Cuando
el hombre del siglo XX, con su mentalidad presuntamente
racionalista, se aproxima al mundo de la astrología
suele hacerlo lleno de prejuicios y con una
predisposición -no exenta de cierta curiosidad morbosa-
a encontrar fantasías,
supersticiones, hechicería,
magia, etc. Es evidente que se confunden con frecuencia
los términos y que no se suele tener conciencia de que
cada etapa histórica define el canon de lo que debe
considerarse
ciencia:
desde este punto de vista está claro que la astrología,
al igual que la alquimia, es una ciencia para el hombre
de la Edad Media, del Renacimiento y del Barroco. Para
demostrarlo basta considerar que los términos
astronomía
y
astrología son frecuentemente intercambiables a
lo largo de todo este período y que, para limitarnos a
un solo ejemplo, cuando hacia 1460 se crea en Salamanca
una cátedra de astrología la enseñanza que se
imparte en ella debe haber estado constituida por una
mezcla abigarrada de astrología propiamente dicha,
astronomía y cosmografía: no en vano algunos de los
científicos relacionados con esta cátedra tomaron parte
en el desarrollo de la astronomía náutica y de la
cosmografía que, simultáneamente, se emprendía en el
círculo portugués de Sagres patrocinado por don Enrique
el Navegante, de tanta importancia en la preparación de
las navegaciones de finales del siglo XV.
Es difícil, pues,
establecer una clara distinción entre astronomía y
astrología. Los grandes astrónomos -desde Ptolomeo hasta
Kepler- han sido también astrólogos y un autor como
Isidoro de Sevilla, pese a su aparente rechazo de la
astrología, adopta en realidad una actitud ambigua, pero
reveladora de la mentalidad medieval: así, por una
parte, escribe su De natura rerum a instancias
del rey Sisebuto para dar explicaciones racionales a los
fenómenos de la naturaleza y el monarca le responde con
un poema sobre los eclipses de sol y de luna que tiene
la misma finalidad. Por otra, Isidoro, si bien establece
una distinción tajante entre la astrología «natural»
(entiéndase astronomía) y la «supersticiosa», rechazando
esta última, parece aceptar la astrología médica y creer
en las consecuencias nefastas de la aparición de los
cometas. En rigor, si se adopta una postura más liberal
que la de Isidoro, la Edad Media distingue una
astronomía teórica frente a una astrología
práctica en la misma
relación que hoy en día establecemos entre ciencia y
tecnología. Este hecho tiene una importancia
fundamental, dado que la práctica de la astrología
proporcionó medios de vida a la mayoría de los
astrónomos e incitó a los monarcas a rodearse de
especialistas en esta disciplina no tanto por su
carácter de ciencia, sino por el incitante deseo de
conocer el futuro. Este hecho explica, en parte, que
monarcas como Alfonso X de Castilla y Pedro IV de Aragón
subvencionaran los largos trabajos preparatorios que
condujeron a la elaboración de las Tablas Alfonsíes
y las Tablas de Barcelona,
respectivamente.
Una ojeada a los prólogos de ambas obras muestran
claramente que el interés primario de ambos reyes es
astrológico y en las Tablas Alfonsíes se nos señala
que el Rey Sabio las hizo componer porque las
Tablas de
Toledo
atribuidas al gran astrónomo Azarquiel
del siglo XI estaban ya desfasadas y no permitían
calcular las posiciones planetarias con la precisión
debida: es evidente que una posición inexacta de un
planeta al levantar el horóscopo puede dar lugar a un
error astrológico de bulto, de nefastas consecuencias
para la politica general del rey.
