Casalareina (La Rioja), verano 2003. Recreación festiva de un mercado medieval.

 LAS COLONIZACIONES FRANCAS
EN EL CAMINO DE SANTIAGO 

 

J.I Ruiz de la Peña 
Universidad de Oviedo
 

 

"muchos negoçiadores de diversas naçiones e estrañas lenguas"..."burgueses de muchos e diversos ofiçios, conbiene a saber: herreros, carpinteros, xastres, pelliteros, çapateros, escutarios o omes enseñados en muchas e diversas artes e ofiçios"(Primera Crónica de Sahagún)


      El Camino de Santiago, ruta de peregrinación y comercial a un tiempo, fue también, y sobre todo, cauce de una intensa corriente repobladora que iba a determinar hondas transformaciones en la tradicional fisonomía de las formaciones locales del corredor espacial vertebrado por aquella vía, desde los puertos pirenaicos hasta el Locus Sancti Jacobi

      En conexión con las peregrinaciones jacobeas, al amparo de las medidas tutelares de todo tipo desplegadas por los monarcas castellano-leoneses desde Alfonso VI (1072-1109), en sintonía con una acción paralela de los reyes navarro-aragoneses, y obedeciendo al impulso espontáneo de la movilidad geográfica que manifiesta, desde la undécima centuria, la fuerza expansiva y la prosperidad demográfica de la sociedad europea en los siglos centrales de la Edad Media, se irán produciendo en las nuevas o renovadas ciudades y villas del Camino asentamientos permanentes de pobladores extranjeros. Tales pobladores, como los peregrinos con los que a veces se confunden, proceden de todos los países del Occidente cristiano, pero fundamentalmente de las regiones de la vecina Francia, de ahí el nombre genérico de francigeni o francos que se les aplicará. 

      Esa diversidad de origen, que se nos manifiesta en los nombres que portan, se pone elocuentemente de manifiesto en algunos conocidos pasajes de los textos narrativos de la época. Así, cuando en la Primera Crónica Anónima de Sahagún se refiere cómo llegaron a poblar a la villa de abadengo, aforada por Alfonso VI hacia 1082, gentes 

"de todas partes del universo... personas de diversas e extrañas provincias e reinos, conbien a sauer: gascones, bretones, alemanes, yngleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provinçiales (provenzales), lonbardos, e muchos otros negoçiadores de diversas naçiones e estrañas lenguas". 

      Esa inmigración de gentes foráneas, que se desarrolla a lo largo del Camino de Santiago fundamentalmente entre finales del siglo XI y principios del XIII, constituye uno de los rasgos que contribuye a singularizar más acusadamente los fenónemos de poblamiento urbano del espacio articulado por la ruta jacobea, y es califiada con razón por el profesor Rafael Lapesa como "uno de los más importantes hechos demográficos que ocurrieron en la España medieval", determinante de fenómenos de aculturación formal y de reactivación social y económica en las localidades receptoras de la corriente migratoria cuya exacta medida nos está descubriendo cumplidamente una ya larga y recientemente actualizada tradición historiográfica. 

* * *

      El interés de los monarcas hispanos, tanto del espacio político castellano-leonés como del navarro-aragonés, por los asentamientos de colonizadores francos o extranjeros en sus Estados encuentra su justificación en un doble hecho: por una parte, estas inmigraciones servían para compensar el continuo drenaje demográfico que las empresas reconquistadoras y repobladoras de la frontera en movimiento imponían a las poblaciones norteñas de Hispania; de otra, como ya adelantábamos antes, iban a suponer un importante factor de reactivación de la vida económica, por la vinculación profesional de muchos de esos francos a actividades preferentemente comerciales y artesanales en los centros urbanos que los acogen. 

      En concurrencia con ese interés regio deben ser consideradas las propias condiciones creadas por la peregrinación y la política de apertura a Europa de los monarcas hispanos, en especial Alfonso VI; y sobre todo, y quizá en mayor medida, el hecho del auge demográfico de la sociedad occidental y de la movilidad geográfica de ese mundo feudal en expansión, como certeramente señalarían, ya hace tiempo, M. Defourneaux y J .M. Lacarra, para quien "peregrinación, comercio, reconquista y repoblación son fenómenos que aparecen frecuentemente confundidos como manifestación de la inquietud que agita a los hombres del Occidente cristiano". 

