"Todo el mundo se mareuilla e por la bondat del termino su pan non ha par. Ha muchas viñas e muchas huertas e buenas tierras e crianças: e los suos frutales / dan tan sobrosas frutas que non vos lo podria omne contar nin dezir. E las suas aguas entran en el rrio de Ebro..." Ahmad al-Razi (889-955)
RESUMEN:
La Alta y la Plena Edad Media fueron, sin lugar a dudas, dos de las épocas de mayor entidad en el pasado de nuestro territorio. En La Rioja se asentaron a partir del siglo VIII, sobre un marco amplio de población hispanogoda, grupos de musulmanes, muchos de ellos de procedencia latina y descendientes de los habitantes del mismo Valle del Ebro, junto a emigrantes de lengua vascona y otros mozárabes. Además, el territorio actual de La Rioja formó parte de dos reinos bien diferenciados: el de Pamplona al norte, hasta 1076; y a partir de esta fecha, el de Castilla. De ser parte nuclear del reino de Pamplona y asentamiento de su realeza, pasó a convertirse por su posición estratégica sobre el Ebro en tierra fronteriza frente a Navarra. Este nuevo papel favorecerá sus intereses socioeconómicos, al darse los elementos básicos para el desarrollo de numerosos núcleos urbanos. Igualmente, el paso a Castilla, que coincide con la plena expansión del Camino de Santiago, será contemporáneo al cambio del asentamiento de la población europea: de un mundo eminentemente rural se pasará a otro de marcada organización urbana, en el que la concesión de sus estatutos de convivencia marcará el comienzo de la expansión del derecho escrito.
PALABRAS CLAVE:
Pamplona Castilla monasterios Camino de Santiago Obispado de Calahorra urbanismo.
Es bien sabido que los fracasos de la transmisión hereditaria de la corona y las disputas sucesorias acabaron arruinando el aparato monárquico hispano-godo. El rey Witiza trató de asegurar la sucesión dinástica asociando al trono a su hijo Agila, pero a su muerte se recrudeció la lucha por el poder entre dos facciones rivales. La nobleza se decantó por Rodrigo, pero los descendientes de Witiza proclamaron rey a Agila II. En este clima de auténtica guerra civil se produjo la ocupación musulmana de la península Ibérica (711), que habían aceptado la invitación del bando opuesto a la elección del monarca Rodrigo. Su rápida intervención y ocupación del territorio peninsular les llevó a prescindir del candidato Agila II, hijo del rey Witiza, y hacerse con el poder político de la Península y de la Septimania.
LA CONQUISTA DE LA RIOJA
Una buena parte de la antigua provincia Tarraconense se había mostrado contraria a la elección de Rodrigo, por lo que no es de extrañar que las minorías rectoras de la cuenca media del Ebro aceptaran de buen grado, según postula la casi totalidad de la historiografía al uso, la llegada de Musa ben Nusayr, caudillo musulmán, que rápidamente atravesó La Rioja desde Zaragoza camino de Astorga. Sin embargo, otros autores afirman que la conquista de la cuenca del Ebro fue realizada bajo el gobierno del hijo de Musa, 'Abd al-'Aziz (714-716). En cualquier caso, un hecho resulta cierto: la obediencia, conversión y viaje a Damasco de Musa antes del año 715 indican que los musulmanes estaban presentes en la parte occidental del Valle del Ebro desde el verano del 714 y nada impide admitir que hubieran sometido entonces La Rioja.
Según la Crónica Mozárabe, las ciudades riojanas fueron ocupadas por la fuerza del terror y rendidas y, en consecuencia, muchos de sus pobladores huirían hacia las montañas donde perecerían torturados por el hambre y otros males. Sin embargo, son varios los factores que nos inducen a suponer que los musulmanes no encontraron en La Rioja una gran resistencia. En nuestro territorio no existía una ciudad tan importante como para oponerse con algún tipo de éxito a los invasores; así mismo, el historiador Al- Maqqari ofrece testimonios sobre pactos entre conquistadores y conquistados; y por último, habrá que recordar que el conde visigodo Casius se convertirá rápidamente al Islam. A lo sumo, podremos aceptar que la "conquista" implicó la emigración de una cantidad probablemente importante de personas hacia los valles de la Cordillera Cantábrica. Por si fuese poco, no debió de producirse una sumisión cristiana al poder musulmán. Como se sabe, la nobleza musulmana, interesada sobre todo en una economía urbana y en la agricultura intensiva, puso en marcha un "modelo de sumisión" ya conocido en España: el abono de un tributo anual permitía a los cristianos conservar sus pertenencias, sus tradiciones jurídicas, culturales y religiosas, e incluso sus autoridades administrativas.
El poder de los primeros omeyas fue contestado durante largo tiempo. En 781, el emir 'Abd al-Rahman I (756-788) se dirigió hacia el Valle del Ebro para castigar a las poblaciones que rehusaban pagar regularmente los tributos derivados de su subordinación al Islam. En sus correrías, atacó Calahorra y Viguera antes de dirigirse hacia Pamplona y los Pirineos. Por su parte, el emir Al-Hakam I (796-822) condujo una expedición contra el Valle del Ebro y sus tropas se apoderaron de Calahorra.Como consecuencia directa de estas campañas, se establecería en La Rioja el orden militar musulmán, mientras que Pamplona desde 799 rechazó definitivamente dicha dominación. De esta manera, se fijó temporalmente la "frontera" -el río Ebro- que separaba por el norte La Rioja musulmana de las tierras cristianas. En suma, dos eran los espacios políticos perfectamente diferenciados: al norte, la Pamplona cristiana; al sur, al-Ándalus.
En un plano administrativo, La Rioja musulmana no constituyó nunca un territorio autónomo. Formó parte de la denominada Marca Superior de al-Ándalus, que ocupaba una buena parte del Valle del Ebro, con capital en Zaragoza, aunque, a un nivel inferior, dependía del distrito de Tudela. Así mismo, es posible que el espacio que circunda a esta localidad navarra estuviera dividido en varios sectores, cuyos centros eran las husun o ciudades de Nájera, Viguera, Arnedo, Calahorra y Alfaro.Sin embargo, el resto de la organización es muy mal conocida. Sabemos que la autoridad de toda la frontera fue ejercida por un jefe militar, el qa'id, bajo el cual se situaban un gobernador de Tudela, representante del poder central, y en cada una de las ciudades citadas, un gobernador nombrado por Córdoba y que llevaba el titulo de wali .
A partir del siglo IX los datos ofrecidos por los autores árabes se hacen más precisos. Durante esa centuria, se acrecienta notablemente la influencia de una familia cuya autoridad se extendió muy pronto al conjunto del Valle del Ebro, los Banu Qasi. Para el historiador árabe Ibn Hazm, el antepasado del que toman su nombre, Casio, era un dignatario visigodo que se convirtió al Islam en el momento de la conquista de la Península y que viajó a Siria para ofrecer personalmente su obediencia al califa Al-Walid. Este linaje ejercía su dominio al norte del Ebro, sobre las tierras comprendidas entre Olite y Ejea, en donde mantuvo unos estrechos lazos familiares con los Arista navarros; sin embargo, hacia el oeste su autoridad se extendía hasta aproximadamente los ríos Oja y Tirón, en donde existían tres plazas fuertes: Cerezo, Ibrillos y Grañón.A mediados de siglo ya tenemos a un nombre proprio, Musa ibn Musa, el dueño de toda la región. Este personaje permaneció, en general, fiel a Córdoba, sede del poder central, aunque en numerosas ocasiones dio la espalda al gobernador de Zaragoza y al emir cordobés. En 852 fue designado wali de Tudela y después de Zaragoza, es decir, fue nombrado gobernador de toda la Marca. Se comportó como un auténtico soberano, de manera que incluso se hacia llamar tertius regem in Spania. Murió hacia el 860-861.
La hostilidad de los Banu Qasi contra los omeyas adquirió una gran fuerza a la muerte de Musa. Efectivamente, sus cuatro hijos manifestaron su espíritu de autonomía frente a Córdoba. Pero desde 898, los Banu Qasi perdieron progresivamente importancia, en especial, por la frecuencia de los enfrentamientos entre los miembros del propio clan. Esta falta de unidad debilitó la capacidad de resistencia frente a los monarcas cristianos, cuyas expediciones triunfantes les permitieron en pocos años conquistar toda La Rioja Alta, incluso antes de la proclamación del califato (929). Por su parte, los beneficiados de esta situación fueron los miembros de la poderosa familia árabe instalada en Zaragoza, los Banu Tuyibi.
El cronista Ahmad al-Razi (889-955), al referirse a La Rioja como lugar perteneciente a Tudela, afirma: Todo el mundo se mareuilla e por la bondat del termino su pan non ha par. Ha muchas viñas e muchas huertas e buenas tierras e crianças: e los suos frutales / dan tan sobrosas frutas que non vos lo podria omne contar nin dezir. E las suas aguas entran en el rrio de Ebro... Y más adelante, sigue: Tudela ha muchas villas e muchos castillos e muy fuertes. E ha vna villa que ha nonbre Calahorra: e otra que ha nonbre Najara; e otra que ha nonbre Bocayra (Viguera), que es castillo muy fuerte e yaze sobre vn rrio entre dos sierras que lo cubren. Por su parte, el cronista Al-Údri (1002-1085) completa esta lista con Arnedo, Gutur y Alfaro. Así mismo, la toponimia de posible origen árabe nos informa de asentamientos musulmanes, aunque no debemos olvidar la presencia de calcos semánticos o traducidos. Valgan como ejemplo los casos de Alcanadre, Albelda o Alberite.
Los núcleos mencionados se concentran generalmente a lo largo de los valles, próximos a las riberas de los ríos Ebro, Najerilla, Iregua, Cidacos o Alhama; y se rechazan las zonas con altitud superior a los mil metros, quizá ocupadas por bosques o reservadas a las actividades pastoriles. En general, solían ser núcleos anteriores a la ocupación musulmana, muy antiguos, alrededor de los cuales gravitan hábitats rurales de menor importancia: es el caso de Tricio con relación a Nájera. Se sitúan en puntos en los que el relieve ofrece defensas naturales, todo ello situado junto a cuevas y asentamientos troglodíticos, como sucede, por ejemplo, en Arnedo o Nájera. Además, estos lugares eran pequeños, de tal modo que fueron siempre las civitas situadas en el curso inferior del Ebro, como Tudela y Zaragoza, las que jugaron el papel de capitales regionales.
