Los primeros cincuenta años de la historia de AI-Andalus, en decir, desde el desembarco de los árabo-beréberes en Gibraltar hasta la fundación del Estado omeya por Abd al-Rahman I, se caracterizan, en esencia, por dos rasgos fundamentales: el creciente progreso en el control efectivo de gran parte de la Península (plasmado en los pactos de capitulación entre los conquistadores y las distintas fuerzas sociales del territorio) y la aparición de las primeras tensiones entre árabes y beréberes (en torno a la ocupación y reparto de las tierras) que desembocarían en la crisis de los años 741- 755. | ||||||||||||||||||||||||||||||
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Como es bien notorio, todo este período plantea temibles problemas de interpretación, tanto por la ambigüedad de los textos cronísticos -latinos y árabes- como por las adherencias ideológicas que, de forma más o menos consciente, han configurado una determinada toma de posición ante el hecho de la conquista y de la consiguiente pérdida de España. No es de extrañar así que tanto los propios acontecimientos como sus protagonistas sean objeto de vivas polémicas: desde el carácter que revistieron los pactos con los hijos de Witiza hasta la ruta seguida por los contingentes árabo-beréberes, pasando por la ubicación exacta de la «batalla de Guadalete», el destino de Rodrigo, la enigmática personalidad del conde don Julián o la interpretación tradicional de lo que podríamos llamar onomástica de la conquista (Tarifa, Tariq, Guadarranque, AI-Andalus ... ). Con anterioridad a noviembre del 709, el conde don Julián (jefe de los beréberes Gumara, de la región de Tánger, que supo mantener buenas relaciones con bizantinos y visigodos, gracias a su condición de mercader; si es que no cabe considerarlo de estirpe goda y gobernador de Cádiz, como postulan otros autores), realizó un pacto con Musa ibn Nusayr, wali de Ifriqiya y del Magrib, a quien describió la Península y estimuló a conquistarla tal y como lo relatan los Ajbar Maymua. Musa respondió al proyecto de Julián enviando, en julio del 710, al beréber Tarif ibn Malluk al frente de unos 400 hombres, que en cuatro navíos desembarcaron en Tarifa. Tras esta primera expedición, Tariq ibn Ziyad, mawla (cliente) de Musa y gobernador de Tánger, pasó el estrecho con unos 7.000 hombres (después, aumentados hasta 12.000), en su gran mayoría beréberes. De Gibraltar (jabal Tariq: monte de Tariq; aunque quizá sea esta expresión puramente literaria y no designe a la persona real del conquistador), este contingente de tropas pasó a Algeciras y, en julio del 711, tuvo lugar, junto a Wadi Lakka (tradicionalmente, y después reafirmado por Sánchez-Albornoz, río Guadalete; según E. Lévi-Provençal, río Barbate; según J. Vallvé, río Guadarranque), la batalla donde fue derrotado el ejército visigodo. Según Ibn al-Qutia, esta victoria fue posible por la defección de los hijos de Witiza, quienes, antes de la batalla, habían pactado con Tariq prestarle su ayuda, a cambio de que les fueran reconocidas las 3.000 aldeas que su padre poseía en Hispania. Por encima de circunstancias anecdóticas, los sucesos -seguramente cruciales- de los años 709-711 deben interpretarse en el contexto amplio de la expansión islámica (con su lógica interna y sus propios métodos) y de la crisis del Estado visigodo. En efecto, aunque la llamada de auxilio de los visigodos a una fuerza externa (en este caso los árabo-beréberes) fuese una práctica utilizada con frecuencia en Hispania, como han vuelto a subrayar recientemente A. Barbero y M. Vigil, no es menos cierto que, como ha mostrado M. Barceló, tres series de fulus (monedas de cobre o bronce), acuñados entre el 709 y la primavera del 711 en la zona más occidental del Magrib, parecen mostrar la intencionalidad inicial de la penetración. Desde este último punto de vista, Tariq no sería un simple auxiliar del bando witizano, sino el jefe de una expedición de conquista; y, por ello mismo, los primeros pactos de los árabo-beréberes con Julián y con los hijos de Witiza habría que entenderlos, no como un hecho accidental y fortuito, sino como la manifestación del método normal seguido por los musulmanes en sus conquistas, tanto en Oriente como en Ifriqiya y en el Magrib: la negociación con los poderes concretos que podrían ofrecer resistencias a la ocupación. Quizá una comparación más estricta entre lo que había ocurrido en Oriente y en el norte de Africa y los pormenores de la conquista de Hispania permitiría dejar de considerar este último acontecimiento como excepcional. Tras la victoria de Wadi Lakka, Tariq se dirigió a Toledo siguiendo un itinerario harto discutido y últimamente precisado por E. Santiago, a la luz del texto de Ibn al-Sabbat. La ruta parece que fue la siguiente: Medina Sidonia, Morón, Carmona, Sevilla, Ecija, Córdoba y Toledo. Mientras esto ocurría, Musa ibn Nusayr desembarcaba en Algeciras con 18.000 hombres, en su mayoría árabes, en neto contraste con el contingente masivamente beréber que paso a Hispania con Tariq. Musa dedicó su actividad a la ocupación del suroeste peninsular: Niebla, Beja, Mérida ... hasta reunirse con Tariq cerca de Toledo. Entre los años 714 y 716 se ocuparon Zaragoza, Amaya, León, Astorga y, un poco más tarde (ya en la época de Abd al-Aziz, sucesor de Musa), Pamplona, Tarragona, Barcelona, Gerona y Narbona, así como las regiones de la actual Andalucía oriental (Málaga, Granada y, probablemente, Jaén). A los cinco años del desembarco de Tariq, gran parte de la Península Ibérica era controlada, aunque de manera desigual, por los áraboberéberes. Como se ha subrayado recientemente, la rapidez de la conquista habría que explicarIa, en parte, por la habilidad de los musulmanes al ofrecer pactos y/o al aceptar una rendición condicional, cuando les era ventajoso hacer lo. En efecto, la política seguida por los árabo- beréberes se limitaba a aplicar, de forma rutinaria, las prácticas largamente experimentadas en Siria, Iraq, Mesopotamia, Egipto e Ifriqiya. M. Barceló ha subrayado el objetivo fiscal de aquellos tratados: su finalidad era afianzar el control de las tierras ocupadas, mediante la creación de dependencias fiscales, medida que se acompañaba de la acuñación de moneda para pagar a los contingentes tribales que habían llegado a la Península. Naturalmente, para completar el cuadro que explique la rapidez de la conquista, debemos añadir a las consideraciones anteriores el grado de descomposición del aparato estatal visigodo, que permitía la realización de pactos aislados con una aristocracia hispanogoda semiindependiente y, sobre todo, la desafección de importantes sectores sociales respecto a las clases dirigentes, lo que hacía viable la capitulación en las condiciones que ofrecían los musulmanes. Aunque es un tema no suficientemente investigado, existen indicios para pensar que la ocupación musulmana produjo, en sus inicios, una cierta nivelación social, que debemos poner en relación con los efectos desprivatizadores de la tierra que implica la propiedad superior de la umma o comunidad islámica. La pasividad, cómplice de la población indígena, puede explicarse si, como recuerda P. Chalmeta, la conquista supuso no sólo la desamortización total de los bienes de la Iglesia. sino también la redistribución de la propiedad de casi toda la aristocracia visigoda. Es posible concluir, a la luz de las últimas investigaciones, que Hispania no fue conquistada por los musulmanes por la fuerza de las armas, sino que capituló. Entre otras cosas, ello quiere decir que, en los territorios sometidos mediante capitulación, los ocupantes de las tierras conservaron sus derechos, a cambio del pago de una contribución territorial (jaray). estipulada en las condiciones concretas del pacto. Así ocurrió en Sevilla, Ecija, Córdoba, Mérida, Lisboa, Toledo, Lérida, Pamplona, etcétera. El caso más conocido es el de la región de la futura Murcia; su jefe, Teodomiro, pactó con Abd al-Aziz un tratado cuyo texto se nos ha conservado. Dice así: En el nombre de Dios. Clemente y Misericordioso. Este es el escrito que Abd al-Aziz ibn Musa dirige a Teodomiro ibn Gandaris, en virtud del cual queda convenido el estado de paz bajo promesa y juramento ante Dios, sus profetas y enviados, de que obtendrá la protección de Dios -alabado y ensalzado sea- y la protección de su profeta Muhammad -concédale Dios la paz-, que a él nadie se le impondrá ni a cualquiera de los suyos se les despojará de nada que posean, con maldad; no se les reducirá a ese/avitud, no serán separados de sus mujeres ni de sus hijos; se respetarán sus vidas, no se les dará muerte y no se quemarán sus iglesias, tampoco se les prohibirá el culto de su religión. Se les concederá la paz mediante la entrega de siete ciudades, a saber: Orihuela, Mula, Lorca, (Balantala», Alicante, He/lln y Elche, en tanto que no se quebrante ni se viole lo acordado. Todo aquel que tenga conocimiento de este tratado deberá cumplirlo, pues su validez requiere un previo conocimiento, sin ocultamos cualquier noticia que sepa. Sobre Teodomiro y los suyos pesará un impuesto de capitulación que deberá pagar; si su condición es libre; un dinar, cuatro almudes de trigo, cuatro almudes de cebada, cuatro «qist/s» de vinagre, dos de miel y uno de aceite; todo esclavo deberá pagar la mitad de todo esto ( ... ). (Según el texto de al-Udri, traducido por E. Molina López.) Entre los múltiples problemas que plantea este texto -y otros como él que debieron realizarse en AI-Andalus- no es el menor aquel que hace referencia a la posible continuidad o consolidación de un proceso de feudalización iniciado en la Península con anterioridad a la conquista islámica. Volveremos sobre esta cuestión más adelante. Afianzamiento de las conquistas y reparto de tierras (714-h. 740) Este periodo viene marcado esencialmente por la continuación de las conquistas en el norte de la Península, el afianzamiento de los procesos fiscales y los conflictos entre los árabo-beréberes en torno a las tierras ocupadas. Por lo que respecta a las conquistas, en la época de Abd al-Aziz (714-716) continuó, como hemos visto, la ocupación de las regiones septentrionales y de Andalucía oriental. Más tarde, en tiempos del wali al-Hurr continuó la expansión por la Narbonense y la Hispania Ulterior. Sin embargo, el avance musulmán sufriría un primer revés cuando, en el año 732, el wali Abd al-Rahman al-Gafiqi encontró la muerte cerca de Poitiers luchando contra los francos de Carlos Martel. El afianzamiento del control fiscal en esta oscura época ha sido investigado muy recientemente por M. Barceló. Aparece señalizado por ciertos hechos, tales como el establecimiento del registro fiscal de los cristianos de Córdoba por al-Hurr, la acuñación de dinares epigráficos en la época de al-Samh (720) o la propia consolidación de la capital en Córdoba ... Por otra parte, la reconstrucción del puente de esta ciudad, la reparación de sus muros y la erección del cementerio del Arrabal aparecen como signos inequívocos del progreso de la fiscalidad, como, por otra parte, afirma explicitamente el propio Ibn al-Qutyya. Ahora bien, todos estos intentos de control fiscal repercutirían de una forma directa en los derechos contraídos por los primeros ocupantes de la Península, lo que nos conduce al tercer -y capital- problema del periodo: la lucha por la ocupación de las tierras. En el fondo se trata de una cuestión de correlación de fuerzas entre el Estado omeya de Damasco (que defiende el punto de vista según el cual las tierras y bienes inmuebles pasarian indivisos a la comunidad islámica) y los conquistadores, quienes consideran todo lo ocupado como botín, del que sólo abonarían el quinto (jums) al Estado. Al igual que había sucedido en el Jurasan, la lejanía del territorio respecto a Damasco y el débil control del Estado omeya sobre AI-Andalus impusieron la claudicación final de aquél. A partir de cierto momento, se inició una lucha sorda entre los conquistadores, que deseaban conservar unas tierras a todas luces ilegales y algunos walil es que, representando los intereses del Estado, pretendían privarlos de ellas. No otro es el intento de al-Samh cuando realizó una descripción catastral de AI-Andalus por orden del califa para conocer los derechos de cada uno de los ocupantes. Las protestas de éstos quedaron satisfechas cuando el propio califa ordenó a al-Samh que confirmase el usufructo de las aldeas a sus conquistadores (Ajbar Maymua). Las tierras quedaron, pues, en un estado de semilegalidad que habría de durar hasta la llegada de los sirios de Baly (741). La crisis de mediados del siglo VIII Por tanto, en AI-Andalus, como antes en Oriente, también se produjo el inevitable conflicto entre Estado y conquistadores, así como el enfrentamiento entre los llegados en primer lugar y las, sucesivas olas de inmigrantes, Conflictos más agudos, si cabe, en AI-Andalus, ya que, dadas las peculiaridades de la conquista (la mayor parte de las tierras quedaron en poder de sus antiguos ocupantes mediante tratados de capitulación), hubo relativamente pocas tierras que repartir entre los árabo-beréberes, Este problema, ligado con otros de raíz étnica, provocarían la gran crisis de los años 740-755. Pero veamos antes el número y la distribución geográfica