Ábside de la catedral de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja - España)

   

 

 

RESUMEN

 

Este trabajo constituye una recopilación de ejemplos de imágenes femeninas representadas en la escultura monumental del arte románico riojano. Comienza con una introducción sobre el concepto que la sociedad de la Edad Media poseía del género femenino, tan mediatizado por la moral cristiana, para continuar con la exposición de cómo esas generalidades se plasman en las muestras concretas de nuestra región.

Aunque en el Medievo la mujer aparece bajo muchas apariencias, en casi todas ellas tiene un sentido totalmente negativo, y debido a ese influjo del cristianismo, la única mujer con connotaciones realmente positivas será la Virgen María. Las representaciones iconográficas que se van a mostrar se desarrollan en cuatro vertientes fundamentales: fantástica, escatológica, profana y religiosa. La mujer en su aspecto fantástico incluye imágenes de algunos monstruos femeninos relacionados casi siempre con el pecado de la lujuria, como las sirenas tanto en su vertiente de ave como de pez. La escatología o vida del más allá también escoge a figuras femeninas para representar este pecado, simbolizado tan gráficamente en la llamada “femme aux serpents” o mujer desnuda con serpientes succionándole los senos. La mujer en su aspecto más trivial, cotidiano y profano se representa dentro de escenas de juglaría (danzarinas) y obscenas (parejas en posturas sexuales). Sólo el género femenino en su vertiente religiosa tiene un sentido positivo al encarnar a María, por ser la mujer virtuosa por excelencia y la madre terrenal de Dios. Sin embargo, lo seguirá teniendo negativo cuando encarne a Eva, por ser la primera pecadora.

Palabras clave: Mujer, escultura monumental, arte románico, iconografía, Edad Media, La Rioja, cristianismo, lujuria, pecado, redención, Virgen María, Eva.

 

 

ABSTRACT

 

This project is a compilation of the examples of feminine images represented in the romanic sculpture in the Romanesque art in La Rioja.

It starts with an introduction about the concept that the society of the Middle Age had got about the feminine genre, so used by the Christian moral, to follow with the exposition how these generalizations are shown in some definite examples in our region.

Although in the Middle Age the woman appears under a lot of appearances, in almost all of them has got a complete negative sense, and due to the influence of the Christianism, the only woman with really positive connotations will be Mary.

The iconographic representations we are going to show are going to be developed in four main branches: fantastic, eschatologic, prophane, religious.

The woman in her fantastic aspect has got some images of some feminine monsters related almost ever with the sin of lasciviousness, as the mermaids not only as birds but as fish too.

The eschatology or outer life chooses some feminine figures to represent this sin symbolized in a graphic way in the called “femme aux serpents” or naked woman with snakes sucking her breasts.

The woman in her most trivial, daily and prophane aspect is represented in scenes of minstrelsy (dancer) and obscene (couples in sexual positions).

Its is only the feminine genre is her religious branch who has got a positive sense to personify Mary to be the virtuous woman par excellence and the earthly mother of God. However, it will go on having a negative sense when it is Eve, to be the first sinner.

Key words: Woman, romanic sculpture, Romanesque art, iconography, Middle Age, La Rioja, christianism, lasciviousness, sin, redemption, Mary, Eve.

 

 

 
1. EL CONCEPTO DE LA MUJER EN LA EDAD MEDIA Y EN EL ARTE ROMÁNICO

 

Aunque en el Medievo la mujer se plasma bajo muchas apariencias, en casi todas ellas tiene un sentido totalmente negativo. A través de las representaciones iconográficas que se pueden encontrar en la escultura monumental del arte románico riojano, desarrolladas en cuatro vertientes fundamentales (fantástica, escatológica, profana y religiosa), se intentará desentrañar el concepto que la sociedad de la época poseía del género femenino, tan mediatizado por la moral cristiana. Desgraciadamente debido a este influjo, la única mujer con connotaciones realmente positivas será la Virgen María.

Especialmente negativa es la consideración de la mujer en su aspecto fantástico, ya que todos los monstruos femeninos tienen un sentido peyorativo, relacionado casi siempre con el pecado de la lujuria. Son sobre todo las sirenas, tanto en su vertiente de ave como de pez, las que van a adquirir ese significado obsceno, expresando la seducción femenina por antonomasia. La cualidad más significativa de las sirenas-ave, su canto, se identifica con el poliglotismo y agilidad lingüística de las mujeres mundanas, que engañan a los hombres tanto por su bello cuerpo como por sus palabras ingeniosas1. Pero son las sirenas-pez las que más encarnan en el románico el aspecto negativo de la mujer relacionado con la tentación de la carne, simbolizando el deseo en su aspecto doloroso, pues la cola escamosa trunca las apetencias deseadas. Sin embargo, el máximo emblema de la lujuria y de la tentación carnal es la sirena marina de doble cola, ya que sus extremidades separadas evocan una postura claramente sexual.

La escatología o vida del más allá también escoge a figuras femeninas para representar este tipo de pecados. De hecho, la lujuria por excelencia se plasma mediante la imagen de la llamada “femme aux serpents” o mujer desnuda con serpientes succionándole los senos y sapos devorándole los genitales.

