necesaria. Lo pensó y lo
hizo. V. E. fué inspirado por la patria y los soldados españoles
entendieron esta inspiracion. Bilbao se salvó, la memoria de cuantos
han contribuido á ello será eterna».
Tales fueron las consecuencias del levantamiento del sitio de
Bilbao. La nacion lanzó un grito de júbilo; pero la guerra no habia
terminado. El ejército de Espartero quedó notablemente quebrantado,
y hasta que estimulado el gobierno por el triunfo, mandó
considerables refuerzos, no pudieron conseguirse los resultados
deseados. Duplicadas las fuerzas de Espartero y aumentadas
considerablemente las que tenian en Pamplona y San Sebastian
Sarsfield y Lacy Ewans, pensóse en un movimiento combinado de los
tres. La operacion, era arriesgada y difícil, pues vista la gran
inferioridad de las fuerzas de los generales ingleses, era
esponerlos á un descalabro cierto en el caso muy probable de que no
cayeran todos tres á un mismo tiempo sobre el ejército carlista.
Así sucedió en efecto, el general Lacy fué el primero que
se puso al alcance del ejército mandado por D. Sebastian Gabriel, y
á no ser por haber podido retirarse á la plaza de que habia partido
hubiera sido completamente destrozado. Sarsfield, que habia avanzado
hasta Lisazo, tuvo tambien que retroceder hasta Pamplona; solo
Espartero pudo oponer una tenaz resistencia en Zornoza á la
impetuosa acometida de todas las fuerzas carlistas,
considerablemente aumentadas y hábilmente dirigidas, y regresó á
Bilbao despues de once horas de combate.
Frustrado el plan anterior, que no habia obtenido nunca la
aprobacion de Espartero, pensó este en poner por obra otro de mayor
eficacia, que consistia en trasladar su ejército desde Bilbao á San
Sebastian, y reunido allí con las fuerzas de Lacy empujar al
ejército carlista sobre las tropas que defendian el paso del Ebro, y
obligarlos á una batalla decisiva, ó bien forzarlos á que
abandonasen el país, viniendo á tierra llana de Castilla, donde la
superioridad de la caballería leal aseguraba el triunfo. Así sucedió
en efecto. Reunidas las fuerzas de Espartero y Lacy, pudieron ganar
las posiciones de 0riamendi, Hernani, Irun y Fuenterrabia. Los
carlistas se anticiparon, sin embargo, á las maniobras de Espartero,
y dejando 30 batallones en el territorio vasco-navarro, emprendieron
con otros diez y seis la famosa espedicion, que á las órdenes del
mismo Pretendiente Ilegó á las puertas de Madrid.
Habiéndose dirigido en demanda de Aragon el ejército
espedicionario, pudo llegar á Huesca, y a haberse cumplido las
prescripciones de Espartero, que habia mandado entretener la marcha
de D. Cárlos hasta que él llegase á sus alcances, hubiera sido
indudablemente derrotado; pero el arrojo temerario del general Leon
proporcionó á los carlistas la victoria de Huesca, permitiéndoles
incorporarse con Cabrera y difiriendo el resultado de la operacion.
Espartero, que se habia dirigido sobre Pamplona desde Hernani,
halló tal resistencia en el camino, que tardó cinco dias en recorrer
un trayecto de diez leguas . Sin embargo, esta marcha escedió todos
los cálculos, pues, segun dijo el veterano Sarsfield, habia llevado
á cabo una empresa cuyo proyecto hubiera arredrado al general de
mayor reputucion. Al llegar á Haro, supo la espedicion de Zariátegui
sobre Castilla y su entrada en Segovia. Cumpliendo con las órdenes
del Gobierno, se dirigió á fijarse en Calatayud, punto desde el cual
podia acudir rápidamente al auxilio de la capital de la monarquía y
al de las provincias de Aragon y Valencia. Instado nuevamente por el
Gobierno, forzó sus marchas, y el 12 de agosto entró en Madrid,
siendo recibido con indecible júbilo por sus habitantes. Madrid
estaba á cubierto de todo golpe de mano; las tropas, victoriosas en
tantos combates, fueron objeto de una ovacion completa; pero los
hombres políticos que no perdonan medio alguno, por reprobado que
sea, para conseguir el triunfo de sus cábalas, pusieron sus miras en
aquel ejército y en el jefe que simbolizaba todas sus glorias.
Hiciéronse á este, hasta entonces apartado de la política,
proposiciones halagüeñas por parte de los que aspiraban á derrocar
al ministerio; pero ya que nada pudieron conseguir del jefe, se
dirigieron á los subordinados. El aspecto de aquel ejército, que
demostraba en sus desgarradas vestiduras las penalidades á que
vivia sujeto, escitó vivas reclamaciones en las Córtes, y el
ministro de Hacienda Mendizabal, que fué seguramente el único que
dió algun nervio á la guerra, allegando hombres y dinero, tuvo la
desdicha de decir en un arranque de coraje que aquellas quejas eran
infundadas, que cada oficial llevaba un cinto de onzas.
Aseveracion tan gratuita, cuando el ejército se hallaba lleno de
privaciones, fué la señal de la esplosion . Los oficiales de la
Guardia Real, acantonada en Pozuelo y Aravaca, se negaron á marchar
y pidieron su retiro. Otorgóseles al punto; pero arrepentidos bien
pronto de su proceder, los oficiales de la primera brigada pidieron
ser conducidos frente al enemigo para restaurar de esta manera su
reputacion militar; intercedieron por sus compañeros de armas que
habian pedido y obtenido su retiro; pero al poner estos por
condicion para ingresar de nuevo en sus cuerpos, que habia de
retirarse del poder el ministerio Calatrava, se comprendió que
obedecian á instigaciones estrañas al ejército.
Este incidente tuvo mas importancia de la que da á entender su
simple narracion. El ministerio Calatrava se sintió herido vivamente
por la conducta de los oficiales de la Guardia; al mismo tiempo que
Seoane acusaba de lenidad al general Espartero, Mendizabal,
dejándose llevar de su fogoso carácter, esclamaba que debia
fusilársele, y que si se le daba la libertad necesaria para obrar,
él se comprometia á hacerlo con los mismos soldados que estaban á
sus órdenes. Las polémicas habidas en las Córtes y en la prensa, se
fueron agriando por momentos, y al fin se resolvieron con la caida
del ministerio Calatrava.
Era la primera vez que la personalidad de Espartero influia en
la política. Habíase mostrado liberal ardiente desde el momento en
que fué restablecida la Constitucion de 1812; pero ocupado en cuerpo
y alma en las operaciones del ejército, su influjo no habia pasado
mas allá de las líneas de su campamento. Su estrella le habia traido
á Madrid; la marcha misma de los sucesos le obligó á mezclarse en
las contiendas políticas, y de general en jefe del ejército pasó á
la Presidencia del consejo de ministros.
Grandemente sorprendidos debieron quedar con este nombramiento
los que le habian buscado para servir de contrapeso al ministerio
Calatrava. Espartero se mostró desde el primer momento tan liberal ó
mas que el ministerio anterior; pero las necesidades de la guerra y
la agitacion que dominaba al ejército, tanto por no mejorar su
situacion precaria, como por ver creciente la pujanza del carlismo,
le obligaron á marchar al teatro de las operaciones. Escalera,
Sarsrfield y otros muchos jefes del ejército, habian sido víctimas
de la soldadesca amotinada: parecia que el ejército se hallaba
poseido del delirio de la desesperacion, y si pronto no se
restablecia la disciplina, era probable que la causa del carlismo
ganase la partida.
Espartero marchó, pues, al teatro de la guerra, y su primer
cuidado fué dirigir una ardorosa proclama á las tropas de su mando,
condenando los desmanes cometidos; hizo algunas reformas en la parte
material del ejército, y comprendiendo que lo que principalmente
debia restablecer su cohesion era el laurel de la victoria, activó
los preparativos de su marcha para caer con todo el peso del
ejército sobre el que acaudillaba el Pretendiente.
Este, que habia recorrido los territorios aragonés y valenciano,
venia por Cuenca y Tarancon á arrojarse sobre Madrid. Espartero,
forzando considerablemente sus marchas, lIegó en muy pocos días á
Alcalá de Henares, y allí dió vista al ejército de D. Cárlos, que no
se atrevió á empeñar una batalla, y movió su campo en demanda de las
provincias vascongadas. Madrid se vió al fin libre del tremendo
enemigo que le habia estado amenazando, y acaso por devolverle una
entera confianza, ó mejor por reponer á su ejército de las
penalidades de la violenta marcha que acababa de hacer, vino á
alojarse á Madrid, en lugar de estrechar al enemigo. Cuatro dias
permaneció en la córte aquel ejército, cuyas penalidades nunca
hallaban fin, y repuesto ya considerablemente marchó otra vez en
busca del carlista.
No es fácil esplicar por qué D. Cárlos se empeñó en su retirada
en apoderarse de Guadalajara. ¿Era que se veia lastimado en su honra
militar, por no haber aceptado la batalla que le ofreció Espartero
pocos dias antes á la vista de Madrid, ó que queria buscar una
segura posicion para evitar su retirada de Castilla? Seguramente, si
Cárlos hubiese podido apoderarse de aquel punto y atraer allí la
mayor parte de las fuerzas que llevaban su bandera en todo el
territorio que se estiende hasta los Pirineos, hubiera podido hacer
cambiar el aspecto de la guerra; se hubieran hallado frente á
frente, separados por una corta distancia, y contando con fuerzas
casi iguales las dos córtes; pero D. Cárlos no tuvo tiempo para
ello. Espartero salió de Madrid, y habiendo avistado al ejército
enemigo, quiso obligarle á una batalla decisiva; mas á pesar de
haberlo hostigado vivamente en Retuerta y Aranzueque,no logró
conseguirlo. El ejército de D. Cárlos se vió obligado á dividirse:
una parte marchó sobre la Rioja y la otra á Navarra. .
La esperanza de poderse apoderar de la capital de la monarquía húyó,
pues, para siempre de la tienda de D. Cárlos. El ejército isabelino
iba á operar de nuevo sobre el territorio en que habia librado
tantos combates. Pero antes de llevarlo á él, quiso Espartero
esterminar los gérmenes de insubordinacion que que habian producido
las terribles escenas de Pamplona y Miranda. Los asesinos de
Sarsffield .Y Esc~lera fueron descubiertos y ejecutados: la
disciplina qu~dó a'sí restablecida; mas esto no bastaba para
emprender la lu~ cha: era necesario rémediar la situacion siempre
precaria del ejército.
Los soldados ápenas contaban con la racion diaria; faltaban
pantalones de paño cuando ya se hacian sentir los rigores del
invierno, y los zapatos eran de tan mala calidad, que difícilmente
resistian una sola marcha sin romperse; las plazas y puntos fuertes
guarnecidos por los isabelinos, se hallaban faltos de vitualias, y
por tanto era imposible acometer ninguna empresa séria sin variar
antes tan desventajosa situacion. «Si el gobierno, decia el conde de
Luchana al hacer presente estos males, no procura por todos los
medios hacer la guerra con ventaja, es el deber mio solicitar el
nombramiento de un general que me sustituya en el mando con la
robustez suficiente para contrastar las impresiones morales que en
semejante estado aumentan los males de que adolezco.»
Nada contestó el gobierno que pudiera satisfacer las justas
exigencias de Espartero. El nuevo gabinete, como todos los que le
habian precedido, miraba con gran indiferencia al enemigo mas
terrible con que tenia que luchar el ejército, el hambre, y en lugar
de hacer un esfuerzo decidido para entorpecer su accion, remitió á
Espartero las bases de un nuevo plan de campaña, que es lo menos de
que necesitaba el general.
Si el ejército hubiera tenido las fuerzas necesarias para
ocupar convenientemente á Vitoria, Pamplona, Durango, Villafranca y
Tolosa, asegurar á Orduña y Durango y disponer de una masa que
pudiera caer rápidamente sobre D. Cárlos, el éxito hubiera sido
pronto y decisivo; pero este plan que era el propuesto por el
gobierno, venia en la mente de todos los militares desde el
principio de la campaña, y si no se habia puesto por obra, era
debido á la falta de tropas en suficiente número para ello. Para
cubrir los puntos y líneas que se designaban, se necesitaban fuerzas
que dejaban reducidas las de Espartero á 13 batallones, y todavía
tenia que atender con ellas á cubrir la orilla del Ebro, que era
vadeable por 48 puntos y que debian ocuparse fuertemente si se habia
de evitar el peligro de nuevas espediciones sobre Castilla.
Antes de que pudiera acordarse nada decisivo recibieron los
carlistas fuertes auxilios pecuniarios del esterior, y comprendiendo
la importancia que para ellos tenia divertir la atencion del
enemigo, llevando la guerra al interior de la Península é intentando
nuevamente la reunion de la mayor parte de sus huestes, procuraron
despedir algunas columnas que satisficieran este objeto. El general
D. Basilio García pudo, en efecto, forzar la estensa y débil línea
que ocupaban los isabelinos, y puso á Espartero en la necesidad de
desprecnderse de ocho batallones para perseguirlo. Menos afortunado
D. Carlos, halló un obstáculo á su espedicion en el general Buerens.
Hízose preciso, en cambio, rechazar al enemigo de las posiciones
que ocupaba cerca de Balmaseda, y este propósito acarreó una accion.
Espartero llegó á Villanueva de Mena con siete batallones, y
reunidas á ellos las divisiones de Latre é Iriarte, se logró
completamente el objeto despues de dos dias de contínuo pelear; el
ejército de la reina se cubrió de gloria, y el nombre de Espartero
brilló tan alto como en sus mas memorables acciones; pero los
carlistas, aunque, incapacitados para llevar á cabo laa gran
espedicion que se les habia frustrado, pudieron. realizar una
consistente en nueve batallones y cuatro escuadrones á las órdenes
del conde de Negri.
A travesó este el Ebro en 16 de marzo por el puente de Aldea, y
en tanto que Iriarte le perseguia, marchó Espartero á cubrir las
márgenes del Ebro y á esperar al mismo tiempo á los espedicionarios.
Búrgos era el punto mas á propósito para este doble objeto, y en
efecto, el conde de Luchana se fijó allí con su cuerpo de ejército;
al cabo de 10 dias, Negri, acosado por Iriarte, pretendió acogerse
al territorio vascongado; pero fué á caer en Robledo sobre las
bayonetas de Espartero.
La accion fué muy reñida; pero Negri sufrió una derrota tan
completa, que quedó deshecho en pocas horas, perdiendo 2,300
prisioneros, toda su artillería, enseres y bagajes, y teniendo que
buscar en la fuga la salvacion de los pocos que le seguian.
Esparteto, que dió allí, como siempre, grandes pruebas de
pericia y valor personal, contrajo un mérito brillante, salvando á
las provincias del centro del grave apuro en que comenzaba á
ponerlas el conde de Negri, y reconociéndolo así el gobierno, lo
promovió al grado superior de la milicia.
* * *
Quedaba reducido el
círculo de accion de los carlistas por esta parte de España al
territorio de las provincias
vascongadas. La dura leccion que Negri habia esperimentado y la
reconcentracion de fuerzas sobre los límites de aquel territorio,
hacian imposible el pensar en nuevas espediciones. Tanto era así,
que el general Espartero se dirigió á Navarra para restablecer allí
el predominio de las fuerzas isabelinas: se apoderó de Nanclares;
hizo repasar el Arga á los carlistas; reportó algunas ventajas sobre
el general Guergué; fortificó los puntos mas importantes de la
línea, y guarneciéndolos debidamente volvió al territorio que
acababa de abandonar para imprimir un vigoroso impulso á las
operaciones.
Peñacerrada, que habia sido rodeada de importantes
fortificaciones; y cuyos alrededores se hallaban cuajados de
reductos, debia ser vivamente defendida por las huestes de D. Cárlos.
No era menos importante su espugnacion para las armas liberales,
pues llevaban la probabilidad de atraer á los carlistas á una
batalla general, en la cual tenian grandes probabilidades de seguir
triunfantes: aun suponiendo que así no sucediera, el movimiento de
concentracion que debian practicar los enemigos habia de dar una
mayor facilidad á las divisiones liberales que operaban en la
circunferencia del país, permitiéndoles llegar hasta el corazon del
carlismo.
Todas estas consideraciones debian hacer muy ventajosa la
operacion indicada, y Espartero se decidió á llevarla á cabo. El
éxito fué tan feliz como se habia previsto. Despues de tres dias de
contínuo pelear, los carlistas, confiados en la escasez de
municiones que se sentia en el ejército de Espartero, contaban ya
con un seguro triunfo; pero el general, que comprendia lo precioso
de aquellos momentos, forma en masa siete batallones, y se arroja á
la bayoneta sobre las posiciones enemigas. Los carlistas suspenden
su fuego hasta tenerlos á corta distancia; pero en vez de recibirlos
á metralla y fuego de fusil, lanzaron sobre ellos una masa de
caballería, que, rechazada por las tropas de la reina, dió á estas
la ocasion de verificar un rápido movimiento que las hizo dueñas de
todas las posiciones. Efectivamente, antes de que acabaran de entrar
en sus líneas los ginetes de D. Cárlos, el intrépido general se puso
á la cabeza de varios escuadrones y se arrojó sobre las posiciones
enemigas. Fué el ataque tan breve y tan violento, que los carlistas,
no teniendo tiempo aun para volver de su sorpresa, huyeron
desconcertados, dejando sobre el campo 300 de los suyos con toda su
artillería, trenes y bagajes y 800 prisioneros. Las tropas de Don
Cárlos evacuaron sigilosamente la plaza, y Peñacerrada quedó en
poder de la causa legítima.
El hecho de que acabamos de hacer una ligera referencia, fué de
grandísima importancia. Los carlistas perdieron entonces la llave
del Ebro por aquella parte; quedaron circunscritos á un territorio
mucho mas estrecho, y por último, vieron nacer en su seno la
discordia, que es casi siempre compañera de la desgracia. Habia
quedado derrotada allí la parte mas ardiente del bándo carlista,
parte acaudillada por el general Guergué, y naturalmente el bando
que le hacia la guerra dentro de la misma córte de D. Cárlos,
aprovechó esta oportunidad para tomar la direccion de los negocios
militares.
