Peñas eremíticas sobre la villa de Albelda, donde según la tradición se compone el Códice Albeldense o Vigilano.
 
     

 

 

Los visigodos son el quinto pueblo germánico que se establece en nuestra Península, el que había de denominarla por completo y en definitiva sentaría las bases de nuestra nacionalidad española. Originarios de Escandinavia pasaron el mar y se establecieron en la desembocadura del Vístula.

Hacia el 150 se expansionaron hasta el mar Negro.

A partir del 332 se federaron con el Imperio Romano, comprometiéndose a no atacarle y a defender sus fronteras.

Ocuparon el norte de Italia en 401 y sitian a Roma en la que entran a saco el año 410.

Llegaron a la Tarraconense en 415 y tomaron Barcelona. La capital de su reino era Tolosa, desde donde invadían frecuentemente a Hispania, para defender a Roma y a los hispanorromanos, de los otros bárbaros: suevos, vándalos y alanos. Los visigodos sostienen, en 421 y 427 grandes batallas contra los vándalos en la Bética.

Volvieron a España para luchar contra los suevos, en 458, y en la toma de Braga y Mérida cometieron toda suerte de robos y atropellos. ldacio compara el hecho con la destrucción de Jerusalén.

También los suevos atacaron dos veces la Tarraconense en el año 456 y se llevaron muchos prisioneros a la región gallega, por lo que Teodorico con visigodos y borgoñones, como aliados de Roma, penetró en España y tuvo su principal encuentro, en 458, en la llanura del Páramo (Astorga).

Quiero destacar que durante el siglo V, hubo guerras continuas entre los suevos y visigodos por el dominio de la calzada Romana hasta Asturica.

Por Pamplona o Zaragoza, por uno o por ambos lugares, utilizando las calzadas invadieron el valle del Ebro y por tanto, también La Rioja, que hubo de sufrir los inconvenientes del paso de los ejércitos, destruyéndolo todo y robando sus recursos. Hay que tener en cuenta que la nobleza hispanorromana de la Tarraconense se oponía siempre a los bárbaros y sufrió depredaciones y devastación de sus tierras.

Con Eurico, muchos obispos católicos son obligados a abandonar sus diócesis, y en variadas ocasiones el mismo rey impidió la provisión de las sedes episcopales. Esta persecución religiosa por parte de Eurico es motivada por la postura del clero, los obispos católicos y los nobles hispanorromanos, que defienden y representan en todo momento al partido romano frente a los deseos de conquista total de España por parte de los visigodos.

Durante varios años no tuvieron los pueblos germanos tranquilidad ni asiento fijo, vagando por las tierras de Europa, hasta que se asentaban en una región determinada. En su marcha por las provincias hispanas originan toda clase de rapiñas, robos y destrucciones y los actos de crueldad que toda expedición militar lleva consigo. Las trompas guerreras resuenen en Hispania una y otra vez. Destruyeron ciudades y castillos asolaron los campos y se llevaron prisioneros y como rehenes familias enteras.

San Isidoro, nos describe a estos bárbaros vagando por las Galias y aún por las provincias cercanas entre 407 y 408.

Valia, al servicio del Imperio Romano, llegó desde la Septimania a combatir a suevos, vándalos y alanos.

En el año 446, los suevos saquearon la Bética y la Cartaginense.

En el año 448, Requiario, rey de los suevos, convertido al catolicismo, llegó hasta la Tarraconense y devastó los últimos confines de esta provincia: la Cantabria y el valle superior del Ebro.

En estas invasiones marchas y contramarchas de los bárbaros y aun de los visigodos, que en nombre de Roma se extendieron desde su reino de Tolosa y la Septimania, son los hispanorromanos y en especial los habitantes de la Tarraconense los que más van a sufrir sus combates y dominaciones, porque aunque se mantiene independientes, su situación estratégica en los últimos confines les facilita la penetración en masa.

Tenemos noticias por el Cronicón de Idacio, de que un tal Basilio, entró en Tarazona, el año 449 y reuniendo a los Bagaudas, pasó a cuchillo a sus habitantes, que se habían reunido y refugiado en la catedral, con su obispo León.

Baguadas es voz celta que significa bandolero o gente facinerosa; inicialmente fueron aldeanos y labradores que se armaron con los instrumentos de su trabajo y se alzaron contra la sociedad, debido a las graves exacciones y tributos que les habían impuesto los romanos, desde mediados del siglo III en Francia; devastaron ciudades, castillos y aldeas, matando a los habitantes de muchas regiones que se refugiaban en ciudades más populosas para defenderse tras sus murallas. No eran bárbaros, sino bandoleros que cuando llegaban los romanos o los visigodos, se refugiaban en lugares de difícil acceso, haciendo incluso vida semisalvaje.