Los cartularios de Albelda y San Millán permiten observar que la población musulmana de La Rioja Alta se dedicaba a una producción esencialmente cerealista, vinícola y hortícola, actividades estas que muy poco diferían de las ejercidas por los cristianos. Pero sí encontramos una novedad agraria, en particular en la vega del río Alhama, y es la concerniente a los cultivos irrigados.
EL PASO DE LA RIOJA A DOMINIO CRISTIANO
Se viene insistiendo en que La Rioja es, durante el siglo X, "un área de transición". Esto es así, no cabe duda, cuando se afirma que fue el primer territorio peninsular en pasar a manos cristianas. No obstante, la historia de los combates entre musulmanes y cristianos es una cuestión muy mal conocida, de tal modo que la cronología de los enfrentamientos que se sucedieron en esta parte del Valle del Ebro es aún imprecisa.
Hasta ahora sólo se ha hablado de algunos ataques cordobeses contra los cristianos y de revueltas internas entre los Qasi y el emir; pero para nada nos hemos referido a incursiones sistemáticas contra los cristianos. Durante la primera parte del siglo IX, las relaciones entre éstos y los musulmanes fueron pacíficas. De esta manera, el titulo adoptado por Musa, El tercer rey de España, muestra la pobre impresión que le causaba su pariente vascón, puesto que reconoce como únicas soberanías la del rey asturiano y la del emir cordobés.
No obstante, la llegada al trono asturiano del rey Ordoño I supondrá una amenaza para los musulmanes de La Rioja. Los primeros combates tuvieron lugar hacia el 859 y son conocidos como la batalla de Clavijo, de Monte Laturce o de Albelda. Esta victoria no supuso ninguna modificación territorial y todo hace pensar que los asturianos retornaron sin dejar tras de sí ni siquiera algunos guerreros. Hubo que esperar más de medio siglo para que los cristianos pudieran desarrollar verdaderamente una sólida expansión en este territorio. En un plano espiritual, los cristianos contaron -según transmite la tradición - a partir de esa batalla y por vez primera con un adalid, con el apóstol Santiago, llamado desde entonces Matamoros.
La ruptura del equilibrio entre los cristianos y los musulmanes se va a producir, en primer lugar, a partir del declive de la dominación de los Banu Qasi en La Rioja y en el resto del Valle del Ebro; por el cambio de la política matrimonial, que a partir del mediados del siglo IX vinculará a pamploneses y asturianos, y desde el momento en que estos últimos vieron que contaban con medios para frenar los impulsos bélicos de los musulmanes sobre León a través de La Rioja. Así mismo, resultó crucial el acceso al poder de Sancho Garcés I, de la familia Jimena, en el año 905. En esta nueva coyuntura política y militar no tardarán en aparecer las primeras ofensivas cristianas desde los reinos asturiano y navarro. ¿Por qué tanto interés por La Rioja? Cabría pensar en razones de consanguinidad, pero también militares y estratégicas. Las aceifas musulmanas ascendían por el valle del Ebro y, atravesando las Conchas de Haro, entraban en Álava y Castilla. De ahí el interés de los asturianos por acabar con el problema.
Después de ocupar el castillo de Monjardín, la comarca de Deyo y avanzar hasta Resa, junto al Ebro, los navarros lanzaron un ataque al flanco meridional de La Rioja, contra Tudela y Calahorra. Pero será precisamente en un avance conjunto de los monarcas Sancho Garcés I de Pamplona y Ordoño II de Asturias, hacia el año 923, cuando se conquiste Nájera, Viguera y Calahorra. Con su ocupación, se domina toda La Rioja.
Sin embargo, sorprende que el territorio conquistado no se repartiese entre los dos monarcas vencedores
Es posible que hubiese un acuerdo por el que el territorio riojano se adjudicase íntegramente al pamplonés, que casaría a su hija con Ordoño II .
En cualquier caso, las victorias cristianas produjeron las previstas reacciones del todavía emir Abd al- Rhamán III. En su avance hacia el norte, los cristianos abandonaron Calahorra. Después, atravesó La Rioja de este a oeste hasta llegar a una fortaleza llamada al-Manar (Grañón), de la que Ibn Hayyan dice que estaba "extraordinariamente bien cuidada y provista de arbolado, viñas y recursos", todo lo cual fue devastado e incendiado. Sin embargo, a partir del segundo cuarto del siglo X, las referencias a combates entre cristianos y musulmanes se hacen más escasas. De cualquier forma, Nájera y Viguera no volverán nunca a poder musulmán. Por vez primera, los cristianos conquistaban un territorio, eliminaban el poder islámico y lo sustituían por otro cristiano. Se trata de la manifestación más temprana de una "reconquista" .
Los límites entre La Rioja occidental cristiana y la Baja, en manos musulmanas, se situaban en el río Leza. Sabemos que la fortificación de Jubera y sin duda el valle del mismo nombre estaban en poder de los cristianos en esta fecha, pero sin olvidar que poblaciones como Arnedo, Cornago o Calahorra apenas han dejado testimonios de la posesión musulmana. Sólo Alfaro y Cervera estaban claramente en manos de los islamitas de Tudela.
Inmediatamente después de la reconquista del territorio, el avance pamplonés produjo la consiguiente reorganización del espacio. En el ámbito político, Nájera se convierte en el eje municipal al sur del reino pamplonés. En el religioso, dos obispos figurarán al frente de La Rioja: uno asentado en Calahorra; otro, en Tobía. Ambos se fundirán posteriormente en Nájera, ciudad encargada de continuar temporalmente la labor diocesana de Calahorra. Sin embargo, a partir de la conquista de esta ciudad, en 1045, los obispos siguieron residiendo durante algún tiempo en Nájera, aunque otras veces aparecen en los monasterios de San Martín de Albelda o de San Millán de la Cogolla.
En la Rioja, vinculada al norte a los territorios que le rodean y en proceso defensivo con el sur, las minorías responsables "desplegaron los recursos intelectuales para rescatar e iluminar la memoria histórica de un reino muy joven y definir su proyecto colectivo". A la cabeza de la pirámide político-social se encontraba el monarca y su familia, eso sí, sustentados por los principales linajes nobiliarios y por el alto clero. Éstos constituían el consejo del rey, al que seguían permanentemente en sus desplazamientos. Sólo García Sánchez III "el de Nájera", que mandó construir Santa María la Real, un "complejo a medio camino entre palacio real y monasterio", y Sancho Garcés IV, su sucesor, sintieron cierta predilección por Nájera, uno de los polos demográficos de mayor entidad.
Esta ciudad y su entorno fue considerada como una prolongación del mosaico de "honores" controlados directamente por el rey y distribuídos en beneficio temporal entre los magnates de la aristocracia arraigada en Navarra, es decir, los seniores de Pamplona que habían participado en la conquista. No se formaría, pues, una nueva elite nobiliaria propiamente "najerense" en esta marca fronteriza.
La Rioja, ya se ha dicho, viene siendo considerada como "tierra de paso". Pero en ella conviviría la población nativa con un flujo migratorio proveniente de tierras pamplonesas y alavesas, del que desconocemos su verdadera entidad. Con estas incorporaciones, "se reforzaron [...] considerablemente las bases económicas de la monarquía". En especial Nájera se irá convirtiendo en un centro de vida evidentemente urbana. En este núcleo convivirán gentes del lugar con navarros, castellanos y numerosos mozárabes procedentes de Al-Andalus. Nativos y emigrantes se harán notar en los centros religiosos riojanos, auténticos focos de espiritualidad y de cultura.
Este cruce de corrientes humanas y culturales no deberá impedirnos concluir que la densidad de población existente en el solar riojano era notable (así se constata, por ejemplo, en el volumen toponímico proveniente de épocas prerromanas y latinas) y que la presencia constatada en nuestro territorio de gentes portadoras de elementos afines y, porqué no, comunes con las de poblaciones del entorno, esto es, navarros, aragoneses y castellanos, no nos debe llevar obligatoriamente a concluir que estamos ante emigrantes originarios de esos territorios, sino ante gentes del lugar. Pensemos que, en la actualidad, un calceatense posee numerosos rasgos que le pueden asemejar a un burgalés; un calagurritano, a un navarro; un alfareño, a un aragonés, y nadie los califica de castellanos, navarros o aragoneses, respectivamente, sino de riojanos.
Dicho esto como premisa general, no se puede negar -en opinión de García de Cortázar- la constatación de algunas corrientes migratorias de difícil cuantificación. La primera habría comenzado con anterioridad a la conquista definitiva del territorio riojano, quizá en el siglo IX y desde zonas castellanas, pertenecientes políticamente al reino Astur-leonés. Comprendería el límite occidental de la región, las tierras entre la Bureba y las cuencas de los ríos Tirón y Oja, y llegaría a alcanzar su empuje definitivo tras la ocupación por leoneses y pamploneses de dos áreas de gran interés estratégico y económico: la comarca de Nájera y el valle del Iregua, con la plaza fuerte de Viguera. En resumidas cuentas, se trata de "una repoblación instaladora de hombres en un espacio".
Desde Castilla, adquiere una importancia especial el monasterio de San Miguel de Pedroso y el de San Félix de Oca, así como la actividad humana realizada desde muy antiguo sobre las aldeas de la Bureba y del Río Tirón. Más al este, el valle del Oja aparece caracterizado por la presencia, muy abundante, de topónimos de origen vasco, que muy posiblemente pudiesen ser descendientes de los alaveses que, en 882 y 883, acompañan a su conde Vela Jiménez en Cellorigo y acaban progresando hacia el sur, hasta ocupar las tierras del valle del Oja. Claro que, también cabría la posibilidad de ver en ellos los restos de una bolsa euskérica, o mejor prerromana, aislada en este valle desde hacia siglos; e incluso, ambas a la vez: la llegada de nuevos pobladores del norte a un territorio habitado desde antiguo por gentes de caracteres lingüísticos afines.
En la segunda etapa, que puede fijarse aproximadamente entre los años 926 al 975, se reorganizan las tierras localizadas entre los ríos Oja y Cárdenas y el área boscosa del curso alto del Tirón. Será precisamente entonces cuando aparezcan en la historia los monasterios de San Millán de la Cogolla, San Martín de Albelda y, muy posiblemente, San Prudencio de Monte Laturce.