de los contendientes, esto es, de los beréberes y de los árabes. El número de inmigrantes árabes y norteafricanos a la Península ha sido objeto de polémica, teniendo siempre presente las limitaciones de las fuentes a nuestra disposición. Así, Claudio Sánchez-Albornoz admite un número no superior a 40.000 hombres, que, en consecuencia, serían pronto fagocitados por la masa indígena. P. Guichard, por su parte, propone una cifra de contingentes árabes en torno a 60.000 (incluyendo los sirios que desembarcarían en AI-Andalus en el 741), teniendo en cuenta, además, que los 400 notables que pasaron con al-Hurr, vendrían acompañados de su Qawm o grupo tribal. Dejando al margen los 12.000 beréberes que pasaron con Tariq, el número de norteafricanos es mucho más dificil de evaluar; sin embargo, parece que fue netamente superior al de árabes, como habría ocasión de comprobar durante la revuelta beréber del 740. Con todas las reservas que se quieran, nos parece verosímil registrar en la España del siglo VIII, un mínimo de ciento cincuenta mil a doscientos mil guerreros árabes y beréberes. reagrupados en su mayoría en conjuntos tribales y clánicos ... (P. Guichard). Los grupos tribales árabes yemeníes -seguimos los recientes análisis de P. Guichard- ocuparon dos grandes zonas. Andalucía sudoccidental (desde Archidona y Málaga hasta Beja) y la Marca Superior, es decir, el valle del Ebro. La franja central de AI-Andalus (desde Mérida a las zonas montañosas de Levante) nos ofrece un poblamiento árabe menos abundante, pero con predominio qaysí (árabes del norte. Andalucía oriental (de Málaga a Tudmir o región murciana) fue también una zona de masiva ocupación árabe, aunque sin neto predominio de ninguno de los dos grandes grupos étnicos. Frente a la teoría tradicional, la región valenciana nos presenta el caso de un territorio casi vacío de poblamiento árabe. Los beréberes, es decir, el grupo más numeroso de los conquistadores, procedían del Magrib occidental, pero también los había de Ifriqiya. Los grupos más representados eran los Magila, Miknasa, Zanata, Nafza, Hawwara, Masmuda y SinhaYa. Su concentración en diversas zonas de AI-Andalus es inversamente proporcional a la intensidad del poblamiento árabe: hubo pocos beréberes en el valle del Ebro, Andalucía Oriental, Sevilla, zona costera de Málaga, etcétera. En cambio, fueron zonas profundamente berberizadas la región levantina y el extremo occidental de la cordillera Bética y serranía de Ronda, así como ciertos islotes del valle del Guadalquivir (Carmona, Morón, Osuna, Ecija ... ). La tercera gran zona berberizada es la región central, excepto el paréntesis indígena de Toledo: abundan los beréberes en Guadalajara, Medinaceli, Ateca, Soria ... e incluso más al norte, en Castilla, nombre probablemente impuesto por beréberes de Túnez en recuerdo de su Qastilya natal (J. Oliver Asín). Al sur de Toledo, era importante la población beréber (representada por el grupo tribal de los Nafza), así como en el Fahs al-Ballut (o «Campo de las encinas», en Los Pedroches), donde era más numerosa que la población árabe.
Como hemos podido observar, sólo es parcialmente cierta, y siempre que no se exprese con rigidez, la vieja tesis, según la cual los árabes ocuparon las llanuras litorales y fluviales, mientras los beréberes se asentaron en las zonas montañosas. Este último caso, sin embargo, es evidente y fácilmente comprensible: en las regiones montañosas los beréberes podían reproducir el entorno ecológico que les era propio en el norte de Africa, así como escapar con más facilidad al control estatal. La distribución geográfica que someramente hemos diseñado nos confirma en la existencia de un verdadero mosaico étnico (P. Guichard) y nos aparta de la tentación de considerar AI-Andalus como un Estado firmemente centralizado, lo que no ocurriría -y sólo de manera efimera- hasta el siglo X. Antes del primer tercio de dicha centuria, amplias zonas del país escapaban al control omeya, permaneciendo casi siempre en una periferia autónoma respecto al Estado cordobés. Sería ininteligible la dinámica política de AI-Andalus durante los siglos VIII y IX, e incluso la peculiar repartición geográfica de los reinos de taifas sin tener en cuenta la existencia y las características específicas de dicho mosaico étnico. En la crisis de mediados de siglo se imbrican, pues, dos fenómenos fundamentales: el conflicto por las tierras y los enfrentamientos étnicos entre árabes y beréberes, así como de grupos árabes entre sí. Al final de la década de los años 30 se cerró un ciclo en las expediciones de conquista (Poitiers, 732). Ello trajo hondas repercusiones en la estructura interna de Al-Andalus: supuso el repliegue de los contingentes beréberes al interior de la Península, el recrudecimiento de las rivalidades étnicas y, sobre todo, el final de los cuantiosos botines, lo cual agudizaba el conflicto de la ocupación de las tierras. Se intentó paliar el problema reduciendo las ocupadas por los primeros conquistadores o expropiando a los beréberes. Fueron éstos los primeros en dar la señal de la crisis cuando, al secundar la revuelta de los jariyíes del Magrib, se rebelaron como reacción al predominio de la oligarquía árabe y a los intentos de expropiación citados más arriba. Según los Ajbar Maymua. los beréberes, sublevados al norte del Guadarrama, descendieron hacia el sur y vencieron a los contingentes árabes del wali Ibn Qatan. El cariz que tomó la gran revuelta jariyí del Occidente musulmán movió al califa de Damasco a enviar 10.000 soldados, pertenecientes a las circunscripciones militares (yund/ s) de Siria, al norte de Africa. Derrotados por los beréberes junto al río Sebú (741), un contingente de estos soldados sirios, en número de 7.000, fueron bloqueados por aquéllos en Ceuta. Venciendo su repugnancia hacia los árabes qaysíes de Baly, el gobernador de AI-Andalus Ibn Qatan solicitó su ayuda y los sirios desembarcaron en la Península. Consiguieron, efectivamente, vencer a los beréberes andalusíes, pero también depusieron al wali Ibn Qatan e instalaron en Córdoba a su jefe BaIy. La política pro-qaysí de Baly motivó el levantamiento de los primeros inmigrantes (llamados baladíes), quienes, tras ser derrotados en Aqua Portora, fueron desposeídos de sus tierras. La situación, al borde del conflicto civil, sólo se resolvió con la llegada del wali Abu-I- Jattar. El gobernador procedió a una doble reforma: por un lado, y ante la imposibilidad de expulsar a los sirios, les asentó en unas circunscripciones administrativas determinadas (Jaén, Ilbira,' Sevilla, Tudmir.,,), mediante un nuevo tipo de concesión territorial, de soldada (iqta istiglaf) -que no se debe traducir por feudo-, retribuida con una parte de los impuestos pagados por los protegidos (dimmíes), es decir, los cristianos que permanecieron en territorio islámico; por otro lado, Abu-I-Jattar compensó a los baladíes por las incautaciones sufridas anteriormente por parte de los sirios, refrendando y ratificando la incierta y semilegal propiedad de que disfrutaban desde la época de Musa. El gran perdedor de la doble reforma sería, una vez más, el Estado omeya. La llegada de los sirios reforzó, aún más, las estructuras tribales mantenidas en el seno del ejército, consolidó la aristocracia militar árabe e inició el proceso de «sirianización» de AI-Andalus en espera del empuje definitivo que experimentaría a raíz de la formación del Estado omeya por Abd al- Rahman I. Hacia la construcción de un Estado andalusí Los acontecimientos ocurridos entre las reformas de Abu-I-Jattar y el desembarco de Abd al- Rahman I hay que entenderlos en el marco de las estructuras tribales andalusíes, bien estudiadas por P. Guichard. Al gobierno pro-yemení de Abu-I-Jattar se opuso una coalición dirigida por el jefe qaysí al-Sumayl, quien logró vencer al wali en Guadalete (745) y poner al frente del gobierno de Córdoba al último wali dependiente. Yusuf-al-Fihri (747). Ello motivó, a su vez, la formación de una coalición yemení que se alzó frente a los qaysíes, los cuales, sin embargo, les vencieron en Saqunda. junto a Córdoba. Tras estos acontecimientos, el predominio qaysí. ejercido por Yusuf al-Fihri desde Córdoba y por al-Sumayl desde Zaragoza, era absoluto en AI-Aldalus. En el gobierno de Yusuf al-Fihri se ha visto el primer intento de construcción de un Estado andalusí que, sin embargo, no sería una realidad hasta Abd al-Rahman I. Veamos algunas razones que expliquen el fracaso del uno y el éxito del otro, basadas en la decisiva importancia que desempeña en la formación del Estado aquel rasgo cpracterístico del medio tribal llamado asabiyya ( = espíritu de cuerpo o solidaridad socio-agnática), analizado por Ibn Jaldun en el siglo XIV. Simplificando mucho, el análisis del historiador magribí se desarrolla en los términos siguientes: sólo aquellas tribus donde el igualitarismo primitivo está en vías de liquidación, a causa de la aparición de una diferenciación social clara entre sus miembros, pueden proceder a la construcción del Estado; el jefe o el grupo familiar dirigente puede confiscar en su propio beneficio la asabiyya y, con su apoyo, edificar el Estado. Pero si este poder político quiere mantenerse acabará encontrando la resistencia del espíritu igualitario que aún permanece en el grupo tribal y que le ha servido para hacerse con el poder. El jefe ha de recurrir entonces a mercenarios y a elementos extratribales para consolidar y hacer duradera la construcción estatal. Por tanto, la asabiyya es un concepto eminentemente dialéctico: motor de la formación del Estado, la wsabiyya» se arruina con la realización del Estado. La dinámica política de AI-Andalus hasta bien avanzado el siglo IX puede, en parte, ser aclarada a la luz de este concepto. En efecto, Yusuf al-Fihri contó con suficientes medios de prestigio (entre ellos, su adscripción quraysi y el hecho de ser descendiente de Uqba, conquistador del Magrib) como para ser aceptado por los andalusíes en el 747. Sin embargo, la resistencia del medio tribal -en este caso la asabiyya yemení- le privó de su apoyo inicial y hubo de confiscar en su beneficio la asabiyya qaysí de al-Sumayl. Debió imponerse por la fuerza en la batalla de Saqunda y, después, recurrir a una serie de apoyos que no pasaban ya por las adscripciones tribales (ejército de clientes beréberes, profundización de la organización administrativa, intento de imponer la vía hereditaria, etc.). Es decir, tuvo que acudir a una nueva fórmula. Los mismos elementos de esta nueva fórmula los encontraremos en el caso de Abd al-Rahman I; si éste obtuvo finalmente el poder y procedió a la edificación del Estado fue, en definitiva, porque esos elementos eran de superior calidad y fueron pulsados más hábilmente (P. Guichard). Del exterminio de los omeyas en Oriente, a consecuencia de la revolución abbasí (750), escapó un príncipe marwaní, Abd al-Rahman, refugiándose entre los beréberes Nafza de la región de Nakur. Desde allí estableció contacto con los clientes omeyas andalusíes para preparar su llegada a la Península. Tras el fracaso de éstos en sus negociaciones con al-Sumayl y el wali Yusuf al-Fihri, Abd al-Rahman hubo de recurrir a la asabiyya yemení, factor tribal que, como hemos dicho, fue manipulado magistralmente por el omeya. Desembarcado en Almuñécar (755), inició un recorrido por Andalucía occidental buscando alianzas que le permitieron, finalmente, enfrentarse con éxito a al-Sumayl y al-Fihri en la batalla de al-Musara, cerca de Córdoba. Fue también una victoria yemení frente a la política proqaysí del gobernador; y en tal sentido, pudo muy bien ser considerada como una réplica a la derrota de Saqunda. Ahora bien, nada más ocupar la residencia de los emires en Córdoba, la propia asabiyya yemení, que le había permitido hacerse con el poder, reaccionó contra Abd al-Rahman, obligándole a echar mano de todos los resortes que le permitía la nueva fórmula. No vamos a detallar las revueltas a las que debió hacer frente el nuevo emir (yemeníes fihríes y beréberes); nos parece, en cambio, más interesante conocer los métodos utilizados por Abd al- Rahman para afirmarse en el trono. En primer lugar, se rodeó de un sólido -y cada vez más numeroso- grupo de clientes omeyas; a partir de aquel momento, los marwaníes llegados a Oriente fueron uno de los más firmes soportes de la dinastía. En segundo lugar, reorganizó el ejército andalusí, formado en gran parte por mercenarios beréberes y esclavos del Occidente europeo; si hemos de dar crédito al autor del Fath al-Andalus. el número de soldados del emir ascendió a 40.000. Si todos estos elementos fueron decisivos para afianzar el poder y reprimir las revueltas, cabe preguntarse de dónde obtuvo Abd al- Rahman los cuantiosos recursos para gratificar a los clientes omeyas y pagar a los soldados. P. Chalmeta señala alguna de las medidas tomadas a tal fin: aumento de la presión fiscal sobre los cristianos protegidos (por ejemplo, el tributo impuesto a los mozárabes de Qastilya. en la región granadina), incautación del territorio de Tudmir, retiro de las posesiones de que venían disfrutando, desde la época de la conquista, los descendientes de Witiza, confiscaciones de los bienes públicos de aquellos funcionarios caídos en desgracia ...