En la Cantabria, ciudad situada frente a Logroño y Varea, donde los cántabros habían descendido y dominado La Rioja, pasaron a cuchillo por estos años entre Varea y Calagurris a un cuerpo de hispanorromanos.

Los hérulos son también una tribu u horda germánica, que más tarde dará el golpe definitivo al Imperio Romano. Odoacro es su caudillo principal, que depuso a Rómulo Augustulo, el último emperador romano. Esta tribu tuvo siempre gran movilidad y se extendió con sus rapiñas y destrucciones, unas veces al este del Imperio y otras hacia el oeste, saqueando las Vardulias y las Cantabrias.

Por las Vardulias hay que entender en estos años, la provincia de Guipúzcoa hasta Estella y Laguardia, y la izquierda del Ebro, Tricio, «Tabuca» (Abalos), Haro y Miranda de Ebro, donde encontramos su nombre étnico en Bardauri, aldea de Miranda.

Regresando con siete naves por el mar Cantábrico de sus incursiones por el norte, hacia las Galias, después de haber sido derrotados por los cántabros, en 456, destruyeron y saquearon a su paso las Vardulias y las Cantabrias.

Los Visigodos, en el año 466, al mando de Eurico vienen a contener y castigar a los suevos que habían llegado hasta los confines de la Tarraconense, es decir las tierras del Ebro superior, desde su reino de Tolosa y pasan con sus tropas por el valle del Ebro. Los habitantes de La Rioja abandonados e indefensos, lejos de Tarragona y de la posible ayuda de los romanos con sus aliados, los visigodos, sufren una y otra vez las depredaciones de los bárbaros.

Los vascones, acaso habían bajado también desde los Pirineos e Iruña (Pamplona), hasta Calagurris y Gracurris (Alfaro).

Venancio Fortunato, en un epigrama, le dice al conde de Austrasia que va a combatir a los cántabros y vascones: «Dios haga que te tema el cántabro y que el vascón vagabundo se llene de terror ante tus armas». 

Solo muchos años más tarde, en 581, Leovigildo, ya rey de Toledo, se decide a poner coto a las depredaciones, penetrando en Cantabria, matando a los invasores de las tierras limítrofes, tomando Amaya, sus riquezas y sus tierras.

Pero sería Sisebuto, en el año 612, el que definitivamente penetraría en las asperezas del país e incorporaría para siempre al dominio visigodo de las Españas, a rucones y vascones de Pamplona, Estella y Tafalla que habían bajado hasta San Adrián y Calahorra.

Si la mayor parte del siglo V es muy dolorosa para Hispania, por la guerra y el pillaje de las hordas bárbaras, para las que éstos eran su industria nacional, para la provincia Tarraconense, en el extremo Occidental, un tanto abandonada y dejada a un albedrío, que podría parecer independencia, fueron sobre todo muy malos los años 451 y 452, por las incursiones bélicas de los francos y por la epidemia de la peste inguinal que azotó a casi toda la Península.

Continua la cristianización del valle del Ebro,en La Rioja

Silvano, Obispo de Calahorra, 457 a/ 495

Nos consta la existencia de este obispo por documentos muy conocidos: dos cartas del Papa, S. Hilario, al metropolitano de Tarragona, Ascanio y otras dos del metropolitano al mismo Papa, todas cuatro entre los años 461-495. Ascanio acusa al obispo de Calahorra de haber consagrado varios obispos sin su permiso.

La elección y consagración de obispos

Según los usos eclesiásticos, en la elección y consagración de obispos, intervenían los obispos comprovincianos, el clero y el pueblo. Una carta de S. Cipriano nos revela con exactitud, lo que se hacía en España, Africa y en la mayor parte de la cristiandad. El pueblo, dice, tiene potestad de elegir a los obispos dignos y rechazar a los indignos. Es decisión divina, legalizada por disposiciones pontificias y conciliares, que el obispo sea elegido estando presente el pueblo y a la vista de todos, a fin de que se compruebe con público juicio y testimonio que es digno y apto. Se apoyan en la práctica de los apóstoles para la sustitución de Judas y en la elección de diáconos en Jerusalén. Y así lo justifican y en ese sentido hablan: San Clemente Romano, la Doctrina de los doce Apóstoles, la Didascalia, Orígenes y las Constituciones Apostólicas.

El Obíspo de Barcelona, Irineo

Al morir Nundinario, obispo de Barcelona, dejó dispuesto que fuese su heredero y sucesor el obispo Irineo. A esto asintieron el metropolitano de Tarragona, Ascanio y los otros prelados de la Tarraconense, quienes se dirigieron al Papa S. Hilario, en 456, para que confirmara la elección.