La astrología en los
palacios cordobeses
Las generalidades que
acabo de exponer, con ejemplos tomados de la España
cristiana, se aplican exactamente igual a la España
musulmana. La situación de la astrología en al-Andalus
hasta la caída del Califato en 1031 puede resumirse con
la siguiente cita de Ibn Saíd al-Magribí (s. XIII):
Todas las ciencias gozan de buena consideración y
son objeto de estudio en al-Andalus salvo la
Filosofia y la Astrologia,pero
estas dos disciplinas interesan considerablemente a
los aristócratas, que no sienten por ellas el mismo
temor que el vulgo. Cuando el pueblo dice de un
hombre: «Fulano lee Filosofia» o «Zutano se ocupa de
Astrología» será considerado un hereje, su espíritu
se verá encadenado y, si comete un error, será
lapidado o quemado vivo antes de que el sultán
reciba noticias suyas,
a menos que sea el mismo sultán quien ordene su
muerte para ganarse el favor de la plebe.
Frecuentemente son sus reyes quienes mandan quemar
los libros relativos a estas materias cuando los
encuentran y éste es el procedimiento por el que
Almanzor trató de acercarse a los corazones de sus
súbditos cuando empezó a promocionarse, aunque, de
manera oculta, siguió cultivando estas ciencias.
Las palabras de Ibn
Saíd dejan bastante claro el papel que desempeña la
astrología en la sociedad andalusí de los tres primeros
siglos: interesa a las clases dominantes y es mirada con
recelo por el pueblo y también -como veremos- por los
alfaquíes, celosos defensores de la ortodoxia islámica
que temen la influencia que los astrólogos puedan
adquirir en la Corte de Córdoba. Por una parte, sabemos
que los soberanos omeyas tenían un astrólogo oficial de
Corte desde los tiempos de al-Hakam
I (796-822). Por otra, las tensiones y contradicciones
que este hecho puede suscitar en una conciencia delicada
quedan bien ejemplificadas a través de una anécdota,
referida por el historiador al-Maqqari, que ilustra las
relaciones entre el astrólogo al-Dabbí y un emir
ortodoxo como Hisham
I
(788- 796). Cuando
Hisham sube al trono hace venir a al-Dabbí de Algeciras
a Córdoba y el diálogo entre los dos personajes revela
los esfuerzos del emir por hacer compatibles sus
creencias religiosas con su curiosidad por conocer el
futuro: el soberano afirma que, a pesar de las preguntas
que dirige al astrólogo, no confía en la
veracidad de sus respuestas, ya que se refieren a cosas
ocultas que sólo Dios puede saber. No obstante, cuando
al-Dabbí le informa que su reinado será venturoso, pero
que sólo durará unos ocho años -un pronóstico
indudablemente acertado-, Hisham acepta la predicción y
consagra el resto de su vida a la religión y a las
buenas obras porque ha creído percibir en las palabras
del astrólogo una advertencia procedente de Dios.
A partir de esta
época abundan las anécdotas que muestran las relaciones
entre los astrólogos áulicos y los monarcas andalusíes.
Algunas son realmente curiosas, como la estudiada por
Terés, en la que aparecen el emir Abd al-Rahmán
II (822-852) Y su
poeta-astrólogo Ibn al-Shámir
reunidos en una de las salas de palacio. El emir
pregunta a Ibn al-Shámir por cuál de las puertas del
aposento va a sal ir; el astrólogo levanta, muy
seriamente, su horóscopo y escribe sus conclusiones
dentro de un sobre que sella a continuación. Entonces
Abd al-Rahmán ordena la apertura de una nueva puerta en
la pared occidental de la sala y sale por ella: en su
pronóstico escrito Ibn al-Shámir había consignado
exactamente las futuras
acciones del emir.
La historieta tiene un
doble interés: por una parte, la figura del
poeta-astrólogo está representada en la Corte de Abd al-Rahmán
II no sólo por Ibn al-Shámir,
sino también por otros personajes, como Abbás b. Násih y
Abbás b. Firnás (uno de los dos fue el introductor en al-Andalus
de las tablas astronómicas de al-Jwarizmí, que tuvieron
una enorme importancia en la astronomía hispánica
medieval); Abbás b. Firnás es, por otra parte, una
figura curiosísima que no se limitó a sus actividades
como poeta y astrólogo, sino que tuvo también algo de
mago, alquimista y prestidigitador, construyó un
planetario, una esfera armillar y una clepsidra, inventó
una nueva técnica para fabricar vidrio, fue músico y
realizó un intento de vuelo fallido al que alude,
todavía en el siglo XVII, Agustín de Rojas en una loa.