Sabemos poco de los cambios introducidos en el aparato de Estado por Abd al-Rahman I. No obstante, es posible aventurar que. durante su gobierno. Al-Andalus no imitaría en lo más mínimo las modalidades bagdadíes. sino que se acoplaría en lo posible a las tradiciones sirio-omeyas. Fenómeno que se incrementaría al ritmo de las frecuentes llegadas a la Península de nuevos inmigrantes marwaniés. La actividad constructora fue intensa en los últimos años de Abd al- Rahman I: edificación de la primera mezquita de Córdoba (785) y otros oratorios; traslado de la residencia del emir desde al- Rusafa (edificada por el emir como recuerdo del palacio homónimo levantado por los omeyas en Damasco) hasta el reconstruido Alcázar, situado entre la mezquita y el río, etcétera. El breve emirato de Hisam I (788-796) supuso un paréntesis entre la época del fundador del Estado omeya y los serios intentos de afianzamiento de la soberanía emprendidos por al- Hakam I. Los hábiles resortes movidos por Abd al-Rahman I para neutralizar las resistencias tribales hicieron posible, en parte, el tranquilo emirato de Hisam, sólo salpicado por las revueltas de sus hermanos y ciertos movimientos de disidencia en la serranía de Ronda. En cambio, todos sus esfuerzos se dirigieron hacia el yihad (guerra santa) contra el norte peninsular. En el año 791, dos generales de Hisam I vencieron a los cristianos en Alava y al propio Vermudo I en el Bierzo; dos años después, Gerona fue asediada y Narbona incenciada, y, aunque en el 794 Oviedo fue saqueada por los cordobeses, los astures derrotaron al ejército del emir en Lutos. Un año antes de su muerte (795), los musulmanes lograron apoderarse de Astorga. ¿Hemos de ver en este importante relanzamiento del Yihad. que canalizó un importante botín (sobre todo a raíz del saqueo de Narbona) hacia Córdoba un factor de estabilización interna de AI-Andalus en la época de Hisam I? Es de todas formas significativo que, tanto Ibn al-Quti Parece que en la época de Hisam I se introdujo en AI-Andalus el rito malikí (una de las cuatro escuelas ortodoxas jurídicas del Islam). La característica esencial de esta escuela fue su extremado rigorismo que, como frecuentemente se ha dicho, cortaba el vuelo a todo pensamiento puramente especulativo. Los alfaquíes de AI-Andalus se caracterizaron por su intransigencia a ultranza frente a cualquier intento de romper el bloque monoIítico de la ortodoxia malikí. Su inoperancia y su estéril casuística sería duramente fustigada por Ibn Hazm a comienzos del siglo XI. Como dice M. Asín Palacios, el Estado, sobre todo en los primeros tiempos. apoyó con su autoridad moral y con medidas represivas esta política del clero ortodoxo. El emirato de al-Hakam 1 (796-822) y el motín del Arrabal En el paso del siglo VIII al IX se observan ya ciertos rasgos que anuncian la gran mutación del Estado y de la sociedad andalusies, evidentes a mediados de siglo. Los focos de disidencia en la época del emir al-Hakam I se trasladan a las zonas fronterizas o Marcas de AI-Andalus: la Marca Superior (Zaragoza), la marca Media (Toledo) y la Marca Inferior (Mérida). Son territorios, como habíamos subrayado más arriba al hablar del mosaico étnico andalusí, donde el control de Córdoba se hacía sentir de forma relativamente débil. Un rasgo también nuevo salta a la vista en esas revueltas: el papel creciente del elemento indígena (muladíes y mozárabes), casi absolutamente ausente de las fuentes durante el siglo VIII. Es muy probable que haya que poner en relación estos movimientos de disidencia con el peso creciente de las estructuras estatales y de la fiscalidad. En efecto, uno de los aspectos más notables del emirato de al-Hakam I fue el afianzamiento de los puntos de apoyo de la dinastía, cuyas bases había fijado Abd al- Rahman I, y que se plasmaron en nuevas inmigraciones de clientes marwaníes a AI-Andalus y, sobre todo, en el papel creciente en los organismos del Estado de elementos extratribales, fieles, ante todo, a la dinastía. Muladíes, mozárabes, beréberes y eslavos ocuparon cargos destacados en la administración civil y en el ejército andalusíes; destaquemos el papel de la guardia mercenaria de los jurs (= mudos, porque no hablaban árabe), formada por 2.000 personas mandadas, significativamente, por el comes mozárabe Rabi'. Ello debió repercutir, sin duda, en un sustancial aumento de la fiscalidad. En la Marca Superior se sublevó el señor indígena Bahlul ibn Marzuq y, en Mérida, el beréber Asbag ibn Wansus. Pero, sin duda, el más importante de los movimientos de disidencia fronterizos fue el de Toledo, capital de la Marca Media, en un medio social casi exclusivamente formado por muladíes y mozárabes. Como subraya P. Guichard, esta revuelta no se puede interpretar exclusivamente desde el punto de vista religioso (en el caso de los mozárabes), sino, más bien, como una respuesta hostil a los árabes y beréberes que rodean el islote indígena de la ciudad del Tajo. Toledo se sublevó bajo la dirección de Ubayd Allah, pero, en el año 797, el general Amrus realizó una matanza de notables toledanos, conocida en los anales andalusíes como la jornada del foso El propio Amrus logró acabar también con la disidencia de Ibn Marzuq en Zaragoza y ocupar su territorio .. En otro frente, al-Hakam I tuvo asimismo que repeler los ataques de Carlomagno, aunque ello no impidió que Barcelona capitulase ante Luis el Piadoso (801), y, poco después, Tarragona. No obstante, los avances cristianos fueron por fin detenidos en Tortosa y Huesca. Con todo, el más grave y significativo de los acontecimientos ocurridos en la época de al- Hakam I fue el levantamiento del Arrabal cordobés. Era un barrio populoso, situado entre la aldea de Saqunda y el río Guadalquivir, donde vivía una masa importante de mercaderes y artesanos, así como gran número de alfaquíes, teniendo en cuenta su proximidad a la mezquita aljama. Las medidas fiscales del monarca sobre esta población artesana y mercantil, la represión ejercida sobre algunos notables del Arrabal sin olvidar el aliento prestado por los alfaquíes a la revuelta, provocaron el sobresalto final. Dice el cronista Ibn al-Atir: ... En seguida (al-Hakam) estableció el impuesto del diezmo sobre las mercaderías, impuesto que habría de cobrarse cada año sin remisión, lo que fue mal visto por el pueblo. Al-Hakam se apoderó de diez de los principales exaltados y les hizo ejecutar y crucificar, con lo que dio ocasión de cólera a las gentes del Arrabal. Estalló la revuelta y, una vez dominada, la represión no se hizo esperar: ... Se sacó de todas las viviendas a quienes las habitaban y se les hizo prisioneros, luego se detuvo a treinta de los más notables de entre ellos, se les ejecutó y se les crucificó cabeza abajo. Y, durante tres días, los arrabales de Córdoba sufrieron muertes, incendios, pillajes y destrucciones. Parte de los emigrantes del Arrabal se refugiaron en Fez y otros en la isla de Creta, donde formarían un gobierno autónomo hasta el año 961.