El Papa no pudo menos que reprobar este proceder y esta situación en cuanto a la elección y consagración y, aún más, la sucesión en hijos o sobrinos, delito de nepotismo o de simonía y se quejó amargamente ante un Sínodo, reunido en Roma el año 465 en Santa María la Mayor, al que asistieron 40 obispos y el clero de la ciudad eterna.

El Papa comunicó las resoluciones del Concilio al metropolitano de Tarragona, Ascanio y a los demás prelados de su provincia.

Le ordenó cumplir inmediatamente lo prescrito, referente a Irineo y a la elección de nuevo obispo para Barcelona.

La carta del metropolitano de Tarragona, Ascanio al Papa Hilarío (464)

Ascanio acusó a Silvano, obispo de Calahorra, constitutus in ultima parte nostre provincie de que había hecho ilegítimas ordenaciones o consagraciones.

El Papa Hilario decía en contestación a una segunda carta al metropolitano de Tarragona (495): «Hemos recibido vuestras letras en las que pedís se anulen y castiguen las pretensiones de Silvano, obispo de Calahorra y también que os sean aprobadas y confirmadas vuestras propuestas y peticiones en relación con Irineo, presentado para obispo de Barcelona.

Y también hemos recibido en relación con Silva no, obispo de Calahorra, letras de personas dignas y principales de los habitantes de las ciudades de Tarazona, Cascante, Calahorra, Varea, Tricio, Leiva y Briviesca (Veroviscentium), que disculpaban lo que había hecho Silvano y de lo que vosotros habíais presentado quejas ... Pero en cuanto a la solicitada confirmación de Irineo para obispo de Barcelona no puede acceder «porque pedís se confirme una cosa indigna e ilícita»; debe ser removido como obispo de Barcelona y enviado de nuevo a su sede propia, para la que fue consagrado y que sea elegido un nuevo sacerdote, digno y prudente y del propio clero de Barcelona ... »

Hay una tercera carta del Papa Hilario a Ascanio en el mismo sentido.

Continuaron este tipo de consagraciones episcopales y debió ser general a pesar de todo, el que los obispos dividieran sus diócesis, sobre todo si eran extensas, o estaban lejos de la sede episcopal o en las que se aumentaba extraordinariamente el número de cristianos convertidos. Tarragona aparece como observadora rigurosa de leyes y cánones; propone y manda que no se junten al cismático; pero ante la contumacia e inutilidad de consejos recurre al Papa.

Garibay, Morales y Aguirre dicen que se trataba de la consagración de un obispo que le sucediera en Calahorra. Pero no debía ser éste el caso porque el Papa le hubiera tratado con el rigor con que trató al obispo nombrado para Barcelona, sólo se refiere a haberlos consagrado sin contar con el metropolitano.

El hecho de la ordenación debió ser hacia 457, porque el metropolitano de Tarragona alude en su carta a que hacía siete u ocho años que habían tenido lugar la consagración.

Un obispado para cada división tribal: Alesanco

La iniciativa de Silvano podría reducirse a la creación de nuevas sedes episcopales para el avance del cristianismo por las riberas del Ebro superior, con sedes en las capitales de las tribus indígenas.

La Iglesia debía seguir su avance y evangelización.

 

Los cántabros tenían ya, tras la ampliación de su territorio, su obispado en Amaya, en Segia (Egea) los vascones de Jaca. En Alesancia podrían tenerla los berones y turmódigos, en Leiva (Livia) los caristios y en Birovesca (Briviesca) o Auca (Oca) los várdulos y austrigones. Sánchez Albornoz es el que señala esta extraña y atrevida coincidencia con las divisiones tribales, dando así a cada tribu una propia y particular sede episcopal.

Es posible que la expansión de los cántabros por el valle del Ebro y La Rioja hasta llegar a fundar junto a Varea la ciudad de Cantabria, o repoblar la antigua Varia, (según la tesis de Jesús María Pascual), aniquilará las sedes recién creadas. Y pienso que con toda probabilidad una sería la de Alesancia, que figura en la Nómina Ovetense y que tendría su continuación en la de Nájera, con los reyes de la misma, Sancho el Mayor, García el de Nájera y Sancho el de Peñalén.

Como la de Birovesca puede ser la de Auca, que perdura hasta convertirse en la diócesis de Burgos. Aunque no me explico por qué, al buscar precedente para la diócesis de Nájera, en tiempos de sus reyes, se esfuercen algunos en identificarla con la de Senonas, fantástica y nunca conocida, cuando tan cerca tenían a Tricio o Alesanco, sedes creadas en estos tiempos.