Siguiéronse de aquí luchas violentas, que de los jefes
trascendieron á los cuerpos y á los soldados mismos, produciendo la
desmoralizacion, los escesos y todos los síntomas que podian dar á
demostrar la rápida y
completa decadencia
de la causa de D. Cárlos. Su ejército se habia limitado ya á la
defensiva, y Espartero, que comprendia ser este el único papel que
le quedaba, acometió la empresa, por tantos conceptos atrevida, de
apoderarse de Estella.
Era esta la córte de D. Cárlos, y ya se comprende cuán
importante debia ser su ocupacion por las tropas dehla reina. España
entera fijó su vista en aquel punto, y la Europa consideró el éxito
de la operacion como decisivo. Las victorias obtenidas por Cabrera
en el Maestrazgo, hicieron que el gobierno mandara á Espartero
detenerse cuando se hallaba casi á la vista de tan importante punto;
pero lo que no resolvióla fuerza de las armas, lo llevaron á efecto
las mismas divisiones de los carlistas.
La parte mas fanática de la córte de D. Cárlos se hallaba mal
avenida con que se hubiera confiado la direcion del ejército á un
jefe del carácter templado de Maroto Querian á todo trance que se
repusiese en ella al general Guergué, y al efecto trabajaron
sigilosamente cerca de D. Cárlos. Pero Maroto, que contaba con la
adhesion del ejército, tuvo el valor suficiente para coger y fusilar
a los que conspiraban contra él, y hasta para imponer á D. Cárlos la
aprobacion de aquellos hechos. Esta aprobacion no podia ser sin
embargo mas que perentoria: Maroto comprendia que estaba perdido sin
remedio, y que en la primera ocasion en que pudieran sus enemigos
derrocarle, cosa muy fácil, dadas las tendencias de D. Cárlos, le
harian sufrir la pena del talion.
Espartero, á quien no pudieron escaparse acontecimientos de
tanta trascendencia, comprendió que podia sacar un gran partido de
la terrible situacion del general carlista. Brindóle, en efecto, con
la oliva de la paz, prometiéndole para él y todos los que le
siguiesen las mayores ventajas que podian apetecer; pero Maroto
impuso como condicion el casamiento del hijo mayor del Pretendiente
con la reina Isabel, y como era natural, quedó interrumpida toda
negociacion, pues Espartero no podia acceder á ello ni mucho menos á
entregar en rehenes una plaza, como pedia el general Maroto.
La fuerza de las armas iba al parecer á decidir de nuevo el
éxito de la lucha. Espartero emprendió la ofensiva: los fuertes de
Ramales y Guardamino, que constituian la llave de las posiciones
carlistas en la provincia de Santander, y á cuyo amparo podian
lanzar espediciones sobre toda la costa cantábrica, fueron el objeto
de sus primeras operaciones. La empresa era verdaderamente
gigantesca: ambos fuertes ocupaban el centro de un anfiteatro
formado por diversas colinas, fuertemente ligadas entre sí, con
robustos atrincheramientos defendidos por una poderosa artillería.
Sus fuegos enfilaban la carretera, única línea que permitia el paso
á las tropas, y que á mas de desarrollarse en repetidas curvas,
estaba cortada en varios puntos. Como coronamiento de este sistema
de defensas, tenian los carlistas fortificada una estensa cueva: á
cuyo abrigo podian hacer un vivo fuego de artillería sobre las
tropas que avanzasen por la carretera, á la cual enfilaban
perfectamente.
Nada de esto fué bastante, sin embargo, para contener la ruina
de la causa carlista: despues de heróicos y reñidos combates, que
duraron diez dias de trabajos prodigiosos, de terribles acometidas y
de vigorosa resistencia, el fuerte de Ramales cayó en poder del
general Espartero, que en lo mas crítico de un combate encarnizado
se lanzó con su escolta sobre las trincheras; el otro, gracias á los
esfuerzos del general O'donnell, que á la cabeza de varios
batallones tomó todas las defensas esteriores, tuvo que ser evacuado
por la guarnicion. La mortandad de los carlistas fué grande: los que
se salvaron de las balas del ejército leal, fueron á caer en su
precipitada fuga en las aguas de Riodova y solo unos pocos lograron
atravesar el puente y reunirse con las fuerzas de Maroto, que babia
permanecido á corta distancia, presenciando impasible aquel tremendo
combate.
El triunfo fué por todos conceptos importante; la causa carlista
dió un paso inmenso hácia su tumba, al mismo tiempo que la de Isabel
II se elevaba sobre las altas cimas de aquellas montañas. El
ejército del Norte adquirió una gran fuerza moral, y con ella la
seguridad del triunfo. El conde de Luchana agraciado con el título
de duque de la Victoria y con la grandeza de España de primera clase
por aquel brillante hecho, comprendió que no debia desperdiciar el
abatimiento de los carlistas, en favor de la idea tras que se habia
venido negociando antes de emprender las operaciones felizmente
terminadas. No era Maroto el único que abrigaba ideas desfavorables
al éxito de la guerra, y propicias por tanto á la pacífica
terminacion de la contienda; Espartero hizo comprender á todos la
necesidad de su triste situacion, la ninguna esperanza que podian
tener en el triunfo, la adversa suerte que esperaba á Maroto y á
todos sus amigos en el caso muy probable de que la parte fanática
del bando carlista recobrase el mando del ejército; y por último, no
solo las ventajas personales, que podian reportar reconociendo á la
reina y pasando al ejército con sus grados y empleos, sino tambien
el gran beneficio que harian á la nacion poniendo fin á una guerra
tan desesperada como desastrosa. La verdad es, que la nacion estaba
ya cansada de una lucha de siete años de resistencia, y mas que ella
lo estaban las provincias que habian servido de campo de batalla: la
voz de paz y fueros se habia dejado oir en el
territorio vascongado, y ante aquel cúmulo de causas diferentes, y á
cual más poderosa, conjuradas todas contra la causa de D. Cárlos,
debia suceder de una manera fatal y necesaria lo que en efecto
sucedió.
El general Maroto prestó oidos nuevamente á las proposiciones
del victorioso general en jefe; pero vacilando todavía, le dió
tiempo para que continuase sus operaciones y se apoderase de Orduña
y Amurrio, con otros puntos importantes que le aseguraron por
completo la posesion del país conquistado. Maroto quiso hacer un
ensayo de resistencia en Areta; pero esto no hizo mas que empeorar
su situacion. El general Leon maniobraba coni fortuna en el
territorio de Navarra; el general Castañeda estrechó tambien su
círculo por las Encartaciones, y en fin, las tropas de D. Cárlos
quedaron reducidas á un espacio tan pobre como sus esperanzas. Los
síntomas de insurreccion y de protesta que se levantaron contra
Maroto en algunos cuerpos del ejército carlista, fueron la señal de
la consumacion de la obra. Maroto, no pudiendo retroceder ya en el
camino que habia emprendido, activó las negociaciones acompañado por
el general Latorre, que ofrecia la sumision de ocho batallones
vizcainos, y el 29 de agosto de 1839 quedó definitivamente
concertado el célebre Convenio de Vergara, por el cual quedaban
reconocidos todos los grados y empleos á los jefes y oficiales que
depusieran las armas, dejando pendiente la cuestion de fueros para
la resolucion de las Córtes. Maroto, Latorre y Urbiztondo se
presentaron el 31 de agosto en los campos de Vergara, seguidos de
las divisiones castellana, vizcaina y guipuzcoana, y depusieron las
armas ante el ejército de Espartero que los recibió en sus brazos.
Un grito inmenso de júbilo resonó por toda la Península: el duque de
la Victoria ciñó á su frente un nuevo laurel, y el esquisito tacto
con que condujo las negociaciones, le hizo adquirir una reputacion
de hábil y prudente, no menos gloriosa que la que le habian
proporcionado los repetidos triunfos de siete años de campaña.
* * *
D. Cárlos,
rodeado de un corto número de soldados, no pudo resistir por mas
tiempo en aquel país, y tuvo que emigrar á tierra estraña para no
volver de ella jamás; pero quedaban por apaciguar los territorios de
Aragon, Valencia, Cataluña, donde el general Cabrera continuaba
sosteniendo con ánimo esforzado el pendon del Pretendiente. Era el
célebre y temido guerrillero la última, aunque vana esperanza de los
carlistas, que no querian doblegarse á la fuerza del destino; su
firmeza de carácter, su decision y arrojo y la pericia que habia
demostrado constantemente en los combates, merecian por completo la
confianza en él depositada. Mas, ¿de qué habian de servirle todas
aquellas cualidades ante un ejército de 50,000 hombres, enardecido
por el triunfo, instado por el deseo de poner fin á la guerra y
auxiliado por los distintos cuerpos que hasta entonces habian tenido
á raya al caudillo tortosino? Apenas hubo Espartero puesto en órden
las cosas de Navarra, dirigióse á Zaragoza (era el mes de setiembre)
donde fué recibido con estremado júbilo. La campaña debia ser rápida
y decisiva, y con objeto de no verse en la necesidad de interrumpir
sus operaciones por los rigores del invierno, que aquel año se
habian anticipado, difirió el rompimiento de las hostilidades hasta
el mes de marzo. Formó entretanto una estensa línea que abrazaba las
provincias de Aragon y Valencia, protegiendo de un golpe á Castilla
la Nueva y cerrando la comunicacion con el territorio de Cuenca;
adoptó al mismo tiempo las medidas necesarias para abastecer el
ejército; estableció el bloqueo de los principales puntos
fortificados, y para ponerse en actitud de maniobrar vigorosamente
cuando declinara el frio, trasladó su cuartel general al Mas de las
Matas. Desde aquel punto podia llegar en breve á Segura y Castellote,
últimos y seguros baluartes del carlismo en aquella region.
Era Segura una verdadera plaza, asentada sobre una empinada roca
con cuatro recintos de mampostería y coronada por la torre del
Homenaje; la fortaleza tenia grande importancia por ser la llave de
una estensa línea y por cerrar el paso hácia el corazon del país.
Cabrera se proponia defenderla hasta el último estremo; pero una
grave enfermedad le impidió el intentar acudir á su socorro.
Llegó Espartero en los últimos dias de marzo al frente de la
plaza con un numeroso tren de artillería y todas las fuerzas que
conceptuó necesarias para la espugnacion. Pocos dias despues
quedaron levantadas ocho baterías, á pesar de los nutridos fuegos de
los sitiados y el 26 de marzo abrieron los sitiadores un fuego tan
terrible, que se vinieron abajo lienzos enteros de muralla. La
defensa era locura ante los poderosos medios que para combatirles se
habian acumulado, y faltos los carlistas de toda esperanza de
socorro, dominados por el desaliento y la desmoralizacion, solo
aspiraron á obtener una capitulacion honrosa; ni aun esto pudieron
conseguir, y puestos en la alternativa de entregarse en el término
de ocho minutos ó ser pasados á cuchillo, se rindieron sin
condiciones. Espartero plantó con su mano sobre la torre del
Homenaje el estandarte de Castilla que llevaba: el primer regimiento
de la Guardia, dirigiendo á sus tropas palabras llenas de fuego y
entusiasmo.
«Soldados, dijo; el pendon de Castilla vuelve á tremolar sobre
los muros que un momento ha servian de asilo á la rebelion. Tan
hermoso triunfo solo es debido á vuestro valor y sufrimiento: la
reina cuenta desde hoy con un obstáculo menos para la paz. Valientes
camaradas; viva la Reina, viva la Constitucion. »
Tomada Segura, reclamaba Castellote la atencion del caudillo
victorioso. Esta fortaleza se levanta sobre un escarpado y colosal
peñasco, inaccesible en todas direcciones. En la parte oriental se
elevaba sobre las fortificaciones una torre de sólida y grosera
arquitectura y á medio tiro de fusil la ermita llamada de San
Cristóbal, que habia sido fortificada con esmero, enlazandola al
recinto con una caponera aspillerada. El pueblo se estendia en
anfiteatro por la falda de aquella empinada roca, y en todos los
alrededores solo se hallaba un punto, el cerro del Calvario, desde
el cual pudiera combatirse, aunque difícilmente, la elevada
fortaleza.
A penas llegaron los isabelinos á la vista de CastelIote,
venciendo dificultades sin número para hacer pasar la artillería,
izaron los carlistas sobre la torre del castillo una bandera negra.
Se habian apoderado del pueblo y del cerro del Calvario, contaban
con víveres y municiones para mucho tiempo y fiados en la fortaleza
de sus defensas, habian resuelto sostenerse á toda costa. Harto
demostraron los hechos esta resolucion llevada á cabo mas allá de
los límites del valor; pues rayó en temeridad, en alarde de
despreciar la vida y de posponerlo todo al cumplimiento del mas
ciego deber.
Todo debia ser inútil, sin embargo. Espartero llevaba 30
batallones, un inmenso tren de artillería y cuantos medios podian
exigirse para la espugnacion de una plaza aun mucho mas fuerte que
aquella. Así es que nada bastó á contener su empuje.
Situadas
las primeras baterías despues de vencer las dificultades del
terreno, los carlistas tuvieron que desocupar, primero el pueblo y
despues la ermita y cerro del Calvario, encerrándose en el castillo.
Conforme iban recejando se levantaban nuevas baterías, y el fuego
era cada vez mas terrible. La torre del Homenaje se vino abajo con
terrible estrépito y las murallas se derruian por todas partes: mas
no por esto disminuia la entereza de los defensores. Trabajaban
noche y dia para reparar los desperfectos causados por los cañones
isabelinos; los sacos de arroz y vituallas que no esperaban ya
emplear en su alimento les servian para formar parapetos en los
claros ábiertos por las balas rasas, y allí donde no era posible
cubrirlos de otro modo, salian á cuerpo descubierto á desafiar la
muerte con la sonrisa en los lábios. Aquello era una locura; el
delirio del heroismo.
Firmes sostuvieron el asalto dado al derruido edificio situado
al Este de la fortaleza; firmes se mantuvieron hasta haber perdido
la mitad de su gente; mas una noticia horrible les hizo abandonar
las armas. Los zapadores del ejército liberal habian abierto una
mina bajo la torre del Homenaje, y de un momento á otro iba á
estallar lanzando por los aires, no solo la torre, sino una gran
parte de las fortificaciones: ¿qué podian hacer los sitiados? Su
honor militar estaba con creces satisfecho; la esperanza de un
próximo auxilio no existia; la probabilidad del triunfo no cabia en
ninguno de aquellos denodados corazones. Era inútil resistir mas, y
los sitiados, suspendiendo el fuego, enarbolaron bandera blanca.
Aquel puñado de valientes, rendidos á discrecion, fueron
tratados con toda la consideracion que su infortunio merecia, y
Castellote quedó por la causa liberal, dejando en la historia de los
fastos militares una página gloriosa.
Este nuevo triunfo redobló las probabilidades de poner pronto
fin á la campaña. Al paso que Espartero aumentaba sus medios de
ataque, reconcentrando tropas cada vez mas fuertes por el número y
el ascendiente moral, los carlistas veian disminuir su gente mas
desanimada de dia en dia, y reducirse el círculo de su accion.
Cabrera, apenas restablecido de su grave enfermedad, reunió en
consejo en Mora á sus principales jefes, y el acuerdo, como no podia
dejar de ser, fué limitarse á la defensiva de aquellos puntos que
ofrecian mas probabilidad de resistencia. Cantavieja fué evacuada, y
apenas se habian reconcentrado una buena parte de sus fuerzas en
Morella, se presentó Espartero delante de esta plaza al frente de 50
batallones y 100 piezas de artillería.
Era Morella de gran ventaja estratégica, cuna del caudillo que
mas ardorosamente y con mayor fortuna sostuvo la bandera de D.
Cárlos, y capaz de sostener un largo sitio por el esmero con que
habia sido fortificada. Dábanle guarnicion 1,500 hombres escogidos,
mandados por jefes espertos y valientes y contaba con víveres y
municiones suficientes para defenderse por mucho tiempo.
Antes de pensar en la espugnacion de la plaza, propiamente
dicha, era necesario apoderarse de los dos fuertes reductos,
denominados San Pedro y la Querola, que defendian su recinto. El
caudillo liberal comprendió que el primero era el que debia ser
objeto de su ataque, pues, una vez tomado, quedaba á su disposicion
el de la Querola. Pocos dias bastaron para que las numerosas
baterías del ejército sitiador dejaran derruida la parte principal
del fuerte, y las tropas que lo guarnecian, imposibilitadas de
refugiarse en la plaza, tuvieron que rendirse á discrecion despues
de haber hecho una salida infructuosa. Mas afortunada la guarnicion
de la Querola, pudo evacuar el fuerte y reunirse á los defensores de
Morella, cuyo recinto vino desde entonces a ser el objeto del
ataque.
Los fuegos se abrieron con tal brío por parte de los sitiadores,
que en solos tres dias arrojaron 7,000 proyectiles sólidos y huecos
sobre la plaza y el castillo. El acierto de los artilleros era tal,
que cuantas veces se enarbolaba la bandera de guerra sobre la torre
del castillo, otras tantas la echaban abajo; el incendio hacia presa
frecuentemente en las casas, y ante el fuego terrible de los
sitiadores era imposible estinguirlo: una bomba hendiendo los aires
en la mañana del 29 de mayo fué á penetrar en el depósito de
municiones donde se hallaban almacenados centenares de quintales de
pólvora, y una gran parte del castillo voló por los aires. El sol se
oscureció, y cuando aquella inmensa columna de humo se hubo
disipado; aparecieron derruidas muchas casas, sobre las cuales
habian caido las moles inmensas, lanzadas á larga distancia; por
aquella terrible esplosion, que produjo la muerte de infinidad de
personas y llevó el terror hasta á los mas esforzados corazones.
La posicion de la plaza se hacia cada vez mas crítica: sus
defensores comenzaban á vacilar, y Espartero, que no queria
comprometer sus tropas en un asalto, seguro como estaba del éxito de
sus poderosos medios ofensivos, redobló el ataque. Las balas
lanzadas sobre la inmensa peña en que se alzaba el castillo,
arrancaban pedazos de roca que iban á caer con gran violencia sobre
la poblacion, haciendo aun mas daño que los proyectiles que seguian
lloviendo desde el campo isabelino.