La mujer en su aspecto más trivial, cotidiano y profano es asimismo vista con sentido más negativo que positivo, sobre todo en los temas obscenos y de juglaría. Esta última profesión, de hecho, era muy duramente criticada por la Iglesia si era ejercida por mujeres. Las cantoras, músicas, juglaresas, danzarinas y saltimbanquis se consideraban repulsivas porque no eran cristianas ejemplares: su vida pública, desvergüenza, desenvoltura y facilidad de mantener trato con gentes diversas se veían como conductas pecaminosas. Se solían identificar con las cortesanas y mujeres de mala vida dadas a todos los vicios, de ahí su relación con la sirena y con el simbolismo de la lujuria y la lascivia. Pero lo más negativo de su actividad profesional era la música y la danza por sus movimientos marcados, enérgicos, frenéticos, sensuales, compulsivos, casi diabólicos, que conllevaban la exhibición del cuerpo. Dentro de los temas obscenos, el pecado concupiscente reviste formas casi siempre vinculadas a la mujer: parejas de amantes desnudos abrazándose, besándose o incluso durante el coito, damas peinándose o mirándose coquetamente en un espejo, mujeres exhibicionistas o impúdicas que levantan sus ropas para mostrar sus genitales, mujeres desvestidas con la cabellera al aire montando a algún animal (el cabello flotante es símbolo de lujuria), etc. La diferencia de todas estas imágenes con la “femme aux serpents” estriba en que ésta sufre castigo, mientras que las otras no, aunque muestren actitudes condenadas por la Iglesia.

Para comprender por qué uno de los pecados más graves de la época era encarnado por las mujeres, tanto en su vertiente real como fantástica, hay que trasladarse a la mentalidad de finales del siglo XI y comienzos del XII, periodo en que están totalmente subordinadas a los hombres: son integrantes de la institución familiar, tan importante en esta época, pero sus valores son inferiores porque no pueden formar parte de la clase militar (no se consideran aptas para el ejército), y están totalmente denostadas por la eclesiástica (para los monjes y clérigos, son casi tan temibles como el demonio, ya que éste las utiliza para perderlos). Tampoco se las considera aptas para la administración económica y política, aunque sí pueden heredar y testar.

Sólo son algo valioso para los varones en cuanto a la institución del matrimonio y por ello, las casadas se valoran mucho más que las solteras o viudas. Mientras que las solteras están totalmente sometidas a la autoridad familiar y deben aceptar el marido propuesto por sus padres si no quieren perder su herencia, las casadas pueden heredar e incluso administrar sus posesiones. Tanto para unas como para otras la virginidad y la castidad son virtudes esenciales; a las solteras se les exige total abstinencia sexual, y a las casadas, practicar el coito sólo con el objetivo de procrear. Si son honradas, ambas poseen una protección legal de la que carecen las mujeres públicas o rameras, ya que el adulterio y el rapto consentido son las infracciones más castigadas. Por tanto, las mujeres no tienen ningún valor como individuos; sólo se valora el papel que desempeñan dentro de una sociedad dirigida por hombres 2.

Y la visión que de ellas tiene una parte de esa sociedad masculina —los eclesiásticos en general—, es tan satánica, que las consideran como un obstáculo para la santidad, lo cual teóricamente les obliga a alejarlas lo más posible de su presencia. La regla de Cluny no permite su acceso al claustro ni atravesar la cerca del monasterio; el Císter se manifiesta todavía más severo prohibiéndoles acercarse a la puerta del cenobio, recibir limosna, entrar a la celebración del culto y trabajar como empleadas en sus granjas. El clérigo es su peor enemigo, pues las considera como chivo expiatorio de sus fantasmas y como una obsesión continua por personificar la tentación de la carne a la que era fácil sucumbir. Para la mentalidad románica el hombre está más próximo a lo divino que la mujer, pues mientras ésta viene de él, el hombre procede directamente de Dios 3.

Pero esta consideración totalmente negativa de principios del románico, irá evolucionando a lo largo de los siglos XII y XIII; de hecho, en los comienzos del gótico, ese antifeminismo tan exagerado habrá disminuido en gran medida. El cambio de mentalidad que tuvo lugar en el siglo XII fue debido en parte a la influencia de la literatura contemporánea. En el sur de Francia comienza a surgir la poesía amorosa de los goliardos 4 y de los trovadores, llena de descripciones femeninas idealizadas que no se van a corresponder con el arte plástico, que degrada a la mujer al máximo. En la poesía vernácula de la Francia meridional es el amor sexual el tema principal de una nobleza feudal, aristocrática y libertina; en efecto, la moral mundana comienza a sustituir a la del claustro. Poetas como Guillermo de Aquitania relatan en irónicos versos una serie de placeres sin ningún remordimiento; otros como Bernardo de Ventadour, definen el amor como único fin de la vida con palabras de voluptuosa ternura. Esta etapa del amor cortés conlleva una nueva actitud hacia la mujer. El amor adúltero es la única alternativa al matrimonio como contrato y el protagonista ya no es el mero deseo sexual sino el amor. La situación se invierte pues el hombre se siente ahora inferior a su dama. Vemos en qué medida ha cambiado la consideración hacia la mujer alrededor de 1200 aunque, como apunta Yarza, esa exaltación se debió producir más que nada en un plano ideal y literario. En la realidad del siglo XII la mujer no dejó de estar sujeta a su marido 5. Pero aún con todo es curioso que mientras los poetas de la Francia meridional comienzan a divinizar a la mujer, en esa misma zona el arte plástico nos proporciona esa imagen sombría, lasciva, degradada y culpable de la “femme aux serpents”.