La iniciativa de Silvano quedó fallida en su mayor parte, aunque deba quedar a salvo su fidelidad y espíritu de evangelizador.

Los obispos riojanos en la época visigoda de los Concilios de Toledo (589-715)

La Tarraconense, tras las invasiones bárbaras, queda un tanto abandonada y dejada a su albedrío, sobre todo en sus últimos confines, nuestra Rioja, Calahorra, Tricio, Alesanco, Livia (Leiva) ... Si alguna vez llegan los visigodos es de pasada y se van seguidamente. Tiene su capital en Tolosa y no se establecen definitivamente en España, primero en Barcelona (512) y luego en Toledo (551-567), hasta después de Vouillé, derrotados por los francos. Leovigildo es el reorganizador y unificador de las provincias hispanas (568-586), luchando contra los suevos y los bizantinos y después contra los cántabros y vascones, que se habían expandido por fuera de sus fronteras tradicionales, invadiendo las de la Tarraconense.

Recaredo (586-601) en el III Concilio de Toledo, se hace católico, abjura con sus nobles al arrianismo y completa la unificación total de Hispania.

Los Concilios de Toledo I y II (400-405 Y 527) no son nacionales: sí lo son el III (589) y siguientes. Por eso y porque se tienen por independientes y como quienes no forman parte bien definida del reino visigótico, los obispos de Calahorra, Pamplona, Tarazana y Aucano asisten a estas asambleas, hasta el III de Toledo.

Las suscripciones de los Concilios de Toledo, cuyas actas han publicado José Sáenz de Aguirre, Collectio maxima Conciliorum Hispaniae, 1963; y Juan Tejada y Ramiro, Colección de cánones de la Iglesia Española, Madrid, 1849; nos llevan de la mano para señalar los obispos calugurritanos desde 589 a 715, pues asistieron a ellos y firmaron sus actas.

Mumio, Munio o Munimio (589-614). Asiste al III Concilio de Toledo (589), al II de Zaragoza (592) y al de Barcelona (599). Firma el III Concilio de Toledo, que se celebra bajo Recaredo. Leovigildo ha conquistado y sometido a los pueblos del norte en 574 y desde entonces empiezan a asistir a los Concilios sus obispos: el de Pamplona, el de Calahorra, el de Tarazona y el de Auca.

Firma el decreto de Gondemaro (610). Asiste al Concilio Egarense (614).

Gabinio o Gabino (633-653). Asiste al Concilio IV de Toledo que se celebra bajo Sisenando en el que firma el 18.o entre 44; por eso es bastante probable, que llevara ya varios años de antigüedad en la sede, por lo que se podría decir inmediato sucesor de Mumio: aunque no era regla fija, ni norma siempre seguida el que firmasen los obispos por orden de antigüedad, pero sí se solía seguir esta costumbre, guardando los honores debidos en una natural procedencia. Firma por él «Citronius, presbyter agens vicem Guimi, episcopi ecclesiae Calagurritanae», en el Concilio VI de Toledo (638), celebrado bajo Chintila. Debía ser ya muy antiguo en la sede, pues firma en quinto lugar, inmediatamente después de los metropolitanos en el Concilio VIII de Toledo (649), celebrado bajo Recesvinto. Asisten, según Tejada, al Concilio X de Toledo (656), que se celebra también bajo Recesvinto, pues aunque no consta la firma, sino de pocos obispos -dice él-, que Yepes leyó en los manuscritos de El Escorial las firmas de 50 padres y que ahora quedan muchas menos suscripciones, porque alguna hoja desaparecería en el incendio de 1671; por eso dice que debieron asistir Gabino de Calahorra y Litorio de Auca. Tejada no tiene razón alguna especial para asegurar que era Gabino y no su sucesor Eufrasio, u otro intermedio que pudo haber entre ambos.

Eufrasio. Asiste al Concilio XIII de Toledo (683), por procurador, como casi todos los obispos de la Tarraconense. El Concilio se celebra bajo Ervigio: Audericus presbiter vices gerens Eufrasi Calagurritani.

Wiliedo o Ubiliedo. Precediendo a 32 obispos, firma el Concilio XV de Toledo del año 688, celebrado bajo Egica.

   Félix. Firma el Concilio XVI de Toledo (693), reunido también bajo Egica. De los Concilios XVII y XVIII, celebrados respectivamente en los años 694 y 701, no tenemos suscripciones de obispos. Por tanto no podemos saber qué obispos eran los que regían las sedes de España, cuando llega la invasión árabe. Flórez dice que todos los autores, menos Argáiz, afirman que este Félix era obispo de Calahorra cuando se verifica tal invasión y la ciudad de Calahorra es conquistada; y que apesadumbrado por la triste situación a que se veía reducida su sede y diócesis, se había retirado a la Sierra de Cameros, a un lugar entre Hornillos y Valdosera, donde hizo vida penitente, siendo el que después se había de venerar y continua venerando en los citados lugares como santo penitente.

