bienes materiales. la riqueza, el medro. El
primer episodio en cuya descripción se regodea es el engaño de los
judíos burgaleses por Rodrigo para obtener recursos -seiscientos marcos
de plata- con que poder iniciar las ingratas jornadas del destierro.
Después, el poeta que canta las hazañas de «el que en buena hora nació»,
al referir cada una de las gestas de su héroe consigna siempre la
cuantía del botín conseguido. [ ... ] Los ojos del juglar por igual se
encandilan ante la lanzada heroica o la magnífica estocada dada por el
Cid o por alguno de los suyos, y ante los montones de riquezas que se
acumulan después de la victoria. [ ... ]
y
el juglar jamás cambia de ángulo visual.
Podría pensarse que coloca el apetito de medro como uno de los motores
esenciales de la trama del Cantar. Le sitúa como espejuelo que atrae a
la mesnada del Cid nuevos guerreros, seducidos por los pregones de los
mensajeros de Rodrigo: Quien quiera quitarse de trabajos y ser rico vaya
junto al Campeador que se propone cabalgar. Y presenta la codicia de
los tesoros del Cid por los infantes de Carrión -«d'aquestos averes
sienpre seremos ricos omnes». exclaman- como fuerza determinante del
nudo dramático de su obra. [ ... ] Ese leit motiv que asoma a
cada paso en el canturreo del juglar desborda la supuesta potencia
realística y centáurica, de supuesto origen islámico, con que Castro
[1948] le regala. Y afirma en cambio el carácter popular de la épica
castellana, su condición de poesía para el pueblo y su enraizamiento en
el islote de hombres libres de la Europa feudal que fue Castilla. [ ...
]
Me he explicado el movimiento ascensional de
Castilla en la escena histórica, [entre otras razones, por] su condición
de pueblo de hombres libres, horros del poder mediatizador. de grandes
magnates laicos y de grandes señores eclesiásticos; de hombres libres,
todos rectores de sus propias vidas, articulados en clases fluidas
-infanzones, caballeros, ciudadanos, hombres de behetría y solariegos-
y
siempre abiertos hacia horizontes de
afortunados medros económicos y
sociales, en el libre juego de la historia; de
hombres señores de sus propios destinos y capaces de saltar la barrera
de su nativa condición por obra de la audacia, el coraje y el trágico
coqueteo con la muerte, en la batalla contra el moro y en la repoblación
de las nunca seguras fronteras. [ ... ] Ningún abismo separaba en
Castilla a las masas populares de la minoría de pequeños nobles rurales
o infanzones que entre ellas y como ellas vivían -el Cid iba a picar sus
molinos de Ubierna. Era en Castilla posible ascender desde el villanaje
a la nobleza por el camino de la guerra,
mediante el simple ingreso en las filas de la caballería ligera o en una
mesnada vasallática. La mayoría de los campesinos castellanos podía,
como los infanzones, elegir libremente señor, si les placía tener uno, y
los restantes podían trocarse en propietarios acudiendo a poblar en la
frontera. El pueblo de Castilla, altanero, dinámico y batallador, no
aceptaba el papel pasivo y tangencial de asombrado y temeroso espectador
de la vida pública sino que combatía como los nobles y junto a ellos y
hacía y deshacía sus hombres, con su simpatía férvida, su ayuda o su
saña, como en toda democracia. Las masas populares castellanas, al
encumbrar y al abatir a sus hombres y al contribuir a fijar la norma
reguladora de su existir, otorgaban a aquéllos y a ésta su adhesión
entusiasta, sin distingos ni inhibiciones personales. Y todos, desde el
infanzón al solariego, se hallaban habituados a soñar en adquirir
riquezas a botes de lanza y se hallaban prestos a ascender en la
jerarquía social a golpes de audacia y de coraje. [ ... ] Los cantares
de gesta castellanos tenían no poco de sustancia política. El de Mio Cid
rebosa rencor contra la alta aristocracia y férvida admiración hacia los
infanzones y caballeros, hijos de sus obras más que de su estirpe y de
su riqueza; no logra ocultar una clara hostilidad al rey y descubre una
vivaz enemiga a los judíos, muy explicable por la creciente presión
económica que ejercían sobre el demos al amparo de los príncipes.