Realmente sólo el género femenino en su vertiente religiosa tiene un sentido positivo al encarnar a la Virgen María, mujer virtuosa por excelencia y madre terrenal del Dios viviente. Sin embargo, lo seguirá teniendo negativo cuando encarne a Eva, por ser la primera pecadora. María, como antítesis de aquélla y encargada de borrar su falta, será ante todo el camino hacia la Redención del género humano. María Magdalena es otra fémina bíblica de cierto protagonismo —aunque no en el románico riojano—, pero de sentido ambivalente en cuanto que encarnación de la pecadora arrepentida, tras haber pecado de lujuria 6.

 

 

2. LA MUJER EN SU VERTIENTE FANTÁSTICA: LOS MONSTRUOS FEMENINOS

En el arte existe desde tiempos remotos una fuerte tendencia a reproducir una fauna fabulosa, fantástica, legendaria, imaginaria o mítica compuesta de elementos naturales pero que unidos no poseen una coherencia natural. Son los monstruos, producto de nuestra imaginación, que compone con elementos tomados de la naturaleza, formas nuevas que no se presentan en ésta.

Según la procedencia de los elementos amalgamados pueden constituirse dos grupos. Uno de ellos, denominado de los “animales-animales”, une elementos zoomórficos diversos: dragones, grifos, basiliscos, quimeras... Son engendros que mezclan partes pertenecientes a dos o más especies en los que se conserva el carácter animal y se evita lo humano. El otro grupo se denomina de los “animales-hombres”

o monstruos semihumanos, por estar constituido por seres mixtos relacionados con el hombre, que mezclan cuerpos humanos con animales. Generalmente el cuerpo es el elemento zoomórfico mientras que la cabeza adopta forma humana. Dentro de este grupo, que incluye a diversos seres mitológicos mencionados en los bestiarios medievales 7, existen tanto monstruos masculinos (centauros, sátiros...) como femeninos (arpías, sirenas, lamias, esfinges, mantícoras, bichas, quimeras...) 8. De estos últimos, en el románico riojano aparecen arpías, sirenas, esfinges y mantícoras, y en ellos se centrará nuestra atención en las siguientes líneas, por poseer rostros de mujer.

 

 

2.1. Arpías y sirenas

Tanto las arpías como las sirenas son seres legendarios con parte superior de doncella —cabeza o tronco— y cuerpos de pájaro o pez. Concretamente la arpía combina el elemento humano con el de ave, mientras que la sirena admite dos variantes: con parte inferior de pájaro y superior de mujer como la arpía, o con una o dos colas escamosas de pez añadidas a un busto femenino. También pueden darse otros tipos que suponen la hibridación de lo humano-femenino con varias especies animales, pero responden más bien a la fantasía de los artistas.

Existe una gran problemática entre las arpías y las sirenas-pájaro porque prácticamente se identifican desde un punto de vista formal. Probablemente en la Antigüedad no diferían demasiado y desconocemos hasta qué punto se diferenciaron de las lamias. Hoy somos casi incapaces de distinguir gráficamente estas tipologías y no podemos afirmar con seguridad si en la época antigua y medieval se identificaron o separaron. El origen de todas ellas se halla en la mitología griega puesto que el genio helénico se caracteriza por la creación de monstruos con gran dosis de humanización. De este modo, dichos seres tienden a evadirse de su vieja forma totémica perdiendo su carácter animal y vinculándose cada vez más al género humano. De hecho, arpías y sirenas-pájaro en principio poseían sólo cabeza femenina pero paulatinamente fueron adoptando brazos humanos, pecho, torso, caderas e incluso muslos en su parte superior imitando el cuerpo de la mujer. Tal vez por la identificación entre arpía y sirena, el Fisiólogo9 omite la primera y describe la segunda como una hermosísima virgen desde el ombligo y con forma de pájaro en la parte inferior. La mezcla humana y de animal volátil ya existía en Egipto (almas-aves), Mesopotamia y Babilonia (hombres-pájaro o pájaros-hombre) aunque el tipo femenino con cuerpo de pájaro se introduce por influencia de Grecia. Formas parecidas contenían las civilizaciones hindués y del sudeste asiático, así como la literatura y arte islámicos, donde eran frecuentes las aves con cabeza humana 10.