No es imposible que fuera el obispo Félix el que presidiera la sede de Calahorra en 7II, pues vemos que los obispos de esta sede permanecen por mucho tiempo en la misma, y desde 693, en que suscribe el XVI Concilio de Toledo, hasta 7II, van 18 años, que no son muchos habida cuenta de que no debería empezar su episcopado mucho antes de 693, pues su predecesor Ubiliedo, firma en el Concilio XV de 688. Teniendo presente además lo que ciertamente nos consta, que Mumio es obispo por lo menos desde 589 al 614, que son 25 años; y Gabino 633 al 656, que son 23 años; lo cual nos demuestra la larga permanencia de los obispos en nuestra diócesis, pudiendo decir que abarca toda su vida, no es imposible que Félix llegara a su episcopado hasta 7II y aún lo sobrepasara.

Lo que sí es menos probable, que abandonando sus ovejas, ya que en cualquier caso habría tenido fieles a quienes regir y aconsejar en territorio invadido o fuera de él, entre los cristianos huidos tras las montañas del norte, o en su propia Calahorra, se retirara a la sierra de Cameros. Tanto más que, según sabemos, la situación, a pesar de la terrible hecatombe nacional, no llegaba a ser tan desesperada, ni la libertad se veía tan cohibida, como para huir echándolo todo a rodar y abandonar su catedral y sus fieles.

La tradición en el correr de los siglos ha venido a juntar probablemente el nombre de un anacoreta o penitente de las sierras de Cameros en una cueva de una eminencia de las montañas entre Hornillos y el solar de Valdosera, cuyas reliquias se conservan en la parroquia de Hornillos y luego fueron trasladadas al monasterio de San Prudencio, con el obispo Félix que ciertamente regiría la diócesis cuando llegan los árabes.

Los cristianos bajo los árabes en los siglos VIII al X, en La Rioja

Tras la conquista casi total por los árabes de la España unificada en tiempos visigodos, los cristianos. huyen en gran mayoría para protegerse a las montañas del norte. Con ellos van muchos obispos que son inquietados en sus sedes: multum in quietati in sedibus nostris propter persecutionem saracenorum. Aunque una tradición habla del último obispo visigodo de Calahorra, Félix, que se refugia en Cameros, para hacer vida penitente, es posible que en unos primeros años tras la invasión, continuaran los cristianos y sus obispos al amparo de la tolerancia musulmana, en sus propias ciudades.

El hecho de que la tradición y algunos historiadores hablen de varios obispos, de nombre Félix, que se sucedieron en la diócesis sin interrupción, aunque es posible que no se llamaran así, parece indicar bastante que la sucesión en la sede calagurritana, no se interrumpió tras la invasión, al menos en las primeras décadas, que no abandonaran los obispos de Calahorra la evangelización de sus fieles, sino que residieron siempre en Calahorra.

No tenemos documentos que nos den noticia alguna sobre esta situación eclesiástica de La Rioja. Hay absoluto silencio, sin citas, ni tradiciones, ni leyendas.

Pasados varios años desde la entrada de los moros en España, comienzan a figurar los obispos de Calahorra, no como mozárabes, es decir como cristianos en tierra de moros, sino en tierra de cristianos, firmando documentos de los monarcas de Asturias aunque conservando su título de Calahorra; y mucho más tarde con diversos títulos y también sin título alguno, hasta que aparecen dos nuevos títulos de obispados, formados a costa de territorios de esta antigua sede de Calahorra, el título de Alava y el de Nájera, que perduran, éste segundo hasta la conquista de Calahorra en 1045, o algunos años después y hasta 1093 el primero.

Debió haber pues algún hecho, algún suceso que determinara la salida o huida de los obispos de su sede, Calahorra, a territorio cristiano, a Oviedo o a otras tierras de su misma diócesis, que no caían bajo el poder de los musulmanes. No podemos sino seguir todos los hechos históricos que sucedieron por estas épocas y los escasos documentos que se conservan de este período ..


 

 

Los reyes de Oviedo reconquistan La Rioja Alta

Hasta la campaña de Alfonso I el Católico, ya hemos visto cuál es la situación de los cristianos: están bajo dominio árabe, han de pagar tributos que cada vez tienden a agravarse más y más, pero poseen bienes, se rigen por sus propias leyes, tienen libertad de religión. Pueden pensar que en vez de estar sujetos a las largas cabelleras germanas, están pagando tributo a unos dueños algo más exigentes, con religión distinta y fanáticos por ella, pero por las circunstancias y por miras políticas respetan sus sentimientos religiosos. Es hasta 750, creo que lo podemos asegurar sin lugar a dudas, que los obispos de Calahorra permanecen en su Sede y ciudad.