En
segundo lugar, resulta interesante señalar que la
anécdota de Ibn al-Shámir y Abd al-Rahmán II
parece haber sido conocida en el extremo oriental del
mundo islámico en el siglo XI, ya que un autor persa,
Nizami Arudí Samarqandi, se la atribuye al astrónomo
al-Biruni y al sultán Mahmud de Gazna. Nada tendría de
particular esta difusión del relato, ya que el siglo XI
es el momento de máximo esplendor de la cultura y de la
ciencia hispanoárabe
y el período en que éstas se convierten en un «producto
de exportación». No obstante, cabe plantearse la
posibilidad de buscar al relato un origen clásico.
La maldición de Perfecto
El eminente interés
político de la astrología puede documentarse a través de
otro relato, en el que aparece como figura estelar otro
poeta-astrólogo: Yahya al-Gaza!.
El reinado de Abd al-Rahmán
II
toca a su fin y el
monarca no ha nombrado heredero, aunque tiene claras
preferencias por su hijo Muhammad. No obstante, su
concubina Tarub intenta por todos los medios inclinar la
sucesión en favor de su propio hijo Abd Allah y, para
ello, se alía con el todopoderoso eunuco Nasr. Ambos
obtienen del médico al-Harrani un veneno con el que
intentarán matar al emir y al príncipe Muhammad. AI-Harrani
entrega el veneno, pero, al mismo tiempo, hace llegar la
noticia de la conspiración al emir a través de otra de
las mujeres del harén. Cuando Nasr ofrece a Abd al-Rahmán
II un brebaje, presentándolo
como una medicina que debe curarle de un mal que sufre,
el emir, prevenido, le obliga a bebérselo. Nasr se
apresura a acudir al médico real para pedirle un
contraveneno, pero éste no surte efecto y el eunuco
muere.
Hasta aquí el relato es
una vulgar intriga de harén bastante corriente a lo
largo de la historia de los países islámicos. No
obstante, un año antes de la muerte de Nasr (851) fue
ejecutado en Córdoba (dentro de la serie de martirios
voluntarios que sacudió los medios mozárabes cordobeses
en el 850) el sacerdote Perfecto, quien había
profetizado que Nasr le acompañaría en el plazo de un
año.
Tal como hemos visto se
cumplió con exactitud la maldición de Perfecto, hecho
que siempre había causado
asombro hasta que, muy recientemente, Juan Vernet exhumó
unos curiosos versos de Yahya al-Gazal en los que se
levanta el horóscopo de la muerte de Nasr (las
posiciones planetarias corresponden a principios de
febrero del 851) y se anuncia el
desgraciado final de
éste. Si es cierto que, tal como afirma el historiador
Ibn Hayyán, al- Gazal compuso estos versos antes de la
muerte del sacerdote, es probable que el poema tuviera
una cierta difusión y hubiera llegado a oídos de
Perfecto, quien utilizó la predicción en el momento
oportuno.
Hasta aquí nos hemos
movido en ambientes palaciegos, pero cabe también
señalar una cierta repercusión de la astrología en la
calle. Los fenómenos celestes debieron, sin duda, atraer
la atención popular y un
historiador como Ibn Hayyán los anota cuidadosamente y, de
este modo, nos indica, por ejemplo, un eclipse de luna que
tuvo lugar el 15 de septiembre del 973 o la aparición de una
gran estrella brillante (¿un cometa ?) que se movía hacia el
norte el 25 de julio del 973.