La islamización del Estado andalusí en la época de Abd al-Rahman II (822-852) En los años centrales del siglo IX se sitúa la primera etapa de esplendor del Estado andalusí. Quizá no sea exagerado afirmar, como dice Ibn Ha La época de Abd al- Rahman II supuso un viraje importante respecto a todo el período anterior, desde el punto de vista de la organización interna del Estado omeya. Si es indudable que, entre el 822 y el 852, AI-Andalus nos parece como una indiscutible potencia mediterránea y como una sólida construcción estatal, nuestro desconocimiento de las estructuras sociales y económicas, tanto rurales como urbanas, de los flujos del gran comercio, de los problemas fiscales, etcétera, nos impiden articular coherentemente las causas de este despegue. Sin embargo, coinciden una serie de síntomas: reorganización del aparato estatal, según los moldes iraníes adoptados por la dinastía abbasí (puesta a punto de los servicios de cancillería y administración cordobeses, creación de la ceca de Córdoba y de las manufacturas textiles palatinas, o tiraz, reforma y ampliación del ejército, etcétera), junto a un evidente impulso en el proceso de urbanización de AI-Andalus, marcado tanto por el crecimiento de las ciudades antiguas como por la fundación de nuevas (Madrid, Murcia, Ubeda ... ); por otro lado, las fuentes hablan de una auténtica fiebre de construcciones tanto en Córdoba (ampliación de la mezquita aljama) como en otras ciudades. Evidentemente, todo lo anterior sería inconcebible sin un intenso control fiscal del territorio. Según Ibn Hayyan, la renta anual del Estado en la época de al-Hakam I era de 600.000 dinares para pasar a un millón bajo Abd al-Rahman II. Si esto fue así, no cabe duda de que debió traducirse en un aumento de las punciones fiscales que, probablemente, estaría en la base, no sólo del levantamiento mozárabe de Córdoba, sino de gran parte de las revueltas indígenas de finales de siglo. El prestigio del Estado omeya irradió por la cuenca mediterránea y se manifestó en las relaciones diplomáticas con Bizancio (el emperador Teófilo envió al emir una embajada para solicitar su ayuda contra los abbasíes)y con el Estado rustumí de Tahart, emporio comercial ligado con las rutas saharianas de Syilmasa y posible proveedor de cereal de Al-Andalus. No han sido suficientemente investigadas las razones que provocaron el levantamiento de los mozárabes cordobeses a mediados del siglo IX. Como ya hemos sugerido, es muy posible que el aumento de los tributos en la época de al-Hakam I y Abd al-Rahman II, incidiese muy directamente sobre los dimmíes . Cuando Luis el Piadoso promtió ayuda a los mozárabes cordobeses sabía que alHakam I. .. aumentando injustamente los tributos de que no erais deudores y exigiéndolos por fuerza, os hacía de amigos enemigos ... intentando quitaros la libertad y oprimiros con pesados e injustos tributos. Y el propio Eulogio, uno de los futuros mártires, se hacía eco del pesado tributo que, con gran angustia y fatiga, pagamos todos los meses. Es difícil descubrir las causas profundas del levantamiento, tras la retórica de los textos redactados por sus protagonistas. He aquí otro fragmento de Eulogio: ... Ya no nos permiten ejercer nuestra religión. sino a medida de su capricho; ya nos agobian con una servidumbre tan dura como la de Faraón; ya nos sacan a pura fuerza un tributo insufrible ... Llenos están los calabozos de catervas de clérigos; las iglesias se miran privadas del sagrado oficio de sus prelados y sacerdotes; ... la araña extiende sus telas por el templo, reina en su recinto el silencio más profundo ... ya no se entonan los cánticos divinos en la pública reunión de los fieles ... ni el diácono evangeliza al pueblo, ni el sacerdote echa el incienso en los altares. El hecho cierto es que, alentados por las exhortaciones del clérigo Eulogio y el seglar Alvaro, se produjo en Córdoba una considerable ola de martirios voluntarios a partir del año 850. Los cristianos se presentaban ante el gobernador o el qadi y blasfemaban el nombre del profeta Muhammad, esperando obtener así la palma del martirio. El monasterio cordobés de Tábanos fue pronto el reducto principal de aquel movimiento. Muchos cristianos consiguieron, en efecto, el martirio, pero la mayoría fueron sólo azotados o encerrados en prisión. AI-Jusani nos ha transmitido el estupor de un qadi ante el aspirante a mártir: Desdichado. ¿ quién te ha metido en la cabeza el que tú mismo pidas tu propia muerte sin haber delinquido en nada? El propio Abd alRahman II intentó la vía conciliatoria, reuniendo en Córdoba un concilio presidido por Recafredo, metropolitano de Sevilla. En esta asamblea se pusieron de manifiesto las dos tendencias de la mozarabía: la que rechazaba, como un suicidio, el martirio voluntario y la que lo animaba. Los partidarios de esta última alternativa fueron encarcelados, entre ellos, el propio Eulogio, quien escribió en prisión el Memoriale Sanctorum. auténtica crónica del levantamiento mozárabe. Una vez fuera de la prisión, predicó en Pamplona y en Toledo, antes de su propio martirio, ocurrido en el año 859, cuando ya había muerto Abd al-Rahman II.
La crisis del emirato cordobés: la primera «fitna» Tres emires cierran una primera etapa de la historia de AI-Andalus: Muhammad (852-886), al-Mundir (886-888) y Abd Allah (888-912). Por encima de las incidencias de cada uno de sus emiratos, que no vamos a detallar con prolijidad, una serie de graves acontecimientos unifican la segunda mitad del siglo IX hasta convertir AI-Andalus, al final de la centuria, en un mosaico de señoríos independientes que preludia lo que, siglo y medio después, serían los reinos de taifas. Tampoco en este caso la investigación ha avanzado mucho a nivel de interpretación de los acontecimientos: poco ha añadido la historiografía a la tediosa lista de rebeldes que nos proporcionan los textos oficiales del Estado omeya. En lugar de buscar las causas profundas de la generalizada rebelión contra el Estado cordobés (¿no habría sido útil su comparación con lo ocurrido en otros lugares de dar al-Islam?). se ha escogido la oscura senda de las especificidades hispánicas. con lo cual, los brotes rebeldes no serían sino la expresión de la vehementia cordis de los españoles. Por su parte. P. Guichard utiliza una hipótesis de trabajo diferente al percibir en AI-Andalus, durante los siglos IX y X, la existencia de dos sociedades yuxtapuestas y claramente diferenciadas: la sociedad indígena y la sociedad árabo-beréber con estructuras y comportamientos diferentes. Dicho de otra manera, los violentos antagonismos que se ponen de manifiesto a finales del siglo IX no abonan, precisamente, la idea tradicional de una rápida fusión entre la población indígena y los árabo-beréberes: ... Si, a comienzos del siglo X, cabe aún considerar a los árabes y a los beréberes ... como grupos. a la vez. claramente diferenciados de la masa indígena y antagonistas. el/o se debe a que la thispanizacióm de estos elementos sólo se había llevado a cabo de forma muy imperfecta. Hipótesis de trabajo, efectivamente, porque el propio Guichard afirma la carencia de estudios concretos que permitan avanzar por este camino. Sin embargo, la coincidencia de los focos rebeldes con las piezas del mosaico étnico al que varias veces hemos hecho referencia, permiten al menos hacer medianamente inteligible el proceso. Por otra parte, P. Chalmeta ha hablado de una casi feudalización política de Al-Andalus a finales del siglo IX, al destacar la importancia de las concesiones de señorío (tasyil). a través de las cuales, el emir de Córdoba registraba mediante concesión el poder que, de facto, detentaban ciertos señores autónomos. Este tipo de concesiones proliferaron en el momento culminante de la crisis (emirato de Abd Allah) , caracterizado por la gran debilidad del poder central, cuyo papel se limitaba -¿ no puede más o no aspira a más?- al de una oficina de registro de los cambios de amos políticos de determinadas regiones ... En la época del emir Muhammad, se registraron nuevos movimientos de disidencia en las tres Marcas fronterizas. Mientras la alianza de Toledo con los astur-leoneses pudo ser desbaratada en la jornada de Guadacelete, la Marca Superior continuaba ocupada por el linaje muladí de los Banu Qasi (Musa ibn Fortun, llamado el tercer rey de España). al que vino después a añadirse el de los árabes Tuyibíes, que disputaron a los primeros la posesión de Zaragoza. En Mérida, capital de la Marca Inferior, el muladí Ibn Marwan al- Yalliqi alzó la bandera de la rebelión contra el emir (868), contando después con la ayuda de Alfonso III. Sin embargo, en el año 880, comenzó la rebelión más grave de los últimos años del emirato, que habría de prolongarse hasta bien entrado el siglo X: el muladí Umar ibn Hafsun (natural de la Turruchilla, cerca del actual cortijo de Auta) se alzó contra el Estado cordobés desde el castillo de Bobastro (cualquier cerro del término de Colmenar, según localización propuesta por J. Vallvé). Ibn Idari pone en boca del rebelde las siguientes palabras dirigidas a los muladíes: Desde hace demasiado tiempo habéis tenido que soportar el yugo de este sultán que os toma vuestros bienes y os impone cargas aplastantes, mientras los árabes os oprimen con sus humillaciones y os tratan como esclavos. No aspiro sino a que os hagan justicia y a sacaros de la esclavitud. Otra vez la presión fiscal vuelve a pasar a un primer plano entre los posibles móviles de la revuelta. Tras el fugaz emirato del al-Mundir, durante el cual Ibn Hafsun amplió el radio de acción de la revuelta muladí, mientras Toledo se hacía de nuevo independiente, ahora bajo el control del beréber Ibn Zennun, el punto álgido de la fitna (discordia o guerra civil) se alcanzó durante el emirato de Abd Allah. El año 890 fue particularmente crítico: el emir sólo controlaba la ciudad de Córdoba y sus proximidades, mientras el resto del territorio se atomizaba en una multitud de señoríos autónomos. En la región de la futura Granada luchaban los muladíes contra los árabes qaysíes de Sawwar ibn Hamdun; Sevilla permanecía independiente bajo dos poderosos linajes árabes yemeníes. los Banu Hayyay y los Banu Jaldun; Toledo lo hacia bajo los beréberes; la Marca Superior, bajo los Banu Tuyib y los Banu Qasi; la Marca Inferior, bajo Ibn Marwan, etcétera. , Como telón de fondo, Ibn Hafsun, desde las serranías andaluzas (de Algeciras a Jaén) aglutinaba los movimientos del sur de AIAndalus. Pero en el año 899, Ibn Hafsun abandonaba el Islam y se hacia bautizar con el nombre de Samuel; según todos los síntomas, fue el principio del fin para su revuelta, ya que significó la defección de muchos jefes muladíes, y parte de los castillos en su poder pasaron a control de Córdoba (Jaén, Baeza, Iznájar, etcétera). La revuelta generalizada de Al-Andalus empezó a remitir a partir del año 900, pero su total represión no tendría lugar hasta el primer tercio del siglo X. Entre el año 912 y el 929, el nuevo emir Abd al-Rahman emprendió la tarea de reducir los focos rebeldes de Al-Andalus. Tampoco estamos muy informados sobre las causas profundas de este cambio de situación: prevalecen las explicaciones que hacen recaer en las condiciones personales del emir su éxito a la hora de acabar con los focos de disidencia. Se han apuntado también otras posibles razones: el hecho de que la rebelión general hubiese remitido un tanto, ya desde los años finales del emir Abd Allah, habría facilitado considerablemente la actuación de Abd al-Rahman; es también probable que la táctica especial del futuro califa con los rebeldes influyese en su éxito. Sería preciso aún resolver muchas cuestiones para acabar de hacer inteligible el proceso de recuperación de la autoridad omeya en AI-Andalus. No vamos a detallar todas las expediciones emprendidas por Abd al-Rahman III contra los rebeldes de Andalucía: especialmente Ibn Hafsun. Digamos sólo que su emirato se inició con la llamada campaña de Monteleón (913), que acabó con la rebelión en Andalucía Oriental y en la que, según la Crónica Anónima, recuperó 70 castillos; en 913-914 tocó el turno a Sevilla, que entró en la órbita del Estado cordobés ... y poco a poco otros señores fueron desalojados de sus castillos y privados de sus concesiones territoriales. Por lo que respecta a Ibn Hafsun, una serie de campañas realizadas a ritmo casi anual a partir del año 917 (muerte del rebelde) y dirigidas contra sus hijos, permitieron ocupar finalmente la fortaleza de Bobastro (928). Simultáneamente, Abd al- Rahman III llevó a cabo sus primeras aceifas contra territorio cristiano y, si en el año 917 el ejército cordobés fue derrotado junto a los muros de Gormaz, tres años después, el emir condujo la campaña de Muez, durante la cual derrotó a leoneses y navarros en Valdejunquera (920); cuatro años más tarde, la propia Pamplona sufría saqueo e incendio, mientras los Banu Qasi eran reducidos y transportados a Córdoba (924). Abd al- Rahman III tomó el título de califa en el año 929, fecha en absoluto fortuita. Ocurrió al año siguiente de acabar con la rebelión de Bobastro (y con ella el último y más significativo foco de rebeldía de AI-Andalus) y obtener las primeras victorias contra los reinos cristianos. La proclamación del califato era, de esta manera, un signo de la superioridad militar del Estado omeya en AI-Andalus y fuera de él. Pero hemos de tener en cuenta también, a la hora de valorar las causas de la proclamación, lo sucedido en el Magrib por estos años. Desde principios del siglo X, la difusión de la secta fatimí en el norte de Africa culminó en el año 910, cuando el Mahdi Ubayd Allah tomó el título de Emir de los Creyentes, rompiendo así, por primera vez, la unidad -puramente teórica- representada por el califato de Bagdad. Ahora bien, la relativa unificación del Magrib por el califato fatimí amenazaba muy seriamente las rutas del comercio andalusí, especialmente el aprovisionamiento del oro, vía Siyilmasa. Todo ello estaría en la base de la activísima política omeya en el Magrib, que analizaremos más adelante. Lo que interesa por el momento es observar hasta qué punto la proclamación del califato cordobés -segunda ruptura de la unidad islámica- era un arma ideológica eficaz frente al califato hereje del Magrib. Como es sabido, la adopción del título califal suponía la invocación personal del soberano omeya en las mezquitas de AI-Andalus y la utilización de un sobrenombre honorífico que, en el caso de Abd al-Rahman III, fue el de al Nasir li-din Allah.