Pero por los años (750-754) se producen acontecimientos que van a cambiar algo la fisonomía de las tierras del norte.

Un hambre horrorosa azota a la España musulmana durante 5 años. Los árabes invasores, situados en el norte de España, emigran en masa hacia el sur, buscando un remedio a su miseria y para ayudar a los bereberes en su guerra civil contra los árabes, que al fin deciden también irse al Africa. Los del norte han abandonado sus tierras de Galicia, de Astorga y el Duero; los del sur las de Andalucía. Es un momento de gran desintegración del mundo islámico en España. Alfonso I el Católico se dispone a completar lo que faltaba en el cuadro que habían trazado las guerras civiles en la España mora y la emigración y abandono de los del norte.

Su plan es la limpieza completa de moros en las tierras abandonadas hasta la ribera septentrional del Duero. Persigue y expulsa a los moros que intentan sostenerse en los valles de Astorga y León y los empuja más allá de las llanuras de Coria y Mérida. Por la región oriental, yermó los Campos Góticos hasta el Duero: Segovia, Saldaña, Mahave, Amaya, Simancas; Velegia, Oca, Alava, y llega hasta La Rioja por Miranda, Revenga, Carbonaria, Abalos, Briones, Cenicero, Alesanco, y regresa por Osma, Clunia, Arganza y Sepúlveda.

 

Pero no sólo destruye el dominio de los árabes, sino que después de crear una frontera de tierra quemada, se lleva a los cristianos que sufrían esclavitud de los musulmanes, a tierras más seguras para organizar la repoblación de los territorios más cercanos y más fáciles de defender. Y entre unos y otros, crea un desierto de muchos kilómetros de tierra calcinada, árida y deshabitada.

Por todo ello se ve que ha cambiado el statu quo de los cristianos que vivían aún entre los moros o muy cercanos a ellos. Se había roto el modus vivendi que habían implantado los árabes. Ha crecido mucho en importancia el diminuto estado de Pelayo. Se han ido de nuevo tras las montañas muchos hombres y ha visto crecido el número de animales de labranza, aperos y hombres diestros en la agricultura. Pero los que han quedado entre o próximos a los moros, es natural que estarían en peor situación que anteriormente, peor vistos y con menores libertades y acaso aumentados sus impuestos. Parece que Alfonso I no pasó en La Rioja de una línea marcada por Labastida, Abalos, Briones, Cenicero y Alesanco. Digamos la mayor parte de La Rioja Alta. Pero no llegó a La Rioja Baja, con Varea, Arnedo, Calahorra y Alfaro.

¿No sería éste un momento muy difícil para los cristianos y para su obispo, cuya sede estaba en Calahorra?

Acaso un deseo de vengar en los cristianos, que estaban aún en sus ciudades, de la sangre de tantos otros musulmanes, muertos al filo de la espada de Alfonso I, traería una atmósfera de intransigencia o de persecución, si ya no muchos hubieron de perecer. No nos queda noticia alguna de ello. Pero no hay duda de que sería un momento difícil y que en esta u otra circunstancia parecida, debió de salir el obispo de Calahorra, su sede episcopal, hacia las tierras del norte. Acaso supo pasar por aquellas dificultades. Si así fue se volvería en La Rioja a la situación anterior de dominio total musulmán, porque el fiel Bedr, general de Abderramán, último Omar, que había logrado elevarse a emir independiente de Córdoba, derrotó a todos sus contrincantes. Toledo capituló en 764. y en el 767 hay una expedición contra la frontera cristiana de Tseguer y se llega a una conquista total del territorio perdido. Acaso vino por la calzada del Ebro, Zaragoza, Calahorra, Vareia, Tritium, hasta las fuentes del Ebro, colocando nuevas guarniciones en los lugares estratégicos y se vuelve así al régimen anterior de tributos, tal vez aumentados por la pasada rebelión.

Siguen en Oviedo años de atonía, reyes grises y de colaboración, de oprobio y atenuamiento de la idea nacional.

Hay que llegar a la energía de Alfonso II el Casto, que ataca muchas veces y resiste siempre.