Pese a su parecido físico, la arpía y la sirena-pájaro fueron concebidas en la Antigüedad grecolatina con muy diversas funciones, que es preciso diferenciar. Las arpías eran genios maléficos. Según Homero, en principio fueron diosas o genios furiosos del temporal, que lloraban con el buen tiempo y cantaban con la tormenta. Sólo el viento del Norte, hijo de Bóreas y soplo del espíritu, era capaz de ahuyentarlas. En la leyenda de los Argonautas son Furias con forma híbrida de doncella y ave de rapiña, especie de raptoras que secuestraban a niños y adultos llevándolos entre sus garras. Devoraban su alma nutriéndose de su sustancia y mancillaban y ensuciaban con sus excrementos los cuerpos que no podían arrebatar. Siempre tenían hambre, ansia vital de sangre y avidez desaforada. Por otro lado, aunque eran extremadamente crueles porque mataban a todos los hombres que encontraban, les abrumaba la tristeza cuando veían su propio reflejo en el agua y comprendían que habían matado a un semejante. Virgilio en La Eneida las relega a la entrada del infierno, ya que también solían ser mensajeras del dios infernal Hades, que venían a raptar a los mortales y llevaban las almas entre sus garras hasta el país de las sombras.

Por su carácter repugnante, devorador, sanguinario, raptor y sediento de sangre se relacionan tanto con las lamias, que amedrentaban a los niños arrebatándolos de sus cunas y nutriéndose de su sangre, como con las sirenas-pájaro en su aspecto vampiresco, pues éstas también podían ser almas maléficas ansiosas de sangre. No obstante, su vinculación con ellas se debe más a la función escatológica: las sirenas también transportaban el alma, aunque no a los infiernos como las arpías, sino a las moradas celestes 11. Las arpías pueden adquirir también la función de guardianes del Árbol de la Vida como los grifos, leones y dragones. En este caso aparecen afrontadas dos a dos, con cuerpos adosados, cabeza cubierta con gorro o cofia y mirando al tallo central del hom, del cual brotan ramas que las envuelven 12. A la Edad Media pasaron como alegorías de los vicios de culpa y castigo: codicia, fraude, falsedad, etc. Suponían adversidades y eran autoras de desgracias, por lo que siempre manifestaban maldad y muerte, y por ello se representaban con facciones repugnantes.

La sirena-pájaro también se relacionó desde tiempos remotos con el alma. Esta concepción se remonta al arte funerario egipcio donde el jeroglífico del alma era el gavilán con cabeza humana. El alma separada del cuerpo se simbolizaba mediante un pájaro con cabeza de mujer. Pero si en el pájaro fúnebre del antiguo Egipto prevalecía el carácter animal, en la sirena funeraria griega dominará más la mujer 13. También en esta cultura era símbolo del alma que levanta el vuelo hacia el cielo. Realmente en la Antigüedad cualquier ser alado era la encarnación del espíritu de los muertos o del alma alada evadida del cuerpo, porque se creía que ésta se alejaba volando en forma de ave. Dicha idea, además de a la cultura egipcia y a la griega arcaica, fue común a las orientales, islámicas y americanas. En todas ellas las sirenas aladas eran a su vez protectoras de los mortales y almas de los muertos, sugiriendo el reino del más allá. También podían adquirir un sentido maléfico según la creencia general arraigada en la mitad oriental del Mediterráneo, de que las almas necesitaban sangre para no perecer. Es la visión vampiresca de estas sirenas convertidas en aves de presa, en vampiros ávidos de sangre vivificante, necesaria para subsistir, al igual que las arpías y las lamias 14.

En el románico no serán raras las sirenas-aves encarnando a las almas pero no como influencia directa de la mitología griega, sino de la escatología musulmana e incluso del Antiguo Testamento, donde también aparece la idea de las almas pájaro 15. Si se representan como aves con cabeza humana atrapadas por ligaduras de tallos vegetales, simbolizan las almas de los condenados.

Estos seres tienen además otra serie de connotaciones que los diferencian de las arpías. Nos referimos a la aventura de Ulises a su paso por la Isla de las Sirenas, narrada en La Odisea. Aquí son genios o ninfas marinas seductoras cuyo principal atractivo es el canto, no la belleza de su presencia. Vivían en lugares escarpados cerca del mar y volaban por él entonando canciones de gran modulación. Cuando hacían resonar sus melodiosas voces, atraían a los marineros exponiéndolos a graves peligros. La extrema dulzura de su música los seducía produciéndoles un sueño que provocaba el naufragio de sus barcos; entonces se precipitaban al mar deseosos de poseerlas, y se perdían en él. También podían ser capturados, dormidos y devorados, pues estas criaturas se nutrían de hombres vivos en su aspecto mortífero, vampiresco y antropófago. Cantaban en una pradera entre los montones de huesos de los marineros que arrastraban a la muerte, y sólo podían salvarse de su perdición aquéllos que taparan sus oídos con cera16. Aunque Homero no menciona  el cuerpo de pájaro, el monstruo de Ulises lo poseía, ya que éste fue el tipo auténtico y más antiguo de sirena.

En la Alta Edad Media, San Isidoro las concibió como tres meretrices que inspiraban amor a los navegantes con sus fascinantes cantos arrastrándolos al naufragio, haciéndoles sucumbir en el pecado y llevándolos a la ruina. Una de ellas cantaba con su voz, otra con flauta y la tercera con lira; vivían en las olas porque ellas engendraron a Venus y porque la lujuria está hecha de humedad; poseían alas y uñas porque el amor vuela e hiere 17.