Era imposible sostenerse por mas tiempo en la plaza. Los jefes,
despues de dejar una corta guarnicion en el castillo, resolvieron
abandonarla, abriéndose paso á través de las filas enemigas: mas
desdichadamente, aquella operacion tuvo para los morellanos mas
tristes consecuencias que las que hubieran esperimentado en la
continuacion del sitio.
Apenas se difundió por la poblacion la noticia de que iba á ser
evacuada, sus habitantes, que influidos por el clero creian no
hallar piedad en los soldados de la reina, se reunieron
tumultuariamente en las primeras horas de la noche y pidieron
marchar juntamente con las tropas. Nada bastó para disuadirles de
tan descabellada idea, y formada una columna á cuya cabeza y
retaguardia marchaban las tropas, salieron con ellas todas ó casi
todas las personas que se hallaban en la plaza, inclusos los
ancianos, niños, frailes y mujeres. Aquellos desgraciados pensaban
caminar á su salvacion, cuando iban derechos á la muerte. Espartero
que tuvo noticia de la proyectada evasion trató de evitarla,
haciendo aproximar las tropas al recinto, y apenas llegó la columna
fugitiva á las líneas sitiadores, la descarga fulminada por un
batallon llevó la muerte y el espanto á aquel grupo de gente
desarmada. La escena fué terrible; pero aun no habia terminado.
Aterrorizados hombres y mujeres ante aquel peligro, corrieron dando
gritos á refugiarse en la plaza; pero los que habian quedado allí
para defenderla, creyendo que los sitiadores daban un asalto,
acudieron á la muralla y fulminando sobre los fugitivos un fuego
terrible, aumentaron la mortandad entre aquellos desgraciados. Los
defensores del castillo, dominados por la misma idea, comenzaron á
lanzar proyectiles sobre el campo, y por un largo intervalo de
tiempo, aquellas pobres gentes fueron el objeto de un fuego
horroroso: centenares de personas quedaron muertas en las
inmediaciones de la plaza, y cuando las que sobrevivian creyeron
haber hallado su salvacion en el puente levadizo, este se hundió,
dejando el foso cubierto de cadáveres.
Apenas se salvaron un centenar de las personas que salieron de
la plaza con la guarnicion. Esta logró abrirse paso haciendo
prodigios de valor; pero al rayar el dia y al tener conocimiento de
lo que habia pasado, los pocos defensores de la plaza quedaron tan
profundamente afectados, que no pensaron mas en resistir, y el 30 de
mayo se rindieron á discrecion, siendo trasladados á Zaragoza en
calidad de prisioneros. Espartero fué agraciado con el título de
duque de Morella y con el Toison de oro.
Cayó Morella, y con ella la última esperanza de la causa
carlista. Los ejércitos que pocos años antes dominaban las
provincias del Norte, Valencia y Aragon, amenazando contínuamente la
capital de la monarquía, habian desaparecido. De tantos puntos
fuertes como enarbolaban la bandera del infante, solo quedaba en pié
Berga, en la montaña de Cataluña, y este punto, ni por sus
condiciones, ni por la posicion que ocupaba, podia en manera alguna
servir de un seguro baluarte al puñado de hombres que se conservaban
adictos á Cabrera. Derrotado este en la Cen.a por el general
O'Donnell, marchó á aquel único punto en que podia prolongar por
algunos instantes la desesperada resistencia, que mas por un resto
de caballeresca hidalguía que por ningun otro movimiento se
complacia en oponer á sus poderosos enemigos.
Harto comprendia el obstinado caudillo carlista que no le
quedaba mas medio que la espatriacionl para salvarse. Así es que,
apenas instalado en Berga, fortificó las alturas que ponian esta
plaza en comunicacion con la frontera francesa. Pero apenas se
presentó á su vista el ejército mandado por Espartero, y á pesar de
que habia reunido hasta 10 ó 12 mil hombres, comprendió que era
inútil la resistencia. Todos los jefes carlistas, en quienes la
razon lograba superar el sentimiento, conocian que la lucha era una
locura, y cuantos de aquella manera discurrian, opinaban por la
deposicion de las armas: así fué que Cabrera solo halló á su lado un
corto número que opinase como él, y despues de un ligero combate en
las inmediaciones de Berga, en que salió bastante mal librado,
decidió renunciar á la resistencia y acogerse á Francia. Cabrera,
dirigió una proclama á sus tropas en que les esponía la realidad de
su situacion, en que les hacia ver que «los pueblos no contestaban
ya á su llamamiento» y dió la órden de marchar en demanda de la
vecina Francia. La escena que sucedió fué conmovedora: algunos de
los mas obstinados defensores de D. Cárlos hundieron en su pecho sus
propias bayonetas: dos aragoneses, despues de haberse abrazado, se
separan con la última protesta de amistad, asesta cada uno su fusil
al pecho de su amigo y ambos caen atravesados. ¡Rasgos dignos de
héroes españoles!
Las tropas de la reina suspendieron el fuego que habian abierto
sobre la columna carlista en el momento de emprender la retirada, y
la dejaron noblemente marchar á refugiarse en la nacion vecina.
España quedaba pacificada: pero ¡cuánta sangre, cuántos
sacrificios en hombres y dinero habia costado aquella obra de siete
años! Los estados que tenemos á la vista arrojan un total de 66,159
muertos en todos los cuerpos del ejército y 45,000 licenciados por
inútiles, prisioneros y estraviados en solo el arma de infantería,
la cual tuvo la tercera parte de los muertos arriba figurados. Debe,
por consiguiente, calcularse, que hubo una baja de 135,000 hombres
por el segundo de los conceptos espresados, lo que da un total de
mas de 200,000, y suponiendo una pérdida igualen los carlistas, no
hay exageracion en decir que la guerra civil robó á España medio
millon de hombres. Pero aparte de esto ¡cuántas fortunas perdidas,
cuántos pueblos arruinados, qué perturbacion tan grande en toda la
nacion! La riqueza pública sufrió un terrible detrimento: allí
donde los beligerantes llevaban el estruendo de sus armas, todo era
desolacion; y hubo pueblos, que despues de sufrir los rigores del
hambre, quedaron desiertos. El Tesoro, incapaz de atender á las
exigencias del ejército, estuvo siempre exhausto, y el aumento que
tuvo la deuda nacional, que fué inmenso, apenas puede compararse con
la que despues se ha creado para indemnizar á los pueblos que mas
sufrieron. De aquel período parten los graves obstáculos que
encuentra nuestra Hacienda para seguir una marcha desembarada: sin
aquella tremenda crisis, es evidente que nuestra patria se veria hoy
en muy distinto lugar del que ocupa entre los pueblos modernos.
Pero nos vamos separando del objeto de nuestra obra, y tenemos
que prescindir de las reflexiones que nos ocurren. Espartero tenia
que recorrer aun la seda que el destino le habia reservado: el
ejército, que bajo sus órdenes se habia cubierto de gloria, esperaba
de él la recompensa de sus heróicos esfuerzos, y el país que le
contemplaba en todo el esplendor del triunfo, cifró en él su
esperanza en medio de las revueltas tempestades de la política.
* * *
Pocas veces se
habrá visto un hombre en una posicion tan escepcional como el
general Espartero. Su brillante carrera militar habia hecho de él la
gran figura de nuestra época moderna: habia vencido en nombre de la
libertad á los ejércitos defensores del absolutismo, y como era
natural, el pueblo que le aclamaba libertador, debia buscar en su
espada el mas seguro apoyo para el sostenimiento del régimen que
acababa de ser establecido.
Desgracia grande ha sido para España, que desde el momento mismo
en que se inauguró el sistema liberal, haya imperado en las esferas
superiores del gobierno una tendencia mas ó menos marcada hacia el
retroceso político. Esa tendencia, que se apoyaba principalmente en
la tradicion, ha sido causa constante de desconfianza por parte del
país, de esperanza y estímulo para los que, afectos en mayor ó menor
grado á las ideas antiguas, aspiraban á escatimar las libertades á
tanta costa conseguidas.
Desde los primeros tiempos de la regencia de Doña María
Cristina, la reina Gobernadora pareció personificar esa tendencia,
primero declarándose inclinada á un absolutismo ilustrado, despues
mostrando la mayor parsimonia en la estension concedida á los demás
poderes por el Estatuto real, y últimamente, prefiriendo emplear en
la gobernacion del Estado hombres qué habian profesado mas ó menos
claramente ideas absolutistas, y sosteniéndolos á todo trance aun en
presencia de las repetidas censuras de las Cámaras.
Como era natural, los hombres de ideas avanzadas creian ver en
esa tendencia una rémora constante al planteamiento de sus
doctrinas; los pueblos, estraviados por la fantasía, la atribuian
todas las desgracias que pesaban sobre ellos, y no habia suceso, por
desagradable que fuese, que no se supusiera fraguado ó convenido en
esferas misteriosas. De aquí la agitacion constante en que vivió el
país por un largo período, las alarmas y revueltas que eran el pan
de cada dia, y la necesidad de una persona, que por su gran
prestigio y su decision á la libertad, sirviera de contrapeso á la
tendencia de que hemos hecho mérito.
El pueblo buscó esa personalidad, y la halló en Espartero. Por
mas que el caudillo de Ramales y Morella no se hubiese significado
abiertamente en política, prefiriendo siempre el gobierno que mejor
atendia á las necesidades del ejército, no puede negarse que siempre
se mostró como constitucional ardiente. La palabra libertad con que
habia llevado á sus soldados al triunfo tantas veces, no podia menos
de haberse encarnado en su corazon, y cuando llegó el momento en que
los pueblos la pronunciaron dirigiéndose á él, tenia que resonar
allí con toda la fuerza de que era capaz el corazon que siente.
Tenemos que retroceder un poco.
Era la época en que la guerra civil tocaba ya á su término. Las
Córtes, disueltas por tres veces en un breve período, habian
concluido por dar su aprobacion á un proyecto de ley, en que se
reducian notablemente las atribuciones de los ayuntamientos, y por
el cual se coartaba la libertad de accion que estas corporaciones
habian tenido aun en los tiempos de mayor absolutismo. La lucha que
se habia entablado entre el poder y la representacion nacional para
conseguir tan importante innovacion, el desenfado con que se
proclamaban otras no menos trascendentales desde las esferas del
gobierno, y la creencia general de que habia de imperar al fin la
tendencia contraria á las aspiraciones populares, produjeron una
efervescencia en el país, que amenazó convertirse desde luego en una
conflagracion.
A los primeros síntomas de la tempestad que amenazaba abandonó á
Madrid la Reina Gobernadora, ya fuese para ponerse fuera del alcance
de la conmocion que amenazaba á la metrópoli, ya con objeto de
mejorar su salud en las aguas de Barcelona, ó lo que es mas
probable, con el deseo de celebrar una conferencia con Espartero,
privando á este suceso de la importancia que no podria menos de
dársele, á no presentarle como una cosa natural, hallándose aquel
caudillo en el trayecto que debia atravesar Doña María Cristina.
Aquella conferencia era necesaria para conocer el ánimo del general
en jefe del ejército, que constantemente recibia esposiciones de los
pueblos escitándole á oponerse á los designios del gobierno, y cuyo
nombre corria de boca en boca como una palabra de amenaza contra los
que se empeñaban en llevar adelante á todo trance los proyectos en
cuestion. Espartero, que se hallaba á la sazon en Berga, dirigiendo
el sitio de esta plaza, pasó á Lérida á recibir á la Regente del
reino, y allí se verificó la deseada conferencia.
Su resultado fué el que, dada la situacion del general, debia
esperarse. Espartero manifestó francamente á la Reina Gobernadora,
que para salvar la situacion política que el país atravesaba, era
preciso que negara su sancion á la ley de ayuntamientos, y que
llamase al poder otros hombres que por sus ideas liberales y
conciliadoras hiciesen desaparecer por completo la desconfianza que
trabajaba á la mayoría del país.
Doña María Cristina espuso por su parte lo que en su concepto
habia de humillante en llamar al poder hombres de ideas
progresistas, cuya elevacion podria equivaler para muchos á una
abdicacion, y lo peligroso que era negar su sancion á una ley hecha
en Córtes. Sin embargo, convino en que, si Espartero no hallaba
inconveniente en formar un ministerio en que tomara parte el Sr.
Istúriz, bien conocido ya por sus ideas templadas, podria
verificarse el cambio, prometiendo en tanto no sancionar la ley,
causa del conflicto.
El duque de la Victoria, aunque violentándose algun tanto,
accedió al fin á la proposicion de la Reina Gobernadora, y marchó á
Berga á terminar el sitio mientras la augusta señora proseguia su
viaje á Barcelona. Todo parecia encaminado á una solucion
satisfactoria; pero apenas llegó la córte á la capital de Cataluña,
los ministros que veian próximo su fin, hicieron un esfuerzo para
cambiar el ánimo de la Reifia, y lo consiguieron. Fué necesario para
ello, que le espusieran los graves inconvenientes de un
disentimiento con las Cámaras, por mas que esto no pasase de ser un
contrasentido en vista de los conflictos que de otro lado
amenazaban, y que manifestasen que tendiendo la ley á robustecer el
principio de autoridad, no era posible retroceder ante exigencias
que parecian anárquicas.
La Reina vaciló ante la promesa empeñada y ante la
inconveniencia de romper enteramente con el que era á la sazon ídolo
del ejército y del pueblo. Al fin, la Reina, cediendo á las razones
de sus consejeros, tomó la pluma para firmar la ley; pero vacilando
aun, la arrojó sobre la mesa.
-¿Quién representa aquí al rey, V. M. ó el general Espartero?
dijo entonces con resolucion el Sr. Perez de Castro.
Herida en su amor propio la Gobernadora, tomó por segunda vez la
pluma; pero al ir á estampar su firma, halló que aquella no marcaba.
Cediendo á una inspiracion del fatalismo, la Reina arrojó de
nuevo la pluma, negándose á firmar; mas Perez de Castro la cogió, y
limpiándola cuidadosamente en su levita, la mojó en tinta, y despues
de escribir con ella sin dificultad, la devolvió á la Reina
diciéndole irónicamente:
-Señora: mi levita es mas poderosa que la espada del general
Espartero.
Difícil era que una reina resistiese á aquellas sugestiones.
Doña María Cristina puso al fin su firma, y los sucesos vinieron á
demostrar que no en vano vacilaba en sancionar la ley.
Nos hemos detenido un tanto en esto, porque la escena que
acabamos de referir, habia de tener una influencia poderosa en los
destinos del país, y muy especialmente en los del general Espartero.
Sin la sancion de aquella ley, que rechazaba el sobreescitado
sentimiento público, ni Espartero hubiera sido llamado á ocupar la
Regencia, ni hubieran ocurrido en España dos de las mas importantes
revoluciones que registra nuestra calamitosa historia contemporánea.
El duque de la Victoria, que se habia trasladado ya á Barcelona,
resentido por la solucion dada á. aquel importante asunto, y que era
enteramente contraria á lo que con él se habia convenido, dimitió el
importante cargo que ejercia para quedar exento de la
responsabilidad que podia achacarsele por su solidaridad con aquella
situacion. Aunque la guerra habia ya terminado, el ministerio
comprendió la trascendencia que podia tener un acto semejante, y
nombró al dimisionario comandante general de la Guardia; pero los
sucesos se precipitaron de una manera que hicieron inútil el paso
dado por el gabinete.
Apenas se difundió por la capital del principado la noticia de
la sancion de la ley y de la dimision del caudillo popular, estalló
la revuelta que tanto tiempo se venia presintiendo. Diversos grupos
armados recorrieron la poblacion tumultuariamente, dando gritos
sediciosos y cometiendo escesos deplorables. El nombre de Espartero
era tomado en boca de los que, formando solo una pequeña parte de la
masa liberal, querian escudarse en él para entregarse á sus
resentimientos particulares.
El duque de la Victoria, que jamás se ha asociado á motines de
ninguna especie, no lo consintió, y marchando á. la casa de
Ayuntamiento donde se hallaba reunida la municipalidad, penetró por
medio de la muchedumbre apiñáda en la plaza de San Jaime, se
presentó ante aquella corporacjon, y con voz enérgica protestó
contra los sucesos que se verificaban, añadiendo que no consentiria
nunca que su nombre sirviese de lema para cometer desórdenes,
alterar el reposo público y ultrajar las leyes.
Estas
palabras bastaron para disipar la tempestad. La tumultuosa
muchedumbre se dispersó como por encanto, y deseoso Espartero de que
no se repitiesen escenas semejantes, desplegó las tropas de su
ejército por toda la ciudad, consiguiendo en efecto restablecerla
tranquilidad.
Pero si bien cesó la agitacion en las calles, no desapareció de
los ánimos; y el ministerio Perez de Castro se vió obligado al fin á
presentar su dimision, dando con esto una prueba de que, antes de
pensar en resistir, es fuerza ver los límites en que debe encerrarse
la resistencia para no retroceder en el momento en que sea
necesaria.
Sin la protesta armada del duque de la Victoria, que es la que
aquel gobierno mas temia, aunque sin fundamento alguno para
esperarla, Perez de Castro y sus amigos no pudieron contrarestar la
fuerza misma de los sucesos, y tuvieron que abandonar el poder de
que tan imprevisoramente habian usado.
Nombróse, al fin, un gobierno progresista; pero las exigencias
de la córte que trataba de hacer política moderada con hombres
progresistas, hizo que el nuevo ministerio se descompusiera muy en
breve. Organizóse un nuevo gabinete moderado, y queriendo la córte
aproximarse á Madrid se trasladó á Valencia.
La noticia de los acontecimientos que acababan de verificarse,
sirvió de señal á la revolucion. Madrid dió el grito el l.º de
setiembre (1840), y á los pocos dias el gobierno solo contaba con la
obediencia de Valencia, donde el general O'Donell pudo sostener la
tranquilidad, empléando toda la energía de su carácter. En tal
conflicto, la Reina Gobernadora pensó en Espartero como en su única
esperanza, y le encargó la formacion de gabinete.
Hallábase aquel en Barcelona, y para desempeñar cumplidamente la
mision que se le confiaba, tuvo que trasladarse á Madrid, á fin de
escoger los consejeros que debian acompañarle. Jamás se ha hecho á
un soldado una recepcion mas entusiasta y calorosa que la que
Espartero obtuvo en la capital de la monarquía. El pueblo de Madrid
saludó en él al caudillo que habia decidido el triunfo de la
libertad sobre el absolutismo, y que llamado al poder, debia
asegurar las conquistas que habian costado tanta sangre y tan
penosos sacrificios. Aquellas fiestas, que no tenemos para qué
describir, fueron la apoteósis de la libertad, el honor mas grande
que puede tributar un pueblo á un hombre nacido en humilde esfera.