La tercera y última fase abarca los años 976 a 1035. En ella se ocupan los espacios vacíos entre los núcleos más antiguos ya repoblados; se intensifica la presencia de pobladores cristianos en el tramo entre el Oja y el Tirón y, por último, se remonta el curso del Najerilla, tal vez en busca de pastos que la creciente densidad humana de la zona llana estaba haciendo desaparecer. Es en este momento cuando el cenobio de Santa María de Valvanera entra en acción.
En general, esta población presenta dos rasgos claramente diferenciadores: por un lado, los llegados del norte, pirenaicos o vascones, podían tener un componente nobiliar y militar; por otro, los nativos, acompañados en ocasiones de gentes procedentes de Al-Andalus, se caracterizan por su naturaleza eclesiástica y monacal. No es de extrañar por tanto que, inmediatamente después de la conquista cristiana de La Rioja, los reyes navarros se interesaran por la potenciación de la vida espiritual y por la organización religiosa, en especial, por el restablecimiento de la vida monástica, quizá nunca interrumpida bajo el dominio musulmán del Valle del Ebro. Y conviene enfatizarlo, quizá nunca interrumpida según evidencia la vasta relación de eremitorios rupestres en Albelda, Nalda, Nájera, etcétera, alguno de ellos dedicados a funciones estrictamente religiosas; por el rápido florecimiento -y porqué no restauración-, de la vida monástica en el territorio alto-riojano, a lo que habrá que añadir el enorme desarrollo cultural de que fueron protagonistas a los pocos años de su aparición en la escena histórica.
Impulsado por la monarquía navarra desde sus orígenes, San Millán de la Cogolla se va convertir en el principal monasterio riojano. Por su parte, se viene afirmando que el rey Sancho Garcés I fundó el de San Martín de Albelda y Ordoño II el de Santa Coloma de Nájera, donde también surgieron los de Santa Águeda, San Sebastián y las Santas Nunilón y Alodia. Otros centros fueron San Prudencio de Monte Laturce, de posible origen mozárabe, San Cosme y San Damián de Viguera, San Andrés de Cirueña, San Julián de Viguera, etc. En general, fueron ricamente dotados a juzgar por los patrimonios que forjaron inmediatamente, y se poblarían con monjes locales y con otros llegados de Castilla y de las áreas pirenaicasAdemás, existieron un número ilimitado de pequeños monasteriolum, iglesias y casas, cuya entidad se desconoce, y que estaban desparramados a lo ancho de la geografía de La Rioja.
El análisis toponímico de las fuentes documentales resulta revelador: aproximadamente el 5% de las voces estudiadas se corresponde con nombres prerromanos; otros tantos de origen árabe y un porcentaje similar con los vascos del valle del Oja principalmente. El resto es de origen latino-romance, quizá formados hacia los siglos VIII y IX, lo que explicaría que los dominadores de La Rioja a partir del 923 no aportaron toponimia guipuzcoana/navarra. Menor importancia tienen los testimonios antroponímicos de los textos escritos. Se evidencia una triple procedencia: una capa de origen castellana, otra vasca y una tercera árabe. La primera se sitúa al oeste del Oja; la árabe, sobre el Iregua, en el entorno inmediato de Nájera y en La Rioja Baja; y la vasca, en casi todo el territorio riojano. Esto nos indica dos cosas: primero, que los riojanos durante los siglos IX y X, bajo la autoridad de los Banu Qasi, ya habían denominado los núcleos de población que se iban fraguando; y segundo, que el proceso se produjo con anterioridad a la llegada de los nuevos gobernadores navarros.
De las poblaciones testimoniadas en el siglo X, la casi totalidad han llegado hasta la actualidad. Se trata de villae, colectividades humanas con su correspondiente marco territorial. Al frente se sitúan las denominadas civitas o urbs, que controlan un valle. Así, las más importantes se ubican sobre el río Najerilla, y las localidades de su cuenca gravitan entorno a Nájera; por su parte, en el Iregua se destaca Viguera. Esta disposición se repetirá en valles menores, como el de San Vicente, Leza o Jubera. Por otro lado, la villa de Bagibel, lugar no identificado, se convierte en el centro de organización de los Cameros. De todos los espacios mencionados, dos son los que va a definir el futuro de La Rioja ya desde la centuria décima: La Rioja propiamente dicha, al norte; los Cameros, al sur. Este marco jerárquico se completa con la presencia de comarcas o suburbios. En el actual territorio de La Rioja aparecen los de Cerezo, Grañón, Nájera- Tricio y Viguera, respectivamente en los valles sobre los que ejercen su proyección: el Tirón, el Oja, el Najerilla y el Iregua; sin embargo, nada sabemos del territorio oriental riojano. Se trata, sin duda, de los centros articuladores del espacio más importantes y suponen "los primeros síntomas de ordenación económica y social de La Rioja cristiana".
Como se ha dicho, las villas cuentan con un término territorial, dentro del cual sus moradores llevan a cabo tareas agrícolas, sobre todo la cerealista y la vitícola. Pero fuera del territorio municipal, en tierras más altas (en especial, por encima de los 700 metros), resultan frecuentes las labores pecuarias. Éstas serían ejecutadas por grupos humanos muy vigorosos, asentados en núcleos humanos muy pequeños y con una percepción comarcal del espacio muy lejana de la local agraria.
Los individuos a título personal, independientemente de su estado socio-económico, el grupo familiar o monástico y la comunidad aldeana se convierten en los titulares de estos espacios agropecuarios. Es el caso de los monarcas pamploneses y los condes castellanos, que atesoran bienes raíces por todo el territorio riojano; o los monasterios, como los de San Millán de la Cogolla, San Miguel de Pedroso y San Martín de Albelda, por otro. El espacio geográfico de su dominio es evidente: La Rioja Alta hasta el Jubera, mientras que en La Baja apenas tienen influencia por la inseguridad que supone la presencia de los musulmanes.
La corona, la nobleza y el alto clero constituían el selecto grupo de propietarios de la tierra. El resto de la población, que también vivía de la agricultura y de la ganadería, eran campesinos que, o bien cultivaban sus pequeñas parcelas o trabajaban las de los grandes hacendados a cambio del pago de una renta a su propietario. En este sentido, los documentos permiten distinguir ya la cesión por parte de algunos propietarios de tierras y otros bienes en favor, sobre todo, de los dominios monásticos. En ocasiones, se incluyen personas -los collazos-, posiblemente encargadas de explotar las tierras entregadas. En cualquier caso, los antiguos propietarios, que poco a poco se irán convirtiendo en simples colonos o arrendadores, pagarían una renta por la explotación de sus antiguas parcelas.
Señoríos y núcleos de población estaban unidos por pequeñas vías o senderos, aunque no debemos olvidar que todavía seguían utilizándose las calzadas romanas y que el Camino de Santiago ya era una realidad, como queda demostrado por la presencia de Gotescalco en Albelda en 951.
En relación con la vida de los monjes, ésta suponía el alejamiento del resto de la sociedad, el abandono del "mundo" y el retiro al "desierto". Este ideal, difícil de lograr durante los siglos X al XI ante el protagonismo alcanzado por los monasterios, no impedirá a las distintas comunidades mantener abundantes intercambios culturales entre ellas y con los centros situados más allá de los Pirineos.
En las abadías riojanas se va a situar el más importante foco cultural del reino de Pamplona y uno de los más notables de la Península Ibérica. Desde mediados del siglo X fueron receptáculo de los conocimientos anteriores y de las novedades europeas. De sus escritorios salieron importantes códices, como el Vigilano, el Emilianense y el Rotense, compendios de carácter jurídico que seguían la tradición visigótica. Los monjes recopilaron también ejemplares de obras continentales, como los Smaragdos o los Libellus Sancti Benedicti, y de sus plumas salieron otras hacia el resto de Europa. En relación a este aspecto, resulta obligado volver a aludir a la presencia en territorio riojano del obispo francés de Le Puy-en Velay, Gotescalco, que, de viaje a Santiago de Compostela en el año 951, mandó copiar a los hábiles escribanos y miniadores del cenobio de Albelda el libro de Ildefonso de Toledo Sobre la Virginidad de María. Esta noticia sin precedentes significa el "certificado de calidad" de los códices elaborados en los monasterios riojanos. Dicha tarea productiva implicaba, entre otros aspectos, la presencia de buenos materiales para su elaboración (pergamino y tintas), una buena biblioteca y, por supuesto, un grupo humano perfectamente formado y dedicado a la copia de libros. En resumen, una parte de las rentas obtenidas por los monasterios fueron a sufragar los gastos ocasionados por la labor intelectual de los escritorios monásticos riojanos.
Este intercambio favorece el surgimiento de un crisol cultural, que funde tendencias europeas con otras mozárabes y musulmanas en el momento en que en nuestra tierra aparecen los primeros testimonios del romance escrito.
El cenobio de San Millán de la Cogolla, que ha recibido en los últimos tiempos la consideración de Patrimonio de la Humanidad, aparece en la historia a la vez que el de San Martín de Albelda, y ambos siguen tradiciones presumiblemente eremíticas. En las estanterías emilianenses hablamos, entre otros magníficos manuscritos, la presencia del denominado Real Academia de la Historia de Madrid, signatura 46, un glosario o diccionario enciclopédico fechado sin discusión en el año 964 y de procedencia emilianense. Este códice contiene unos 20.000 artículos y unas 100.000 acepciones. En otras palabras, de entre los ejemplares europeos conocidos, ninguno le supera de momento en variedad y riqueza léxicas.
A través de su contenido, nos adentramos en el conocimiento de los métodos e instrumentos de enseñanza de la época imperial romana y de la Alta Edad Media, por lo que constituyen valiosos e importantes medios de difusión de la cultura léxica y gramatical. Igualmente, el códice RAH 46 nos informa de las fuentes literarias clásicas y cristianas primitivas a través de las referencias a las correspondientes autoridades, entre otras, Virgilio, Lucano, Terencio y San Isidoro. Además, el contenido de los artículos del glosario nos ilustra sobre todo tipo de aspectos relativos a la sociedad, las religiones, las formas de vida y las mentalidades. Igualmente nos informa del latín español en la Edad Media y, lo que resulta nuclear, del protorromance hispánico. En efecto, el RAH 46 es un texto lleno de frases latinas corrompidas y deformadas, en que se encarnan fenómenos fonéticos interesantes, que constituyen, frecuentemente, elementos de transición hacia las lenguas romances en todos los niveles lingüísticos. Sin olvidar la presencia de formas completamente romances. Estas últimas expresiones culturales, que suponen la forma escrita de un registro idiomático, el romance (que venía hablándose desde hacía varios siglos), surgen en un ámbito social bien enraizado, de entidad, pero abierto a numerosas influencias culturales y lingüísticas vecinas.