Mayor
conmoción debió causar entre los astrólogos profesionales y
también entre el pueblo la conjunción de Júpiter y Saturno,
que tuvo lugar en 1006-1007, empezando en el signo de Leo y
terminando en el de Virgo. Esto último obliga a recordar al
historiador Ibn
Idhari que el signo de Virgo
era el señor de la ciudad de Córdoba y que los sabios
antiguos de la ciudad habían colocado una estatua o algún
tipo de imagen que representaba este signo zodiacal sobre la
puerta meridional de la ciudad, la Puerta de AIcántara. Se
trataba, probablemente, de la efigie de una antigua diosa
que habría sido identificada por los musulmanes con la
Virgen María.
Conservamos varias
interpretaciones astrológicas de esta conjunción y todas
están de acuerdo en considerarla como el signo premonitor
del fin del Califato y el comienzo del período de anarquía que dio lugar a
los taifas: una de ellas se atribuye al gran astrónomo
Maslama de Madrid (m.c. 1007), quien anunció un cambio
de dinastía, ruina, matanzas y hambre. Puede leerse una
segunda interpretación
en el
Libro de las Cruces
alfonsí, según el cual la conjunción implicaba el final del
liderazgo de los árabes en España y su
sustitución por gentes de Occidente, tanto bereberes como
cristianos.
En cualquier caso, la evidencia que nos
proporcionan los historiadores muestra la existencia en
Córdoba de un nutrido grupo de astrólogos que discuten
el acontecimiento y sus consecuencias: no parece
probable que todos ellos se movieran, exclusivamente, en
los círculos palaciegos. Del mismo modo,
otra anécdota que nos refiere el poeta
Ibn Abd Rabbihi -puesta de
manifiesto recientemente por M.ª
Jesús Viguera-
describe el encuentro
de un grupo de astrólogos cordobeses con ocasión de una
sequía pertinaz y el poco acertado pronóstico que
elaboran acerca del tiempo
que tardará la aparición de las primeras lluvias.
La polémica
antiastrológica
El importante papel
jugado por los astrólogos en la Corte de los Omeyas
cordobeses debió provocar envidia, tanto en los piadosos
alfaquíes como en los poetas que no eran también
astrólogos. Así, el alfaquí Yahya b. Yahya (m. 849)
atacó con frecuencia el círculo de poetas astrólogos de
Abd al-Rahmán II y fue objeto de las sátiras del
mencionado Yahya al- Gazal. Más tarde, en el siglo X, el
también citado poeta Ibn Abd Rabbihi es autor de un
cierto número de poemas contra las creencias
astrológicas, mostrando que, frecuentemente en esta
época, una actitud antiastrológica venía asociada a una
actitud anticientífica. Por ejemplo, cuando dirige un
cierto número de reproches al astrónomo Abu Ubayda
Muslim b. Ahmad al-Balansí no sólo censura su creencia
en la influencia de los planetas sobre la Tierra, sino
que parece atacar también la esfericidad del Universo,
la de la Tierra, el hecho de que esta última pueda ser
considerada como un punto en medio del espacio y el de
que el verano en el hemisferio meridional corresponda al
invierno en el septentrional, y viceversa.
Incidentalmente
conviene señalar que el poema de Ibn Abd Rabbihi
(860-940) parece documentar el conocimiento del
Almagesto
de Ptolomeo en al-Andalus en la primera
mitad del siglo X, ya que tres de los cuatro temas
astronómicos aludidos son tratados con bastante
extensión en el primer libro de la obra de Ptolomeo.
Igualmente, en otra ristra de versos, el mismo Ibn Abd
Rabbihi da una lista de títulos de tablas astronómicas y
afirma que en ellas no hay más
que
mentiras contra Dios, ensalzado sea, que
resucita a los muertos.
Este tipo de argumentos y confusiones
-que nada tienen de particular si recordamos lo dicho al
principio de este artículo acerca de la unidad
inseparable que constituyen la astronomía y la
astrología-
volveremos a encontrarlos en el siglo XIII en
la obra del polemista tunecino, de origen sevillano,
al-Sakuni, para quien la Tierra es plana de acuerdo con
el pasaje coránico en el que se dice que Dios
extendió la Tierra.
Hasta aquí me he limitado
a la simple descripción externa, por lo que, quizá, conviene terminar este
trabajo con una referencia a los tratados de astrología
que circulaban en la España de la Alta Edad Media.