Y es precisamente en estos años de Alfonso II el Casto, 792-841, cuando aparecen documentos asturianos en los que figuran obispos de Calahorra: TUDEMIRO, en una carta de dotación a la iglesia de Oviedo, en el año 802 y el obispo RECAREDO en el documento llamado testamento de Alfonso II el Casto: «Recaredus episcopus Calagurritanus», con el obispo de Oviedo y otros tres de los que no se dice su sede. Tendríamos pues a los obispos de Calahorra refugiados en Oviedo, si no es documento falsificado por el obispo Pelayo (1101-1129), documento que luego se copió en el Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo, aunque parece cierto que los documentos existieron, y el obispo Pelayo los arregló y refundió, para poder defender los derechos de su diócesis frente a Santiago, León y Lugo.

Pero hay que señalar, que nos consta también por otros documentos, la presencia de Recaredo en Oviedo, la ciudad de los obispos, como se la llamó entonces.

En uno de ellos, del año 791 se pretende legitimar la traslación a Oviedo de la antigua diócesis de Britonia, arruinada por los árabes, documento que luego recoge el Concilio I de Oviedo en sus actas. Y el II Concilio de Oviedo, que asigna parroquias, con cuyos frutos puedan subsistir los obispos residentes en Oviedo y emigrados de su diócesis, señala para el obispo de Calahorra la parroquia de Santa María de Solís. Aunque hay que decir, como afirma Cotarelo Valledor, que en estas actas están mezclados los obispos dell Concilio de Toledo con los del II y que son actas, al menos interpoladas.

Bivere de Acosta (871)

En los tiempos de Alfonso III el Magno, (866-910) rey de Asturias, encontramos a un obispo de Bivere, actuando como tal en la cuenca del Zadorra: en el monasterio de Acosta, de la hermandad de Cigoitia, junto al Gorbea, a corta distancia del pueblo de Ubidea; en Santa María de Hoz de Arganzón; hoy la Puebla de Arganzón; en Gauna, en Letona, en Cestafe y en las iglesias de Santa Gracia y San Martín de Estabillo; monasterio que fue donado posteriormente al de San MiIlán (doc. 17, año 871).

Se trata de un noble, de un senior, Arroncio, cuyo nombre trae resonancias latinas, un hispanorromano, que se había establecido en estas tierras hacía ya muchos años y hace una gran donación para el establecimiento de un monasterio en las estribaciones del Gorbea al que concede todas sus posesiones, para su mantenimiento y su sustento. Es una familia de la que forma parte el Obispo Bivere, su madre Octavia, y otros varios hermanos y familiares. No consta por el documento de donde fuera obispo. Risco y Floranes creen que lo era de Calahorra, pues venido de Oviedo-León, continuaría la serie de obispos que se afirma huyeron al norte y se establecieron en Oviedo, donde aparecen firmando los documentos de sus reyes. El P. Serrano cree que lo fuera de Valpuesta y Floranes y Landazuri, que los era de Alava. Pero en ninguna parte consta la creación de estos obispados, ni a Bivere se alude en documento alguno de esta época ni su adscripción a tales sedes.

Por consiguiente podemos decir que es un obispo del que no se puede dudar de su existencia, que actúa en zonas del territorio atribuido siempre a Calahorra, pero del que no consta su sede episcopal.

Y si anteriormente fue tan traído y llevado el obispo Silvano, porque había creado unos nuevos obispos y sedes dentro de la diócesis de Calahorra, ¿como podríamos decir ahora sin ninguna constancia del hecho, la creación de una diócesis en Alava para D. Bivere?

Y si muchos años más tarde, para justificar el derecho y creación del obispado de Nájera como independiente y frente al de Calahorra, han de recurrir los cronistas e historiadores a la invención de la diócesis antigua de Senonas (Tritium) a la que sucedería la de Nájera, diócesis de la que no consta por parte alguna su fundación; ¿por qué no dicen sin más que el obispo de Nájera es el obispo de la tierra de Rioja, que entonces, no conquista Calahorra, reside en la corte del reino, Nájera, como antes había residido en Orcanos (Huércanos) o en Tobía («episcopus Tubiensis») y mucho antes en Velegia (Bolívar) o en Acosta o Estabillo?

El hecho es que D. Bivere no ha dejado otro rastro en la historia, que este documento. Añadamos, dice A. E. de Mañaricua, Obispados en Alava, Vizcaya y Guipúzcoa, Vitoria, 1964, que al extinguirse a finales del siglo XI las diócesis de Alava y Valpuesta, las localidades que se citan en este documento, pasan a Calahorra y no a Burgos. Ello prueba que pertenecieron anteriormente a Calahorra.

Alvaro de Velegia o de Bolivar, 881-888

La Crónica Albeldense (881) reseña las sedes episcopales y sus respectivos obispos y nos habla de un Alvarus Velegiae y un Felmirus Uxome, Alvaro de Velegia y Felmiro de Osma. Alvaro es conocido también por otros documentos de 877.