      Algunas piezas narrativas, como la Primera Crónica Anónima de Sahagún, el Liber Sancti Jacobi o la Historia Compostelana, determinados fueros y privilegios otorgados por los monarcas y, sobre todo, una documentación local muy abundante y expresiva y la aplicación a sus informaciones de las interesantes sugerencias que brindan los análisis antroponímicos como indicadores de procesos de movilidad geográfica y comportamiento social, permiten seguir con cierto detalle el desarrollo cronológico de los asentamientos de pobladores extranjeros en las ciudades y villas del Camino de Santiago, medir su diversa intensidad y, en definitiva, valorar su carácter e importancia en la composición del tejido social de esas formaciones urbanas y en el pulso vital de las mismas. 

* * *

      Ya tempranamente la ruta jacobea es percibida como principal cauce de comunicación de los espacios norteños peninsulares con la Europa de ultrapuertos: así, si en un documento najerense de 1079 se sitúa el monasterio de Santa María de Nájera "latus de illa via que discurrit pro ad Sanctum Iacobo", en ese mismo año esa misma vía recibe el significativo nombre de strata de francos

      Desde finales del siglo XI y más acusadamente a lo largo de la siguiente centuria, son incontables los testimonios reveladores de la existencia de núcleos estables, a veces muy numerosos, de población ultrapirenaica en las localidades de la ruta jacobea, incluso en las de itinerarios secundarios de la misma. Los encontramos no sólo en ciudades y villas importantes de antigua o nueva fundación, como Pamplona, Estella, Jaca, Logroño, Nájera, Burgos, Sahagún, León, Astorga, Santiago y en rutas secundarias, Oviedo y Lugo, sino en otras poblaciones más modestas; por ejemplo en Puente la Reina, Sangüesa, Miranda, Santo Domingo de la Calzada, Belorado, Carrión o las cuatro villas bercianas de Molinaseca, Ponferrada, Cacabelos y Villafranca. La dicotomía de pobladores -francos e hispanos o castellanos- en la composición del tejido social de las fonnaciones urbanas del Camino de Santiago aparece por vez primera contemplada en el ordenamiento jurídico otorgado a Logrofio por Alfonso VI en 1095:

"...decidimos darle (a la villa de Logroño) fuero en el que deberán vivir todos los que ahora pueblan el sobredicho lugar y los que, Dios mediante, lo hagan para siempre, así franceses como españoles, como cualesquiera otras gentes...". 

      No mucho tiempo después, en 1116, Alfonso I otorgaría fuero a los "pobladores, francos et castellanos" de la pequeña villa burgalesa de Belorado. 

      Y, en fin, a esta época inicial que se sitúa en torno a 1100 y en la que parece que se produce la primera gran corriente migratoria de pobladores francos hacia las formaciones urbanas del Camino, continuada con intensidad creciente durante los primeros decenios del siglo XII, corresponden numerosas referencias, directas e indirectas, a la presencia de colonias extranjeras en esas ciudades y villas itinerarias. 

      Así, en 1902 se habla ya en León de una "ecclesia... in vico francorum". En 1096 Alfonso VI donaba a San Salvador de Oviedo la antigua residencia de los monarcas astures, a la que aplica el significativo nombre de Palatio Frantisco, para que se destinara a hospital de peregrinos; y no mucho tiempo después, en 1115, anotamos la presencia en esa misma ciudad de cierto "Robert iudice de illos francos". 

      Con frecuencia los testimonios diplomáticos insisten en la distinción, dentro de las comunidades urbanas, de dos grupos sociales nacionales, como veíamos que hacían algunos ordenamientos locales de la primera época y como harán también, a mediados del siglo XII con el establecimiento de merinos propios para castellanos y francos, los fueros de Oviedo (1145) y Sahagún (1152). 