Sobre su utilidad, no queda duda de que fue usado como nosotros recurrimos a un diccionario actual. Sólo de este modo comprenderemos cómo es posible que, por ejemplo, el códice emilianense RAH 13 tenga más de 200 glosas sacadas íntegramente de ese glosario. Por lo tanto, las famosas Glosas Emilianenses y Silenses procederían, en parte, de uno o de varios glosarios de estas características.
Un número importante de glosarios y manuscritos con glosas es originario de La Rioja, más concretamente, de San Millán de la Cogolla, donde arraigó fuertemente la dedicación cultural lexicográfica. Efectivamente, en esta región, que jugó un papel relevante en la introducción de numerosas corrientes europeas, se compusieron y copiaron repertorios léxicos tan valiosos como los contenidos en los manuscritos 24 y 31 de la Biblioteca de la Academia de la Historia, cuyas huellas pueden rastrearse por una buena parte de las escuelas y cenobios europeos.
Las últimas grandes incursiones de los musulmanes contra La Rioja cristiana se produjeron hacia el año mil. De las 57 ofensivas llevadas a cabo por Al-Mansur y su hijo 'Abd al-Malik, al menos seis se desarrollaron contra el soberano de Pamplona (978, 991, 992, 994, 999 y, finalmente, entre el 1000 y 1002), y no se puede excluir que alguna haya afectado a La Rioja. Igualmente, un documento de San Millán de la Cogolla del 986 alude a la liberación de un aprisionado y es probable que la captura datase de la primera de estas campañas. De la misma manera, según cuenta el autor de la Descripción anónima, Nájera fue uno de los objetivos de la trigésimo sexta expedición de Al-Mansur hacia 991-2. Según esta misma fuente, el último ataque que realizó, en el año 1002, fue dirigido especialmente contra La Rioja, pero carecemos de cualquier información fidedigna. Así las cosas, la tradición afirma que el ejército musulmán avanzó hasta Canales, a unos cincuenta kilómetros al suroeste de Nájera, y posiblemente saqueó e incendió el monasterio de San Millán. Lo mismo pudo suceder con el de San Martín de Albelda en algún momento entre el 981 y 1002, pero no hay ningún documento que confirme esta hipótesis. En este sentido hay que recordar dos cosas: primero, que en todos los monasterios quedan recuerdos lejanos de incendios provocados por los moros, que casualmente destruyeron la Iglesia y el archivo, de los que nada queda. Y después, que la presencia de Almanzor confirmaba la importancia y la antigüedad de cualquier institución religiosa, circunstancia general en todos los monasterios hispanos.
En cualquier caso, es difícil medir el alcance del desgaste producido por estas incursiones: más que una cuestión material, es probable que el mayor daño fuera de carácter psicológico. De esta manera, el pillaje sobre Compostela (997) y las devastaciones de los santuarios cristianos más importantes multiplicaron la animadversión contra los musulmanes. Este fenómeno coincidió con la profunda crisis que se extendió por todo al-Andalus desde la muerte de 'Abd al-Malik, el hijo y sucesor de Al-Mansur, una crisis a la que los musulmanes dan el nombre de fitna.
A comienzos del siglo XI, con Sancho III el Mayor de Pamplona, se produjo un avance cristiano notable hacia el sur. Sin embargo, no parece que el monarca obtuviera éxitos importantes en este sector frente a los musulmanes, ya que la extensión territorial navarra se hizo menos a costa de los musulmanes del Valle del Ebro que frente a los reinos cristianos vecinos.
En 1016, durante su reinado, se fijaron las primeras fronteras entre el reino pamplonés y el condado de Castilla. Y La Rioja formará parte de ambas realidades. Del lado castellano quedaba el valle del Oja y la sierra de la Demanda; del navarro, la Sierra de los Cameros. En general, la tendencia política riojana basculará hacia el poder pamplonés; en este sentido, no debemos olvidar que Nájera se va a convertir en capital del reino, en núcleo decisivo de la monarquía navarra y en su corte. Sin embargo, siempre permanecerán latentes ciertas tendencias castellanizantes en la zona más occidental del territorio, sobre todo al oeste de la Cogolla.
En 1035 esta situación cambió con la llegada al poder de García "el de Nájera", implicado en un ambiente guerrero común a todo el norte peninsular. Sus conquistas se dirigen contra la terre hismaelitarum aut castra aut villas, en plena crisis de la taifa de Zaragoza. El 30 de abril de 1045 el rey pamplonés se apodera de Calahorra y de su magnífica huerta, y restaura la sede episcopal. Esta conquista sirvió para enriquecer sustancialmente a las instituciones riojanas, sobre todo a San Millán de la Cogolla, a Santa María de Nájera y al edificio catedralicio de Calahorra, en especial a partir del desarrollo agrario que presentaba el área calagurritana y del consiguiente cobro de parias a la taifa zaragozana a cambio de paz.
A partir de esta fecha, el espacio ocupado por los musulmanes en la actual Rioja había quedado reducido al mínimo, y tan sólo comprendía el valle del río Alhama. Este proceso reconquistador, que posibilitaba la ampliación de nuevas tierras potencialmente muy ricas, se interrumpe por los problemas internos en que se ve envuelto el reino pamplonés. Tras la unión de Navarra y Aragón en 1076, no parece darse un progreso significativo. Habrá que esperar a los primeros años del siglo XII para ver como Alfonso I el Batallador se apoderó de Zaragoza en 1118 y, al año siguiente, de Tudela, Tarazona y Borja. En efecto, el valle del río Alhama escapaba definitivamente a la dominación musulmana. Por lo tanto, desde 1045 la casi totalidad de La Rioja se convierte en un territorio cristiano.
Por lo expuesto, ¿podemos hablar de un proceso reconquistador sobre La Rioja? Junto a quienes afirman que la caída de Nájera y Viguera en las primeras décadas de la décima centuria constituyó la manifestación más temprana de la reconquista, otras posturas niegan tal posibilidad hasta el gobierno de García "el de Nájera", ya que la primitiva monarquía pamplonesa no constituía un poder tal como para hacer de la expansión de la fe cristiana un auténtico proyecto dinástico; además, durante el siglo X la aristocracia guerrera no estaba todavía estrechamente ligada a los proyectos del rey; y por si esto fuera poco, no se constata la búsqueda de nuevos espacios por parte de un campesinado numeroso, ávido de nue vas tierras y de libertad. Será con García "el de Nájera" cuando se pongan de relieve los primeros signos de una ideología expansionista. En resumen, antes de la conquista de Calahorra en 1045, parece más adecuado hablar de una "recuperación" que de una reconquista, entre otras cosas, porque los combates tenían como especial finalidad debilitar al adversario destruyendo sus defensas y saqueando las cosechas más que conquistar vastas extensiones de territorio.
La conquista cristiana de casi toda La Rioja favorece la ampliación e intensificación del dominio del hombre sobre el espacio. Como sucede en el resto de Europa, en el siglo XI se va a producir el enriquecimiento de una minoría y, por consiguiente, un desequilibrio social importante.
Se asiste a la ocupación y aprovechamiento más sistemático del espacio mediante la mayor producción del cereal y de la viña a costa del bosque y del monte. En otras palabras, se intensifica la roturación de parcelas en zonas anteriormente incultas en un proceso de pequeñas ampliaciones del terrazgo, proceso tendente a la unificación del paisaje agrario que dará lugar a agrupaciones de un mismo cultivo (tierras junto a tierras; viñas junto a viñas), los pagos, tan abundantes en los valles del Iregua y del Najerilla. Igualmente, serán frecuentes las referencias a rejas de arado o a yugos de bueyes para arar; a estructuras molinares, último elemento del proceso cerealista; a los majuelos o viñas nuevas; y al cobro de diezmos, generalmente vinculado al crecimiento agrario. Todos estos elementos nos llevan a concluir que La Rioja en el siglo XI se encontraba en pleno proceso de expansión agraria, favorecida, entre otros factores, por el crecimiento demográfico.
Y no parece casual que en esta misma centuria aparezca un volumen importante de nuevas poblaciones, en especial sobre el valle del Oja y el límite entre la sierra y el Somontano, y corrientes migratorias importantes, tanto interiores como exteriores. De todos estos elementos enunciados se puede concluir que el siglo XI supuso la "ampliación e intensificación" del espacio dominado por los hispanocristianos y, por extensión, el dominio de casi la totalidad de La Rioja, a excepción del margen oriental, en las proximidades de Alfaro, todavía en manos musulmanas.
Al mismo tiempo se percibe una preocupación especial por la explotación ganadera y, por lo tanto, por el bosque. Sobre todo en la segunda mitad de siglo son numerosas las noticias sobre comunidades de pastos. Sirva de ejemplo cómo, en 1092, el monarca castellano Alfonso VI concede al monasterio de Valvanera comunidad de pastos con las villas de Matute, Tobía, Villanueva, Anguiano, Madriz, el Valle de Ojacastro, las Cinco Villas y el Valle de Canales. Igualmente, son frecuentes testimonios de trashumancias diarias y de explotación de las dehesas. Este mismo interés por la ampliación del terrazgo y por la conservación del área pastoril se aprecia en la explotación del agua, muy valiosa para el riego de los campos y para el proceso de explotación molinar.
Por último, conviene hacer mención al incremento de las actividades no agropecuarias durante el siglo XI, dedicaciones artesanales relativas a la importación de objetos de hierro procedentes de Álava; a las numerosas construcciones eclesiásticas repartidas por La Rioja y por todo el norte peninsular; a la presencia frecuente de mercados donde se sacaban a la venta los excedentes agrarios y a donde llegaban diversos productos de lujo y consumo por una red viaria cada vez más compleja. En esos mercados se utilizaba la plata como moneda de cuenta, aunque poco a poco, a finales del siglo, el material amonedado irá perdiendo fuerza frente a las operaciones de canje. Por lo tanto, actividades no agrarias, auge de la construcción, mercados cada vez más amplios y redes camineras más diáfanas son algunos de los elementos que indican prosperidad y movilidad económica.