El Cronicón Albeldense, una de las piezas históricas más insignes que legó La Rioja en la Edad Media, también llamado Emilianense, porque perteneció al monasterio de San Millán o Vigilano, del nombre de su copista, el monje Vigila de Albelda y que ahora se conserva en El Escorial, tiene todo el valor de un testigo presencial, acaso fue un obispo de la corte de Alfonso III que escribió la primera parte en 881 y la segunda parte, el monje Vigila en 976.

                         

Muchos historiadores han dicho que Velegia es Amaya; Villada y Fernández Guerra, que Vellica de Castilla la Vieja, la Vellica de la guerra cántabra, al norte de la provincia de Burgos, y al sur de la de Santander, donde se asentaba la tribu cántabra de los velegienses; Risco cree que Alvaro sería obispo de Auca; Pellicer que sería obispo de Brigia, latinizando este nombre en «Velligia»; Berganza que en tantas cosas yerra, aquí va a damos la solución: Vellegia era una ciudad de Alava, la que señala Tolomeo entre los Caristios, en Iruña (actual Trespuentes). Lo que definitivamente ha venido a confirmar la interpretación o atribución a la Velegia de Iruña, hoy despoblado, pero en la que en excavaciones recientes de la Universidad de Valladolid, se ha descubierto el oppidum o fortificación de la población con multitud de vasijas, mosaicos, monedas, pilastras, estatuas y restos de murallas, ha sido la inscripción sepulcral, hallada en sus proximidades, en Bolívar, en un lateral de la entrada de su iglesia que dice así:

OBIIT ALVARO EPISCOPUS XIII K.L.D. NOVEMBRIS, ERA D.C.C.C.C. XXVI

Murió Alvaro, obispo el 13 de las kalendas de noviembre (20 Oct.), del año 888 de Jesucristo.

 

No consta en documento alguno su sede. Sólo su nombre, su título de obispo y el lugar de su residencia, Velegia, como antes tampoco hemos encontrado el título de la sede de Bivere, ni de otros varios obispos que por estas fechas vagan por estas tierras Iiberadas de los moros.

Velegia, la importante ciudad de los caristios, acaso desapareció en algunas de las campañas de los moros de Córdoba de los años 882-883 en que penetran profundamente en la Llanada alavesa.

Por eso quizá Alvaro ha de morir fuera del lugar de su residencia, en Bolívar, donde sería enterrado.

Los obispos riojanos del siglo X

Para Ubieto Arteta, la creación del obispado en Nájera se haría por el año 922. Las citas de los obispos se encuentran ya por el año 925. Calahorra daría el derecho al título fundacional y Nájera, la residencia del obispo de la tierra.

Sería todo en el reinado de Sancho Garcés de Pamplona (905-925). Galindo, que era obispo de Pamplona, acaso por instigación del rey, consagró tres nuevos obispos, según consta por el Códice de Roda: Sesuldo, Teodorico y Ferriolo. Según el mismo Ubieto, Ferriolo ocuparía la sede de la parte oriental de su reino de Pamplona, las tierras vasconas del norte de Aragón en la sede de Sasabe; SESULDO, Sesuto o Sesguto la sede de Calahorra yTEODORICO o Teodemiro la de Tobía. Yo no sé de dónde se saca Ubieto Arteta este obispado de Tobía. Creo que será también otro obispo de la tierra de Rioja, ya liberada de los moros, con sede en Nájera y título jurídico de Calahorra, que es conquistada en estos años por Sancho Garcés, pero tan efímeramente que se pierde muy pronto. Los dos serían obispos de nuestra tierra, uno tras otro. El Tubiensis sería nombre de origen, del pueblo de su nacimiento, no de sede o diócesis: Sesuldo, natural de Tobía, que entonces era fuerte castillo de defensa y ejercía la primacía en el valle, como ahora la tiene Baños de Río Tobía. Hay referencias de este Sesuldus Episcopus y de su madre y de las posesiones que tenía en Tobía y Huércanos, en los documentos coetáneos del Cartulario de San Millán.

Los obispos siguientes regirían eclesiásticamente la tierra del Reino de Nájera:

BENEDICTO, al menos entre los años 938 a 947

TUDEMIRO, de 947 a 962

MUNIO I, en 971 a 975

BENEDICTO II, en 977 a 989

ATTO oVICENTE, en 992

BELASIO o BLAS, en 996 y 1004

 

 

 
 

HISTORIA DE LA RIOJA (VOL. II)
EDAD MEDIA
El cristianismo y los obispos riojanos en la época visigoda, 415-715
ILDEFONSO RODRÍGUEZ R. DE LAMA
(Catedrático de Instituto)

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