[ ... ] En contraste con la religiosidad islámica, Berceo descubre su
concepción vasallática de las relaciones del hombre con Dios, tan
enraizada en la vida castellana de la época. Frente al dejarse ir, al
dejarse arrastrar, al deslizarse por la vida, de los creyentes
musulmanes, según el arbitrio de «el Clemente y el Misericordioso», y
frente al recibir los carismas de la Divinidad como recompensa de su
amorosa unión integral con Ella, los piadosos cristianos de Berceo
confían en alcanzar la gracia del Dios-Hombre y su milagroso
quebrantamiento de las leyes de la naturaleza, mediante su servicio
bucelarial a los señores de protección por ellos elegidos -María o los
santos. O a fuerza de ruegos insistentes, actos de devoción ritual,
promesas generosas, dones tangibles, luminarias, etcétera, etc.
[Conviene recordar]
la religiosidad vasallática de los peninsulares. La idea central del
vasallaje hispano -servicio a cambio de protección- desbordó de la vida
social hacia la vida religiosa. Frente a la rígida vinculación feudal de
allende el Pirineo, el castellano buscó siempre libremente señor a quien
servir y por quien ser protegido. Esa práctica fue llevada por el exaltado y rudo hombre de Castilla al área de sus relaciones con las
potestades celestiales. Berceo -un español «caboso», como me atrevo a
llamarle con un calificativo muy de su gusto-- es el mejor testigo de ese
traslado y de ese desborde. En sus Milagros de Nuestra Señora
fundamenta muchas veces el divina! prodigio en una
estrecha correlación de servicio vasallático y de protección señorial: de
vasallático servicio del pecador o del cuitado y de señorial protección de
la Madre de Dios. Ésta no es para Berceo blanda con quienes no figuran
entre sus servidores y llega a incurrir en iras y a castigar con dureza
a quienes la desprecian o la agravian; pero «sobre sos vassallos -escribe
el poeta-, es siempre piadosa». Por ellos pelea con los
demonios, platica con su divino hijo, trastorna las leyes de la
naturaleza y salva del deshonor y del infierno incluso a grandes
pecadores. «Fue de Santa María vasallo e amigo» hace Berceo decir a un
ángel que luchaba por liberar d alma de un labrador, a su muerte
cautivado «en soga de diablos». Berceo en su Vida de San Millán
después de contar la doble promesa de los Votos
legendarios a Santiago, por Ramito Il, y a San Millán, por Fernán
González, refiere la maravillosa aparición de los dos celestes patronos
de leoneses y castellanos y elogia así la maravillosa intervención de la
divinal pareja de Seniores
en ayuda de sus vasallos terrenales: «Non
quisieron em baldi la soldada levar, / Primero la quisieron mereçer e
sudar; / Tales sennores son de servir e onrrar ... ».
Santiago y San
Millán, como cualquier señor de protección, tenían para Berceo, como
para cualquier castellano o leonés, el deber de proteger a sus vasallos.
No pensaban de otra manera de sus propios señores los caballeros
villanos o los hombres de behetría con quienes convivía. [ ... ]
Me inclino a creer que la ironía de
Juan Ruiz ha sido muy dejada de lado como faz esencial del Libro de buen amor.
Nadie ha pensado, por ejemplo, en relacionarla con un
primer relampaguear del espíritu burgués en la Castilla del trescientos.
Y sin embargo me parece seguro que Juan Ruiz inició ese cambio en la
sensibilidad literaria castellana y creo que la consideración de su obra
a la luz de ese relámpago ayudará a comprenderla.
En cuanto tuvo de disidencia, de ruptura y
de novedad frente a lo teocéntrico, lo caballeresco, lo vasallático, lo
señorial ... el espíritu burgués empezó a manifestarse mediante burlas,
más o menos vivaces, de todo lo que había constituido
hasta allí el eje de la vida medieval. Mediante burlas salidas de
hombres inquietos y cargados de humorismo, que al contemplar el mundo en
torno sentían estallarles en el pecho una carcajada, más benévola que
sañuda, ante ideas, instituciones, prácticas, usos, fórmulas ... hasta
allí ancladas en el común asentimiento pero que empezaban a perder
autenticidad vital. Ellos captaban ese inicio de caducidad: la caída de
su prestigio, el vaciamiento de su sustancia interna, su desarraigo de
la tierra firme del asenso general ... Lo captaban cuando todavía no
quebraban albores a la aurora de la nueva jornada histórica. Empezaban a
ver las facetas cómicas y bufonescas del presente aún consagrado por el
respeto de quienes no eran capaces de alzarse críticamente frente a lo
recibido de las generaciones anteriores. Sólo la inquietud y la ironía
podían disparar rayos infrarrojos hacia tejidos que empezaban a
degenerar en la subestructura del cuerpo social, todavía en plena
actividad.