No es de extrañar que tras la idea iniciada por San Isidoro, en el románico el riesgo de los navegantes se transforme en moral y el peligro sea el de la tentación carnal. La sirena en la Edad Media va a adquirir un significado obsceno, expresando la seducción femenina y el pecado de la lujuria. El canto se identifica con el poliglotismo y agilidad lingüística de las mujeres mundanas, cortesanas, necias o de mala vida, que engañan a los hombres tanto por su bello cuerpo como por sus palabras ingeniosas. Moralizando, reflejan las consecuencias a las que conduce la pereza espiritual: todo el que deje de amar a Dios por el amor a la mujer, se condenará en cuerpo y alma 18.

Otro de los sentidos medievales de la sirena es su comparación con los placeres del mundo —riquezas, gloria, lujuria, gula, embriaguez, bienestar del cuerpo— que atraen a los hombres, les duermen en el pecado y les causan la muerte. Cuando el hombre se demora en los vicios viene el demonio, lo encierra en sus redes, lo ataca precipitándose sobre él y le da muerte como a los navegantes. El remedio es taparse los oídos como hizo Ulises, para no escuchar los cantos engañosos de las vanidades mundanas que a muchos encantan 19.

En los capiteles románicos se reflejan algunas de las peculiaridades de estas sirenas-pájaro. Por ejemplo, sus voces se representan mediante serpientes que fluyen de sus bocas y por sus cualidades musicales se las esculpe tañendo instrumentos y relacionadas con los satimbanquis, bailarines y juglares. Pero existe un gran problema en cuanto a su identificación gráfica si no muestran ninguna cualidad que las caracterice. En estos casos es casi imposible diferenciar a la arpía de la sirena medieval pues las particularidades formales que se les atribuyen, suelen obedecer al capricho de los estudiosos. Probablemente en la Antigüedad tampoco las distinguieron.

Mateo Gómez y Quiñones Costa polemizan sobre ello. Destacan en la arpía un carácter maléfico como la lamia. En cambio, insisten en dos aspectos contradictorios de la sirena-ave, uno positivo y otro negativo, que expresan la dualidad bien-mal al poseer un carácter celeste y otro infernal. Su carácter negativo la relaciona con la tentación demoníaca de la lujuria y con su aspecto mortífero de devoradora de hombres. Lo positivo se refiere a su condición de ave conductora del alma hacia las moradas celestes. Por tanto, arpías, sirenas-ave y lamias sólo coinciden en su carácter maléfico, infernal, con ansia vital de sangre. Veamos si pueden distinguirse en cuanto a su configuración externa.

Las lamias, aunque en un principio se representaron como mujeres-ave, en época tardía adquirieron aspecto de asno. Fue muy frecuente la confusión, tanto en los monumentos como en los textos, entre sirenas-ave, arpías, lamias e incluso mantícoras.

Las arpías se caracterizan por su aspecto repugnante. Para infundirles una imagen repulsiva y horrible, aparte de los atributos usuales de cabeza femenina y cuerpo de pájaro (el tronco femenino no es usual en el románico), se le añaden otros como garras de ave rapaz y colas de serpiente o escorpión. Puede haber numerosas variantes: el ave suele ser de presa con aceradas uñas y garras; las pezuñas pueden ser de halcón, cabra o chivo; no es extraño encontrarlas con garras de tigre, zarpas de león, orejas de oso, vientre inmundo, rostro de vieja y en casos raros, de gallo; la cola de pájaro puede reemplazarse por un ondulante tallo vegetal o una palmeta decorativa, pero lo que más diferencia a la arpía medieval de la antigua es su cola de serpiente o escorpión. La de serpiente indica en el Medievo el carácter demoníaco, el veneno mortal que la hace temible; la de escorpión con aguijones también hace referencia a su veneno, que causa gran padecimiento a la persona herida, siendo emblema del engaño y de la traición. En el Apocalipsis se relaciona con las langostas infernales 20. En realidad, la adopción de todos estos elementos que no existían en la arpía clásica, es más bien producto de la creatividad de los artistas, dándose más en el románico rural que en el urbano.

La sirena-ave no incluye el aspecto repugnante en su representación. Su apariencia es más amable, con facciones más blandas, suaves y atrayentes. Los autores clásicos la imaginaban con parte superior de mujer hasta el ombligo e inferior de ave, o con sólo cabeza de mujer; esta última versión fue la adoptada tanto en el marco urbano como rural 21. Las sirenas románicas suelen aparecer con rostro bello y lleno de carnes, cabello flotante y ondulado como una red afrodisíaca o trampa de voluptuosidad, cabeza descubierta o cubierta mediante paños o tiaras y a veces largas trenzas, alas plegadas al cuerpo o desplegadas llenando toda la superficie, y garras de ave que sujetan el astrágalo. El rostro es generalmente femenino pero en época tardía también los hay varoniles y barbados, de sexo masculino. Para convertir a la sirena en arpía basta afearla, dotarla de un repugnante hedor (si es literaria) y desfigurar la imagen originaria mediante otros atributos 22.