La consolidación del califato de Córdoba (929-976) Las épocas de al-Nasir (929-961) y de su hijo al-Hakam II (961-976) constituyen el periodo de apogeo del califato omeya de Córdoba; a partir de Hisam II y, sobre todo, de la suplantación amirí (Lévi-Provençal) surgen las primeras contradicciones internas (¿ya advertidas en los últimos años de al-Hakam II?), aunque momentáneamente anestesiadas por la política espectacular de al-Mansur. Carecemos todavía de investigaciones concretas que permitan elaborar una periodización que no pase por criterios únicamente dinásticos. Un primer rasgo a destacar en este periodo de apogeo andalusí es la consolidación del aparato estatal cordobés. Como ya hemos visto en la época del emirato (especialmente, bajo Abd al-Rahman I, al-Hakam I y Abd al- Rahman II). para culminar en el siglo X, los soberanos hubieron de recurrir cada vez con más intensidad a un cuerpo de oficiales palatinos fieles a la dinastía y proceder a una progresiva destribalización de los contingentes militares. El reclutamiento de domésticos para cubrir los puestos de una administración cada vez más burocratizada acabó configurando una aristocracia palatina de fata´l s (esclavos y liberto s de origen europeo). Ya desde el principio, y con tendencia a ir aumentando a lo largo del siglo, esta aristocracia de eslavos palatinos tuvo en sus manos los resortes civiles y militares del Estado, suplantando en esta misión a los príncipes de sangre y a los representantes de la aristocracia árabe. Lo mismo ocurrió en el ejército; el autor árabe de los Ajbar Maymua reprocha a al-Nasir que comenzase a nombrar gobernador más por favor que por mérito, tomando por ministros a personas incapaces e irritando a los nobles con los favores que otorgaba a los villanos ... P. Chalmeta, en su análisis de las batallas de Simancas y Alhandega, afirma con razón que aquellos eran los pretextos oficiales y recuerda los intereses económicos de una aristocracia árabe que, desde la época de Baly, lo era todo ... , menos incondicional al soberano. Es más, aquellos notables árabes del yund, junto con los fronterizos. fueron los responsables de la desbandada que provocó el descalabro de Alhandega. Es altamente significativo que, al año siguiente a Alhandega, el califa enviase una expedición formada casi exclusivamente por tropas profesionales, prescindiendo del yund árabe. Se incrementó entonces la presencia de contingentes no árabes en el ejército, especialmente beréberes, que en los años finales del califato de al-Hakam II poblaron las filas de las tropas omeyas, al compás de la intensa política del califa en el Magrib. Las últimas consecuencias de este proceso se producirían en la época de al-Mansur, a raíz de su decisiva reforma militar. Hemos de aludir, asimismo, a un fenómeno indicativo del cambio de correlación de fuerzas con respecto a la época anterior, y que, desde otro punto de vista, señalará el fortalecimiento del Estado omeya. Nos referimos al sustancial cambio de carácter de aquellas concesiones de señorío que habían conducido a una casi feudalización política de AI-Andalus a finales del siglo IX. En la época de Abd al-Rahman III asistimos a un proceso inverso: los antiguos rebeldes solicitaban al califa el titulo de la concesión, comprometiéndose a pagar, efectivamente, los tributos o bien, vencidos por el soberano, eran llevados a Córdoba, inscritos en el ejército y obligados a cumplir los deberes militares. Con todo, no debemos exagerar los resultados de esta política sobre los rebeldes vencidos: algunos de ellos no fueron quizá especialmente fieles al califa, como se demostró en Alhandega; y, además, gozaron en Córdoba de una situación de casi privilegio. Sin embargo, el hecho de que todas las concesiones tipo tasyl de esta época estuviesen directamente controladas por el califa debió contribuir a profundizar el control fiscal del Estado. Las empresas militares durante el califato -particularmente en la época de al-Nasir consolidaron el prestigio del Estado omeya fuera de AI-Andalus, tendieron a garantizar la seguridad de las rutas comerciales y procuraron importante botín al califa y a los participantes en las aceifas. Esta política exterior se canalizó en tres direcciones fundamentales: los Estados cristianos del norte de la Península, el Magrib y el Mediterráneo occidental. Por lo que respecta a los reinos cristianos, la llegada al trono leonés de Ramiro II estabilizó un tanto la situación con respecto a Córdoba; la alianza del rey de León, la reina Toda de Navarra y el conde Fernán González ocasionaron el llamado desastre del ejército califal en Simancas-Alhandega (939). Pero, como ha mostrado Chalmeta, las informaciones contenidas en el volumen V del Muqtabis de Ibn Hayyan permiten corregir un tanto la versión tradicional de la aplastante victoria cristiana: Simancas quedaría en tablas o sería, en todo caso, una victoria pírrica que incluso podía haber permitido una repoblación musulmana de la zona. La derrota de al-Jandaq (= Alhandega = La Hoz, junto al río Tielmes) fue provocada, como ya hemos dicho, por la desbandada de Ibn Fortun, sus fronterizos y los notables del yund, con lo que habría que buscarse antes en el propio ejército musulmán que en el de sus contrincantes la causa del desastre. Es significativo que, a partir de aquel momento, al-Nasir no volviese a encabezar ninguna aceifa por temor a sus propios contingentes armados. Por otra parte, la muerte de Ramiro II permitiría a Córdoba intervenir en las querellas internas de leoneses, castellanos y navarros, lo que se reflejó en un continuo ir y venir de embajadas y en el envío intermitente de contingentes armados en actitud de hostigamiento más que de provocar grandes choques armados. De las relaciones de Córdoba con los Estados cristianos destaquemos las establecidas entre el califa y el conde de Barcelona Sunyer, sólo conocidas por el texto de Ibn Hayyan más arriba mencionado. En el verano del 940 se firmó una paz por dos años entre al-Nasir y el conde catalán, por medio del judío Hasday ibn Saprut y con el apoyo de la flota omeya que, desde Almería, había llegado hasta la playa de Barcelona. Además de las cláusulas puramente políticas del tratado -que obligan a replantear un tanto las relaciones entre los condados catalanes y Córdoba- se contienen otros datos de sumo interés, referentes al comercio del Mediterráneo noroccidental con Al-Andalus. Esta política de arbitraje y de intervención en los Estados cristianos prosiguió en la época de al- Hakam II y se manifestó en las embajadas que se sucedieron a ritmo trepidante en los últimos años del califa, bien conocidos a través de los llamados Anales Palatinos de Ibn Hayyan. A Córdoba llegó Bonfill, enviado por el conde de Barcelona Borrell, embajadores de Sancho Garcés II de Navarra, de la regente Elvira de León, de Garci Fernández de Castilla, de los condes Fernando Ansúrez, Ferrán Laínez, Gonzalo Menéndez, etcétera. Esta política sólo fue interrumpida por los sucesos del 975, cuando el cerco de Gormaz por castellanos, gallegos y vascones, que al final levantó el general Galib. La política norteafricana fue igualmente intensa, particularmente en la época de alHakam II. Hemos visto más arriba la difusión del ismailismo en el Magrib y la instauración del califato fatimí en el 910. En seguida, estos acontecimientos engendraron en el propio territorio norte africano una serie de reacciones, encabezadas por los malikíes ortodoxos, pero conducidas por los que se beneficiaban del comercio caravanero, antes de la intromisión fatimí. En efecto, desde el principio, los fatimíes controlaron ciudades como Tahart o Siyilmasa, puntos fundamentales en las redes comerciales que enlazaban las vías transaharianas con el Mediterráneo, y en las cuales estaba igualmente interesado el Estado cordobés. En última instancia, el conflicto entre los dos califatos occidentales que se dirimió en el Magrib, tuvo su razón de ser en el control por las rutas comerciales. Se advierte en la forma de desarrollarse dicha rivalidad y en el carácter que tuvo toda la contienda: puesto que los verdaderos protagonistas, fatimíes y omeyas. tenían objetivos más económicos que territoriales y preferían actuar a través de personas interpuestas, la lucha fue larga e indecisa. En efecto, los omeyas buscarían la alianza de los zanata y de los idrisíes y el califato fatimí en los ziríes sinhaya. Por ello, ver en todo el conflicto solamente un eco de la pugna racial entre zanatal nómadas y sinhyal sedentarios es, cuando menos, un reduccionismo. Episodios destacados de esta penetración omeya en el Magrib fueron la ocupación de Melilla (927) y, sobre todo, de Ceuta, punto desde el cual se podría neutralizar un presunto desembarco fatimí y garantizar el tráfico de productos norteafricanos. Después, los omeya alentarían la grave revuelta jariyí de Abu Yazid Majlad, quien logró asediar al-Mahdiyya (944) y estuvo a punto de dar al traste con el califato fatimí, a no ser por el apoyo del sinhaya Ziri ibn Manad. Mientras esto ocurría en el Magrib oriental, el triángulo comprendido entre Argel, Siyilmasa y el Atlántico reconocía más o menos nominalmente la autoridad del califa de Córdoba, sancionada con la ocupación de Tánger (951). Años después, la situación dio un vuelco, coincidiendo con el acceso al califato fatimí de al-Muizz: Almería fue saqueada y el antiguo protectorado omeya pasó a ser controlado por los fatimíes; al Estado cordobés sólo le quedaba Tánger y Ceuta. Si los primeros diez años del califato de al-Hakam II prolongaron la política de al-Nasir en el Magrib de no intervención directa o sólo cuando fuera necesario, la partida del califa fatimí a Egipto y la entrada del gobierno de Ifriqiya al sinhaya Ziri ibn Manad, cambió la situación. A partir del año 971, los acontecimientos del Magrib pueden ser perfectamente seguidos a través de los Anales Palatinos. Conocemos así el cambio de bando de Ya'far ibn Ali al-Andalusi, quien ofreció sus servicios al califa omeya y logró derrotar a Ziri ibn Manad. La feroz expedición de castigo enviada por el califa alMu'izz no tuvo más consecuencias porque, evidentemente, el Magrib occidental había dejado de interesar a los fatimíes. Sin embargo, en el 972 la guerra se encendió de nuevo en el norte de Africa, provocada en esta ocasión por Ibn Guennun, señor de Arcila, que pensaba reconstruir el principado de los idrisíes y fue vencido finalmente por el propio general Galib. El texto de Ibn Hayyan se hace eco, sobre todo, de los grandiosos envíos de dinero y tropas al Magrib y de la continua inmigración de contingentes beréberes a Al-Andalus. Ambos hechos estarían preñados de futuras consecuencias, como veremos más adelante. Un tercer objetivo de la actividad bélica y diplomática del califato se dirigía al Occidente europeo y Mediterráneo septentrional. Es quizá el menos conocido por la parquedad de las fuentes y el carácter discontinuo de la información, aunque los nuevos datos del volumen V del Muqtabis de Ibn Hayyan permiten añadir nuevos datos. Respecto a Bizancio, hay informaciones suficientes como para pensar que se reanudó la actividad diplomática existente en la época de Abd al- Rahman III. Así; conocemos detalles de la embajada enviada por Constantino VII Porfirogénito a al-Nasir en el 949, y de la presencia de emisarios cordobeses en Constantinopla por la misma fecha. En la época de al-Hakam II, los Anales Palatinos nos informan de la llegada a Córdoba de un embajador de Juan Tzimiscés, sin añadir más detalles. Las relaciones entabladas con el Imperio romano-germánico hay que ligarlas con las protestas otónidas por la piratería musulmana practicada desde el reducto de Fraxinetum (La Garde-Freinet), cuya vinculación oficial con Córdoba se discute, aunque el nuevo texto de Ibn Hayyan permitiría avanzar ciertas hipótesis sobre el particular. De las relaciones con el Estado otónida -relativamente intensas a mediados del siglo Xconocemos la embajada conducida por Juan, monje del monasterio lorenés de Gorze (hacia el 950), y la enviada por a/-Nasir a Otón I en la persona del mozárabe Rabi ibn Zayd o Recemundo. Hemos de resaltar, además de algunas expediciones bélicas contra el sur de Francia como la del 935 o la del 943, ciertas embajadas de carácter predominantemente comercial como la enviada por Hugo de Aries (?) a Córdoba para solicitar un salvoconducto, con el fin de que los mercaderes de su país se viesen libres de los ataques piráticos llevados a cabo desde Fraxinetum y las Baleares. En el 942 llegaron a Córdoba mercaderes amalfitanos trayendo consigo tejidos de Amalfi e iniciando una relaciones comerciales que habrían de proseguir en lo sucesivo; en el mismo año se recibió una embajada de Cerdeña acompañada de nuevo por mercaderes de aquella ciudad del Tirreno. Gracias al texto del geógrafo-historiador al-Udri hemos sabido recientemente de un proyecto de embajada que ignoramos si se efectuó: en el año 960 - 961 el pontífice Juan XII tenía el propósito de enviar un comes a Córdoba para pedir al califa las reliquias de un