La dinámica inquietud que acicateaba a su
poderosa personalidad y su extraño y formidable potencial burlesco
permitieron a Juan Ruiz, al mirar en derredor, adivinar cuanto. había de
cómico en la vida de la sociedad de su época, en trance de lento
deslizamiento hacia una todavía lejana Modernidad. Si hubiera sido un
hombre instalado en los primeros estamentos de la comunidad nacional,
tal vez su ironía habría descargado por otros derroteros. Nacido quizás
en una villa como Alcalá, aburguesada desde hada tiempo, y arcipreste en
otro centro urbano alejado del estruendo caballeresco, vivió en una
Castilla que después de la gesta heroica comenzaba a abrirse a una nueva
vida. Juan Ruiz perteneció además a una generación que había presenciado
el aletargamiento de la reconquista, los desastres de la guerra civil,
la ascensión del pueblo al primer plano de la vida política y el
despliegue económico del reino. Y su ecuación psico-física pudo verterse
por la catarata de la mofa burguesa de todo y de todos.
Juan Ruiz iluminó con su sonrisa nada
sañuda la gran comedia humana de su época y se burló de la vida
religiosa, de la vida caballeresca, de las prácticas piadosas, de los
ejércitos y batallas, de la justicia, de la clerecía, de los teoréticos
rigores morales y hasta del mismo buen amor. Con el
Buen amor sopla en Castilla por
primera vez el espíritu burgués en lo que tenía de ruptura crítica
frente a las ideas, las instituciones, las normas, los valores, las
fórmulas consagradas por la tradición; en lo que tenía de cómica
captación de la inicial caducidad de muchos aspectos de la vida
medieval. Se me antoja ver en el juego
poético del Arcipreste un no sé si consciente -no han solido serlo los
inaugurales cambios de rumbo- pero sin duda novedoso alumbrar de rutas en
Castilla, hacia la formación de una conciencia burguesa todavía en nebulosa.
Al suscitar la risa del pueblo en torno a las ideas, los valores, las
instituciones ... caballerescas y
eclesiásticas, las ponía en tela de juicio,
las desprestigiaba a los ojos de las masas, les hacía perder su secular
crédito comunal y lanzaba en las mentes y
en los corazones de los habitantes de los
burgos, con las semillas de su desdén hacia la contextura tradicional de
vida, un impulso hacia la búsqueda y
estimación de nuevos caminos, de nuevas
vigencias; es decir, alumbraba en ellos una conciencia nueva.
La modernidad de la ironía de Juan Ruiz estriba precisamente en su bufo
enfrentamiento con una
sociedad en trance inicial de crisis [ ... ] cuando el humorismo
contemporáneo se enfrentó con ella. Bajo el reinado de Alfonso XI († 1350)
se inició el giro decisivo hacia una sociedad nueva. Empezaron a caducar
muchas ideas y muchos valores antes inconmovibles y al parecer eternos.
Apenas lo sospechaban los contemporáneos. El Arcipreste con sus parodias puso el dedo
en la llaga. De ahí su éxito entre el pueblo. Entre el pueblo menos rudo y
bárbaro y sañudo que antaño; pero más seguro del tambalearse de la torre
clerical y caballeresca -hasta allí muy firme- ante los golpes de ariete de la
monarquía. Obsérvese que la realeza, contra la que se habían alzado los
cantares de gesta, escapa casi excepcionalmente a la befa general del
Arcipreste contra todo y contra todos y
hasta es invocada por él como instancia
suprema de apelación. [ ... ] Juan Ruiz, por cuya pluma reían y se burlaban
la masas burguesas -burguesas en el sentido de habitantes en los burgos-,
adivinaba que la institución real estaba empujando la
crisis de lo caballeresco
y
clerical hacia su
desenlace.
CLAUDIO SÁNCHEZ ALBORNOZ
LITERATURA Y SOCIEDAD EN LA CASTILLA
MEDIEVAL
(CANTAR DEL CID, BERCEO,
LIBRO
DE
BUEN AMOR)
España, un enigma histórico,
Sudamericana, Buenos Aires, 1956, vol. l, pp.
393-397, 428-429, 530-531.