La organización política del espacio se estructura en "tenencias" y "honores". Los primeros testimonios datan del siglo X y se prolongan hasta el XIII. A mediados de la centuria undécima esta configuración adquiere su mayor vigor. Se documenta la presencia de dominantes en Nájera, Tobía, Cañas y Viguera. Precisamente, al frente de este último territorio fronterizo, dominado por un castillo, aparecen, desde 970 a 1030, ejerciendo el papel de rey un hijo del monarca pamplonés García Sánchez, Ramiro, cargo similar al título honorífico de regulus o infante, y sus hijos. Más tarde aparecen dominadores en Clavijo, Grañón, Logroño, Alberite, Arnedo, Ocón, Cameros y Calahorra, bajo los que se sitúan alcaldes, jueces y merinos. Los monarcas navarros cedieron a esas figuras los aspectos ejecutivos y militares de las tenencias y las utilizaron para mantener la presión del Islam y Castilla. Además de ser tenentes de plazas, solían formar parte de la corte real y a ellos corresponden los bienes hacendísticos más sobresalientes, incluso en tierras lejanas como la Bureva o Vizcaya. Se trata de grandes propietarios agrícolas que apenas se dedican a la explotación ganadera.
Al frente de las tenencias el rey colocaba a miembros de la nobleza, que tenían la obligación de prestar consejo y auxilio militar. Los posibles gastos y el beneficio económico del tenente se sufragaban con parte de los ingresos que la corona tuviera en aquella comarca, con las razzias contra las poblaciones musulmanas del otro lado de la frontera y con el cobro de exacciones a los campesinos. Solían acumularse bajo el mismo mando dos o más honores; a un distrito en la periferia del reino podía acompañar otro en el interior, donde los gastos defensivos eran menores. Así, los ingresos servían para ayudar a mantener el complejo militar de la demarcación más avanzada.
Junto a ellos, no debemos olvidar a los centros eclesiásticos, sobre todo a los monasterios, receptores de un ingente caudal económico proveniente de las monarquías y de la nobleza. San Millán de la Cogolla y Santa María de Nájera serán los más importantes; les seguirán, Santa Martín de Albelda, Valvanera y la sede de Calahorra. En todos ellos se percibe una clara transferencia del dominio sobre tierras y hombres del realengo a los abadengos. Este hecho provoca que la autoridad pública pierda importantes cotas de poder en beneficio de los señores. Igualmente se aprecia un aumento de la presión señorial sobre los hombres dependientes, muy en especial a partir de la década de 1070, lo que indica que para esas fechas el desarrollo dominical daba muestras de agotamiento. Tanto la enajenación del realengo, en especial durante los reinados de Sancho III el Mayor y de García "el de Nájera", como el proceso de señorialización, sobre todo a partir de 1076, llevan a fortalecer a los señores, milites y eclesiásticos, mientras que afectan muy negativamente a los campesinos. "Los tres estamentos de la sociedad medieval tienden así a reorganizarse en dos grupos de dominantes y dominados"
En conclusión, la importancia de los monasterios depende del grado de generosidad de los reyes navarros. Mientras San Martín de Albelda reparte su dominio monástico sobre los valles del Iregua y del Leza, el de San Millán concentra sus heredades, en especial, al oeste del valle del Najerilla. Por su parte, Santa María de Nájera extiende sus bienes en el curso inferior de los ríos Oja y Leza, y el de Valvanera, en torno a Cañas y Nájera. En general, las actividades agrarias se desarrollan simultáneamente a la producción ganadera, sobre todo en el alto Najerilla, en donde Valvanera disfruta de una extensa comunidad de pastos desde 1092.
El dominio real navarro nunca consiguió crear una idea de región tal como hoy se podría presentar. Es cierto que los distintos señores tenían dispersos sus patrimonios por toda La Rioja y que su papel, tanto económico como demográfico y social, pudo servir para integrar a sus habitantes; pero no es menos verdad que sobre el área riojana se adivina una red comarcal, de notable desarrollo comunicativo interior, pero de menor relación exterior, al menos así se desprende del estudio documental. Grañón, Nájera, la cuenca del Iregua y Calahorra son las circunscripciones más sobresalientes. No obstante, la vía natural del Ebro servía para vertebrar el espacio de la zona medular, en donde Logroño comienza a adquirir protagonismo, y el este, con Calahorra después de su conquista. Similar papel jugo el Camino de Santiago a su paso por La Rioja, ruta de peregrinación y elemento de desarrollo económico y cultural, que vinculaba directamente Logroño con Nájera, Grañón y Belorado. Un tercer elemento servía para tender puentes entre la Sierra y el Somontano: los valles de los propios ríos, que se convierten en puntos de apoyo de la organización del espacio. Todavía no son suficientes pero sí suponen el germen de la conformación del territorio riojano.
EL PASO DE LA RIOJA DEL DOMINIO PAMPLONÉS AL CASTELLANO
Sancho IV el de Peñalén (1040-1076), monarca de Pamplona, logró la sumisión de al-Muqtadir, el rey taifa de Zaragoza, que se comprometió a pagar parias al pamplonés. Esta política enturbió las relaciones con Castilla y con Aragón. El 4 de junio de 1076, Sancho IV murió asesinado en Peñalén, cerca de Funes, víctima de una conjura familiar. El reino navarro se desmembró en favor de Aragón y de Castilla; desaparecía la confederación de grandes tierras en torno a la monarquía navarra y se rompía definitivamente la vinculación de Nájera con Pamplona. El reino aragonés se incorporó toda Navarra a excepción de La Rioja; por su parte, este territorio pasó a depender de la autoridad del rey de Castilla.
La ocupación castellana de La Rioja fue sencilla. En su favor jugaron el descontento de una parte considerable de la nobleza navarra ante el trato recibido por Sancho IV y la existencia de grupos pro-castellanos, sin olvidar el acercamiento que Castilla había comenzado a protagonizar a partir de las numerosas donaciones con que sus monarcas favorecieron a los grandes monasterios riojanos. Debemos recordar cómo, tras la muerte de Sancho IV, los tenentes de Nájera, Calahorra y los Cameros llamaron a Alfonso VI para que tomase posesión de La Rioja, fuese reconocido como monarca del "reino de Nájera" y recibiese el juramento de todos los nobles. Igualmente, el monarca mantuvo al frente de las circunscripciones políticas a los antiguos tenentes puestos por Sancho IV. Estos y otros aspectos explican las escasas dificultades con que se encontraría el castellano en La Rioja.
Desde el año 1076, Alfonso VI puso el territorio riojano en manos de García Ordóñez, conocido con el sobrenombre de el Crespo de Grañón, y de su mujer Urraca, hermana del Sancho el de Peñalén, lo que legitimaría una posible herencia. Desde Nájera, su poder se extiende por Grañón y Calahorra, y acabará consolidando a Calahorra como sede episcopal. Bajo su autoridad habrá otros tenentes.
Mientras que el dominio navarro de La Rioja estuvo marcado por una sociedad eminentemente rural, con una vida urbana endeble (pero de mayor consistencia que la pensada secularmente), a finales del siglo XI el esquema señorial, en el que prevalecen los guerreros y los campesinos, es enriquecido paulatinamente por gentes llegadas de diferentes lugares, con una formación y costumbres diferentes, que pronto facilitaron el desarrollo de núcleos urbanos y de una nueva clase social: los burgueses.
El paso de un reino a otro (el abandono de Navarra y la dependencia de Castilla), supuso un cambio fundamental en el significado del espacio riojano. García de Cortázar ha sido quien mejor ha definido esta situación. Para el eminente profesor, a la conquista castellana, "La Rioja constituye, aproximadamente, un quinto de la superficie del reino de Navarra. Y, desde luego, su parte económicamente más diversificada y, probablemente, más rica". Sin embargo, una vez que pasa a formar parte del reino castellano-leonés, "su extensión apenas representa un tres por ciento de las dimensiones del reino de León y Castilla". Hasta 1076, "La Rioja albergaba habitualmente la corte navarra", a partir de esa fecha, "la corte castellano-leonesa, mucho más trashumante, está, casi siempre, por lo menos a doscientos kilómetros de distancia de las tierras riojanas. Estas, por lo demás, siguen siendo la cabeza de puente castellana en el valle del Ebro". Pero sólo cabeza de puente. Con la conquista de Toledo en 1085, La Rioja pasará de ocupar una posición frontal en la monarquía navarra a otra periférica en la leonesa-castellana. En definitiva, se convertirá en "tierra de frontera", ahora ya muy lejana de los intereses de Alfonso VI. Sin embargo, al mismo tiempo, La Rioja iba a convertirse en paso obligatorio para los peregrinos y comerciantes que desde Navarra entraban en Castilla siguiendo el cada vez más conocido Camino de Santiago.
El alejamiento de la monarquía castellana de los intereses riojanos favorece el protagonismo, al menos aparente, de los señores y de los campesinos. Se asiste a una clara imposición feudal de los primeros sobre éstos; a una señorialización creciente, que provoca cambios sustanciales en la estructura social. Efectivamente, a finales del siglo XI, la tenencia representa más el dominio de hombres y de tierras que el deseo del tenente de imponer su autoridad sobre grandes áreas. De esta forma, la villa como centro de poder va perdiendo importancia geoestratégica y se va convirtiendo poco a poco en un centro de significado rentístico. Allí donde el carácter fronterizo hacía necesaria la ayuda militar del señor, éste colabora con el rey desde su castillo con su comitiva, pero del mismo modo, interviene cada vez con más frecuencia en tareas administrativas a cambio de unas rentas. En un momento de alta densidad demográfica no es de extrañar que aumente considerablemente el número de tenencias, lo que implica una mayor ocupación del territorio riojano y un control feudal más exhaustivo. Así, a las tenencias existentes en el siglo X, se añadirán otras más: Calahorra, Cantabria, Bilibio, Cellórigo, Tobía y Clavijo; Buradón, Bilibio, Torrijas, Cameros, Logroño, etc.