Vamos a considerar a continuación el otro tipo de monstruo femenino: la sirena-pez. Generalmente el hombre moderno imagina a la sirena sin temor a equivocarse como mujer-pez, ignorando que este modelo no fue ni el más antiguo ni el original. La identificación tradicional de la sirena con el pez tal vez se debe a que después del románico esta tipología eclipsó totalmente a la sirena-ave y se hizo más popular para los siglos venideros. La sirena-pescado se erigió entonces en modelo para la posteridad. Se representaba con forma de busto femenino hasta la cintura, rostro bello, senos turgentes y acabada en cola escamosa de pez marino. En la Edad Media el tronco mantiene sus formas femeninas además de la cabeza, contrariamente a la sirena-pájaro.

Esta nueva modalidad tampoco se inventó en el Medievo pues aparece, si no en el arte, al menos en la literatura, a finales del mundo antiguo. El Physiologus griego no conocía mas que la sirena-pájaro; el primer texto que menciona la sirena-pescado debe ser un tratado sobre los monstruos que data del siglo VI, elLiber monstrorum. En dicha obra se asocia a la nefasta Escila, que arrastraba las naves hacia los peñascos y tenía cola de delfín. Se describe con cuerpo femenino hasta el ombligo pero terminada en cola escamosa, con la que se mueve en las profundidades del mar. También se relacionaron con los seres acuáticos con busto humano y forma de pez de la Antigüedad: tritones, náyades y nereidas, con versiones masculina y femenina. Por razones prácticas este nuevo ser híbrido conservó el mismo nombre de sirena.

En la Edad Media no afloran hasta la aparición de los bestiarios en los siglos XII y XIII, que incluyen varios tipos. El Bestiario Toscano, por ejemplo, habla de tres clases: la mitad pez y mitad mujer tiene una voz muy dulce; la mitad pájaro y mitad mujer produce sonido de arpa; la mitad caballo y mitad mujer crea música de trompa. Las tres matan a los hombres que se acercan a oirles por propia voluntad pues cuando quedan dormidos, se arrojan sobre ellos y los despedazan 23. De este texto se extrae que las sirenas-peces también habitaban en islas rocosas con arrecifes y se comportaban como las aéreas, simbolizando la seducción engañosa, la tentación y la lujuria. En este caso el placer que producen también es aparente: su parte superior visible es la de una mujer de bellos senos, pero el desenlace es engañoso e inesperado pues la cola escamosa trunca las apetencias deseadas. El destino de los hombres que se sienten atraídos hacia ellas es la muerte, porque como el cuerpo anormal no puede satisfacer los anhelos que su rostro, canto y busto despiertan, ellos se zambullen en el mar para seguirlas y mueren ahogados.

Es lógico que esta sirena simbolice en el románico el aspecto negativo de la mujer, la tentación de la carne y la imaginación atraída por las finalidades inferiores. Son símbolos del deseo en su aspecto doloroso que lleva a la autodestrucción, y de las tentaciones que impiden la evolución del espíritu, causando una muerte prematura 24. La sirena-pez es la imagen de Satán, la antítesis de Cristo pescador, ya que como él, pesca al pez fiel y lo toma por medio del dolor, pero mientras que Cristo eleva a su presa por encima de las aguas para otra existencia feliz, la sirena lo arrastra hasta el fondo para un futuro de desdicha permanente 25. Como el arte no puede plasmar el atractivo principal de la sirena —su voz—, intenta reproducirla como mujer bella en su parte superior. En el románico la cola se erige sobre un lado y a veces puede llevar en la mano un pez. Aunque predominan las de sexo femenino, también las hay masculinas.

Debemos considerar en último lugar otro tipo de sirena-pez muy frecuente en el románico: la de cola bífida con dos puntas divergentes sujetadas con sus dos manos. Estas sirenas marinas de doble cola, en raras ocasiones con cabeza masculina, eran ya conocidas desde la Antigüedad. Proceden del mundo helenístico y romano con precedentes orientales, tal vez sasánidas y eslavos.

En el arte de la Edad Media, si las sirenas pez de una cola habían aparecido en el siglo VIII, las de dos lo hacen un poco más tarde (en un capitel de Aurona en Milán de comienzos del siglo IX, aparece una sirena pez de doble cola entre dos leones). No son un tipo literario pues no se mencionan en los textos medievales. Simbolizan más que ningún otro tipo la lujuria, la tentación y el pecado, ya que su postura es claramente sexual. El híbrido adopta un gesto de increíble obscenidad al separar sus extremidades escamosas, ofreciendo su sexo impúdicamente. Esta sirena no es ya mujer-ave o mujer-pez sino simplemente mujer-sexo. En las iglesias el significado erótico conlleva la presencia del castigo para el pecador; expresa el deseo de renunciar a los vicios para ser digno de penetrar en el lugar sagrado 26.