Sabemos, por ejemplo, que en los siglos X y XI eran
conocidas las obras célebres de Albumasar (787 -886) y
de Vettius Valens (s. II de J.C.). del mismo modo que, a
partir del siglo XI, alcanzó enorme popularidad la obra
de AIí b. Abí-I-Ridjal (Ali Abenragel). que fue objeto
de una traducción alfonsí titulada
El
libro conplido en los iudizios de las
estrellas.
No obstante, no
parece que los libros mencionados hayan sido los
primeros manuales de técnica astrológica
utilizados en España. Una serie de investigaciones
recientes, realizadas fundamentalmente por Vernet, nos
inducen a creer que el
Libro de las Cruces
alfonsí es el
primer tratado hispánico de astrología.
Hasta hace poco tiempo
sólo conocíamos el texto castellano de esta obra, redactado por Yehudá b.
Moshé ha- Kohen con ayuda del clérigo Johan Daspa,
aunque se tenía la convicción de que se trataba de u na
traducción del árabe. Muy recientemente, Juan Vernet y
Rafael Muñoz han descubierto, en dos manuscritos árabes
conservados en El Escorial, toda una serie de capítulos
del original árabe del
Libro de las Cruces.
Uno de estos dos manuscritos, por otra
parte, contiene además 39 versos de un poema didáctico
-una archuza- del astrólogo al-
Dabbí (al que ya me he
referido y que vivió a fines del siglo VIII y principios
del IX), que constituyen la versificación del capítulo
57 del texto alfonsí.
Tenemos, pues, documentada la existencia de esta obra en
los primeros tiempos del emirato omeya en al-Andalus, en
una etapa muy
primitiva, en la que no puede creerse que el texto árabe
sea, a su vez, traducción de un original griego. Si a
esto añadimos que tanto el texto castellano como el
árabe insisten repetidamente en que el sistema
astrológico de las cruces era el que utilizaban los
antiguos habitantes de España y del norte de Africa,
parece lógico concluir que existió un original latino,
posiblemente tardío, que debió ser conocido en la España
visigoda y que fue objeto de una versión árabe en los
primeros tiempos
de la España musulmana. Esta hipótesis encaja muy bien,
por otra parte, con la temática de los capítulos que
parecen más antiguos en el
Libro de las Cruces.
El «Libro
de las Cruces»
En efecto, la parte
del texto original que conservamos en árabe corresponde
a los capítulos que, en el libro alfonsí, tratan de
lluvias y sequías, abundancia y hambres, bajas y alzas
de precios, lo que, sin duda, debía constituir una
preocupación dominante en el siglo VIII, caracterizado,
al parecer, por una sequía prolongada.
lgualmente, se
explica el éxito de este libro en el siglo X, si tenemos
en cuenta el recién publicado tomo V del
Muqtabís,
de Ibn Hayyán
(crónica que corresponde a la primera mitad del siglo),
en el que este autor hace especial hincapié en los años
de sequía y hambre.