Organizado el ministerio al ruido de aquellas manifestaciones,
marchó á Valencia el duque de la Victoria acompañado de sus colegas
de gabinete, y apenas presentado á la Reina Gobernadora su programa,
en que naturalmente figuraba la suspension de la ley de
ayuntamientos, todos escucharon con sorpresa de labios de la reina,
que estaba resuelta á renunciar su cargo de Regente.
No se comprende tal resolucion, toda vez que la ley municipal
habia sido la causa determinante de la revolucion que representaba
el nuevo gabinete. ¿Cómo habia este de renunciar á aquella medida
sin ponerse en contradiccion abierta con todos sus antecedentes y
formales compromisos, sin hacer estéril el movimiento que
le habia encumbrado al poder, sin echar, en fin, sobre sus hombros
la nota de traidores?
Dados los términos en que habia llegado á colocarse la
cuestion, no quedaba otra disyuntiva que suspender la ley ó
entregarse á una série interminable de agitaciones y revueltas. Pero
ni esta reflexion ni las muchas que en consonancia de ella hicieron
á Cristina sus consejeros responsables, bastaron para disuadirla de
su propósito, y á los pocos dias se verificó solemnemente el acto de
la abdicacion.
Sabido es que inmediatamente despues Cristina marchó al
estranjero, embarcándose en Valencia en el vapor Mercurio, y
dejando encargado al ministerio, y especialmente al duque de la
Victoria del gobierno provisional del reino, hasta que las Córtes
eligiesen la nueva regencia.
Ninguna de cuantas inculpaciones se han dirigido á Espartero
por escritores nacionales y estranjeros á propósito de este
importante acontecimiento ha podido subsistir. El hombre, que al
frente de un ejército aguerrido, jamás pensó en hacerle instrumento
de bastardas miras para alcanzar la presidencia del Consejo de
ministros, mal podia apelar á la violencia ó á subterfugios indignos
con objeto de conseguir un puesto, á que seguramente no habia
aspirado ni aspiraba el caudillo liberal. Un cuarto de siglo de
silencio sobre hechos que no hubieran quedado en el olvido, es la
prueba mas elocuente que puede oponerse hoy á las calumnias que por
entonces se dieron á luz en España y Francia. La abdicacion de doña
María Cristina de Borbon fué un acto espontáneo de aquella augusta
señora, y á mas de espontáneo, fundado en su oposicion
incontrastable á admitir ideas que estaban reñidas con las suyas;
Cristina pudo muy bien prescindir de un paso de esta naturaleza, si
hubiera comprendido que los monarcas constitucionales no son
monarcas de un partido ni patrocinadores de un sistema
administrativo, sea cual fuere, sino el centro de todas las ideas,
el lazo comun de todos los partidos, el punto donde vienen á unirse
todos los sistemas apropiados á la gobernacion de un país y
compatibles con los principios fundamentales de la Constitucion. La
Reina Gobernadora no quiso ocupar esa esfera elevada, propia del
monarca verdaderamente constitucional, y obedeciendo á ideas que no
nos proponemos calificar, conceptuó mas conforme con ellas abdicar
que seguir la marcha pedida por los pueblos; no la censuramos por
ello, pero nos es necesario hacer constar que ningun móvil estraño á
su propia conciencia le indujo á llevar á cabo el acto que dejó la
regencia á la eleccion del país.
Quedaba este en una situacion bastante azarosa é intranquila.
El partido exaltado, ó por mejor decir, la fraccion de los
progresistas, que despues ha venido á constituir la democracia, y
que entonces se confundia con él, no podia darse por satisfecho con
el triunfo que habia alcanzado el sistema constitucional. Aquel
partido queria ir mas allá., y saltando por cima de la Constitucion
de 1837, pedia la abolicion del Senado, sin reparar en que este
cuerpo era de eleccion popular y tan amovible como la misma Cámara
de diputados.
Difícilmente podia acceder la regencia provisional á
semejante pretension, pues hubiera sido abrogarse facultades que de
ninguna manera le correspondian, y que hubieran equivalido á la
absorcion de todos los poderes; pero la intransigencia política no
repara en nada, y precisamente el empeño con que el ministerio
sostuvo la Constitucion vigente entonces, fué lo que suscitó á
Espartero mas rivalidades y mayores desconfianzas entre los que
debian mirarle como el mejor amigo de los liberales avanzados.
No hay que decir que el partido que acababa de caer en la
desgracia á consecuencia de la abdicacion de doña María Cristina,
debia poner en juego toda la influencia que podia ejercer sobre las
ideas para combatir á la persona que veia levantarse sobre todas las
demás. Bajo el concurso de tan encontrados sentimientos se
realizaron las elecciones de diputados, que debian decidir la
cuestion de la regencia, y el resultado no pudo ser otro que el que
se consiguió.
La Asamblea se halló dividida entre los que querian la regencia
trina y los que aspiraban á que se diera á una sola persona,
designando para ello al general Espartero, que aun entre los mismos
que opinaban por la regencia única, hallaba quien le opusiera la
personalidad del eminente repúblico D. Agustin Argüelles.
La violencia con que en la prensa se habian debatido estas
cuestiones, no fué mas que un augurio de la que habia de presidir á
los debates de las Cámaras. La opinion se hallaba por estrelllo
dividida, y seguramente, si Espartero no hubiera salido de la
especie de neutralidad en que se babia encerrado desde el primer
momento, no seria fácil decir cuál hubiera sido la decision de las
Cámaras.
Pero el duque de la Victoria, deslumbrado por su propia gloria,
ó movido acaso por amigos imprudentes, cometió la ligereza de
manifestar en un comunicado dirigido á un periódico por su
secretario el general Linage, que estaba decidido á no aceptar otra
cosa que la Regencia única, y que en caso de designarle para
desempeñarla en compañía de cualquiera otra persona, se retiraria á
la vida privada.
Gran falta fué esta; pues si bien contribuyó á decidir á los que
aun vacilaban en la eleccion del Regente, dió armas terribles á sus
enemigos para presentarle como un ambicioso, envanecido por el
triunfo é inclinado á hacer predominar en todo y para todo la fuerza
de la espada.
Espartero fué elegido el dia 8 de marzo de 1841 Regente del
reino por 169 votos del Senado y el Congreso reunidos, contra 103
que obtuvo su contrincante D. Agustin Argüelles, despues de haber
decidido ambos cuerpos por 153 votos contra 136 que la Regencia
fuera única. Pero aquella decision tan reñida como acusan las cifras
que acabamos de esponer, no podia significar la estabilidad del
triunfo del general Espartero.
Grandes deberes tenia este que cumplir en su elevado cargo. Por
una parte el ejército esperaba de él la recompensa de los grandes
esfuerzos que habia llevado á cabo bajo sus inmediatas órdenes; el
país, por otra, reclamaba paz y tranquilidad, órden y concierto en
la administracion pública; la exaltacion de las pasiones políticas,
en fin, exigia un tacto esquisito y una prudencia á toda prueba para
acallar á los unos, contentar á los otros y satisfacer las
exigencias de la opinion. Desgraciadamente, ni el estado de la
Hacienda pudo permitir que las clases militares fuesen atendidas
como merecian, ni la índole misma de la situacion política se prestó
á inaugurar un período de paz, ni últimamente, la impaciencia de los
enemigos de Espartero dió el tiempo necesario para que las cosas
caminasen por el sendero de que no debian haber salido.
Los veteranos de la guerra civil fueron licenciados; pero al
abandonar sus banderas no recibieron mas que una pequeña parte de
los atrasos que se les debian, y regresaron á sus casas hambrientos
y descalzos, pregonando su miseria y haciendo recaer sobre su
antiguo capitan la causa de su desventura. Espartero trató de poner
remedio á ello, proyectando conceder á aquellos veteranos tierras
procedentes de bienes nacionales por valor de los sueldos y haberes
capitalizados que disfrutasen lo mismo los jefes que los simples
soldados; pero aunque se mandó suspender con este objeto la venta de
los bienes desamortizados, no llegó á realizarse un proyecto de
tanta importancia.
Pensóse tambien muy acertadamente en dar colocacion en los
destinos administrativos á los oficiales que resultaron escedentes
despues de disueltos algunos cuerpos; pero solo pudo hacerse en muy
pequeña escala, y en resolucion no Ilegó á conseguirse cortar el
disgusto qué se iba apoderando del ejército al ver la exigua
recompensa que habian obtenido los que acababan de abandonar sus
filas.
Entretanto, los partidos estremos trabajaban sin descanso por
soliviantar las pasiones y socavar el terreno en que se asentaba el
Regente del reino. Ofreciéronse desde luego cuestiones políticas de
la mayor importancia, y la de tutela de la futura reina, que fué de
las primeras, bastó para dar á los partidos la señal de una lucha
encarnizada.
La reina Cristina, que aun despues de su abdicacion aspiraba á
ejercer cierta influencia en determinadas cuestiones de gobierno, y
que desde su llegada á Francia se habia mostrado afectuosa y
deferente con el duque de la Victoria en mas de una ocasion,
enviándole en una de ellas un rico presente para su señora, quiso
que se nombrase para el cargo de tutor á la persona que ella
designase; pero el Regente prefirió encerrarse en el círculo de la
Constitucion y se negó á ello, esponiendo que el referido
nombramiento era de la esclusiva competencia de las Córtes. Cristina
contestó á esta negativa con un manifiesto hostil al Regente, en tal
manera y que á no estar ya muy encendidas las pasiones, hubiera sido
suficiente para hacerlas estallar.
El partido moderado no esperaba mas que una señal para lanzarse
á la lucha armada, y la encontró en el referido manifiesto. Todos
los generales que militaban en sus filas, se lanzaron al terreno de
la. conspiracion, y favorablemente acogidos por el ejército, harto
disgustado de la suerte que le cabia, estalló al fin una formidable
insurreccion militar.
No habian aun pasado cinco meses desde la eleccion de Espartero
para la Regencia, cuando el general D. Diego Leon, que tan
bizarramente se habia conducido en la campaña de los siete años,
trató de apoderarse de la princesa llamada á ocupar el trono,
penetrando en Palacio al frente de un regimiento insurrecto. La
resistencia que opuso la guardia de Alabarderos dió tiempo á que
acudiera el Regente con fuerzas superiores; Leon huyó por la primera
vez de su vida, pero preso y sentenciado á muerte por un consejo de
guerra, sufrió todo el rigor de las leyes militares.
Mucho ha dado que hablar este triste suceso: el trágico fin del
general que conquistó un puesto glorioso entre los defensores de la
Reina, afectó profundamente al país y dió márgen á los enemigos del
Regente para dirigirle toda clase de acusaciones. Supusieron sin
motivo suficiente que el general Espartero lo habia procurado por
todos los medios que estaban á su alcance, cediendo á resentimientos
particulares ó á celos infundados; se dijo que los jueces que
formaron el consejo de guerra habian sido recompensados por
pronunciar la sentencia de muerte; pero nada de esto es cierto.
El fusilamiento de Leon fué obra de la enormidad del hecho y de
la fuerza misma de las circunstancias. Cuando Espartero supo que el
héroe de Velascoain trataba de lanzarse á la insurreccion, hizo
cuanto estaba de su parte para separar de tan fatal camino:
sentenciado á muerte, el Regente vió que el Consejo de ministros
habia acordado se llevase á cabo la sentencia, y lo que era mas
significativo, se le presentaron comisiones de algunos puntos,
pidiendo el cumplimiento de la ley si se queria contener á los que
trataban de alterar las cosas. Una esposicion de gracia que se hizo
circular entre la milicia de Madrid, apenas recogió 200 firmas:
¿qué había de hacer el Regente ante estas circunstancias, viendo
amagado el poder por una conspiracion vástísima que amenazaba
reproducirse en hechos como el llevado á cabo por el desgraciado
Leon?
La ley fué aplicada; pero los jueces del consejo que votaron por
la vida de Leon, no solo conservaron los empleos y la amistad de
Espartero, sino que fueron llamados á ocupar puestos importantes,
pues Cortines fué capitan general de Cataluña, Grases gobernador de
Madrid, y Pinto obtuvo cargos de no menos entidad.
Herida la revolucion en su cabeza, hubo que atender á esterminar
los gérmenes que podian servirle para una nueva tentativa. La
guardia real, que por ser un cuerpo aristocrático y privilegiado,
era el objeto de todas las esperanzas alimentadas por los enemigos
del órden existente, fué disuelta á los pocos dias de haber
estallado el movimiento. Pero pasados los instantes del peligro y
confiado Espartero en la fuerza que le daba el resultado de los
acontecimientos, dejó á todos la ámplia libertad, que es mas bien
propia de lá paz que de los períodos revueltos, pensando en
robustecer el poder civil y aumentando la milicia nacional como
medio de contener cualquiera aspiracion que tratara de apoyarse en
la fuerza de las armas.
Era muy vivo entonces el ruego de las pasiones para que este
sistema dejara de producir resultados enteramente opuestos á los que
el Regente deseaba. Sus adversarios comenzaron á agitarse con la
mayor violencia; los moderados, deseosos de venganza, recurrian á
cuantos medios estaban á su alcance para derribarle: los exaltados,
que seguian pensando en reformas constitucionales y en una política
verdaderamente revolucionaria, le atacaban de una manera implacable:
muchos de los que hasta entonces habian sido sus amigos le
abandonaron, bien porque no viesen satisfechas sus aspiraciones
personales, bien porque no mirasen con buenos ojos la marcha que
seguia. La prensa de todos los matices, entregada al ardor de las
pasiones políticas, se desbordó hasta el escándalo, y el
Parlamento,que debia ser el principal apoyo del poder, se convirtió
en campo de ardientes é infecundas discusiones. Los ministerios, en
los cuales se veia siempre una reunion de amigos particulares del
Regente, no hallaban tregua ni descanso en aquella cruzada de los
partidos contra el poder, y muchas veces morian apenas organizados.
Ciertamente, lo único de que podia acusarse al generill
Espartero, era de tener como vinculada en un círculo determinado de
personas la gestion de los negocios públicos. Esto era mas que
suficiente para avivar las pasiones encendidas y hacer mirar al jefe
del Estado, no ya como un jefe de partido, sino como á un hombre
encerrado en una camarilla y reducido á interpretar los
deseos de unos cuantos. En los gobiernos constitucionales, como ya
hemos dicho, el representante del poder real tiene que ser el centro
comun de todos los partidos, la esfera donde vengan á desenvolverse
todas las ideas, todos los sistemas compatibles con la Constitucion.
Espartero no comprendió ó no quiso comprender esta gran verdad,
y los resultados que tocó no pudieron ser mas tristes.
Todos los partidos se conjuraron contra el Regente; todas las
personalidades se agitaron contra él, y en la prensa, en la tribuna,
en los círculos particulares, en todas partes no se trató ya mas que
de echar abajo un poder que parecia ajeno á las exigencias del mayor
número é incapacitado para satisfacerlas. La palabra coalicion
resonó en aquella atmósfera candente, y fué la señal para hacer el
último esfuerzo. .Todos los enemigos de Espartero la recibieron con
entusiasmo y la esplotaron hábilmente, haciendo suponer que el
Regente trataba de coronarse rey y establecer el despotismo militar.
Nada de esto era cierto; en nada podian fundarlo sus
propaladores, pues la historia de Espartero hablaba elocuentemente
contra ello, y la libertad misma que dejaba á todos para moverse en
el ancho círculo donde se agitaban, probaban su respeto á las
libertades públicas; pero habia que adoptar un medio cualquiera para
hacer que el país se interesara en la cuestion, y este no era
ciertamente de los menos eficaces.
Llegó por fin la hora en que Olózaga pronunció en el Congreso
sus memorables palabras: jDios salve á la reina, Dios salve al
país! y el país escitado por voces tan poco sospechosas para él
como las de aquel orador, respondió á este llamamiento alzándose
contra el Regente.
Málaga, Valencia y Barcelona, dieron el grito de rebelion, y al
cabo de pocos dias, Espartero solo pudo contar con algunos de los
cuerpos de aquel ejército, que un año antes lo consideraba como á un
ídolo.
Su primer pensamiento fué abdicar la Regencia para demostrar de
esta manera que no aspiraba ni remotamente á usurpar un puesto, en
que de seguro no habia siquiera pensado. Es muy posible que á
haberlo realizado, hubiera quedado la revolucion desarmada; pero sus
amigos le hicieron desistir de semejante idea, y se decidió á Iuchar
en el terreno de la fuerza.
Los trabajos incesantes que se habian hecho tenian minado el
ejército, y habiéndose puesto al frente de un cuerpo considerable de
tropas para marchar sobre Valencia, apenas pudo llegar á Albacete.
Viendo allí que la division mandada por Enna se habia pasado á la
rebelion, se dirigió á Andalucía para incorporarse con Van-Halen,
que estaba sitiando á Sevilla, y constituir allí su base de
operaciones; pero al recibirse en el campo la noticia de la jornada
de Ardoz, fué necesario levantar el sitio de Sevilla, emprendiendo
la retirada á Cádiz. Las tropas, á las cuales se habian ocultado los
acontecimientos para evitar la insurreccion, supieron en Utrera la
verdad de los sucesos, y la desercion fué tan grande, que solo
quedaron al Iado de Espartero algunas compañías.
El Regente, amenazado por el general Concha que le perseguia al
frente de un numeroso cuerpo do infantería y caballería, pudo llegar
al Puerto de Santa María y embarcarse á bordo del vapor Bétis.
Perdida ya toda esperanza, Espartero se traladó al navío de
la marina real inglesa Malavar que se hallaba fondeado en el
puerto de Cádiz, y fué recibido en él con todos los honores debidos
á su rango.
El Regente publicó un manifiesto en que se sinceraba de los
cargos que injustamente se le habian dirigido, y protestaba contra
la violencia de que habia sido objeto. El gobierno contestó
espulsándole del territorio español y exonerándole de todos sus
empleos y condecoraciones, y el Malavar hizo entonces rumbo
á Lisboa, donde trasladó á Espartero al Prometeo, que lo
Ilevó á Lóndres.