A pesar de la riqueza de simbolismos de esta criatura, existen autores que para explicar su presencia en la escultura románica se atienen únicamente a razones de estética. Por ejemplo, Baltrusaitis piensa que el origen de este tipo de sirena se debe a las exigencias de la simetría y a la necesidad de llenar la superficie del capitel, evitando el horror vacui. Le atribuye una razón de ser puramente plástica, aunque es consciente de que el monstruo existió con anterioridad a las formas gráficas. A pesar de reconocer que es anterior al arte románico, mantiene que su difusión en esta época obedeció sólo a su carácter ornamental. Piensa que su esquema geométrico precedente y básico es una palmeta; partiendo de la transformación de la forma clave palmetoide, se pueden construir temas diversos como sirenas de doble cola y crucifixiones 27. Guerra, sin ser tan radical, opina que aunque todas estas criaturas fantásticas pervivieron en los estilos medievales procedentes de antiguas mitologías, normalmente se desconocía su verdadero significado, sobre todo en los templos rurales. Allí, las cuadrillas itinerantes copiaban lo que encontraban a mano sin saber que lo que esculpían en sus capiteles tuvo un significado mitológico en otras culturas milenarias. Realmente sólo eran conscientes de su mundo espiritual (Biblia o vidas de santos). El resto lo reproducían inconscientemente, mezclándolo con las creencias locales y populares del momento 28.

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NOTAS

1. SEBASTIÁN LÓPEZ, S., El Fisiólogo. Atribuido a San Epifanio seguido de El Bestiario Toscano. Madrid, Tuero, 1986, pp. 23, 24 de El Bestiario Toscano.

2. LACARRA, Mª E., “La mujer ejemplar en tres textos épicos castellanos”. Cuadernos de Investigación Filológica, t. XIV, Logroño, CUR, 1988, pp. 5-20.

3. MÂLE, E., L'art religieux du XII siècle en France. Étude sur les origines de l'iconographie du Moyen Age. Vol I. París, Librairie Armand Colin, 1940, Quatrième édition revue et corrigée, pp. 373, 374, 376.

4. Los goliardos eran clérigos vagabundos ajuglarados que llevaban una vida itinerante con gran ligereza de costumbres. La poesía de estos clérigos errantes consistía en cantos que compartían un gusto sensual por la vida y unas costumbres bastante relajadas casi al borde del paganismo. Este fenómeno fue usual no sólo en España y Francia, sino en Europa en general. RUIZ MONTEJO, Mª I., “La temática obscena en la iconografía del románico rural”.Goya, núm. 147, Madrid, 1978, pp. 140, 141.

5.YARZA, J., “De 'Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor' a 'Señora, soy vuestro vasallo, por juramento y compromiso'”, enFormas artísticas de lo imaginario. Barcelona, Anthropos, 1987, pp. 231-259.

6. Una revisión de la concepción negativa de la mujer en la Biblia mediante varios ejemplos de féminas hebreas ultrajadas por los hombres en el Antiguo Testamento (las hijas de Lot; la hija de Jefté; Tamar, la medio hermana de Amón; la concubina del levita de la montaña de Efraín; o la mujer pagana fenicia y su hija endemoniada), es expuesta por LERA BARRIENTOS, J., “La imagen de la mujer en la Biblia”, en AAVV,50 años. Valvanera. Abadía de Valvanera, 2005, pp. 151-164.

7. Las especies reflejadas en el arte románico proceden de diversas descripciones incluidas en los textos antiguos. Estas fuentes originarán en el Medievo los llamados “bestiarios”, proporcionando un simbolismo animal basado en un análisis de sus costumbres. Para la elaboración de los bestiarios medievales se acudía a una autoridad literaria o doctrinal del mundo antiguo griego o latino, un “auctor”, el cual respaldaba a los medievales y proporcionaba un carácter erudito a sus obras.

8. MODE, H., Animales fabulosos y Demonios. México, Fondo de Cultura Económica, 1980, p. 81.

9. Sin duda la obra antigua más influyente para la Edad Media fue El Physiologus (entre los siglos II y IV d. c.), de gran éxito y difusión, ya que fue el libro más popular de Europa hasta el siglo XIII con fama comparable a la de la Biblia. Es una obra anónima pues se ha perdido la redacción griega original y los manuscritos más antiguos conservados no mencionan autor. Se podría definir como un tratado o pequeño manual de zoología simbólica que hace referencia a una autoridad llamada el “Naturalista” o el “Fisiólogo” griego, que quizás pudo ser Salomón o Aristóteles. Mediante interpretaciones alegóricas saca consecuencias o lecciones morales de los animales: describe sus supuestas costumbres buscando un paralelo simbólico con el drama de la caída y redención del género humano, relacionando los animales reales o mitológicos con la historia de la salvación. Es una compilación pseudocientífica o un trabajo de historia natural dentro del espíritu de los bestiarios medievales de los que fue su principal fuente de documentación.

10. MODE, H., Op. cit., pp. 96, 97, 99. FOCILLÓN, H., La escultura románica. Investigaciones sobre la historia de las formas. Madrid, Akal, 1987, (ed. original: 1931), pp. 154-158.

11. MALATXECHEVERRÍA, I., El bestiario esculpido en Navarra. Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1982. (3ª edición. corregida y aumentada, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1997), pp. 29-32, 218-220.

12. GUERRA, M., Simbología románica. El cristianismo y otras religiones en el arte románico. Madrid, FUE, 1986, pp. 266-268, 284, 285.

13. Las sirenas aparecían talladas en los monumentos funerarios griegos como ángeles de la muerte que cantaban himnos fúnebres al son de la lira, pero también se les atribuían propósitos eróticos con los héroes a los que lloraban. GRAVES, R., Los mitos griegos. 2. Madrid, Alianza Editorial, 1985, p. 468.