El
Libro de las Cruces
insiste también en que las técnicas de
predicción astrológica utilizadas prescinden de las
sutilezas empleadas por los astrólogos helenísticos y
orientales. Una primera diferencia, meramente
superficial, aparece si consideramos la manera de
representar el horóscopo: la astrología helenística
utilizaba horóscopos cuadrados en los que distribuía las
doce casas (doce arcos desiguales en que se divide la
eclíptica a partir del ascendente, casa I, que
corresponde al grado de la eclíptica que corta el
horizonte oriental en un momento dado). En cada una de
las doce casillas del horóscopo cuadrado se hacía
constar la posición de los planetas (Saturno, Júpiter,
Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna, y Nodos Ascendente y
Descendente de esta última) en un momento dado. En el
sistema de las cruces
se utiliza un
horóscopo de forma circular dividido por tres diámetros
que se intersectan formando tres cruces: los extremos
de los diámetros («estacas») y los sectores circulares
comprendidos («ángulos») se utilizan para situar en
ellos las correspondientes doce casas. No obstante, esta
distinción no justifica la alusión, en nuestro libro, a
técnicas de predicción simplificadas. Téngase
en cuenta, por otra parte, que levantar un horóscopo
standard
utilizando unas tablas astronómicas exige
bastante trabajo y notables conocimientos de astronomía:
Poulle y Gingerich han afirmado, por ejemplo, que el
cálculo de la posición de un solo planeta utilizando las
Tablas
Alfonsíes
ocupa una
media hora a un matemático experimentado. Para levantar
un horóscopo hay que calcular siete posiciones (los dos
nodos lunares se encuentran, mutuamente, a 180° de
distancia), lo que implica unas tres horas y media sin
que tengamos en cuenta, ahora, el tiempo requerido para
determinar la posición del ascendente y dividir las
casas. La pregunta que se impone es, por consiguiente,
¿disponían los astrólogos de fines del período visigodo
y principios del emirato de tablas astronómicas y, en
caso afirmativo, sabían utilizarlas?
El
Libro
de las Cruces
nos da la respuesta a esta pregunta: los
capítulos que utilizan una técnica de predicción más
rudimentaria (precisamente aquellos de los que
conservamos el original árabe y que tratan de lluvias,
precios y cuestiones similares) se limitan a establecer
el pronóstico sobre la base, en general, de las
posiciones de Saturno y Júpiter (sin tener en cuenta los
restantes planetas) en las triplicidades de fuego
(Aries, Leo, Sagitario), tierra (Tauro, Virgo,
Capricornio), aire (Gemini, Libra, Acuario) y
agua
(Cáncer, Scorpio y
Piscis). Incluso cuando, en los restantes capítulos, el
horóscopo se complica algo más e incluye la referencia a
otros planetas (Saturno, Júpiter, Marte y el Sol son los
más utilizados), las reglas establecidas por el texto
sólo exigen determinar en qué signo se sitúa el planeta
y no en qué grado del mismo: el horóscopo, por tanto,
podía establecerse con facilidad con una tolerancia de
error, en las posiciones de los planetas, que podía
llegar hasta 30°.
Todo ello hace sospechar
que no se utilizaban tablas astronómicas
convencionales, sino, posiblemente, reglas simples, como
las que estableció Vettius Valens para determinar las
posiciones medias (no las verdaderas) de los planetas
superiores (Saturno, Júpiter y Marte), o bien tablas
simplificadas -como las que conocemos a través de textos
griegos y demóticos de la época imperial romana-, que
permitían fijar a primera vista, en qué signo se
encontraba un planeta en un momento dado.
La importancia del
Líbro de
las Cruces
como primer manual hispánico de
astrología queda, pues, clara. Debe tenerse en cuenta,
no obstante, que el texto alfonsí -el más complejo que
conservamos- no es una traducción de la redacción árabe
original, ya que ésta fue objeto de una importante
reelaboración -con correcciones y adiciones- en el siglo
XI a manos de un tal «Oveydalla el Sabio», en quien
posiblemente haya que ver a Ubayd Allah b. Jalaf al-Istidjí,
un astrólogo que debió trabajar en Cuenca en la segunda
mitad del siglo. Por otra parte, los traductores
alfonsíes son, asimismo, responsables de ciertas
adiciones y modificaciones que pueden detectarse con
relativa facilidad en el texto. He aquí, pues, un breve
resumen de la historia de este
libro desde el siglo VIII
hasta el XIII, representativo de una época y que debió
ser ampliamente utilizado por los astrólogos palatinos
si se confirma la sospecha de que Almanzor programa el
momento de su salida de Córdoba para emprender una
expedición militar en tierras cristianas eligiendo un
día y
una hora astrológicamente favorables para el éxito de su empresa de acuerdo
con las reglas establecidas por el
Líbro de
las Cruces:
algo similar haría Hitler nueve siglos
después, lo que muestra que el mundo no ha cambiado
tanto.
Ibrahim |
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