mártir. El apogeo del Estado cordobés queda perfectamente de manifiesto en su enorme capacidad de centralización fiscal, tal y como se puede apreciar por algunas referencias que proporcionan las fuentes sobre el nivel de ingresos del califato omeya. Dice Ibn Idari que las rentas del Estado andalusí, en la época de al-Nasir. se elevaban a 5.480.000 dinares, mientras el califa obtenía de sus dominios y de los mercados la cifra de 765.000 dinares. Mucho más explícito es Ibn Hawqal, quien visitó personalmente AI-Andalus a mediados del siglo X: ... Uno de los detalles que dan idea de esta enorme opulencia es que los derechos de acuñación en la ceca, para los dinares y los dirhemes, ascendían anualmente a 200.000 dinares, lo que, al cambio de 17 dirhemes por cada dinar, supone un total de 3.400.000 dirhemes. Añadamos a ello las contribuciones y rentas del país, los impuestos territoriales, los diezmos, los arrendamientos, los peajes, los impuestos de capitación, las tasas aduaneras sobre las numerosas mercancías que entran y salen a bordo de los navíos, así como los derechos percibidos en las tiendas de los mercados urbanos ( ... ). He oído contar a más de un recaudador digno de confianza ... que el total de los ingresos hasta el año 340 (951-952) no era inferior a 20.000.000 de dinares aproximadamente, sin contar las mercancías, las joyas trabajadas, los aparejos de navíos, así como las piezas de orfebrería de las que los príncipes no pueden prescindir. Después de la muerte de Abd alRahman (lIl), la autoridad recayó en su hijo al-Hakam (Il). Sometió a confiscaciones a los cortesanos de su padre, apropiándose de las riquezas de sus servidores y ministros ( ... ). El resultado de esta operación se elevó a veinte millones de dinares ( ... ). Esta enorme fortuna no ha sido igualada en su época, dentro del Islam ... (Traducción, G. Wiet y J. H. Kramers). Desgraciadamente, el tema de la fiscalidad andalusí es otra de las cuestiones por investigar, pero creemos que los detalles proporcionados por el geógrafo oriental son bastante expresivos de aquella capacidad de centralización fiscal a que hacíamos referencia. Pero hay otro fragmento del mismo Ibn Hawqal no menos interesante. Dice así: ... La abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida; el disfrute de los bienes y los medios para adquirir la opulencia son comunes a los grandes y a los pequeños, pues estos beneficios llegan incluso hasta los obreros y los artesanos, gracias a las imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano; además, este príncipe no hace sentir lo gravoso de las prestaciones y de los tributos ... ¿Quiere decir con ello que el Estado omeya, debido a su capacidad centralizadora (control político del país, beneficios del gran comercio ... ) puede hacer frente a los gastos de una burocracia desarrollada y de un numeroso ejército profesional sin tener que proceder a nuevas y gravosas punciones fiscales sobre sus súbditos? ¿ Es esta la clave de aquel consenso y de aquella adhesión de los andalusíes al Estado omeya, al que aluden con frecuencia, aunque muy vagamente. los historiadores? ...
La crisis del califato (976-1031) También en este caso existe un neto desfase entre la abundante información meramente factual y la escasez de datos que permitan descubrir el sentido profundo de la crisis y de las fuerzas sociales en ella implicadas. Una vez más, por tanto, se ha de recurrir a un relato puntual de los acontecimientos eligiendo una dinámica coyuntural puramente dinástica. Todos los datos, sin embargo, apuntan a la época de al-Mansur como un jalón importante en el desarrollo de la crisis, ligada a la entrada masiva de beréberes en el ejército y a los cambios sustanciales relacionados con su famosa reforma militar. La carrera política de Muhammad ibn Abi Amir (el futuro Almanzor), ya iniciada durante el califato de al-Hakam 11, fue ciertamente espectacular: en muy pocos años le vemos ascender desde un modesto cargo en la curia del qadi de Córdoba a magistrado de la surta (policía), uno de los grandes cargos palatinos del Estado califa\. No obstante, su ascenso definitivo se produjo tras la muerte de al-Hakam II cuando, ayudado por el hayib al-Mushafi, alejó del entorno del joven califa Hisam II al peligroso grupo de los fatàls eslavos y dio comienzo a sus campañas contra los Estados cristianos (977). A partir de aquel momento, Muhammad ibn Abi Amir utilizó todos los resortes posibles para acceder a la cumbre del poder máximo: eliminación de sus presuntos enemigos políticos (al-Mushafi y, después, el prestigioso general Galib y el almirante de la flota califal Ibn alRumahis, entre otros); construcción de la nueva ciudad palatina de Madinat al-Zahira como réplica a la ciudad califal de Madinat al-Zahra, donde trasladó todos los organismos de la burocracia estatal, y tendencia a dejar vacíos de poder la función y dignidad califales: fue a partir del 981 cuando adoptó el título de a/-Masur bi-/-Allah y otras denominaciones antes solamente reservadas a la dignidad califa\. Como se ha dicho en repetidas ocasiones, al- Mansur logró ejercer su dictadura apoyándose en firmes soportes. El principal de ellos consistió en la formación de una milicia beréber -continuando y amplificando la política seguida al respecto por al-Hakam II- ligada a su trascendental reforma militar. Las milicias beréberes afluyeron masivamente a Córdoba, mientras al-Mansur tendía a prescindir de los servicios del antiguo yund (retribuido mediante concesiones de soldada desde la época de Abu-l-Jattar), por un impuesto en metálico sobre la población destinado a pagar los contingentes mercenarios beréberes. Más adelante veremos las consecuencias fiscales de esta reforma. Pero 10 que debemos recordar ahora es que la reforma de al-Mansur no fue sino el último paso de aquel proceso de debilitación de los vínculos tribales árabes en el ejército que tan caro había costado a alNasir en Alhandega. Ibn Hayyan juzga así aquellas medidas de al-Mansur: ... Muhammad ibn Abi Amir los siguió colmando de bienes (a los beréberes), pues se sirvió de ellos en provecho propio al apoderarse del mando, los elevó sobre las restantes categorías de sus ejércitos, los convirtió en fuerza personal suya, y se hundió con ellos en las tinieblas mientras vivió (traducción de E. García Gómez). Además de la formación de aquellos contingentes beréberes, para consolidar su poder, al-Mansur reconstruyó el grupo social de los fatàls eslavos, ahora convertidos en clientes de la dinastía (llamados por ello amiríes) y que desempeñarán un papel de primer orden cuando la crisis final del califato. Por otra parte, la pública exhibición de una religiosidad estricta para conseguir el favor de los círculos malikíes hay que ponerlo en la misma línea de afianzamiento del poder personal; algunos gestos iban dirigidos a este fin: expurgo en la gran biblioteca de alHakam II y la desmesurada ampliación de la mezquita aljama de Córdoba (988). Pero, sobre todo, fue la guerra santa el instrumento más eficaz, tanto para encubrir su poder ilegítimo como para obtener cuantioso botín que aumentase el fisco estatal. No vamos a detallar cada una de estas expediciones; baste con decir, por ejemplo, que en 11 años (del 976 al 987) emprendió 25 campañas contra los cristianos, que solían realizarse dos por año -en primavera y otoño-, pero esta cifra podía elevarse a cinco expediciones en un solo año (981). Entre las más importantes, destaquemos la de Cataluña (985), durante la cual fueron saqueados Barcelona y los monasterios de Sant Cugat del Vallés y Sant Pere de les Puelles; y, sobre todo, la de Santiago de Compostela (997). La actividad guerrera de al-Mansur supuso un cambio en la actitud tradicional de Abd al- Rahman III y de al-Hakam II: a la política de intervención indirecta y de arbitraje sucedió la acción directa y las expediciones de castigo contra los Estados cristianos. La época de al-Mansur supuso un reforzamiento considerable de la presencia andalusí en el Magrib occidental. Ello viene perfectamente marcado por una intensificación de la acuñación de oro en Al-Andalus, que alcanza su etapa culminante entre el 990 y el año 1000, en que el control andalusí del tráfico de oro por las rutas transaharianas es más o menos absoluto: Siyilmasa pasó a ser protectorado omeya en el 980. Por ello, no es posible considerar, como a veces se ha hecho, el pretendido desvío de las rutas del oro hacia El Cairo y el califato fatimí, como responsable de la crisis (?) monetaria andalusí. La política de al-Mansur consistirá en atraerse a los zanata, que afluyeron a Al-Andalus y fueron inscritos en el ejército; fue especialmente favorecido el jefe de la confederación Magrawa. Zirí ibn Atiya, quien, con importantes contingentes de tropas, pasó a Córdoba, donde sería nombrado visir. Más tarde, un notable sinhayí de Ifriqiya abandonó la causa fatimí y se adhirió a Córdoba, con lo que tuvo lugar una nueva oleada inmigratoria de guerreros -ahora sinhayíes- a Al-Andalus. Tras diversos acontecimientos producidos por las rivalidades entre zanata y sinhaya. el sucesor de Zirí ibn Atiya gobernaría el Magrib occidental hasta el momento en que Al-Andalus ya no fuese capaz de seguir imponiendo su control sobre este territorio. En líneas generales, la trayectoria política de al-Mansur (muerto en los campos de Medinaceli, 1002) fue continuada por su hijo Abd al-Malik, quien también fue reconocido por el califa nominal Hisam II, concediéndole el título de al-Muzaffar; se apoyó en el grupo de los fatàls amiríes y obtuvo algunas victorias contra los Estados cristianos. Sucedió a Abd al-Malik su hermano Abd al-Rahman, llamado Sanyul (= Sanchuelo). por ser nieto de Sancho Garcés II Abarca), a quien las fuentes atribuyen una política desacertada y poco hábil. Aprovechando su ausencia en una expedición contra los cristianos, una conjura legitimista colocó en el califato a Muhammad II al-Mahdi (febrero-noviembre 1009). Fue en este año cuando, según todos los cronistas andalusíes, comenzó la segunda fitna o fitna barbariyya ( = guerra civil ocasionada por los beréberes). Y, en efecto, en los años 1009-1010 ocurren una serie de acontecimientos que simbolizan muy bien el cambio de situación: entre ellos el hecho de que por primera vez en la historia del califato las fuerzas en litigio (beréberes expulsados de Córdoba por al-Mahdi; fatàls amiríes desterrados a las regiones levantinas; el propio al-Mahdi, amenazado en Córdoba) pidieron ayuda a los soberanos cristianos, invirtiendo la tendencia tradicional desde un siglo antes. Así, la ayuda prestada por Sancho Garcés a los beréberes condujo a la deposición de al-Mahdi y a la proclamación como califa de Sulayman alMusta'in (noviembre 1009-mayo 1010). Y, poco más tarde, la gravosa colaboración, fiscalmente hablando, de Ramón Borrell de Barcelona y Ermengol de Urgell permitieron a al-Mahdi volver a recuperar el califato. Había empezado la agresión feudal contra AI-Andalus. El nuevo gobierno de al-Mahdi apenas duró tres meses, pues los fatàl s eslavos -lo que denota la fuerza de este grupo social le depusieron, eligiendo en su lugar a Hisam II (1010-1013), quien de nuevo volvía a revestir la dignidad califal. Los beréberes, perdida su influencia, ocuparon Madinat al-Zahra, sometieron Córdoba a un largo asedio y, pasados dos años, a un dramático saqueo. En su inimitable estilo, Ibn Hazm, testigo de excepción, narra. así sus impresiones: La ruina lo ha trastocado todo. La prosperidad se ha cambiado en estéril desierto; la sociedad, en soledad espantosa; la belleza. en escombros dispersos; la tranquilidad. en encrucijadas aterradoras. Ahora son asilo de los lobos, juguete de los ogros, diversión de los genios, y escondite de las fieras los parajes que habitaron hombres como leones y vírgenes como estatuas de marfil, cuyas manos derramaban innumerables favores ... (traducción de García GÓmez). Sulayman al-Musta'in gobernó por segunda vez (1013-1016) firmemente apoyado por los beréberes. Lo más trascendente de su califato fue, quizá, la confirmación oficial que hizo, mediante concesión de señorío, de los lugares ocupados por los beréberes, dando así carta de naturaleza a la fragmentadón política de AI-Andalus. Según Ibn Idari, los sinhaya recibieron Ilbira y su región; los Magrawa, los distritos situados al norte de Córdoba; los Banu Birzal y los Banu Uran, Jaén y sus alrededores; los Banu Dammar y los Azdaya, Sidonia y Morón, mientras Zaragoza era confirmada al arabe tuyibí Mundir ibn Yahya. Por otra parte, el idrisí AIi ibn Hammud ocupó Ceuta, mientras su hermano al-Quasim se aposentó en Algeciras, Tánger y Arcila. Ibn Hayyan juzga las consecuencias de esta medida: ... Así, todos le juraron odio (a al- Musta 'in) y se afiliaron a cualquiera, siervo u hombre libre, que le hiciera frente y resistiera su autoridad, por terror que le tomaron y por desesperar de que pudiera venirles algo bueno de los beréberes. Y esta fue la causa de que se fragmentara el país y de que los señores de las taifas se convirtiesen en reyes (traducción de García Gómez).