14. Según la mitología griega las sirenas eran primas hermanas de las arpías pero no vivían como éstas bajo la tierra o en cavernas sino en una isla sepulcral verde. GRAVES, R., Op. cit., p. 469.

15. Salmo 11, 1: “...Yo confío en Yavé. ¿Cómo, pues, decís a mi alma: 'Vuela al monte (como) pájaro'?".Salmo 124, 7: “Escapó nuestra alma como avecilla del lazo del cazador; rompióse el lazo y fuimos librados”.

16. Circe aconsejó a Ulises que tapara los oídos de sus hombres con cera de abejas y que éstos lo ataran al mástil si quería escucharlas. Las sirenas cantaron muy dulcemente prometiéndole el conocimiento previo de todos los futuros acontecimientos de la tierra pero como él, a pesar de sus ruegos, no fue desatado por sus marineros, las monstruosas criaturas se sintieron vejadas y se suicidaron. GRAVES, R., Op. cit., pp. 460, 461.

17. ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías II. Libros XI-XX. Edición bilingüe preparada por José Oroz Reta y Manuel A. Marcos Casqueiro. “BAC”, Madrid, Editorial Católica, 1983, p. 53.

18 SEBASTIÁN LÓPEZ, S., El Fisiólogo. Atribuido a San Epifanio seguido de El Bestiario Toscano. Madrid, Tuero, 1986, pp. 23, 24 de El Bestiario Toscano.

19. MALATXECHEVERRÍA, I., Bestiario Medieval. Madrid, Siruela, 1986, p. 133

20. Apoc. 9, 5: “Se dio orden de que no los matasen, sino que fuesen atormentados durante cinco meses; y su tormento era como el tormento del escorpión cuando hiere al hombre”. Apoc. 9, 10: “Tenían colas semejantes a los escorpiones, y aguijones, y en sus colas residía su poder de dañar a los hombres por cinco meses”.

21. MATEO GÓMEZ, I., QUIÑONES COSTA, A., “Arpía o sirena: una interrogante en la iconografía románica”. Fragmentos, núm. 10, 1987, pp. 38-47. Para estas autoras, en el románico la aparición de la arpía no es frecuente, mientras que la sirena-ave prolifera muchísimo. Pienso que es una opinión bastante subjetiva pues de hecho, sí que abundan los seres alados con otros elementos añadidos como las colas de serpiente o escorpión, características propias de las arpías.

22. GUERRA, M., Op. cit., p. 263. Como apunta KAPPLER, C.,Monstruos, demonios y maravillas y a fines de la Edad Media. Madrid, Akal universitaria, 1986, p. 176, las diferentes creencias locales y populares, ya no la mitología antigua, dan lugar a otros seres híbridos de mujer y animal como mujeres-caballo, mujeres-yegua, mujeres-asno, mujeres-toro y mujeres-serpientes, estas últimas las más usuales. Las sirenas-serpiente voladoras configuraron tradiciones y cuentos como la leyenda de Melusina, hada víbora famosa en la literatura francesa y europea. ISIDORO DE SEVILLA, Op. cit., hablaba de unas serpientes con alas existentes en Arabia llamadas sirenas, con veneno tan poderoso que la muerte sobrevenía antes de sentir el dolor de la picadura.

23. MALATXECHEVERRÍA, I., Bestiario Medieval, Op. cit., p. 133. SEBASTIÁN LÓPEZ, S., El fisiólogo..., Op. cit., pp. 23, 24 de El Bestiario Toscano.

24. GUERRA, M., Op. cit., pp. 128, 264, 266.

25. CHARBONNEAU-LASSAY, L., El Bestiario de Cristo. El simbolismo animal en la Antigüedad y la Edad Media. Vol. II. “Sophia Perennis. 45”, Barcelona, José J. de Olañeta, 1997, p. 750.

26. La lujuria se suele simbolizar también por dos sirenas marinas abrazándose. SEBASTIÁN LÓPEZ, S., Mensaje del arte medieval. Córdoba, Escudero, 1978, p. 83 e Iconografía Medieval. Bilbao, Etor, 1988, p. 189.

27. Las ideas presentes en la obra de BALTRUSAITIS, J., La Stylistique Ornamentale dans la Sculpture Romane. París, Leroux, 1931, son criticadas duramente —y con acierto según mi juicio—, por SCHAPIRO, M, “Sobre el esquematismo geométrico en el arte románico”, enEstudios sobre el románico. Madrid, Alianza Editorial, 1985, pp. 307, 309, 326.

28. GUERRA, M., Op. cit., p. 9 (Presentación por el Marqués de Lozoya).

 

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LA IMAGEN DE LA MUJER EN LA ESCULTURA MONUMENTAL ROMÁNICA DE LA RIOJA*

MINERVA SÁENZ RODRÍGUEZ**

*Trabajo registrado en el IER el 26 de abril de 2005.

** Doctora en Historia del Arte. Investigadora Agregada del Instituto de Estudios Riojanos.

 

Este magnífico estudio de la Doctora Sáenz Rodríguez se ofrece íntegramente en formato PDF

Berceo  | núm. 147 (2004), pp. 149-227 ISSN 0210-8550