La organización del espacio, además, está caracteriza por la existencia de comunidades de "valle" como realidad supra-aldeana o unidad social de base territorial. Este es el caso del valle del Oja, del de Canales o del de San Vicente. La estructura de comunidad se percibe, así mismo, en las denominadas "Villas de Campo" (Fuenmayor, Corcuetos o Navarrete, Hornos, Medrano, Villela y Entrena), las "Cinco Villas" (Ventrosa, Brieva, Mansilla, Las Viniegras y Montenegro), las aldeas de los Cameros y aquellas comunidades de aprovechamiento pastoril, tan abundantes a finales de la undécima centuria.
Pero sobre todo, la aparición de numerosos topónimos mayores implica la presencia de un importante volumen de nuevas aldeas (mayor que el actual), sobre todo en el este y en el somontano riojano; de barrios nuevos en el interior de las poblaciones más desarrolladas (caso de Grañón, Nájera o Calahorra); de movimientos repobladores (en Nájera, Santurde junto a La Cogolla, San Julián de Sojuela, Longares, Villanueva de Pampaneto, etc.) o de desplazamientos poblaciones, como los que se producen en el último cuarto de siglo hacia las tierras recién conquistadas de Ávila, Salamanca y Segovia.
Pues bien, de todos estos elementos de ocupación e intensificación espacial, los núcleos de población, unos doscientos, presentan algunos elementos característicos que merece la pena referir: un nombre, un grupo humano que las puebla, un espacio social y económico y unas normas de convivencia. Conocemos los nombres -en general, salvo los desaparecidos, coinciden con los actuales- pero casi nada más. Son núcleos pequeños que apenas sobrepasarían los veinticinco vecinos de media. Por lo tanto, en una aproximación francamente interesante, se viene proponiendo una población para La Rioja de hacia el año 1100 de treinta a cuarenta mil personas. Por otro lado, puede afirmarse que el territorio circundante de estos núcleos contaba con una extensión media de 25 kilómetros cuadrados, cifra que se amplía considerablemente conforme nos acercamos al este y al sur de la región, zonas que presentan una menor densidad de entidades de población y una orografía más compleja. En cuanto a su forma de gobierno, una buena parte de ellos han guardado la memoria de una entidad pública, del concejo local. Esta asamblea tenía como objetivo ser testigo de los actos jurídicos protagonizados, sobre todo, por los vecinos de la comunidad.
El aumento demográfico y el auge económico experimentado en la Península Ibérica como consecuencia del intercambio comercial con Al-Andalus y el cobro de parias, así como el alejamiento del peligro musulmán y la llegada de extranjeros, muchos de ellos procedentes de más allá de los Pirineos, son algunos de los factores que explican el desarrollo urbano en el norte peninsular. Además, a lo largo de dicha centuria tuvo lugar un acontecimiento que adquirió "caracteres de fenómeno social: las peregrinaciones a Santiago de Compostela". Precisamente, por este Camino que entraba en La Rioja tras cruzar el Ebro por Logroño y después de haber atravesado las poblaciones de Pamplona, Puente la Reina, Estella y Torres del Río, fueron llegando mercaderes para abastecer a los peregrinos procedentes de Europa. En consecuencia, los pequeños núcleos que existían sobre este itinerario eran estimulados por la nueva actividad comercial que surgirá en el norte peninsular, sin olvidar que el auge de las peregrinaciones hacía inevitable, igualmente, la construcción de una gran red de centros religiosos y asistenciales. En estas circunstancias nacieron o se desarrollaron Logroño, Navarrete, Nájera, Santo Domingo y Grañón, ya en el límite con Burgos. Junto a este itinerario, denominado Francés o "principal", también fue muy frecuentado el camino natural del Ebro, que coincide con la antigua vía romana Astorga-Tarragona. Por él llegaban peregrinos procedentes de la Europa mediterránea y de la Corona de Aragón. Una vez en La Rioja, los viajeros atravesaban Alfaro, Rincón de Soto, Calahorra, Alcanadre, Arrúbal y Agoncillo, para unirse en Logroño con los peregrinos procedentes del norte por el Camino Francés. De este grupo de localidades, sólo Calahorra, en la frontera con el mundo musulmán, adquirirá una notable importancia.Como consecuencia de la mencionada crisis del poder monárquico navarro, el castellano Alfonso VI ocupaba la sede regia de Nájera, era reconocido como rey en tierras riojanas, alavesas y vizcaínas y conseguía la adhesión de algunos núcleos urbanos, caso de Nájera, mediante la confirmación de sus fueros, unos privilegios dados por Sancho III el Mayor y García "el de Nájera" que venían a impulsar una economía rica, eminentemente agraria pero al mismo tiempo mercantil; unos derechos forales que constituyeron la expresión más genuina del ordenamiento consuetudinario de La Rioja. Es decir, desde ese momento, La Rioja pasa a ser, salvo lugares muy concretos, castellana. Igualmente, Alfonso VI convierte la comunidad de Santa María, edificio construido en 1052 por el rey García "el de Nájera", en un priorato de Cluny.
Junto a un alfoz subordinado a la urbs pero separado de ella por una muralla, en el interior de Nájera se encierran varios barrios (el de Valcuerna, Sopeña, San Juan, de las Tiendas, del Mercado, Cervera, etc.), alguno de ellos con su propio sistema de gobierno o concejo.
Pues bien, a pesar de que Nájera fue el "eje fundamental de articulación del espacio" de La Rioja Alta, Alfonso VI tenía puestos sus intereses militares y políticos sobre todo en el sur peninsular. Por lo tanto, Nájera deja de ser uno de los grandes centros nucleares, junto a Pamplona, del reino de Navarra y pierde el papel protagonista que había tenido tiempo atrás. Además, a partir de 1076, otras dos zonas entran en competencia en La Rioja Alta: Logroño y su área de expansión, por una lado, y el valle del Oja, con el burgo de Santo Domingo, por otro; ambas, como Nájera, sobre el cada vez más pujante Camino de Santiago. Mientras, al este y fuera de la Ruta Jacobea, Calahorra, también en pleno desarrollo socio-económico, ejercía su dominio sobre Arnedo y su término.
Uno de los prototipos de este movimiento urbanizador fue Logroño. La concesión de un fuero a finales del siglo XI posibilitó la apertura de las puertas del desarrollo histórico de la ciudad, convirtiéndose este lugar en centro de atracción de los pobladores de los territorios de alrededor. De esta manera, si durante los siglos X y XI Logroño nunca pasó de ser una pequeña pesquería perteneciente a San Millán de la Cogolla, desde la concesión del estatuto local deja de ser una aldea para convertirse en una villa de realengo. Sufre así, a partir de 1095, fecha del mencionado otorgamiento, un importante cambio en el conjunto de su población, que se hace plural y tolerante, y en sus actividades laborales, antes preferentemente rurales y, tras el fuero, también comerciales y artesanas
Desde 1076, Logroño se convertirá en puerta de entrada en Castilla y etapa significativa del Camino de Santiago. En estas circunstancias, era conveniente restaurar la aldea logroñesa. Con este fin, el conde García Ordóñez, representante del rey de Castilla en la región desde Nájera a Calahorra, trasladaría allí el peso político y militar que antes había correspondido a Nájera. A tal fin, impulsó y desarrolló la antigua puebla situada en el punto más estratégico de toda La Rioja, esto es, junto al puente por el que el Camino de Santiago cruza el río Ebro. Igualmente, buscó fortalecer la villa como plaza fronteriza frente al reino de Pamplona y a la taifa zaragozana, en especial tras la devastadora campaña de Alberite protagonizada por el Cid en 1092 como represalia de la expedición de Alfonso VI a Valencia. Parece ser que fue precisamente después de estos sucesos cuando García Ordóñez decidió repoblar Logroño. Para ello, el monarca concede a sus habitantes un fuero en 1095.
Con este privilegio foral, Alfonso VI pretende, en primer lugar, atraer a pobladores foráneos, instalarlos en la villa e ir creando una clase media de burgueses (mercaderes, artesanos, posaderos) hasta entonces poco frecuentes no sólo en La Rioja sino en la mayor parte de la Península. Este proceso, así mismo, se ve apoyado por un fenómeno religioso, social y económico de primera magnitud, el Camino de Santiago; y va unido al crecimiento comercial que experimenta el norte peninsular, simultáneo al vivido en la Europa occidental
El monarca Alfonso VI denomina a la carta fuero de francos, en línea con el proceso liberalizador que se venía experimentando ya con bastante acierto tanto en el espacio pamplonés como en el castellano-leonés. Ese proceso se traduce en un completo estatuto jurídico de libertades para los futuros pobladores en los aspectos económico, personal, fiscal, mercantil y procesal. De aquí que la utilización del término franco indique, por un lado, un origen extranjero; y por otro, el poseedor de ese régimen de franquicias.
La carta de población de Logroño estableció la organización de la localidad como villa dotada de un pobladores, tanto los vecinos de Logroño como los de las aldeas próximas, gozaban, entre otros derechos, de igualdad jurídica y franquicia; podían elegir a las autoridades de la villa de entre los vecinos de la misma, y estaban exentos de toda suerte de prestaciones pecuniarias y personales, como el servicio militar, la vigilancia policial del término municipal y el trabajo en la construcción y mantenimiento de obras públicas. También se suprimían todas las caloñas colectivas. Al mismo tiempo, veían favorido su acceso a la propiedad de las tierras que ocupasen por la simple tenencia de las mismas de un año y un día. El fuero también declara libertad completa en el aprovechamiento de aguas, pastos y montes. Igualmente, se refuerza la inviolabilidad del domicilio y la protección jurídica de los bienes fuera de casa frente al merino o al sayón, y se promueve los intercambios comerciales al declarar la libertad de comercio de bienes muebles, inmuebles y semovientes; reúne a los visitantes del mercado bajo la protección y garantías de paz del gobierno urbano.
Pero el fuero de Logroño no sólo se aplicó al concejo y a su alfoz. Su éxito explica su expansión, que acabó convirtiéndose en modelo legal para la fundación de otras poblaciones castellanas, navarras, alavesas, guipuzcoanas y vizcaínas. Por ejemplo, en La Rioja, el articulado de la carta foral logroñesa fue concedido a San Vicente de la Sonsierra en 1172, a Navarrete en 1195, a Santo Domingo de la Calzada en 1187 y 1207, a Briones y a Grañón en 1256, a Clavijo en 1322, a Entrena en 1135-1149 y a Haro en 1187.