El gobierno inglés, interpretando los deseos y sentimientos de
aquel pueblo liberal y generoso, acogió al noble desterrado con
todas las consideraciones imaginables, y le señaló una pension de
20,000 duros anuales que Espartero tuvo la delicadeza de no aceptar.
Todas las corporaciones, todos los personajes políticos
importantes se disputaron el honor de dispensarle obsequios, y la
Reina Victoria le recibió como hubiera podido recibir á un monarca.
Tales demostraciones debieron hacer muy grata á Espartero su
residencia en Londres; pero el gobierno comprendió al fin que no
debia temer nada de su presencia en España, y siendo presidente del
Consejo de ministros el general Narvaez, le fueron restituidos sus
títulos y honores, levantándole el destierro que se le habia
impuesto y nombrándole senador .
Su regreso á Madrid hizo revivir el antiguo afecto que el
pueblo le profesaba, y dio ocasion á algunos para concebir
esperanzas, que estaba muy distante de complacer quien, como el
hombre cuya historia hemos trazado, no podia carecer de memoria. Al
poco tiempo de residir en Madrid el duque de la Victoria. se
trasladó á Logroño, de donde no ha salido mas que el breve período
de 1854 á 1856, para ocupar la presidencia del Consejo de ministros.
Harto reciente
está la memoria de los sucesos que se verificaron durante aquellos
dos años. Harto conocida es la resistencia que opuso á volver á la
vida política y la facilidad con que la abandonó, para no detenernos
en describir estos sucesos, ni sacar mas pruebas para demostrar que
carece de ambiciones personales, y que, aleccionado por la
esperiencia, saldrá muy difícilmente de su pacífico retiro.
Espartero vive allí con la mayor modestia, entregado á los goces
de una vida pacífica, que su escelente esposa, la señora doña Juana
Sicilia de Martinez, contribuye á embellecer.
Espartero puede estar seguro en su retiro, de que la historia le
reservará un puesto distinguido, y que España le considerará siempre
como uno de sus hijos predilectos.
NAVARRETE EL MUDO.
El pintor Juan
Fernandez de Navarrete, apellidado el Mudo, nació en Logroño en
1526. Su nombre ocupa merecidamente un gran lugar entre los mas
esclarecidos artistas de nuestro siglo de oro, y sus cuadros, muchos
en número, llaman la atención de los inteligentes.
Navarrete fué efectivamente mudo, y debió esta desgracia, no á
su nacimiento, sino á la no menor de haber quedado sordo á los tres
años y sídole imposible por esta razon aprender á hablar. Sin
embargo, leia y escribia perfectamente, jugaba á los naipes y se
hacia entender por señas con tanta claridad que era la admiracion de
cuantos le trataban. Poseia una instruccion nada comun en la
historia sagrada y profana, así como en la mitología, y llegó á ser
tan gran pintór, que por su correccion en el dibujo, por la
espresion y la composicion fué denominado el Ticiano español.
Navarrete demostró una decidida aficion á la pintura desde sus
primeros años, aficion acaso aguijoneada por el convencimiento de la
imposibilidad de dedicarse á otros asuntos. Su padre preciado de tan
feliz disposicion, Ilevóle al monasterio de la Estrella, donde un
religioso llamado fray Vicente, un tanto aventajado en pintura, le
dió las primeras lecciones de este sublime arte: dado el primer
paso, Navarrete siguió la senda que todos los artistas de la época,
y marchó á Italia. Roma, Florencia, Nápoles, Milan y todos los demás
centros de donde radiaban sobre Europa los rayos de la aurora del
renacimiento, ofrecieron á Navarrete ancho campo de estudio, y
admitido en el del Ticiano, hizo tales progresos, que bien pronto se
conquistó un nombre.
Felipe II, que buscaba con empeño á todos los grandes artistas
que podian cooperar al completo ornamento del Escorial, llamó desde
Madrid á Navarrete, y en 6 de marzo de 1568 le nombró pintor de
cámara con 200 escudos anuales, aparte el valor de las obras que
compusiese.
Fué la primera que presentó en la córte un cuadro representando
el bautismo de Jesus, que agradó estraordinariamente al rey, y que
fué colocado en la celda alta del prior del Escorial: despues pintó
los profetas, un crucifijo grande y escelentísimo, segun lo califica
un historiógrafo , y habiendó caido enfermo de la dolencia que
concluyó por llevarle al sepulcro, marchó á Logroño en agosto de
1569, para buscar en su tierra natal alivio á sus padecimientos.
Cerca de dos años estuvo allí disfrutando la pension que le habia
asignado el rey, y en este tiempo pintó los grandes cuadros que
representaban la Asuncion de la Vírgen, elmartirio de Santiago el
Mayor, San Felipe y San Gerónimo penitente, por cuyos cuadros le
dieron 500 ducados. Colocáronse estos lienzos en la sacristía del
convento y se le encargaron otros cuatro iguales para la del
colegio: pintólos en Madrid y entrególos en 1575, habiendo
representado en ellos el Nacimiento del Señor, los Azotes, la Sacra
Familia y San Juan Evangelista escribiendo el Apocalipsis.
Navarrete, que en sus primeras obras no habia adoptado aun
estilo propio, lo dió á conocer aquí, consiguiendo hermanar la
fuerza de los oscuros de Ticiano con la viveza de los claros de
Correggio, Especialmente el cuadro del Nacimiento del Señor es una
verdadera obra de estudio, pues el pintor logró combinar los efectos
de las tres distintas luces que iluminan el cuadro, una que irradia
de la cabeza del recien nacido, otra que despide una vela sostenida
por San José y la que desciende del rompimiento de gloria que corona
el cuadro. Las figuras son bellísimas, como todas las que salian del
pincel de Navarrete, siendo de notar por su dulzura y espresion las
de los pastores que rodean al recien nacido. La Sacra Familia tiene
bellísimas cabezas y detalles preciosísimos: por último, el Señor
atado á la columna está pintado con mucha valentía y es un lienzo de
gran mérito.
No bien hubo terminado estas obras, acometió la ejecucion de su
célebre cuadro de Abraham, por el cual mandó el rey darle 500
escudos, y deseosos los monges de poseer nuevas obras de aquel
pintor, hicieron con él el siguiente contrato:
«En el monasterio de San Lorenzo á 21 del mes de agosto de 1576,
estando en coogregacion los señores Fr. Julian de Tricio, prior de
dicho monasterio, y García de Brizuela, veedor, y Gonzalo Ramirez,
contador de dicha fábrica, tomaron asiento y concierto con Juan
Fernandez Navarrete, mudo, pintor de S. M., en que haya de pintar
para las capillas de la iglesia principal de dicho monasterio,
treinta y dos cuadros, ó los que mas ó menos se le ordenasen, de
historias: los veintisiete de ellos de siete piés y medio de alto y
siete piés y quarto de ancho, conforme al tamaño de la capilla donde
se hubieren de asentar, y los otros cinco de trece piés de alto y
nueve de ancho: los que ha de pintar de toda costa, así de manos
como de colores, lienzos y todo lo demás necesario; y que los
lienzos han de ser enteros, sin costura ni pieza alguna y gruesos,
haciéndolos tejer á propósito para este efecto. Las quales pinturas
ha de hacer conforme á la voluntad de S. M. y á su contento y
satisfaccion del padre prior, ó de las personas que para ello fuese
servido nombrar… las quales dichas pinturas ha de hacer dentro de
quatro años primeros siguientes... por precio
de 200 ducados cada uno de los quadros, de mas del salario ordinario
que tiene de S. M., al qual se tiene respeto y se le han de ir
pagando como fuere entregándolos... Y es declaracion que las dichas
pinturas las ha de hacer el dicho Juan Fernandez por su persona, sin
intervenir otra persona alguna por lo que toca á las figuras y cosas
que podria ser iuconveniente que otro lo hiciese; porque los que le
ayudaren á la dicha pintura ha de ser en cosas que no perjudiquen en
la pintura de los dichos quadros, los quales ha de hacer á contento
y satisfaccion de S. M., y el quadro ó quadros que despues de hechos
y traidos no satisficiesen á S. M. y al dicho prior en su nombre, se
le pueden desechar y dejar de recibir, y él ha de ser obliIgado á
volver á pintar otros que satisfagan á S. M. La qual dicha obra de
pintura ha de hacer en la ciudad de Logroño, de donde es natural, ó
en el dicho monasterio ó villa de Madrid, como mejor le pareciere ó
se acomode; y los ha de dar entregados y puestos á su costa en este
monasterio... y las figuras que fueren en pié tendrán de alto seis
piés y un quarto al justo; y quando una figura de un santo se
duplicare, pintándola mas veces, siempre se le haga el rostro de una
manera, y asimismo las ropas sean de una misma color; y si algun
santo tuviere retrato al propio, se pinte conforme á él, el qual se
busque donde quiera que le haya, con diligencia y en las dichas
pinturas no ponga gato, ni perro, ni otra figura que sea deshonesta,
sino que todos sean santos y que provoquen á devocion. Y el dicho
Juan Fernandez, mudo, que á lo que dicho es, presente está, se
obligó de hacer y cumplir lo susodicho, y así dió muestras y señas
de otorgarlo; y demás de esto, Francisco de la Peña, vecino de
Miranda. de Ebro, que vino en compañía del dicho Juan Fernandez, y
por su intérprete, certificó que el dicho Juan Fernandez se obliga á
cumplir todo lo contenido en este asiento, como en él va declarado,
como persona que le ha tratado y entiende por señas todo lo que dice
y es su voluntad, y está bien cierto de ello, y así lo juró á Dios y
á la cruz en forma, y lo juró de su nombre en presencia del dicho
Juan Fernandez, que tambien lo firmó: y los dichos señores prior,
veedor y contador de la dicha fábrica, aceptaron este asiento en
nombre de S. M. y le ofrecieron la paga y cumplimiento de él, y que
todos los quadros que entregare á contento de S. M. se le paguen
luego. .. y lo firmaron de sus nombres, estando presentes por
testigos el dicho Francisco de la Peña, intérprete, y Juan B. de
Cabrera, criado de S. M., y Francisco de Viana, dorador, y Nicolás
Granelo, pintor, residentes en la dicha fábrica. Fr. Julian de
Tricio, ctc, »
Por desgracia, Navarrete no pudo llevar á cabo su compromiso,
pues la muerte le arrebató el pincel cuando aun no habia pintado mas
que ocho de los referidos cuadros, los cuales representaban á los
apóstoles y los evangelistas San Pablo y San Bernabé. Apenas los
hubo concluido recayó de sus achaques, y despues de buscar en
Segovia y otras poblaciones alivio á su padecimiento del estómago,
fué á morir á Toledo á 28 de marzo de 1579.
Navarrete dejó á su muerte otros muchos cuadros notables, á
saber: Jesucristo resucitado apareciéndose á su Santa Madre: la
Asuncion de Nuestra Señora con los apóstoles: ocho retratos en
lienzos pequeños por acabar: cuatro lienzos de San Francisco: tres
pinturas en tabla: dos Ecce-homos iguales: tres cuadros de la despedida de
Cristo de sui madre para ir á padecer: uno de San Juan Bautista:
otro de San Juan Evangelista: tres de la Soledad de Nuestra Señora,
dos Ecce-homos copiados del Ticiano: dos de Nuestra Señora con el
niño Jesús y San Juan, bosquejados: un retrato del célebre marino
Juan Andrea D'Oria: otro del duque de Medinaceli: un lienzo de un
Ecce-homo, comenzado á bosquejar y algunos otros retratos.
Dejó tambien bosquejado su gran cuadro de San Hipólito, robando
con otros compañeros el cuerpo de San Lorenzo, cuadro de filosófica
invencion, en que se manifiestan perfectamente las pasiones del alma
y de una composicion original y entendida. Los actores del cuadro,
viendo el cuerpo del santo al encender una vela, manifiestan de una
manera admirable, unos su devocion, otros su temor, otros sus
sentimientos, su afecto ó su curiosidad, todo con las mejores
condiciones de propiedad y formando un conjunto lleno de contrastes
y belleza. Lástima es que Navarrete no dejase concluida tan notable
obra; pero afortunadamente, un discípulo suyo que tomó á su cargo
terminarla, lo desempeñó perfectamente imitando el colorido propio
del maestro y venciendo las dificultades que imponia la escasez de
luz que iluminaba el cuadro.
El monasterio de la Estrella de Logroño adquirió durante la
estancia del pintor en aquel punto, por los años de 1575 y 76,
cuatro notables cuadros de nobles caractéres y escelente estilo.
Representaban á San Miguel y San Gerónimo, y el primero es, segun
espresion de Cean Bermudez, la mas hermosa figura del Arcángel que
se conoce en Castilla: el segundo es una imitacion del mismo santo
que pintó allí para el Escorial: los otros dos cuadros representan
el uno á San Lorenzo y San Hipólito, y el otro á San Fabian y San
Sebastian.
La catedral de Salamanca conserva tambien en la capilla del
sepulcro una reproduccion del cuadro que representa á Jesucristo
resucitado, apareciéndose á la Virgen,y una copia del entierro de
Cristo que pintó el Ticiano para el Escorial.
El colegio del Patriarca de Valencia adquirió tambien de él ocho
cuadritos, que al parecer eran bocetos de los cuadros de los
apóstoles y evangelistas pintados para los altares de la iglesia de
San Lorenzo.
Tan numerosas obras, algunas de las cuales se han perdido, le
captaron una reputacion grande y merecida. Felipe II decia que
ninguno de los que habian venido de Italia le igualaba, y el P.
Sigüenza escribió de él «que lo que dejó.en el Escorial, cotejado
con lo de los mas famosos pintores estranjeros, en nada se queda
atrás y á muchos pasa adelante.» «Sus obras, añadia el referido
escritor, son, al parecer de todos, las que guardan mejor el
decoro sin que la escelencia del arte padezca, sobré cuantos nos han
venido de Italia, y verdaderamente son imágenes de devocion, donde
se puede y aun da gana de rezar, que en esto, en muchos que son
tenidos por valientes, hay gran descuido por el demasiado cuidado de
mostrar el arte. Lo sensible es, concluye el Padre, que se comenzó
en él y en él podemos decir se acabó, porque no vemos hasta ahora
quien se le venga pareciendo, ni aun de lejos.» En efecto, Navarrete
fué un pintor de tan gran mérito en el dibujo, en la espresion y en
la composicion, que muy pocos se le acercaron, y particularmente en
el colorido, por lo que fué llamado con justicia el Ticiano español.
El gran Lope de Vega le dedicó estos versos que hacen su completo
elogio.
No quiso el cielo que hablase,
porque con mi entendimiento
diese mayor sentimiento
á las cosas que pintase.
Y tanta vida les di
con el pincel singular,
que como no pude hablar
hice que hablasen por mí.
Su mejor cuadro, el Abraham, que ha figurado mucho tiempo en la
galería, ó mejor dicho, en el verdadero museo que llegó á formar el
Sr. D. José de Salamanca, ha sido vendido recientemente en París,
junto con los demás cuadros que eran de la propiedad de dicho señor.
De sentir es que una obra tan notable no haya venido á figurar á
nuestro Museo nacional.
EL GENERAL ZURBANO.
Si hay en la
historia de nuestras guerras civiles alguna figura que pueda
representar la lucha que terminó en los campos de Vergara y ser
triste ejemplo de lo que ofrecen las contiendas de partido, esa
figura es la de D. Martin Zurbano. Hijo humilde del pueblo, y pobre
labrador en sus primeros años, la lucha que ensangrentó los valles y
montañas de la Península, hizo de él un guerrillero tan temido en el
bando carlista, como popular y querido entre los que defendian la
causa de las modernas instituciones.
A su arrojo, á su valor y constancia nunca desmentidos, debió
el elevarse, cual otro Viriato, de mero campesino á general. Todo lo
debió á sí mismo; él se bastó para formar una partida que Ilegó á
convertirse en un cuerpo numeroso, y que sostuvo siempre á costa del
enemigo; y cuando de triunfo en triunfo fué alcanzando sucesivamente
los puestos mas importantes del ejército, cuando su popularidad casi
rivalizaba con la del mismo Espartero, la discordia, que tantos
males ha ocasionado á nuestro país, le robó la vida.
La catástrofe que puso fin á la existencia del bravo general,
envolvió tambien á sus hijos y á las prendas mas queridas de su
alma.
¡Triste ejemplo de lo que alcanza la exageracion de las ideas
políticas !
El general D. Martin Zurbano nació en Varea, en el año de 1788.
Fueron sus padres Antonio Zurbano, natural de Ginevilla, y Gregoria
Vasas, de Esojo, en las montañas de Navarra.
Labradores de profesion, pero medianamante acomodados, le
dedicaron á los estudios, cursando latin y filosofía; pero huérfano
antes de concluidos, tuvo que aplicarse á la labor del campo en que
se habia criado.
Jóven ardiente y de espíritu atrevido, Zurbano no podia soportar
tranquilamente el espectáculo que la nacion ofreció á poco.
La invasion de los franceses escitó en el pecho de la juventad
española los mas generosos sentimientos, y Zurbano, que sentia como
ella, se alistó voluntariamente en 1808 en la partida que levantó
Cuevillas contra los invasores.
Su vida durante aquel período fué la del verdadero guerrillero.
Sin estar sujeto á la organizacion militar, sin tener ninguna de
las ventajas del soldado á quien espera la posibilidad de ascender á
un puesto superior en la milicia, el guerrillero, creacion de la
guerra de la Independencia, peleaba noche y dia movido solo por el
amor á la patria.
El guerrillero, ajeno á las operaciones de los grandes
ejércitos, se limitaba á sostener con el enemigo esa lucha de
detalles que no le deja tregua ni descanso, y llegado el caso de no
serle posible sostenerla, se acogia á sus hogares esperando la
ocasion de empuñar nuevamente las armas.
La preponderancia que adquirieron los franceses en casi todo el
territorio de la Península por el año de 1810, fué causa de que se
disolvieran las partidas en el Norte, y Zurbano regresó á Varea,
dedicándose nuevamente á la labor.