La instalación de cada grupo beréber en sus concesiones privó de apoyo a la causa de Sulayman, quien no pudo hacer frente a AIi ibn Hammud ni impedirle el acceso al caIifato (1016-1018), Por primera vez, un califa no marwaní ocupaba el Alcázar de Córdoba, Si los primeros meses de su gobierno se revelaron de una cierta eficacia, el descubrimiento de un complot para derrocarle (encabezado por un omeya) le condujo a instaurar en Córdoba un clima de auténtico terror. Asesinado por los fatàl s eslavos, su hermano al-Qasim ibn Hammud le sucedió en el califato (1018-1021) y, después, su sobrino Yahya (1021-1023), en medio de un nuevo complot de los fatàl s eslavos, con la colaboración, una vez más, de los señores feudales catalanes, Pese a los intentos de concordia manifestados por al-Qasim y sus deseos de atraerse a los fatàl s confirmándoles en sus posesiones (el fata Jayran en Almería y Zuhayr en Jaén, Baeza y Calatrava), los cordobeses se levantaron de nuevo contra los beréberes. Entre 1023 y 1031 se sucedieron tres califas marwaníes, en la crisis total de un Estado sin ingresos fiscales y que controlaba poco más de los alrededores de Córdoba, En noviembre del 1031, el notable cordobés Ibn' Yahwar organizó un motín que asaltó el Alcázar y expulsó al último califa Hisam III, al-Mu'tadd. Había comenzado la era de la llamada república oligárquica de los Banu Yahwar en Córdoba, mientras AI-Andalus se remodelaba en torno a unas nuevas estructuras políticas, los reinos de taifas (muluk al-tawa'if), ¿Es posible ver más allá de esta vertiginosa sucesión de califas y de esta sangrienta serie de intrigas de gineceo? El estado de la investigación no lo permite: desde la caracterización exacta de algunos agentes de la revuelta hasta los motivos profundos de la disidencia (fuera del general odio a los beréberes del que se hacen eco los textos cronísticos), poco se sabe de los elementos que conducen al estallido de la crisis, así como las etapas y el desarrollo de la misma. Sólo podemos recoger un hecho inequívoco en que coinciden todas las fuentes: el aumento de la presión fiscal como raíz (?) o síntoma de la crisis. La considerable reducción de la capacidad centralizadora del Estado vendría a coincidir con un aumento masivo de los gastos generales, debido a los pagos al ejército andalusí y a las milicias cristianas. Las repercusiones de ello sobre la sociedad están atestiguadas por unos textos de Ibn Házm y de al- Turtusi, recientemente vueltos a analizar por Chalmeta. Dice Ibn Hazm: ... porque los tributos que cobraran los diversos Gobiernos (anteriores a al- Mansur) cargaban exclusivamente sobre las tierras ... En cambio, hoy, esos tributos son los siguientes: uno de capitación, impuesto sobre las cabezas de los musulmanes ... : otro, impuesto sobre los bienes ... y, además, ciertas alcabalas que se pagan por todo lo que se vende en los mercados ... Todo esto es lo que hoy recaudan los tiranos y el/o es un escándalo infame, contrario a todas las leyes del Islam ( ... ). Vosotros veis en vuestra región al ejército, cuyos soldados no cobran sus haberes sino de ese impuesto que los tiranos exigen a los musulmanes ,y. luego, con esas mismas monedas de plata malditas hacen sus transacciones los mercaderes y los artesanos ... Acerca de las reoercusiones de la imposición del tributo pa: J pagar al ejército, al Turtusi es aún más explícito: ... Dichas tropas esquilmaron al pueblo, devastaron sus haciendas y lo debilitaron. Huyó la población y la agricultura quedó depauperada, teniendo como consecuencia la disminución de los tributos cobrados por el Estado, el debilitamiento del ejército ... Sin embargo, en el estado actual de la investigación es imposible medir con exactitud el impacto de tales medidas sobre la estructura social y económica de AI-Andalus, y ligarIo con la crisis política del Estado omeya de Córdoba. La história económica y social se escribe, ante todo. con la ayuda de documentos de archivo; para el mundo musulmán, con la excepción, de Egipto, no disponemos de ellos. Con tan rotundas palabras, Claude Cahen hacía referencia al imperfecto conocimiento de las estructuras sociales y económicas del mundo islámico, máxime si lo ponemos en relación con los relativamente abundantes datos de que disponemos para reconstruir la historia factual o de acontecimientos. Todo ello está lógicamente ligado al tipo de fuentes que segrega la sociedad musulmana, muy diferentes a las que está acostumbrado el historiador de las sociedades feudales occidentales, cuestiones que no vamos a abordar aquí. Digamos sólo que, en el caso de AI-Andalus, la escasez y las relativas limitaciones de las fuentes vienen acompañadas de una seria carencia de la investigación que, salvo excepciones notables, rara vez se ha dirigido al análisis de las estructuras sociales y económicas del mundo andalusí, en clara desproporción con el puntual relato, a veces detalladísimo, de los acontecimientos. Hace casi una década, P. Chalmeta enumeraba los temas por investigar en la historia de AI-Andalus: sistemas de impuestos, dominio y formas de propiedad sobre la tierra, el reclutamiento y papel del ejército, economía agraria y ganadera, economía urbana, agrupaciones profesionales, capitalismo comercial, población y estructura social, grupos sociales libres, colonos y eslavos, la administración de justicia y la administración local, las divisiones reales del territorio, etcétera. En estas condiciones, y a pesar de la aparición de recientes trabajos que abren nuevas vías al análisis, hablar de aspectos económicos de AI-Andalus, a nivel de síntesis, apenas puede superar la simple confección de un catálogo de los diferentes productos agrarios y manufacturados detectados en los textos geográficos o en los tratados de hisba. Por lo mismo, aún estamos lejos de poder realizar una historia social andalusí que se aleje de la presentación compartimentada de los distintos grupos sociales, y que permita descubrir sus interrelaciones. A mayor abundamiento, el periodo comprendido entre los siglos VIII y X, está menos provisto de cierto tipo de fuentes, particularmente interesantes, para analizar aspectos sociales y económicos, que la etapa que se inicia en el primer tercio del siglo XI. Nos referimos, por ejemplo, a los tratados de agronomía, a los más locuaces libros de hisba (Ibn Abdum y al-Saqati) ya ciertos textos geográficos como el de Idrisi, todos ellos muy posteriores a la época que aquí consideramos. Hay que tener en cuenta, por lo menos en lo que respecta al mundo agrario, que la ruptura del califato de Córdoba supuso un estímulo positivo al crecimiento y a la innovación agrícola, como respuesta a una reorganización de la vida económica, a escala regional, en cada uno de los reinos de taifas. Como es muy probable que dicha reorganización afectase también a otros campos económicos, la prudencia se hace absolutamente necesaria a la hora de extrapolar ciertos datos de las fuentes citadas anteriormente a la época califa!. El campo Todo lo dicho se acrecienta hasta niveles dramáticos, cuando nos enfrentamos a las estructuras agrarias. Aquí, la literatura geográfica -no lo olvidemos, una literatura dirigida a los administradores, a los comerciantes y a todo hombre preocupado por la cultura- no atiende en exceso los problemas del mundo agrícola, aunque sus descripciones sean altamente sugerentes. Como ha observado un autor moderno, estamos mucho mejor informados, por ejemplo, de las plantas industriales y de los cultivos especulativos que de los artículos básicos para la subsistencia. En muchas ocasiones, la producción agraria es mencionada en los textos geográficos, sólo en función de su capacidad de exportación a la ciudad o a los mercados lejanos. No hay que subrayar que, también aquí, se pone de manifiesto la tradicional subordinación del campo a la ciudad, característica esencial de las sociedades islámicas. Al-Andalus supone un evidente salto adelante en lo que respecta a la producción agrícola precedente y T. Glick lo ha resumido con claridad: La introducción de nuevos cultivos, junto con la extensión e intensificación del regadío, dio lugar a un complejo y variado sistema agrícola, por el cual diferentes tipos de suelos fueron objeto de un eficaz uso: campos que sólo eran capaces de proporcionar una sola cosecha anual como máximo, antes de la conquista islámica, eran ahora capaces de dar tres o más cosechas en rotación. La producción agrícola respondía a la demanda de una población urbana, cada vez más sofisticada y cosmopolita, llevando a las ciudades una gran variedad de productos desconocidos en la Europa septentrional. Autores como T. Watson han podido hablar así, recientemente, de la revolución agrícola árabe. Uno de los rasgos más característicos de la agricultura andalusí fue la difusión de los regadíos, sin que esto nos induzca al feroz determinismo -por ende, erróneo- de considerar AI-Andalus una sociedad genuinamente hidráulica, regida despóticamente, en la línea de los antiguos imperios burocráticos. AI-Andalus conoció tres sistemas principales de irrigación, homologables a los que existían en otros lugares de dar al~Islam: a) el uso de acequias (al-saqiya); b) el· empleo de máquinas elevadoras para extraer el agua del río o de un pozo, desde sus formas más rudimentarias hasta las más complejas norias (alna 'ura) (con abundantes huellas en la toponimia, Las Anorias, Añora, Las Noras, La Ñora, según Torres Babás), pasando por las ruedas elevadoras movidas por un animal, o aceñas (al-saniya). y e) el uso del qanato técnica iraní consistente en una canalización subterránea de agua, conectada a un conjunto de pozos de succión. La primera referencia localizable, de este método de irrigación, corresponde a Madrid, topónimo que designaría el lugar donde abundan los canales subterráneos. La toponimia puede, igualmente, mostrar las huellas de qanat, hoy desaparecidos, como Canarrosa, en Mallorca, posiblemente derivado de Qanat al-arusa. La compleja distribución del regadío en las regiones valencianas presenta netas conexiones con el sistema de irrigación utilizado en la Guta de Damasco. Dado e( neto predo minio del poblamiento beréber en Valencia, cabría hablar de una imposición del modelo sirio de regadío a las comunidades beréberes, ocurrida a principios del siglo IX, cuando gobernó Valencia, de forma casi autónoma, el príncipe omeya Abd Allah al-Balansi. Un funcionario específico, llamado zabacequia (sahib al-saqiya), probablemente dependiente del qadi, administraba el sistema de riegos. La importancia de esta función queda de manifiesto si tenemos en cuenta que, en 1010, cuando empieza la fitna. dos clientes amiríes, encargados de la inspección de los riegos, se construyeron un principado independiente en Valencia y Játiva.En cuanto a la producción agrícola de AlAndalus, comencemos por aquellos productos que constituyen la llamada trilogía mediterránea, esto es, el cereal, el olivo y el viñedo. Aunque algunos textos geográficos hablan con frecuencia -no demasiada, para lo que desearíamos- de algunas importantes zonas trigueras (Sangonera, Toledo, Ubeda, Baeza, Ecija, Fahs Qamara, al norte de Málaga, etcétera), AI-Andalus, al parecer, fue deficitario en cereal