Por su parte, Grañón pasaría a disfrutar del estatuto jurídico cuando la villa fue anexada a Santo Domingo en 1256 por disposición del monarca Alfonso X. En suma, los antiguos habitantes y los recién llegados a las ciudades alcanzarán una situación jurídica claramente favorable que les acabará distanciando de los habitantes de los territorios señoriales próximos. Además, la formación de estas villas, muchas de ellas fortificadas, sirvió para fundamentar las necesidades defensivas en la frontera navarro-castellana.
Por su parte, comienza a desarrollarse a mediados del siglo XII el burgo fundado por Domingo a orillas del río Oja, a partir del hospital, la iglesia y el puente. En 1162 se documenta la noticia de 53 solares destinados a la construcción de casas trazadas sobre plazas y calles. Para esta labor, el maestro Garsión se serviría de la famosa pértiga o vara de medir. En este sentido, se viene afirmando con razón "que este núcleo urbano se constituye en el ejemplo más representativo de las villas nuevas que encontraron en la reactivación de la circulación comercial y la peregrinación por la ruta jacobea la razón fundamental de su propia génesis y desarrollo urbano".
Estas poblaciones aforadas tenían igualmente una vocación comercial. Se convierten en villas mercado con una especialización mercantil, favorecida por su propia situación estratégica al estar asentadas sobre la principal arteria terrestre de comunicación económica en el norte peninsular, el Camino de Santiago; después, esa misma situación favorable se verá acrecentada por la circulación de personas y mercancías inducida por la propia peregrinación jacobea; y por último, por la labor restauradora de Alfonso VI, que reparó todos los puentes que había entre Logroño y Santiago de Compostela.
Efectivamente, Nájera, uno de los centros urbanos más antiguos de La Rioja, da muy pronto muestras de una animada actividad económica, existente ya a la confirmación de su fuero en 1076 y fundamentada en su antigua condición de sede regia y de capitalidad o centro de toda la comarca. Por lo menos desde 1052, año de la fundación del monasterio de Santa María, los najerenses celebraban el mercado semanal el jueves, si bien la ciudad mantenía una actividad comercial permanente, como explica la temprana formación de un barrio mercantil (el barrio de tiendas) del que hay ya constancia documental en aquella misma época. El paso de La Rioja al reino de Castilla, el apoyo particular de los monarcas castellanos con numerosas exenciones y la actividad plural que generaba el Camino, serán elementos que contribuyan a estimular y reforzar las actividades mercantiles de los najerenses. De esta manera, la sociedad va transformándose de manera profunda. En efecto, el siglo XII ve desarrollarse una dinámica burguesía, de naturaleza mercantil, al lado de la población eclesiástica, los caballeros y el sector campesino que continúa vinculado a las actividades agropecuarias.
Por su parte, en Logroño se celebraba un mercado semanal, que tenía lugar el martes. También existen noticias sobre múltiples exenciones que permiten, como en Nájera, atisbar la presencia de un grupo burgués que ejerce sus tareas en las calles de Herrerías, Caballería, Zapatería, Carnicerías, o en quiñones como el de las Tiendas, el del Mercado o el del Camino. En cuanto a Santo Domingo, el núcleo contaba también con un mercado semanal, favorecido por los privilegios concedidos por Alfonso VIII, mediante los que eximía de portazgo a los comerciantes calceatenses en los mercados de las villas situadas sobre el Camino de Santiago y en las que se localizan en los ejes viarios que descendían desde tierras cántabras y vascongadas hasta la ruta comercial jacobea: Villafranca, Belorado, Cerezo, Pancorbo, Grañón, Haro, Nájera y Logroño.
En el plano demográfico, todas estas villas disfrutaron de un aporte colonizador de población extranjera, que ejerció una gran influencia social y económica sobre las poblaciones riojanas receptoras. Su presencia es clara en los fueros de Logroño y de Santo Domingo, que plantean en algunas de sus disposiciones la dualidad francos-hispanos o castellanos, así como en algunas cartas contractuales procedentes de Nájera. Por ejemplo, en un contrato de venta que se realiza en esta ciudad en 1126 figuran como testigos francis y castellanis. Entre los primeros figuran: Natalis, Iterius et Pinchion, suus gener; et Rainaldus, portagero; et Ioannes de Volvent; magister Petrus cum suis clericis. Pero su presencia es más frecuente en el siglo XIII, "en paralelo con la expansión creciente que experimentan por esos años las formaciones urbanas del sector riojano del Camino de Santiago", afirma certeramente Ruiz de la Peña. Entre ellos, figuran numerosos francos de origen (don Pedro Franco, Petro Gascon, Petrus Limoias, etc.) y unos cuantos alemanes, ingleses o italianos (como Godaffre Alamant, cuidam Anglico, Guilem Engles, etc.), algunos de los cuales procederían de otras villas del Camino (Guilen Sancti Facondi, Guilem de Frías, Petro Guilem de Frida, etc.). Su importancia numérica en las creaciones urbanas del sector riojano del Camino es difícil de establecer. No obstante, acaso llegaron a suponer, en torno al 1200, entre un 20 y un 25% del total del vecindario. Al igual que sucede en otras localidades del Camino, este grupo humano desempeña oficios diversos: caldereros, campaneros, carpinteros, carniceros, zapateros, horneros, juglares, tenderos, etc.
Esta inmigración extranjera provocó, tras el lógico recelo de los lugareños, un enriquecimiento de la vida social, cultural y económica, y surgieron -como ya se ha visto- importantes burgos de comerciantes francos a lo largo del Camino de Santiago, burgos que, como era de esperar, irán perdiendo importancia conforme nos vayamos alejando de los Pirineos. Puede decirse que, en general, el Camino proporcionó medios económicos y culturales a gran parte de los vecinos de los núcleos urbanos que jalonaban la ruta, y los puso en contacto con las nuevas tendencias y modas ultrapirenaicas.
Junto a estos francos encontramos a lo largo de la geografía riojana numerosas colonias de judíos, generalmente urbanos hasta la segunda mitad del siglo XIV. Formaban un grupo minoritario de gran capacidad de trabajo que desempeñó un importante papel en el desarrollo económico y cultural de los Estados cristianos peninsulares.
Muy posiblemente, la agricultura fue una de las fuentes de actividad más importantes, aunque participaron ampliamente en las tareas artesanales y mercantiles y ejercieron un auténtico monopolio de la medicina, de los préstamos y de los arrendamientos de rentas.
Fueron importantes, entre otras, las juderías de Haro, Navarrete, Nájera, Briones, Grañón, Albelda, Logroño, Calahorra, Arnedo, Alfaro y Cervera. Sin embargo, los Cameros apenas conocieron su presencia.
Alguna de estas localidades tenían, así mismo, una clara función asistencial. En Logroño, lugar fronterizo entre los reinos de Pamplona y Castilla, que abre la etapa riojana del Camino, se emplazan los hospitales de San Juan ultra Iberum, en la margen izquierda del río; el de Rocamador, el de San Blas y el de San Lázaro, éste a la salida de la ciudad hacia Burgos. Todos ellos, a la sombra de magníficas iglesias, como las de San Bartolomé, Santiago, Santa María de Palacio o Santa María de La Redonda. Por su parte, Navarrete cuenta con un centro de acogida de peregrinos desde 1185, pronto encomendado a la orden de San Juan de Acre. Sus restos arquitectónicos, formados por una espectacular portada, se conservan desde finales del siglo XIX como puerta del cementerio de la localidad, junto al viejo camino de tierra.Y es también en esta acogedora villa donde encontramos la narración de una de las leyendas épicas más extendidas por el Camino de Santiago, la que refiere el enfrentamiento entre el caballero Roldán, sobrino de Carlomagno, y el Gigante Ferragut. La representación iconográfica de este combate teológico entre dos religiones la podemos observar en dos capiteles románicos en Navarrete y otro más en la iglesia de Ochánduri. En lo que se refiere a Nájera, se localizan los hospitales de la Cadena, junto al puente de piedra; el del Real Patronato, fundado por Alfonso VII; y la hospedería monacal de Santa María la Real. Muy cerca de allí, Azofra contaba también con un centro de acogida bajo la jurisdicción de San Millán de la Cogolla. La red asistencial en la zona riojana se completaba con el hospital de Santo Domingo de la Calzada, hoy Parador Nacional, junto a la catedral (iglesia consagrada en 1106 y ampliada en 1158 con una magnífica girola), y con el de Grañón.
En general, la estructura urbana de las localidades camineras responde a un plano estructurado y rectilíneo, de manzanas regulares, determinado por la propia disposición de la vía. Esta circunstancia se presenta de forma muy clara en las villas de Santo Domingo y Grañón, y en menor grado en Logroño, en Navarrete (en donde la orografía determina su ordenación) y en Nájera (en especial en el trazado urbano nuevo que va desde el puente sobre el Najerilla hasta Santa María la Real). En cualquier caso, los nuevos núcleos presentaban planos esencialmente regulares. Además, casi todos tenían murallas, que no aislaban el entorno rural del ámbito urbano sino que protegían a sus hombres de un exterior más amplio y muchas veces peligroso, con puertas abiertas solamente durante el día.
Pues bien, el grupo más importante y representativo de ciudades y villas que conforman la red urbana de La Rioja se reparte a lo largo de los aproximadamente 60 kilómetros que corresponden al tramo riojano del Camino de Santiago. Efectivamente, como sucede en el resto de la ruta jacobea, el Camino actuó en el territorio riojano como elemento articulador del espacio sobre el que se asienta, como factor urbanizador de primer orden y como medio de circulación de personas, mercancías y cultura.
Con anterioridad a la ocupación castellana de los territorios navarros al sur del Ebro, la iglesia local sintió la influencia de la reforma eclesiástica promovida por Roma, "que pretendía asegurar la independencia del Papado respecto al poder imperial y la extensión efectiva de su autoridad a toda la Iglesia, reformar la disciplina del clero secular y promover una reforma monástica mediante la aplicación de esquemas cluniacenses".
La intervención romana pretendió abolir la liturgia visigótico-mozárabe en favor del rito romano, general a toda la Cristiandad occidental. Un primer intento fue obra del papa Alejandro II. Hacia 1065, en los concilios de Nájera y Llantadilla se intentó convencer con poco éxito a los obispos navarros y castellanos. Ante la acusación de herejía, el obispo de Calahorra acompañado de los de Álava y Oca viajaron a Roma para hacer revisar, entre otros códices litúrgicos mozárabes, los procedentes del monasterio de Albelda. Pero será el papa Gregorio VII quien implante el nuevo rito en Navarra y en Castilla hacia los años 1074-78, cambio que obligó a copiar los nuevos códices litúrgicos para la difusión del nuevo rito, ahora en grafías carolingias; igualmente, supuso un cambio en el calendario litúrgico y la adopción de un nuevo santoral.