Casado en aquel año con Francisca del Saz, y habiendo tomado la
guerra un giro muy distinto del que hasta entonces habia afectado,
Martin Zurbano no volvió á abandonar sus hogares en todo el tiempo
que duró la lucha. Mas al llegar la segunda época de nuestra
revolucion política y sintiendo los efectos de las facciones que
combatian el gobierno de 1820 á.1823, se alistó voluntariamente como
miliciano nacional, y elegido alferez de caballería, tuvo ocasion de
prestar importantes servicios á la causa liberal.
Sus enemigos no podian perdonárselo, y á pesar de su honradez y
del aprecio en que le tenian sus convecinos, apenas se desató sobre
la Península el huracan reaccionario de 1823, tuvo que ausentarse de
su país para refugiarse en Valladolid.
Allí permaneció oculto hasta que los tribunales, por una de esas
raras escepciones con que entonces se administraba justicia, le
declararon inocente en la causa que se le habia formado por hechos
que resultaron falsos. La calumnia era tan evidente, que habiendo
repetido Zurbano contra sus enemigos, fueron condenados á presidio
siete indivíduos, entre ellos el comandante de realistas de Logroño;
pero esto escitó en contra suya el odio de todos los realistas del
país, y Zurbano tuvo que llevar una vida agitada y azarosa durante
el largo período del absolutismo, permaneciendo casi todo él fuera
de su país.
Llegó por fin la hora en que las huestes de uno y otro bando se
aprestaron á medir sus armas, y en el primer momento se presentó
Zurbano á la autoridad pidiendo autorizacion para levantar una
partida.
Concediósele á condicion de que corriera de su cuenta su
mantenimiento y paga. A todo se avino el guerrillero, y el primer
dia en que organizó su gente (15 de julio de 1835), sorprendió en el
Villar una faccion, á la que hizo veinte prisioneros, causándole
diez muertos y poniéndola en completa fuga.
Gran sorpresa causó en Logroño este tan pronto triunfo; pero no
era mas que una muestra del ardor con que Zurbano ponia manos en su
empresa.
Dos dias despues cayó sobre la faccion en Samaniego y Abalos,
matándole 26 hombres y haciéndole 32 prisioneros. Sucesivamente
Ilevó sus armas á Barrio, Busto y Gioba, cogiendo 30 prisioneros y
matando 11 de los enemigos, y desembarazada un tanto la Rioja de
carlista, pasó al territorio de Alava, ocupado en su mayor parte por
los enemigos, y á costa del cual tenia que mantener su gente.
Su primer choque lo sostuvo el cabecilla Calceta, que ocupaba
posiciones ventajosas con fuerzas superiores; pero la a.cometida de
Zurbano fué tan impetuosa, que los facciosos huyeron
vergonzosamente, dejando en poder del atrevido guerrillero gran
número de muertos y heridos y 16 prisioneros.
En Bergota acometió á una partida, á la que causó 20 muertos,
cogiéndole 15 prisioneros.
Pasó á la Bastida y aprisionó otros 22 hombres, matando cinco, y
noticioso de que se hallaba Calceta en Peñacerrada, marchó á su
encuentro. El cabecilla carlista sostuvo vigorosamente el choque,
pero cargando Zurbano á la bayoneta, le hizo huir, cogiéndole 20
hombres.
La aldea de Poblacion fué el lugar dé otro encuentro aun mas
reñido. Zurbano se vió rodeado por una fuerza superior á la suya;
pero haciendo un gran esfuerzo logró destrozar y poner en dispersion
al enemigo. Su caballo quedó muerto, y él recibió en la zamarra
cuatro bayonetazos batiéndose cuerpo á cuerpo.
Despues de perseguir una corta partida en Torres y Sansol, á la
cual cogió 13 hombres y le mató ocho, se vió acometido entre La
Guardia y Vitoria por una fuerza superior; pero allí como en
Poblacion, logró vencer la ventaja del número, y poner en fuga al
enemigo, haciéndole 40 muertos y 31 prisioneros que entregó á la
autoridad de Vitoria.
Iguales triunfos alcanzó en Lanciego, Tegera de Crispan, Albagna
y Bermeo, especialmente en este último punto, donde causó 60 bajas
al enemigo, cogiéndole varios utensilios y armamento, y haciendo su
nombre verdaderamente temible para los carlistas.
Tantos triunfos, tan rápidos y en tan corto tiempo, no podian
menos de captarle, al par que la simpatía de los liberales, el odio
de los carlistas. Fatigados de aquella persecucion incansable,
quisieron deshacerse de tan terrible enemigo por medio de la
traicion.
El cura de Dallo que se habia pasado á la faccion, le citó en
Piaon con fingido pretesto de paz y de amistad. Pero Zurbano, que
tenia bastante perspicacia para no caer en un lazo tan grosero,
adoptó las precauciones convenientes, y cuando sus enemigos fueron á
poner por obra su idea, se encontraron cercados y quedaron los mas
en poder del caudillo liberal que fusiló en el acto á ocho facciosos
que no pudieron salvarse al emprender con los demás la fuga.
Zurbano desplegó entonces mayor actividad y arrojo en la
persecucion del enemigo.
Tenia este en Bernedo grandes almacenes de trigo y víveres de
todas clases. La distancia á que se hallaba aquel punto de los
ocupados por las tropas de la Reina, hacia poco menos que imposible
todo ataque, y confiados en esto, los carlistas solo tenian allí 28
hombres, que descansaban seguros en las muchas fuerzas que cubrian
toda la comarca. Comprendió Zurbano la posibilidad de dar un golpe
de mano sobre aquel punto, privando á los carlistas de los recursos
con que allí contaban, y marchando por terrenos fragosos y sendas
estraviadas, llegó de noche al pueblo, sorprendió al Idestacamento
carlista y puso fuego á todos los almacenes.
El resplandor del incendio atrajo sobre aquel punto fuerzas
considerables, pero merced á.la oscuridad de la noche y al valor
desplegado por su gente, pudo retirarse rechazando los ataques del
enemigo y causándole 20 muertos. Este hecho fué de una gran
importancia, pues hizo perder á los carlistas la seguridad que
tenian de verse á cubierto de todo ataque en el interior del país, y
les obligó á. tomar mayores precauciones de las que hasta entonces
habian guardado. El sistema de Zurbano puede decirse que era el de
contraguerrillas, é inutilizaba muchas de las ventajas que tenian
los carlistas sobre las tropas regulares.
La sorpresa, que era el elemento principal de la faccion, se
veia ejercitada contra ella, y esto hacia perder á los carlistas
mucha parte de su confianza, obligándoles á no diseminar tanto sus
fuerzas.
Pocos dias despues del suceso á que acabamos de hacer
referencia, se empeñó cerca de Quintana una reñida accion entre las
fuerzas de Zurbano y otra superior mandada por un coronel carlista.
La victoria no fué dudosa ni por un momento: el empuje de los
guerrilleros fué tal, que quedaron derrotados los carlistas, y
siguiéndoles el alcance mas de una legua, los hicieron casi todos
prisioneros, incluso el jefe que los mandaba.
Otra sorpresa realizada en San Vicente de Lasonsierra, á fines
de diciembre, puso fin á la série de triunfos alcanzados por el
caudillo popular en los seis meses que llevaba en operaciones.
A 329 ascendió el número de prisioneros que hizo al enemigo
durante esta campaña, y á 250 el de los que quedaron muertos en el
campo bajo el fuego de sus armas.
En tan breve período, su nombre habia llegado á ser temible para
el bando carlista. Su valor, su serenidad, su audacia y su
constancia, llenaron de verdadero espanto á las pequeñas partidas
que infestaban el país, y las obligaron á. replegarse sobre sus
puntos fuertes, dejando libre y tranquilo el territorio que
ocupaban.
Los labradores pudieron volver á. sus haciendas descuidados y
los propietarios cobrar sus rentas. Los diezmos que percibian los
facciosos fueron exigidos á nombre del gobierno y remitidos á
Logroño, proporcionando al Tesoro un ingreso de mas de 40,000
duros.
Fortificado el convento de la Bastida que habia servido de
guarida al cabecilla Calceta, y elegido por base de sus operaciones,
Zurbano reanudó con el año de 1836 la série de sus no interrumpidos
triunfos.
En Ribas de la Peña, San Vicente, Samaniego y Avalos sorprendió
á los carlistas, poniéndolos siempre en vergonzosa fuga y
haciéndoles gran número de
muertos y prisioneros.
Como una avalancha pasó el 28 de enero por Bernedo, donde los
carlistas tenian reconcentradas fuerzas muy numerosas, y matando y
acuchillando gente pudo burlar la persecucion de varios batallones
que se lanzaron en su seguimiento.
Pasando
en marzo á Navarra, sostuvo en Aguilar un reñido combate, en que
reportó otra victoria completa sobre el enemigo, al cual le hizo
ocho prisioneros.
El gobierno no pudo ver con indiferencia tantos rasgos de valor
y pericia, y otorgó á Zurbano el nombramiento de capitan de cuerpos
francos.
Estimulado con tan justo premio, y gozoso al verse con carácter
militar, redobló sus esfuerzos en favor de la causa liberal.
Despechado por un contratiempo, quiso que los mismos campos del
Villar en que habia ocurrido, fuesen testigos de su arrojo, y
acometiendo con toda su gente á una fuerza superior que en ellos se
encontraba, sostuvo un combate sangriento que duró mas de dos horas.
La inferioridad numérica de los soldados de Zurbano hacia dudoso
el triunfo; pero el arrojo suplió al número. El atrevido capitan se
puso al frente de los suyos, y animándolos con la voz y el ejemplo,
se lanzó á la bayoneta sobre el enemigo. El empuje fué tan vigoroso,
que los carlistas, despues de defenderse bravamente, se pusieron en
comp]eta fuga.
Veinticinco hombres, entre ellos un teniente, quedaron sobre el
campo; pero tan señalado triunfo no pudo obtenerse sin algunas
pérdidas. Zurbano fué herido en un muslo.
El gobierno recompensó aquel servicio nombrándole mayor de
cuerpos francos, en 6 de octubre del año 1836, á que nos vamos
refiriendo. Esto infundió nuevos bríos al bravo guerrillero, y
apenas restablecido de su herida, emprendió nuevamente sus
operaciones.
Su partida se habia aumentado prodigiosamente; de todas partes
acudian á inscribirse en sus filas los hombres que admiraban el
válor y atrevimiento del hijo de Varea. Habia llegado á formar un
verdadero batallon que prestaba cada dia mayores servicios; pero el
sostenimiento de aquella fuerza que hasta entonces habia sido fácil
á Zurbano, viviendo á costa de las presas hechas al enemigo, no lo
era ya, y el gobierno accedió á tomarlo de su cuenta.
Sus tropas fueron regularizadas y equipadas, distribuyéndolas en
cuatro compañías, y formando con ellas un batallon que se denominó
de Francos de la Rioja Alavesa.
Agregáronsele algunos ginetes, que quedaron al mando inmediato
de Mecolalde, y al frente de esta fuerza Zurbano se preparó á
acometer mayores y no menos arriesgadas empresas.
Despues de apoderarse el 3 de noviembre de la ermita de Letona,
que habia sido fortificada por los carlistas, y de ponerle fuego,
cayó sobre Alegría, donde se hallaba una faccion numerosa, y
sorprendiéndola, cogió prisioneros á un jefe superior carlista,
cinco oficiales y diez y seis soldados que condujo á Vitoria.
La misma noche en que llegó á aquel punto salió con toda su
fuerza y una compañía del regimiento de Soria en direccion á Izarra.
No habia rayado aun el alba cuando, atravesando el espacio por
sendas estraviadas, llegó á las puertas de aquella poblacion. Tomó
las avenidas, y poniéndose al frente de la fuerza que le restaba,
entró con resolucion en el pueblo, ocupando la plaza, varias casas y
el Principal, cuya guardia se rindió sin resistencia.
El desórden y el espanto se apoderó de las tropas carlistas.
Nadie hizo frente: unos huyeron esperando acogerse en los campos;
pero fueron á dar en las fuerzas apostadas á las inmediaciones;
otros se escondieron en cuadras y pajares, sin obtener mejor
resultado. Despues de un escrupuloso registro, Zurbano reunió en la
plaza de Izarra un coronel, cinco oficiales y ciento veinte soldados
carlistas, y puestos entre filas regresó con ellos á Vitoria antes
de las veinticuatro horas.
Sin dar descanso á su gente, salió aquella misma noche en
direccion de Zalduendo. Debia repetirse la misma operacion que en
Izarra, y aunque estuviese á punto de hacerla fracasar el aviso
espedido á los carlistas, pudo llevarla á cabo por haber cogido al
correo que lo conducia. La empresa era importante, pues se
encontraba en aquel punto el general carlista Iturralde, con varios
jefes y oficiales y alguna fuerza de caballería.
Era poco probable hallar desprevenidos á los carlistas; pero
aun así, confiaba Zurbano en la superioridad de su gente. Llegó al
pueblo antes de amanecer y no encontró avanzada ni centinela alguno.
Tomó las salidas como en Izarra, y penetrando sigilosamente en la
poblacion, lIegó á la casa en que se hospedaba el general carlista.
Colocáronse, pegados á las paredes, y llamaron á la puerta. Un
asistente que estaba levantado, salió á abrir sin pensar en la
sorpresa que se preparaba, y franca la entrada, los soldados de
Zurbano cogieron en su propio lecho al general carlista y un
coronel, y siete oficiales que se albergaban en la misma casa.
En el registro que se practicó en las demás del pueblo se
consiguió coger á 25 soldados de á caballo, que formaban la escolta
del general. Con todos ellos dió Zurbano la vuelta á Vitoria, sin
causar la mas ligera molestia á la esposa é hijos de Iturralde, que
fueron hallados en su compañía, y sabedor el gobierno de tan
importante hecho, lo premió ascendiendo á comandante efectivo del
ejército al jefe que con tanto arrojo y pericia le servia. El mes de
noviembre se señaló con otra importante sorpresa, la de Alegría.
Cayendo allí como un huracan, la faccion no se atrevió á hacer
resistencia y dejó en poder suyo á un comisario de guerra, al
coronel carlista Galdeano y 19 soldados.
Las facciones que pululaban por aquel país creyeron encontrarse
dueñas por completo del territorio, merced á la espedicion de Gomez.
Juzgaban que todas las fuerzas liberales debian marchar en
persecucion del general carlista, dejándoles libre el campo; pero
aunque, como hemos dicho al escribir la biografía de Espartero, las
tropas de la reina se mantuvieron á la defensiva, Zurbano conservó
su libertad de accion y siguió acometiendo sus empresas favoritas.
El 19 de diciembre alcanzó una faccion en Villapadierna, y
dándole una terrible embestida, dejó en el campo á tres oficiales y
44 soldados, apoderándose de gran cantidad de municiones, equipo y
armamento, y cogiendo prisionero á un jefe superior y 48 individuos
de tropa.
El Villar, Maestu y Miñano fueron teatro de hechos de esta
clase en los primeros dias del mes de enero de 183'7. Mas empeñado y
sério fué el combate de Retamar, sostenido el 12 de febrero contra
un batallon y un escuadron carlistas, que se habian fortificado en
puntos ventajosos, y de los cuales fueron desalojados con tal brio,
que huyeron despavoridos, pereciendo ahogados en el inmediato rio
muchos carlistas y cayendo 12 prisioneros.
La destruccion del fuerte de Navoridas de Gamboa y de la
fábrica de pólvora de Arraya, ocupados ambos, á pesar de estar
guarnecidos por un batallon, fueron importantes para la causa
liberal, pues privaron á sus enemigos de elementos muy importantes.
En uno y otro punto la acometida fué valiente como en todas
ocasiones, y los carlistas dejaron en poder de Zurbano gran número
de prisioneros, apelando á la fuga los demás.
Los francos de la Rioja alavesa desempeñaron un papel brillante
en la batalla de Arlaban. Ellos fueron de los primeros en asaltar
las líneas y trincheras en que tanto confiaban los carlistas, y se
distinguieron tanto, que su comandante, bizarro entre los bizarros,
fué agraciado con la cruz de San Fernando.
Dos dias despues de aquella batalla importante, batalla en que
el carlismo sufrió tan rudo castigo, Zurbano marchó á Barambio con
intencion de destruir las fábricas de plomo que surtian al enemigo;
Consiguiólo á poca costa, y al mismo tiempo rescató gran número de
soldados del ejército liberal que allí se hallaban prisioneros: el
lastimoso estado en que los encontró escitó de tal manera su
indignacion, que cargó á los 20 carlistas cogidos en aquel punto,
con las cadenas bajo las cuales gemian los soldados de la reina.
La fortuna que le era tan propicia le proporcionó ocasion de
conseguir en poco tiempo otras dos victorias importantes. El cura de
Dallo, con el cual le hemos visto ya medir sus armas, le salió al
encuentro en Braza con fuerzas muy superiores, lisonjeándose
anticipadamente con la victoria; pero la suerte le fué tan adversa,
que á la primera arremetida los facciosos huyeron dejando en el
campo 160 muertos y 84 prisioneros. El otro hecho á que nos hemos
referido tuvo lugar en Zambrano; allí rayó tan alto el valor del
caudillo riojano, que Ilegó al centro mismo de las tropas carlistas,
corriendo gran peligro de quedar hecho prisionero; mas una carga de
su caballería puso en dispersion á las fuerzas enemigas, y Zurbano
pudo terminar la accion.
Pero si brillantes fueron estos hechos que le valieron el empleo
de teniente coronel, mas lo fué aun la sorpresa de Campezu. Habiendo
salido de Vitoria el 14 de agosto, cayó en la amanecida sobre la
citada poblacion donde se hallaba el general Verástegui, uno de los
primeros que levantaron la bandera de D. Cárlos.
y cogiendo de improviso á las fuerzas que le acompañaban, lo hizo
prisionero con cinco jefes, 14 oficiales y 46 soldados. Treinta
caballos, un botiquin, tres cargas de fusiles y los documentos
pertenecientes á la diputacion de Alava, formaron el botin de
aquella jornada. La poblacion de Vitoria recibió á los francos con
aplausos y el gobierno otorgó á su jefe el grado de coronel.
Renunciamos á seguir describiendo una por una la acciones de
este caudillo valeroso: tememos que el lector se canse de esta
sucesion de hechos casi todos parecidos, y nos limitamos á consignar
que antes de principiar el mes de junio habia librado otros 19
encuentros, causando en ellos la muerte á mas de 200 carlistas y
aprisionando 407.