y tuvo que recurrir -no sabemos con qué regularidad- a las importarciones. Se podrían traer a colación las, relativamente, abundantes referencias a crisis de subsistencias ocurridas, sobre todo, en Córdoba a lo largo del siglo X (915, 926-927, 929-930, 935-936, 941-942, 944, 946, 964, 973 ... ) Y a sus repercusiones demográficas y económicas, someramente apuntadas, pero, en el estado actual de la investigación, es difícil interpretarlas correctamente mientras no se posean más informaciones sobre el sistema de producción, incidencias de la fiscalidad, etcétera. Sea como sea, existen referencias a importaciones de cereal norteafricano, atestiguadas, entre otros, por Ibn Hawqal a mediados del siglo X. Habría que pensar, por tanto, que uno de los aspectos de la política de Abd al-Rahman II, respecto al principado rustumí de Tahart, iría encaminada a garantizar este suministro de cereal. A nivel de hipótesis, T. Glick plantea la posibilidad de poner en relación este déficit, con el abandono de tierras productoras de cereal a raíz de la conquista islámica; con la emigración posterior de mozárabes cultivadores de cereal al norte de la Península y de muladíes a las ciudades al compás de los progresos de la urbanización, y con un proceso de aculturación que orientaría a la población indígena, tradicionalmente cultivadora de cereal, hacia la agricultura intensiva de regadío ... El cultivo del olivo muestra una clara continuidad con el mundo romano. Las zonas más productivas se situaban en la antigua Bética, destacando, en las épocas emiral y califal, el aceite del Aljarafe, al oeste de Sevilla, cuyas excelentes propiedades ponderan los geógrafos; se producía, asimismo, en las regiones de Jaén, Córdoba y Málaga, así como en las zonas de Lérida y Mequinenza. La producción aceitera de AI-Andalus era tan importante, que se exportaba a Oriente y al norte de Africa; todavía en el siglo XII, época en que escribe el geógrafo al-Zuhri, Sevilla era el centro exportador de aceite más importante de Occidente. El sistema empleado para el prensado de las aceitunas (almazara, del árabe al-ma 'sara) no difería mucho del practicado hasta hace muy poco en Andalucía. Es de sobra conocido que, pese a la prohibición islámica, se consumía vino en AlAndalus, a imitación de lo que hacían judíos y cristianos. Ello, sin contar el amplio consumo de uvas frescas y, sobre todo, de pasas, siendo especialmente famosas las de Ibiza y Málaga. Asimismo, existían viñedos en la campaña cordobesa, como lo atestigua el llamado Calendario de Córdoba, del 961, compuesto por Arib ibn Sa' d y el mozárabe Recemundo, texto que contiene valiosísimas informaciones sobre la vida agraria en la época califal. Entre los cultivos de huerta -E. LéviProvençal habla de una periferia hortícola entre Lisboa y Valencia- y los productos de la arboricultura, destaquemos la higuera (especialmente abundante en las regiones de Sevilla y Málaga), las manzanas y las peras de Silves y del valle del Ebro, los almendros de Málaga y de la región de Ilbira. el albaricoque, el azafrán, la berenjena, el limón, la naranja, el arroz, etcétera. En zonas particularmente bien favorecidas por el clima, se cultivó la caña de azúcar (en el bajo valle del Guadalquivir y en la costa granadina) y el plátano. Destaquemos el hecho de que gran parte de dichos cultivos fueron introducidos por los árabes (su propio nombre lo atestigua en muchas ocasiones) y que se deben poner en relación con la difusión del regadío, con los progresos de la urbanización y con el auge de una clase mercantil árabe, responsable del cinturón de huertas que rodeaban la ciudad. Asimismo, característica de una sociedad predominantemente urbana y mercantil, fue la difusión de plantas textiles y materias colorantes. Como afirma M. Lombard, el lino mantuvo su cultivo, ya importante en la antigüedad, aunque con tendencia a replegarse desde las zonas levantinas !lacia el sur, ante la difusión de una nueva planta textil: el algodón. En efecto, durante la época que consideramos, el lino se cultivaba, ante todo, en las regiones de Málaga e Ilbira, más concretamente, en las laderas de sierra Nevada; parte de él se exportaba incluso a Egipto, según testimonio de Ibn Hawqal. En cuanto al algodón, está documentada su presencia en AI-Andalus desde principios del siglo X, lo que permite afirmar que su introducción en la Península se produciría en la segunda mitad del siglo IX, a través del Magrib; a partir de aquella fecha, las referencias al algodón son constantes en los textos geográficos. Su zona de mayor producción vendría a coincidir grosso modo con la del lino (Sevilla y Aljarafe, Málaga, Guadix, Mallorca ... ), aunque con una cierta tendencia a suplantarlo, como ya hemos dicho. Al parecer, la cría del gusano de seda fue introducida por los sirios de Baly a mediados del siglo VIII, parte de los cuales se establecieron, como es sabido, en la región de Ilbira; allí, concretamente en las Alpujarras y regiones próximas (Baza, Guadix, Fiñana), así como en ciertas zonas de Jaén, se daban las más altas cotas de producción sedera. Recordemos que, según testimonio de al-Udri, la región de Ilbira proporcionaba al fisco 500 kilogramos de seda, a mediados del siglo IX. En relación con ello, AI-Andalus fue importante productor de productos tintóreos. Los colores rojos se obtenían del insecto llamado quermés (árabe, kirmiz), recogido en las encinas y arbustos del Aljarafe y en algunas zonas de Córdoba; de la raíz de la rubia (atestiguado también en el campo cordobés); de la alheña (recordemos los molinos de alheña, en la cordobesa almunia de Nasr); o del alazor, recogido en Niebla, Sevilla e lbzra (de donde el Estado omeya obtenía 500 kilogramos, a mediados del siglo IX). El color amarillo se obtenía, fundamentalmente, del azafrán, producido en Sevilla, Ubeda, Baeza, Priego, alrededores de Toledo, etcétera, y se exportaba fuera de AI-Andalus. El añil, con el que se lograba el color azul, sabemos que era requisado por el Estado, en los alrededores de Córdoba, durante el mes de agosto (Calendario de Córdoba). Debido a las escasísimas referencias que poseemos, es dificil saber el grado de importancia de la ganadería en la economía agraria andalusí. Parece que, en las zonas montañosas del Sistema Central (sierra de Guadarrama) y otras regiones, los grupos beréberes practicaban la trashumancia, aunque no sea posible establecer sus ciclos ni las cañadas utilizadas. Existían grandes reservas de ganado, como las marismas sevillanas de las que dice el geógrafo al- Udri que aunque todos los pastizales de Al-Andalus se redujesen a éstos, había suficiente alimento para todo su ganado. Sabemos que al- Mansur había instalado una yeguada en esta región; asimismo, el Calendario de Córdoba nos proporciona detalles sobre los caballos de esta región sevillana. Ibn Hawqal, por su parte, dedica una extensa nota a la riqueza ganadera de Mallorca (especialmente, sus mulos), ponderando la abundancia de sus pastizales. Un posible dato para conocer la repartición de las zonas, predominantemente ganaderas de AI-Andalus, sería la división administrativa del territorio en iqlim/ s y en yuz/ s. si llegara a demostrarse, efectivamente, que el iqlim alude a una zona agrícola de poblamiento intensivo, yuz, a una región donde predominaban los pastos. Pero, como decimos, es otra cuestión a investigar en profundidad. Tampoco estamos muy informados sobre la densidad e importancia de los bosques andalusíes. Sabemos de la existencia de pinos en el Algarve, Murcia, Cuenca, Tortosa, Ibiza, etcétera, y de encinas y robles en la región cordobesa, llamada expresamente Fahs al-Ballut o campo de las encinas, en el AIgarve y en Extremadura. Habría que pensar que el progreso de la urbanización (demanda de madera para la construcción y consumo urbano), la intensificación agrícola (proliferación de máquinas elevadoras) y el peso del Estado omeya en el Mediterráneo (señalado por la fundación de las atarazanas de Almería y de Tortosa), provocarían una activa explotación de los bosques, el crecimiento de industrias relacionadas con la madera y, finalmente, el recurso a la importación de maderas magribíes. Con todo, el punto menos investigado y el que, sin duda, nos proporcionaría una de las claves principales de la historia andalusí es el referente a las relaciones de los hombres en torno a la tierra. Se ha dado un paso importante al conocer la existencia de concesiones territoriales. el ritmo a que se producían y sus distintas modalidades. Pero sabemos muy poco de las relaciones concretas entre el cultivador directo y el detentor o propietario -más o menos legal- de las tierras. Las fuentes investigadas al respecto son escasísimas, sus datos fragmentarios y, por tanto, resultan inciertas y ambiguas -cuando no contradictorias- las afirmaciones de los historiadores en las síntesis generales de AI-Andalus. Las conclusiones provisionales de P. Chalmeta, en sus análisis sobre la posible inclusión de AI-Andalus en una sociedad de tipo feudal, son negativas: en la España musulmana no habría habido feudalismo (salvo quizá un esbozo en la época zirí, pronto ahogado por la marea almorávie). El estudio dedicado por P. Guichard al medio tribal en AI-Andalus y su más que posible capacidad de integración de la sociedad indígena, apunta en la misma dirección. El propio Guichard, apoyándose en este caso en datos arqueológicos, se refiere a la sociedad rural valenciana (algunos de cuyos «habitats» han sido excavados), como una sociedad sin señores: había obviamente una clase aristocrática, pero su poder está limitado por la existencia de un sector de economía urbana y mercantil importante. que segrega sus propias clases dirigentes. de mercaderes e intelectuales. necesarios para el funcionamiento de la sociedad musulmana. Así, por ejemplo, el poder del alcaide valenciano vendría obstaculizado, en la cúspide, por su sólido aparato estatal y un control efectivo del poder central y, en la base, por la existencia de firmes comunidades rurales. A conclusiones parecidas llega R. Soto en su análisis de la sociedad islámica mallorquina, formada, en el ámbito rural, por una red dispersa de alquerías de tipo clásico; el autor subraya expresamente los rasgos no feudales de este tipo de sociedad, lo que resultaría evidente tras las transformaciones impuestas por la conquista catalana. Por todo ello, y reconociendo la necesidad de investigaciones más profundas respecto a esta cuestión capital parecen, cuanto menos, apresuradas las conclusiones a que llegan A. Barbero y M. Vigil, cuando consideran que la islamización ... sirvió para consolidar un proceso de feudalización iniciado en la Península con anterioridad; según ambos autores, los musulmanes lograron mantener su hegemonía política en la Península al estar basada en la continuidad de los rasgos feudales existentes en el reino de Toledo. Para afirmar esto con tal rotundidad habría que hacer tabla rasa previamente de los innumerables y evidentes fenómenos que, por lo menos desde el siglo IX, configuran una sociedad nueva en AI-Andalus, insertándolo de lleno en las características más genuinas de las sociedades islámicas.
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