      Paralelamente, en las series documentales de las ciudades y villas del Camino se hacen presentes como actores o testigos de negocios jurídicos, vecinos cuyos onomásticos revelan inequívocamente su procedencia ultrapirenaica, formando con frecuencia grupos muy numerosos que nos permiten medir la importancia que, en cada caso, tiene la implantación de esas colonias extranjeras. En no pocos casos el topónimo o gentilicio que acompaña al nombre de bautismo contribuye a perfilar la procedencia de sus portadores: Petrus Franco, Juan Borgoñón, Beltrán de Tarascón, Bernardo de Caorz, Martín Gascón, Pedro Bretón, Martín Alemán, Guillelmus Pettavin, Pedro Lombart, Guilem Engles, Pascual de Limoias, etc. En gran medida los repobladores extranjeros son francos de origen, de las diversas regiones del vecino país, desde Provenza y Gascuña hasta Bretaña, Normandía o Borgoña. En mucho menor número vienen de otros países europeos: los hay alemanes, italianos, ingleses o incluso de otras áreas más distantes. 

      La misma documentación que nos revela la presencia de numerosos asentamientos de francos en las ciudades del Camino de Santiago aporta también noticias sobre la activa circulación en esas ciudades de moneda francesa: sueldos anjovinos, turonenses, mergulieses... Ya los datos de la onomástica franca incorpora igualmente las referencias de una nueva toponimia urbana indicativa de aquellos asentamientos: la existencia de barrios o burgos de francos (vicus francorum, burgo francorum) o de calles de francos (rua francorum, rua francisca, vía francigena, calle francorum, strata .francorum, rua gascona, camino francisco, Broteria...) se detecta en la práctica totalidad de las localidades del Camino, por lo menos en las de cierta entidad urbana. También encontramos con frecuencia en ellas iglesias y alberguerías puestas bajo la advocación de titulares que revelan que los pobladores han trasplantado las particulares devociones y cultos de su lugar de origen a sus ciudades de destino, incluso algunas tan distantes como Oviedo, donde a principios del siglo XIII existía una alberguería puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de Rocamador. En las ciudades y villas más importantes del Camino que actuaron desde fines del siglo XI como centros receptores de inmigrantes ultrapirenaicos y durante una fase de coexistencia con la población autóctona que puede prolongarse, con las inevitables variantes locales, hasta finales del siglo XII o incluso en algunos lugares hasta principios de la siguiente centuria, el comportamiento colectivo de esos pobladores extranjeros presenta una serie de ragos que permiten caracterizarlos como verdaderas colonias, con las connotaciones que tal conceptuación comporta en el seno de las sociedades medievales y que para el área castellano-leonesa analizaría magistralmente J.Gautier Dalché hace algunos añoso 

      Los inmigrantes de ultrapuertos, al menos en la fase inicial de sus asentamientos, tienden a la concentración espacial en los marcos urbanos receptores, estableciéndose, como antes apuntábamos, en barrios o calles que les son propios y que suelen localizarse en relación con las travesías, intra o extra muros del Camino de Santiago. En el espacio navarro la localización de los francos en barrios cerrados se manifiesta aún más acusadamente y por más tiempo que en las poblaciones castellano-leonesas. 

      La existencia de unos lazos de solidaridad gentilicia entre los miembros de estas colonias de francos y de una clara conciencia de grupo diferenciado en el seno de las sociedades locales, que es percibida por sus convecinos y que se corresponderá con un bilingüismo en pleno retroceso ya avanzado el siglo XII, se nos revela elocuentemente en el tratamiento distintivo que las fuentes normativas y diplomáticas hacen, según veíamos antes, de los castellanos o hispanos y de los francos o francigeni. A unas pautas de comportamiento sociocentrista corresponde, por otra parte, la reiteración con que se observa la presencia agrupada de vecinos francos como testigos en la celebración de negocios jurídicos en que es parte algún individuo de la colonia. 

      Siempre con referencia a las ciudades y villas de Castilla y León -en Navarra los francos gozaron de una muy diferenciada condición jurídica en relación con la población indígena- la existencia de oficiales privativos de los miembros de la colonia es otro de los rasgos característicos que presentan algunas de las comunidades de mayor implantación en el Camino de Santiago. Esa dualidad de jurisdicciones encuentra una expresa formulación normativa en los fueros, estrechamente emparentados y antes aludidos, que otorga Alfonso VII a Oviedo (1145) y Sahagún (1152), en los que se dispone que haya un merino castellano y otro franco. Y el fuero dado a Belorado por Alfonso el Batallador en 1116 y dirigido a los pobladores "francos y castellanos" del lugar, atribuye a cada una de esas comunidades la facultad de elegir juez propio. 