El mas importante entre todos fué el que sostuvo en Hermanda con
Balmaseda. El cabecilla carlista, superior en fuerzas á Zurbano, lo
esperó confiadamente; pero el ímpetu con que los francos acometieron
á la bayoneta toda su línea, descompuso de manera á los facciosos,
que dieron marcadas muestras de vacilacion, y cargando entonces la
caballería de Zurbano, fué tan completa la derrota del enemigo que
se dispersó enteramente, dejando 50 hombres sobre el campo y 300
prisioneros, entre los cuales se contaban seis jefes y 29 oficiales.
El gobierno premió este importante servicio nombrando á Zurbano
coronel efectivo; y en verdad lo merecia.
El hombre, que de simple cabecilla de una banda habia llegado
hasta á medir sus armas con un general carlista de la reputacion de
Balmaseda, obteniendo un éxito tan brillante, hacia recordar á todo
el mundo el nombre de Mina y de los pocos que como él se habian
elevado á generales á fuerza de combates y de victorias sobre el
enemigo.
Zurbano tenia el instinto del guerrillero, la actividad y
audacia que constituyen su elemento principal y el entusiasmo propio
de quien se entrega á una causa de todo corazon. .
Así es que, aun á pesar de poder figurar ya en los ejércitos
regulares que sostenian lo mas recio del empuje de las bandas
carlistas, quiso conservar siempre la independencia y la iniciativa
que le daba su carácter de jefe de cuerpos francos.
Brillante fué el papel que desempeñó al lado de Espartero en
Peñacerrada. Su batallon tomó una parte activa y gloriosa en aquella
série de combates verdaderamente heróicos que tan alto pusieron el
nombre de las armas españolas, y Zurbano se distinguió entre todos
ocupando siempre el lugar mas avanzado; pero dejándose llevar de su
idea favorita, apenas se obtuvo la victoria, se dirigió á la sierra
de Bodalla en busca del carlista Ochoa, que habia llegado á hacerse
famoso con su partida.
Receloso le esperaba el cabecilla, pues el solo nombrede
Zurbano imponia pavor á los mas y desconfianza á los que pasaban por
temerarios. El resultado lo justificó. La primera acometida de los
francos fué tan recia, que 103 carlistas no pudieron sostenerla y
huyeron en completa dispersion, dejando en poder de Zurbano 80
hombres y 75 muertos en el campo, entre ellos siete oficiales.
Los carlistas no se atrevian ya á hacerle frente. Un batallon
que encontró el 7 de octubre en Crispan, se puso en fuga sin esperar
su ataque, dejando acuchillarse en la huida un jefe y varios
soldados. En Guevara, en el valle de Olazagoitia, en Escaramendi,
Berberana, Villodas, Poblacion y Bernedo, se repitió el hecho de que
el enemigo huyera sin esperar su encuentro, abandonándole muertos,
heridos y prisioneros. El cura Dallo, que siempre le tuvo una
aversion particular y decidida, y que mostró formal empeño en
resistirle frente á Labraza, cuya poblacion tenia sitiada, sufrió un
verdadero descalabro, viéndose obligado despues de un reñido combate
á. levantar el campo, dejando en él 50 hombres entre muertos y
heridos.
Zurbano corrió aquel dia grandes peligros, pues su arrojo lo
Ilevó á ocupar los puntos donde era mas vivo el fuego. Allí perdió
su caballo y sacó el sable partido de un balazo.
Araca y Azuriaga fueron testigos á los pocos dias de su arrojo y
ardimiento.
Doble que la suya era la fuerza que encontró en el primer punto.
La resistencia que le opuso fué tenaz; pero lanzándose en el momento
crítico sobre el enemigo con verdadera furia, lo deshizo y destrozó
enteramente.
Ciento sesenta y siete facciosos quedaron allí muertos, y 146
heridos: los prisioneros pasaron de 100, formando en junto una baja
de mas de 400 hombres. Los francos que no llegaban á 1,000, debieron
portarse bravamente aquel dia para causar tal destrozo á su enemigo.
No tan sangrienta, pero no menos importante fué la accion de
Azuriaga. El general Alava, que acompañaba al cabecilla Lacalle, vió
dispersarse en poco tiempo la faccion, y haciendo esfuerzos
poderosos para contener la huida, cayó herido juntamente con Lacalle,
teniendo ambos que apelar á la fuga para salvarse.
Igual éxito alcanzó en Arróyave y campo de Durana, donde los
facciosos habian tomado posicion; pero una bala enemiga que le
atravesó el muslo le obligó á suspender sus operaciones.
El convenio de Vergara puso fin á la guerra de las provincias
durante aquel período; mas quedaban por someter Aragon; Valencia y
Cataluña, y restablecido Zurbano, se incorporó con sus fuerzas á
Espartero, que, como hemos dicho, se preparaba en enero de 1840 á
emprender la campaña que debia concluir con los restos del carlismo.
Siguiendo las instrucciones del general, su amigo, comenzó por
hostilizar las fuerzas que defendian á Segura, obligándolas á
encerrarse en la plaza; destruyó los hornos y molinos de las
inmediaciones á pesar del nutrido fuego de cañon que se hacia desde
la plaza; se apoderó de los ganados que tenian los carlistas para su
abastecimiento, y cuando Ilegó Espartero frente á Segura pudo
emprender desde luego sus operaciones.
Zurbano tomó una parte muy activa en el sitio de aquel fuerte,
cuya espugnacion describimos al hacer la biografía de Espartero.
Conseguido el triunfo de las armas liberales, Zurbano quedó ocupando
los puntos que cerraban el paso á Castellote, hasta que tomado este,
pudo mover su gente en busca de las facciones.
La estrella que habia guiado sus pasos en los campos
de Vizcaya, no dejó de brillar en los que habian comenzado á ser
teatro de sus operaciones.
El 5 de abril halló en Pitarque á los batallones sesto y sétimo
de Aragon. Tomadas posiciones por una y otra parte, el coronel de
los francos se lanzó con tal bravura sobre el enemigo que lo deshizo
enteramente: el pánico cundió en las filas de los carlistas con
tanta rapidez, que lo abandonaron todo, y lanzándose los francos en
su seguimiento, solo escaparon 51 facciosos. Seiscientos cadáveres
quedaron tendidos en tierra, entre ellos los de tres jefes y 30
oficiales, y desde la bandera hasta los bagajes, inclusas armas y
pertrechos, municiones y maletas, todo quedó en poder de los
soldados de Zurbano.
El triunfo fué completo como pocos; pero no débia ser el único
de esta naturaleza que estaba llamado á conseguir sobre las
facciones de aquella parte de la Península. Los puertos de Beceite
fueron teatro quince dias despues de una accion no menos gloriosa y
decisiva. Allí como en Pitarque y en tantos otros puntos, tuvo que
combatir con una fuerza superior, que además iba provista de una
pieza de artillería; pero el arrojo, el tino con que supo aprovechar
un momento crítico para lanzarse sobre el enemigo, le dió la
victoria.
Esta fué
tan completa, que quedaron en poder de Zurbano 105 soldados un jefe
y ocho oficiales, el cañon, los equipajes, armamento y equipo y
hasta el arca destinada á los fondos. Trescientos diez y siete
cadáveres facciosos quedaron sobre el campo.
Estos hechos bastaron para hacerle temible de las facciones que
recorrian el territorio, y comprendiendo Zurbano cuán importante era
ocupar la fortaleza de Mora de Ebro, que servia de asilo á los
carlistas, se decidió á llevar á cabo esta empresa.
Para ello no contaba mas que con su batallon, 100 caballos y la
pieza cogida en el encuentro de que acabamos de dar cuenta; pero á
pesar de que ]a plaza se hallaba defendida por una fuerza de
consideracion y artillada con dos piezas, los carlistas opusieron
una débil resistencia y abandonaron el punto que les servia de apoyo
y centro de accion.
Lanzado en seguimiento de ellos, los alcanzó en Borja, donde le
hicieron frente esperanzados con el inmediato auxilio de varios
batallones; Zurbano no les dejó tiempo para ello, y obligándoles á
aceptar la batalla los derrotó, cogiéndoles 74 prisioneros, los
equipajes y las bandas; pero no bien se disponia á emprender su
retirada, se halló amagado por once batallones que habian acudido al
llamamiento de los enemigos que acababa de derrotar.
La situacion se hizo muy grave, pues era punto menos que
imposible escapar á fuerzas tan inmensamente superiores, que podian
cortarle toda retirada y envolverlo por completo. Sin embargo, la
serenidad y presteza con que maniobró Zurbano la salvó. Le era
necesario abrirse paso por el valle, y para esto tenia que engañar
al enemigo. Fingióse, pues, decidido á empeñar la batalla y haciendo
ademan de ocupar las alturas para caer sobre el flanco de los
batallanes carlistas, les obligó á correrse en la misma direccion.
El movimiento se hizo con tan poco tino por parte de los facciosos,
que le dejaron espedito el valle. Esto era lo que Zurbano deseaba.
Despues de hacer marchar el convoy y prisioneros, emprendió su
retirada lentamente, volviendo siempre el rostro al enemigo, y
despues de algunas horas de marcha en que logró tener á raya las
fuerzas que le perseguian, consiguió llegar al campamento de Morella.
Grande fué el aplauso con que los sitiadores de la plaza lo
recibieron; la retirada habia sido admirable, y á no ser por la
serenidad de tan bizarro jefe y por la sagacidad con que logró
distraer la atencion del enemigo, hubiera perecido allí toda su
gente.
Zurbano no se separó ya del grueso del ejército hasta que cayó
la plaza de Morella en poder de los isabelinos. Su concurso fué muy
eficaz durante las operaciones que precedieron á la rendicion de
aquel último centro de los carlistas valencianos, y marchó á
Cataluña juntamente con las fuerzas que mandaba Espartero.
Separóse de él para caer sobre Miravete donde los carlistas se
hallaban situados con dos piezas de artillería; pero huyeron a su
aproximacion dejándose las piezas, y Zurbano marchó á incorporarse á
las fuerzas que se dirigian sobre Berga. Corto fué el sitio de esta
plaza, segun saben nuestros lectores; Zurbano tuvo que limitarse á
estrechar las fuerzas enemigas en su fuga á Francia, impidiéndoles
diseminarse por el país.
Las pocas que quedaron en el valle de Urgel fueron tan vivamente
perseguidas y acosadas por el bravo guerrillero, que hubieron de
dispersarse; una partida de 40 hombres, último resto de las
facciones,se presentó á Zurbano y se le entregó sin condiciones.
La guerra civil habia terminado por completo. Los cuerpos
francos fueron disueltos, como ya hemos tenido ocasion de consignar;
el batallon creado por Zurbano y conducido tantas veces á la
victoria, dejó una página gloriosa en nuestros fastos militares,
página que honrará siempre á los muchos hijos de Logroño que
formaron parte de aquel cuerpo distinguido.
Zurbano obtuvo el empleo de mariscal de campo en premio de los
grandes servicios que habia prestado á la causa liberal, y se retiró
á Logroño.
Mas de un año permaneció en Imaz dedicado al cuidado de su
hacienda, hasta que los acontecimientos políticos le obligaron á
salir de allí para ofrecer sus servicios á Espartero. Partidario
decidido del Regente, se apresuró á prestarle sul cooperacion para
sofocar las revueltas que estallaban con deplorable frecuencia y que
comprometian á cada paso la existencia del gobierno.
Su presencia en los Arcos bastó para que se dispersaran las
tropas que allí se habian presentado en son de revuelta: una nueva
sublevacion en las Provincias Vascongadas le obligó á marchar á
aquel punto con muy corta fuerza; y habiendo encontrado en Armiñon á
los rebeldes, los derrotó, poniéndolos en fuga. Vitoria y Bilbao,
que estaban sublevados, le recibieron sin resistencia; y sosegadas
ambas capitales, no sin hacer en la segunda algunos castigos que
pudieran haber sido menos rigorosos, fué nombrado comandante general
de Vizcaya.
La
efervescencia parecia apagada en toda la Península, pero al año
siguiente se levantaron algunas partidas en Cataluña, y comisionado
Zurbano para estinguirlas, lo consiguió en breve espacio. Los
acontecimientos que debian terminar con la Regencia de Espartero no
se detenian, y apenas habia comenzado Zurbano á desempeñar el cargo
de Inspector de aduanas, para que habia sido nombrado, tuvo que
marchar á Barcelona con objeto de concurrir al sitio. Confiósele la
parte de la línea que se estendia entre el Besos, Gracia y Sanz, y
se condujo con tal intrepidez, que puede decirse le fué debida la
rendicion de uno de sus fuertes. Ocupó la Ciudadela á poco rato, y
convencidos los barceloneses de la inutilidad de toda resistencia,
depusieron al fin las armas. Duros fueron los medios empleados para
conseguirlo: la conducta que entonces se siguió, no ha podido
obtener el aplauso de las personas que miran desapasionadamente la
marcha de los asuntos públicos y que no creen justa la aplicacion de
medidas estrellas para reducir ciudades importantes, que tienen
cierto derecho á no ser tratadas como poblaciones enemigas; pero por
mas que fuese escesivo el rigor de que se la hizo objeto, y aun
cuando no se hubiera debido apelar al bombardeo, que alcanzaba lo
mismo al amigo que al adversario, justo es decir que, conseguido el
triunfo, no se ensañó el vencedor entregándose á una represion
violenta. El perdon y olvido que se otorgó á los culpables, no puede
menos de disminuir la triste impresion que en todos los ánimos
habian causado los medios puestos en juego para proporcionar el
triunfo.
Zurbano recorrió inmediatamente el Ampurdan y logró pacificarlo;
pero nada de esto debia servir para evitar la caida del Regente, y
llegado este acontecimiento, el amigo de Espartero tuvo que
ocultarse en Madrid hasta que pudo evadirse á Portugal.
Serenados al fin los ánimos y deseoso Zurbano de trasladarse al
lado de su familia, pidió al gobierno permiso para ello, y
habiéndolo obtenido, regresó á España, dirigiéndose á Logroño desde
Plasencia.
jOjalá hubiera permanecido allí ajeno á la marcha de los
asuntos públicos! Su ardiente amor á la causa que habia defendido le
llevó al estremo de cometer una verdadera aberracion. Sin comprender
el estado de los ánimos, confiando solo en su prestigio y en sus
pocas fuerzas, el desgraciado Zurbano alzó la bandera de la rebelion
en octubre de 1844, proclamando la Constitucion de 1837. Solo le
seguian en su descabellada empresa unos 80 hombres, entre ellos sus
dos hijos y su cuñado Cayo Muro, y con tan débiles fuerzas era
imposible el triunfo.
La proclama en que escitaba á la rebelion no le allegó mas que
unos cuantos partidarios; pero tan pocos, que despues de haber
recorrido varios puntos de la Rioja, fueron encontrados por una
fuerza del ejército bastante superior y desechos completamente.
Nuestros lectores saben el triste desenlace que tuvo para
Zurbano aquella desgraciada empresa. Su hijo mayor fué hecho
prisionero y fusilado en Logroño el 26 de noviembre: el hijo que le
quedaba se presentó á las autoridades de San Millan de la cogulla en
compañía de otro oficial y del secretario de su padre D. José
Boltanos, y todos fueron asimismo pasados por las armas en Logroño
el 30 del referido mes.
El hombre que tanto amaba á sus hijos, no pudo resistir tal
afliccion y cayó enfermo de tristeza. Mas de un mes devoró en la
soledad y el aislamiento el pesar que le agobiaba, acompañándole tan
solo su cuñado Cayo Muro, que al par que le asistia, preparaba los
medios de evadirse á Francia; pero delatados por un aleve, fueron
uno y otro sorprendidos por el antiguo cabecilla carlista denominado
el Rayo. Muro trató de defenderse, pero fué inútil, pues á la
primera descarga cayó muerto. Zurbano, enfermo aun, no opuso
resistencia alguna, y atado como un criminal fué conducido á
Logroño, marchando detrás del cadáver de su cuñado.
Sentenciado ya á la última pena el héroe de Pitarque y de
Beceite, fué puesto inmediatamente en capilla y fusilado el 21 de
enero de 1845. Así acabó aquella existencia ardiente y vigorosa. ..
¡Triste fruto el de nuestras disensiones políticas!
Martin Zurbano tuvo
siempre el concepto de un gran guerrillero, digno en todo de
sostener el paralelo con los que en otros tiempos han inmortalizado
su nombre. Su valor nunca desmentido, su sagacidad probada tantas
veces y la habilidad con que siempre supo aprovechar los descuidos
del enemigo, le hicieron superior á todos los que siguieron su senda
durante la guerra civil. El guerrillero no tuvo ocasion de demostrar
sus dotes como general, pues nunca mandó mas que las fuerzas que
habia creado y algunas otras, cortas en número, que se le agregaron
accidentalmente; pero la manera en que se condujo en las acciones
citadas mas arriba y en su retirada de Borja, prueba que poseia las
cualidades propias para el mando de los ejércitos.
Estremado en todos sus afectos, Zurbano queria con delirio á
sus dos hijos D. Feliciano y D. Benito, que pelearon á su lado desde
la formacion de su partida en 1835, y que llegaron á ocupar, el
primero el empleo de teniente de cuerpos francos, y el segundo el de
comandante de caballería, distinguiéndose ambos por su valor y
arrojo en los muchos encuentros que sostuvieron los francos de la
Rioja alavesa.
Logroño, donde tantas afecciones tenia el malogrado general,
conservará su nombre en la memoria y le contará siempre en el número
de sus hijos predilectos.
QUINTILIANO.
Entre los
muchos hombres eminentes que España dió al mundo romano, figura en
primera línea el célebre retórico Marco Fabio Quintiliano, cuyas
obras son consultadas con provecho por los amantes del estudio.
Vivas polémicas han sostenido sus biógrafos ya pologistas para
poner en claro el lugar de su nacimiento, pues la circunstancia de
haber habido en Roma mas de un orador y retórico de, su nombre,
precisamente en la época en que figuraba Marco Fabio, introducia la
confusion y la duda; pero hoy se tiene como cosa segura y exenta de
toda discusion que el eminente literato, cuyas lecciones han servido
hasta á la juventud de nuestros dias, fué hijo de Calahorra.