La reforma ritual requería, así mismo, un recambio en la jerarquía eclesiástica de la diócesis de Calahorra. Algunos de los cargos más importantes fueron confiados a franceses. De esta manera, a partir de 1080 la renovación eclesiástica se produjo entre los partidarios de la reforma romana: la jerarquía autóctona acaba siendo sustituida por clérigos de origen francés y se prescindió del nombramiento de la figura obispo-abad, tan frecuente en nuestro territorio.
Cuando el obispo se ve obligado a abandonar el monasterio, se crea una sólida infraestructura que le apoya y garantiza el gobierno de la diócesis. Un cabildo formado por clérigos regulares situó al obispo de Calahorra como el único prelado residente en La Rioja. Abundantes donaciones incrementaron el patrimonio catedralicio y convirtieron al obispo en un señor muy importante del reino castellano. Del mismo modo, la renovación implicó a los monasterios con la introducción de Cluny.
Durante el siglo XIII el clero sufrió un proceso de diversificación aún mayor, que suponía la culminación del camino iniciado años atrás por la Iglesia. El contacto con los ambientes urbanos, donde las necesidades de apostolado, rituales y sociales eran muy diferentes a las vividas por los creyentes rurales, van a surgir dos órdenes mendicantes, los franciscanos y los dominicos. Estos huían de la riqueza y el poder mostrado por algunos burgueses y por algunos religiosos y propugnaban una espiritualidad fundamentada en la pobreza y en el amor al prójimo; aquéllos buscaban, además de la austeridad, la formación intelectual de sus miembros con el objetivo claro de perseguir a los movimientos heréticos. Su implantación, con mayor seguridad para el caso de los seguidores de San Francisco, se realizó hacia 1217 o 1219; en cualquier caso, con anterioridad a 1230.
Este crecimiento mendicante no impedirá que el clero secular vaya asumiendo, poco a poco, un mayor grado de responsabilidad y protagonismo en las instituciones eclesiásticas riojanas.
En otro orden de cosas, el estamento nobiliario no sufrió grandes modificaciones jurídicas ni funcionales con el cambio de reino. "Sigue definida por la libertad personal, la ingenuidad o plena disponibilidad sobre los bienes muebles e inmuebles, libres del pago de cargas, y la función militar". Los ricoshombres se distinguen claramente de la gran masa de infanzones, el sustrato inferior; entre ambos se sitúan los caballeros, dedicados a la función militar pero de difícil delimitación.
Es seguro que la nobleza se benefició de la coyuntura expansiva de los cristianos. La monarquía concedió numerosos bienes, tierras y rentas a quienes colaboraron con ella contra los musulmanes y en la posterior repoblación. De esta forma, los grandes beneficiados fueron aquellos linajes identificados con el monarca y con sus empresas. En el siglo XII, tras un período de división en tenencias múltiples y de reorganización de las existentes como consecuencia de la ocupación temporal de La Rioja por el aragonés Alfonso I, el castellano Alfonso VII lleva a cabo una nueva reordenación del espacio, con un mismo señor sobre amplios territorios. Localizamos a un tenente en La Rioja Baja, otro en la Alta y un tercero en Logroño, descendiente de los Fortuñones de Cameros. Ya en dicha centuria comienza a testimoniarse profusamente el linaje llamado Haro, con amplios poderes en La Rioja Alta. Otra familia es la de los Cameros, que cobran renovada importancia hacia mediados de siglo. Tendrán, además de Cameros y del Iregua, grandes espacios en La Rioja Media y Baja.
Cuando el espacio navarro quedó definitivamente definido ante el alejamiento de la frontera musulmana y la fijación de la riojana, algunos nobles pamploneses se pusieron al servicio de los reyes castellanos.Sirva de ejemplo el hecho de que el mencionado Alfonso VII donase la villa de Alcanadre a Rodrigo de Azagra por su actitud en la toma de Baeza, durante la campaña de Almería (1147)
Aprovechando la minoría del Alfonso VIII de Castilla, el navarro Sancho VI el Sabio ocupa una parte del territorio riojano en 1163. A partir de ese momento La Rioja queda divida entre Navarra y Castilla. Del primer reino dependen Logroño, Entrena, Navarrete, Ausejo, Autol, Quel y Resa; del segundo, Grañón, Haro, Nájera, Viguera, Clavijo, Ocón, Arnedo y Calahorra. Lope IV Díaz de Haro (en 1163 y 1167) y su sucesor Pedro Ruiz (1174), condes de Nájera, serán los encargados de desalojar a los navarros
Alcanzada la mayoría de edad del rey castellano, ambos monarcas firman en la localidad de Fitero una tregua de diez años y deciden resolver sus discrepancias al arbitraje de Enrique II Plantagenet, rey de Inglaterra
Pero a lo largo del siglo XIII, el gobierno del territorio riojano quedará casi en su totalidad en manos de los Haro, sobre todo a partir de que el señorío de los Cameros caiga dentro de su jurisdicción
Más tarde, a lo largo de la centuria del siglo se van a ir produciendo en nuestra tierra variaciones sustanciales.En primer lugar, comienzan a aparecer nuevos linajes, muchas veces descendientes de familias conocidas, como los Zúñiga o Cuevas, Leiva, Velasco, Guevara, Medrano, Jubera, Almoravid, Rojas, Baztán, Lagunilla y Corbarán. Además, el sistema de tenencia como forma de administración territorial va a iniciar su decadencia. Será sustituido paulatinamente por el merino, oficial con prerrogativas de gobierno y fiscales. Efectivamente, desde tiempos de Alfonso VIII el merino mayor de Castilla delega competencias a los merinos territoriales de Rioja y de Logroño, que a su vez tendrán a sus órdenes funcionarios de menor rango para la cuenca del Iregua, de la tierra de Nájera, de Ocón, etc. Ellos se encargarían de fijar los encabezamientos de pechos y confeccionar cuadernos contributivos
Es también a partir del momento de la ocupación de Alfonso VI del territorio riojano cuando aparece la primera mención al nombre de La Rioja, justo cuando Santo Domingo de la Calzada comienza a adquirir protagonismo. El topónimo Rioja, como tantos otros, es de difícil etimología; de ahí, la existencia de distintas tesis. Una de ellas, vasco-iberista, estima que el origen de la voz es euskérica. Así, Fray Mateo de Anguiano y Echevarría hacen derivar el nombre de lugar de erri o erria, 'tierra', y egui y eguia, que daría 'tierra de pan'. Por su parte, Merino Urrutia estima, refiriéndose al río Oja, que la raíz oia es 'bosque'. Pues bien, si tenemos en cuenta que el prefijo de Rioja podría proceder del latín rivum, 'río', el término haría alusión a las muchas hojas que éste arrastraba en otoño. Otra tesis vasquista ha replanteado la cuestión, derivando la voz de arrioxa, que significaría 'mucha piedra o abundante cascajo'.
En cualquier caso, el término se documenta por primera vez en 1099. Efectivamente, el fuero de Miranda de Ebro, al referirse a los habitantes del valle del Ebro oriental, los hará provenir de la "terra Lucronii aut de Najera aut de Rioxa". Es decir, este término incluiría aproximadamente las tierras comprendidas entre Belorado al oeste y Briones al este, esto es, las cuencas de los ríos Tirón y Oja. Esta gran área se corresponderá con lo que en la actualidad conoceremos como La Rioja Alta. A oriente, las localidades de Calahorra, Arnedo, Cornago y Cervera acabarán formando la denominada Rioja Baja. De ellas, sobre todo la primera, sede episcopal y en su condición de territorio de frontera frente al mundo musulmán y después frente al aragonés, acabará dando cohesión al espacio. En medio, los valles del Leza y el Jubera servirán de elemento articulatorio.
La ampliación del nombre al territorio actual dependerá del desarrollo de la entidad territorial, no siempre provocado por la reconquista. Una vez que se controle el río Alhama, y con él queden conformadas las fronteras con Navarra y Aragón, La Rioja como lugar identificativo se irá mostrando como una realidad. Es más, se viene afirmando que "el límite meridional de la denominación se encontraría en la divisoria de aguas con la cuenca del Duero, es decir, en la línea de cumbres del Sistema Ibérico que separan los Cameros de Soria y que, aproximadamente, correspondían con la jurisdicción del Señorío de los Cameros, dependiente del condado najerense".
En este sentido, aunque el Fuero Viejo de Castilla (1138) intenta definir el área que entiende por Rioja, no será hasta mediados del siglo XIV cuando el Becerro de las behetrías informa de que el reino de Castilla estaba dividido en varias circunscripciones o merindades. Una de ellas era Castilla la Vieja. Pues bien, ésta a su vez comprendía diecinueve merindades menores, entre las que destacaban: en primer lugar, Rioja-Montes de Oca, con cabeza en Santo Domingo de la Calzada. Comprendía la cuenca de los ríos Tirón, toda la del río Oja y toda la del Najerilla. Después, Logroño, que incluía Navarrete, Fuenmayor, Sotes, etc., pero cada vez con mayor importancia. Y quizá existiese otra, la de Alfaro, sobre la que existen escasas referencias.La formación de una unidad administrativa y política que coincida con la geográfica resultará un proceso a largo plazo; sólo el paso del tiempo irá creando los medios oportunos para lograr la definitiva unificación. Pero estos son otros tiempos
Para saber más: Díaz y Díaz, M. C., Libros y librerías en La Rioja altomedieval. Logroño, 1991. García de Cortázar, J. A
(ed.), Del Cantábrico al Duero. Trece estudios sobre Organización Social del Espacio en los siglos VIII a XIII. Santander, 1999. García Turza, C. y J., Fuentes españolas altomedievales. El códice emilianense 46 de la RAH, primer diccionario enciclopédico de la Península Ibérica. Madrid, 1997. García Turza, J., et al.(ed.), El fuero de Logroño y su época. Logroño, 1996; Sesma Muñoz, A. (coord.), Historia de la ciudad de Logroño, II. Logroño, 1994Javier García Turza
Profesor de Historia Medieval de la Universidad de La Rioja