Nació efectivamente en aquella ciudad que con tanto trabajo
redujeron los romanos á su dominacion, y aunque no se sabe fijamente
la época en que vió la luz, se cree fué entre los años 42 y 45 de la
Era cristiana.
Nada se sabe acerca de los primeros años de su vida. Las
primeras noticias que de él tenemos, nos lo presentan en Roma,
recibiendo las lecciones de Domicio Afro, del cual habla
ventajosamente el mismo Quintiliano. Sus lecciones fueron tan
aprovechadas por Marco Fabio, que á los 19 años ocupaba ya un puesto
distinguido en el Foro romano. A aquella edad habia defendido ya
en presencia del Senado á Nevio Apruniano y á la reina Berenice,
arrebatando con su elocuencia á los oyentes y colocándose entre los
primeros oradores de la culta Roma.
Nombrado Galba pretor de la España Tarraconense, trájose al
jóven orador para que desempeñase el cargo de abogado en el tribunal
superior de la provincia. Concluida la mision de Galba, Quintiliano
volvió á Roma y se dedicó al Foro, componiendo hasta 140
Declamaciones, que contribuyeron á afirmar mas aun su reputacion.
Hánsele atribuido muchas mas, haciéndose llegar su número hasta
388; pero la mayor parte de estas fueron de otro famoso
declamador, llamado tambien Quintiliano, del padre de nuestro
escritor y de otro menos célebre y de menos talento que llevaba el
mismo nombre. Luis Vives y Erasmo declaran indignas de M. F.
Quintiliano las 18 Declamationes majores que se han publicado
á menudo con las Instituciones oratorias, y aunque el
minucioso trabajo de los críticos pudiera suministrarnos mucho en
apoyo de esta aseveracion, prescindimos de ello aceptándola tal cual
ee, y limitándonos á consignar lo que queda espuesto.
Las investigaciones que se han hecho respecto de este asunto no
eran descaminadas, pues tenian por objeto demostrar que Quintiliano
se habia mantenido siempre libre del contagio que devoraba á la
juventud literaria de Roma. Era la época en que Quintiliano florecia,
época de decadencia; el mal gusto, la exageracion del sentjmiento y
el olvido de las reglas del arte habian comenzado á empobrecer la
oratoria de una manera lamentable. .
Dedicado á la enseñanza de la oratoria, Quintiliano trató de
inculcar en sus alumnos las máximas proclamadas por Ciceron; pero
fué en vano. En un pueblo donde la juventud se hallaba devorada por
los vicios, donde era imposible hallar la sencillez, la rectitud y
propiedad que forman la base esencial del hombre público, era
necesario crear antes al hombre que al orador. Quintiliano evocaba
diariamente las tradiciones del siglo de oro de la literatura
romana; pero nadie le oia: aquella sociedad estragada por completo,
viciada hasta en el fondo de su corazon, no podia aceptar con gusto
las creaciones de la escuela antigua, que tenia por base la
rectituld y la pureza. El genio de Roma se estinguia con sus
costumbres y su vigor social, y lo mas á que alcanzaban las
lecciones de Quintiliano era á que estudiasen las obras de los
antiguos escritores para glosarlas ó parafrasearlas.
Quintiliano recogió en un libro, que denominó Instituciones
oratorias, las máximas y principios que habia practicado y
enseñado durante 20 años; pero este libro, como dice muy
acertadamente el Sr. Amador de los Rios, no puede considerarse mas
que como la idealizacion del antiguo orador romano: las
Institucione8 son, en efecto, un reflejo de la antigua oratoria,
que se estinguió con él para no brillar mas sobre el mundo romano.
Su mejor discípulo, acaso el único que ha pasado á. la
posteridad fué Plinio el mozo, que dotó espléndidamente á la hija
que tuvo el orador en su segundo matrimonio.
Rodeado del prestigio que le daban veinte años de enseñanza
pública con sueldo del Erario, Quintiliano no solo aparece en
aquella edad como supremo moderador de la juventud y como la mas
alta gloria de la toga romana, sino tambien como crítico profundo.
Sus declamaciones son verdaderos modelos de arte y de elocuencia, y
sus Instituciones, que han servido durante mucho tiempo de
testo en las escuelas superiores, merecen ser tenidas muy en cuenta
por los que ejercitan la elocuencia.
Quintiliano bajó al sepulcro en edad muy avanzada; pero su
nombre no se estinguirá mientras haya quien tenga en algo el ingénio
del hombre, y es sabido que si algo sobrevive á las generaciones,
son las obras creadas por el entendimiento.
GONZALO DE BERCEO.
Entre los
muchos monasterios que sirvieron en España de refugio á las letras y
las artes durante el largo período que medió desde la destruccion
del imperio romano hasta los albores de los pueblos modernos, pocos
habrá que igualen al de San Millan de la Cogulla por el número é
importancia de las obras literarias que en él vieron la luz.
La multitud de razas que habian venido á mezclarse á España,
habian creado un idioma nuevo, que poco á poco iba perdiendo su
rudeza primitiva: al principiar el siglo XlII, la moderna lengua
española habia sustituido ya al latin, aunque conservando todavía un
tinte general que la asemejaba mucho á su lengua madre; pero la
poesía no existia aun.
El autor del Poema del Cid y Gonzalo de Berceo fueron
los primeros en asentar las bases de la poesía española, que tanto
vuelo tomó á poco con los Romanceros, y que andando el tiempo ha
llegado á ser la mas rica y brillante de todas las del mundo. Un
pobre monge de San Millan de la Cogulla fué el que acompañó al
ignorado cantor del Cid á dar el primer paso en esta senda fecunda.
Allí se crió el poeta religioso, nacido en Berceo, que habia de
cantar al santo fundador del monasterio, como él mismo dice:
«En San Millan de Suso fui criado
yo Gonzalo por nombre clamado Berceo.»
Allí se educó y se entregó al estudio, vigorizando su
imaginacion y elevándose á la esfera del poeta ante el espectáculo
de aquellas montañas pintorescas y de aquel severo monasterio, que
llamaba el alma á la meditacion. ,
Tres fueron los poemitas que dejó escritos Gonzalo de Berceo; en
todos ellos trata de las vidas de sus santos predilectos, Santo
Domingo de Silos, San Millan de la Cognlla y Santa Auria ú Oria: en
todos ellos resplandece la fé y la sencillez propias del poeta
verdaderamente religioso; pero tiene momentos en que se entrega á la
observacion de la naturaleza, y entonces se hace poeta descriptivo,
dando á sus versos un colorido tan vivo y pintoresco que encanta.
Prueba de ellos son los conocidos versos:
« Yo maese Gonzalo de Berceo nominado, »yendo en romería
caesci en un prado,
»verde
é bien seruido, de flores bien poblado, »logar cobdiciadero para
un home cansado.»
Todas sus poesías están en versos alejandrinos, escepto una
cantiga de distinto metro, que se halla en el Duelo de la Virgen.
Aunque su versificacion no se
ajusta á una medida exacta, como es de suponer en quien daba el
primer paso en tan difícil arte, es indudablemente muy superior al
autor del Poema del Cid. Su lenguaje es mas correcto, mas
puro y escogido que el del cantor del caudillo burgalés, y cotejando
las producciones de uno y otro, parece que Gonzalo de Berceo debió
escribir en una época algo posterior; sin embargo, está
completamente demostrado que fueron coetáneos.
Los poemitas del poeta de San Millan de Suso, serán siempre
dignos de estimacion para los amantes de las letras, y merecen ser
inscritos en el número de las cosas de que puede gloriarse la
provincia de Logroño.
D. ESTÉBAN MANUEL
DE VILLEGAS.
El ilustre
poeta, cuyo nombre acabamos de estampar, fué natural de Nájera, y
vióla luz en la época en que comenzaba á decaer la literatura
española, elevada á tan alto rango por los poetas del siglo XVI.
De un ingenio precoz y de una aficion decidida al estudio,
consiguió penetrarse en poco tiempo del espíritu de los poetas
griegos y latinos, y á los 14 años tradujo del griego las
Anacreónticas con tanta soltura, naturalidad y ligereza, que
conservaron toda la brillantez y colorido del original.
Su pasion favorita eran los poetas de la antigüedad y los que
acababan de dar el nombre de siglo de oro, al que apenas habia
finalizado. En la época en que Villegas entró en la república de las
letras el culteranismo comenzaba á invadirlo todo, precipitando la
poesía en la decadencia á que posteriormente vino. Villegas
comprendió el mal y lo combatió resueltamente; pero despues de
luchar con brio, fué arrastrado por el torrente y cayó en los mismos
defectos que habia censurado. Sin embargo, cuando se deja guiar
únicamente por la naturalidad de su ingenio y la verdadera
inspiracion aparece siempre el poeta, encantando con sus versos y
creando nuevas joyas con que engalanar á las musas españolas.
Buena prueba de ello son la oda, que principia:
«Fabrícame una taza...»
la cantinela, tan
conocida como bella:
«Yo ví sobre un tomillo »quejarse un pajarillo…»
y los encantadores
sáficos adónicos :
«Dulce
vecino de la madre selva,
»huésped eterno del abril florido,
»vital aliento de la madre Vénus,
»céfiro blando, etc.»
D. Estéban Manuel de Villegas era un poeta de sentimiento y de
inspiracion, y á haber florecido en otra época, hubiera alcanzado
aun mayor reputacion de la que tiene.
Tradujo las Consolaciones de Boecio, y las amenizó con
varias poesías filosóficas que les dieron mayor atractivo. Estas
tareas no perjudicaron á la gravedad de sus ocupaciones jurídicas,
pues lejos de eso escribió doctamente sobre el Código Teodosiano,
conquistándose un nombre respetable como jurisconsulto.
EL MARQUÉS DE LA
ENSENADA.
D. Cenon de
Somodevilla, marqués de la Ensenada , nació á mediados del siglo
pasado en Hervias. dedicado á la carrera del foro, vino á Madrid
nombrado fiscal del Consejo de Castilla, y el talento que desplegó
en este importante cargo, juntamente con su laboriosidad, le crearon
una reputacion tan grande como merecida.
Despues de desempeñar varios puestos importantes, fué nombrado
ministro de Fernando VI.
Somodevilla concibió la patriótica idea de elevar la marina
española al alto rango que debia ocupar, si queria emprenderse con
probabilidades de éxito la conquista de Gibraltar, ocupada durante
la guerra de sucesion por los ingleses, y disputarles el predominio
de los mares.
El entusiasmo con que acometió la realizacion de sus proyectos
fué tan grande como el resultado que alcanzó. En un corto período,
Somodevilla hizo reparar los abandonados astilleros, acopió maderas
en cantidades enormes, montó fábricas de jarcias y de todo cuanto
era necesario para el armamento de los buques y emprendió la
construccion de tantos navíos, que Inglaterra, justamente alarmada,
pidió esplicaciones al gobierno español, preparándose entre tanto
para hacer frente á cualquier acontecimiento.
Nada
de esto detuvo, sin embargo, al ministro de Fernando VI: su plan era
construir una escuadra igual á la de Inglaterra, y cuando tuvo á
flote 40 navíos de línea participó con ironía al representante
inglés que podia descansar tranquilo su gobierno, pues no pensaba
llevar á cabo nuevas construcciones.
El gran impulso dado á la marina por el marqués de la Ensenada,
formó la base de las numerosas escuadras que durante el reinado de
Cárlos III disputaron á Inglaterra el dominio de los mares y
estuvieron á punto de arrebatarle á Gibraltar. Sin él hubiera sido
imposible sostener la lucha que España llevó á cabo con tanto empeño
y tantas probabilidades de éxito. Si este no se obtuvo, cúlpese á
nuestra desgracia.
No terminaremos
esta seccion de nuestra obra sin dar una breve noticia de los demás
hijos distinguidos de Logroño, aunque á la verdad es tanto el número
de ellos, que no salimos garantes de haberlos recordado todos. Héla
aquí:
Bañares (D. Gregorio) natural de Abalos, autor de la
Filosofía Farmaceútica y otros varios opúsculos.
Fernandez Navarrete (D. Julian). Fué ministro de Hacienda
de Fernando VII y autor de algunas obritas referentes á este ramo de
la administracion.
Fernandez Navarrete (Martin), de Abalos, individuo del
Instituto de Francia y director de la Real Academia de la Historia,
infatigable escritor de diferentes asuntos literarios, editor de la
apreciable colección de los viajes y descubrimientos hechos por los
españoles en el Nuevo Mundo y de los discursos para la Historia
Náutica. Falleció en 1844.
Alonso Ezquerra, de Alfaro, jesuita, autor de varias
obras de mística.
Antonio Perez, jurisconsulto insigne, de la misma
poblacion.
Risco (el Maestro). Fué natural de Haro, y continuó la
España Sagrada de Florez, de todos conocida. Tambien escribió
otras muchas obras.
Leiva (Antonio). Natural de Leiva; general en tiempo de
Cárlos V, y al que rindió la espada Francisco I.
D. Pedro Colona, consejero de Estado en tiempo
de Felipe II: fué de Nájera.
D. Iñigo de la Cruz, conde de Aguilar, de Nalda. Se
distinguió en las guerras de sucesion de Felipe V.
D. Manuel (Garcia Herreros (D. S. Roman, de Cameros).
Esplicó jurisprudencia en la universidad de Alcalá. Diputado por
Soria en las Córtes de Cádiz de 1812, donde se hizo notable, fué
desterrado en 1814 á las Baleares: salió de allí en 1820, y fué
nombrado secretario de Estado y Gracia y Justicia; pero abolido el
sistema constitucional emigró á Francia, donde permaneció hasta 1834
en que volvió á España, siendo otra vez ministro en 1835.
Salinas (el P.) Jesuita. Escribió varios Comentarios
de la Sagrada Escritura y otras varias obras que le conquistaron
gran reputacion. Fué natural de Navarrete.
D. Juan Antonio Llorente. Nació en Rincon de Soto. Fué
académico de la Historia, y escribió la notable obra: Noticias
históricas de las Provincias Vascongadas, Una historia de la
Inquisición, en francés, y otras muchas obras literarias,
históricas y filosóficas.
Fué canónigo de Toledo y consejero de Estado de José Napoleon.
Murió en Madrid en 1823.
NOTICIA
BIBLIOGRÁFICA
DE
LAS OBRAS REFERENTES Á LA PROVINCIA DE LOGROÑO
Descripcion
geográfico-histórica de la villa de Abalos, en la Rioja,
por D. Martin
Fernandez de Navarrete. MS. en 4.º en la Academia de la Historia; G.
173.
Historia de la muy antigua, muy noble y muy leal ciudad de
Calahorra, por D. Antonio Martinez de Azagra, presbítero.
Teatro eclesiástico de la santa iglesia de Calahorra y Santo
Domingo de Calzada; vidas de sus obispos y cosas memorables de su
obispado, por Gil Gonzalez Dávila.
Antigüedades de la iglesia de Calahorra, por don Juan
Amiax.
Antigüedades civiles y eclesiásticas de Calahorra y
memorias concernientes á los obispados de Nájera y Alava.
Risco, tom. XXXIII de su España Sagrada.
Memorial de la ciudad de Calahorra y separacion de la de
otra de su nombre que hubo en el mismo tiempo en la España
Tarraconense para ilustrar la España Sagrada del Mtro.
Florez, por D. Rafael de Floranes, señor de Tavaneros. MS. en la
Acad. de la Historia.
Calahorra fibularia en Loharre por los ilergetes, por V.
C. V.
Discurso sobre la situacion de la antigua Contrebia, por D.
Angel Casimiro Govantes. MS. en la Acad. de la Historia.
Memoria y discurso político por la muy noble y muy
leal ciudad de Logroño, por D. Fernando Alvia de Castro. Lisboa,
1633.
Logroño y sus alrededores. Descripcion de los edificios
principales, ruinas y demás cosas notables que la ciudad encierra,
por Antonio Gomez. Logroño,1857.
Fundacion del monasterio de Santa Maria la Real de Nájera, de
la órden de San Benito, por Fr. Prudencio de Sandoval. MS.
Compendio historial de la Rioja y sus santos y santuarios,
por D. Domingo Hidalgo de Torres y la Cerda. Madrid, 1701.
Poesias varias en todo género de asuntos y metros, con un
epílogo al fin de las noticias y puntos historiales sobre la
provincia de la Rioja y sucesos de España, con la cronología de los
reyes hasta nuestro D. Felipe V; su autor D. José de Salazar y
Hontiveros, presbítero beneficiado en el obispado de Calahorra.
Madrid, sin año de impresion.
Diccionario
geográfico-histórico de España, por la Real Academia de la
Historia.- Seccion II. Comprende la Rioja ó toda la provincia de
Logroño y algunos pueblos de la de Búrgos; su autor D. Angel
Casimiro Govantes. Madrid, 1846.
Historia de San Millan de la Cogolla, por el P. fray
Diego Mecolaeta. Madrid, 1724.
Historia de la vida y milagros de Santo Domingo de la
Calzada, por el P. fray Luis de la Vega. Búrgos, 1606.
Historia de Santo Domingo de la Calzada, Abraham de la Rioja,
por el doctor D. Joseph Gonzalez de Texada. Madrid, 1702.
Historia de la antiquísima imagen de Nuestra Señora de
Valbanera, y por quién fué hallada en los años CCCLX, por D.
Francisco Aris Valderas. Alcalá, 1608.
Historia
de la invencion, fundacion y milagros de Nuestra Señora de
Valbanera, de la órden de San Benito, compuesta por el P. fray
Gregorio Bravo de Sotomayor. Logroño, 1610.
Historia del Santuario de Santa María de Valbanera, por
D. Antonio de Nobis. (Lupian Zapata).
Historia de la imágen sagrada de Nuestra Señora Santísima de
Valbanera, por el Rdo. P. maestro fray Diego de Silva y Pacheco.
Madrid, 1665.
Historial del venerable y antiquísimo santuario de Nuestra
Señora de Valbanera, por el P. fray Benito Rubio. Logroño, 1761.
Varios Discursos críticos acerca de las Antigüedades
geográfico-históricas de la Rioja, por D. Angel Igualador. (La
publicacion no concluyó por muerte del autor).
FIN DE LA CRÓNICA DE LA PROVINCIA DE LOGROÑO.
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