      No gozaron, sin embargo, las colonias de francos que vemos establecidas en las formaciones urbanas del Camino, en su desarrollo dentro del espacio castellano-leonés, desde Logroño a Santiago, de un derecho especial, diverso en cada caso del derecho local común, ni de una posición jurídica privilegiada respecto a sus convecinos. El mismo ordenamiento jurídico rige dentro del círculo local, aunque en algunos supuestos lo apliquen oficiales distintos, con independencia de la nacionalidad de los administrados. En ciertos casos esos ordenamientos (Logroño, Miranda, Santo Domingo de la Calzada, Navarrete) se califican expresamente como "foros de francos" y ciertamente lo son, como lo son también los de las demás poblaciones del Camino, empleando aquí el término franco en su sentido jurídico de estatuto privilegiado y no en el étnico de derecho nacional. 

      Se produce así una ampliación del campo semántico de dicho término, que en las ciudades del Camino de Santiago designará a todos los pobladores que se acogen a sus fueros locales, sean francos de origen (francigeni) o francos de privilegio, en virtud precisamente del disfrute de las franquicidas y exenciones que reconocían los respectivos derechos locales urbanos.

      Dejando al margen su temprana, abundante y bien documentada presencia en los cuadros eclesiásticos de las ciudades del Camino, especialmente en los cabildos catedralicios y en los grandes monasterios que encontramos en las más importantes poblaciones de la ruta jacobea, es un hecho tradicionalmente admitido y constatable la vinculación preferente de los francos a actividades económicas de carácter mercantil y artesanal, siendo su asentamiento, como ha probado García de Valdeavellano, uno de los factores determinantes del renacimiento de la vida comercial que, desde finales del siglo XI, se opera en aquellas formaciones urbanas. 

      Su presencia contribuirá decisivamente a la aparición y consolidación de una verdadera burguesía (por vez primera, significativamente, se contempla la presencia de burgueses en el fuero otorgado a Jaca por Sancho Ramírez, hacia 1065), que da el tono a la fisonomía social y económica de las poblaciones del Camino. y la influencia de los francos incluso se acusará, como oportunamente señalaría Gautier Dalché, en ciertas actitudes colectivas que los grupos burgueses adoptarán en algunas de las manifestaciones de contestación antiseñorial que se producen en varias de esas ciudades desde principios del siglo XII. 

      En el seno de esas burguesías locales los pobladores extranjeros son cambiadores, mercaderes, tenderos, albergueros o bien desempeñan otros de los diversos oficios o mesteres relacionados con el comercio, la producción artesanal o la construcción. La Primera Crónica de Sahagún, que citábamos al principio de la presente exposición, nos presenta a los pobladores llegados a esta villa "de todas partes del universo", refiriéndose a los "burgueses de muchos e diversos ofiçios, conbiene a saber: herreros, carpinteros, xastres, pelliteros, çapateros, escutarios o omes enseñados en muchas e diversas artes e ofiçios" y aludiendo, después de señalar la procedencia multinacional de los pobladores, a "muchos negoçiadores de diversas naçiones e estrañas lenguas". El conocimiento cada vez mayor que tenemos de las series documentales de las ciudades y villas del Camino ha permitido ya en algunos casos, susceptibles de ampliarse, confeccionar listados bastante completos de las nóminas de pobladores francos en las que, con frecuencia, se hace indicación de sus dedicaciones económicas entre las que destacan, sin duda, las vinculadas al sector comercial y artesanal: así la comprobamos, por ejemplo, en Logroño, Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Burgos, Sahagún, León u Oviedo. 

      Figuran igualmente los francos como titulares de los oficios concejiles y nutren los cuadros de un patriciado urbano, ciertamente todavía modesto, que, al compás de la reactivación de la vida económica, vemos formarse en las ciudades del Camino en el curso del siglo XII. 

      Su comportamiento y hábitos sociales en nada difieren de los comunes de sus vecinos y siguiendo las pautas de conducta de los burgueses acomodados aparecen como fundadores y benefactores de cofradías y hospitales, y adquirentes de propiedades inmobiliarias y tierras en el entorno de las ciudades, conformando patrimonios de bienes raíces que fortalecen sus vínculos de integración en las sociedades locales. 

* * *

      Cuestión de no fácil respuesta es la evaluación de la importancia numérica de los pobladores francos en el conjunto de las poblaciones de las localidades en que se implantan, que sólo de forma aproximada podemos establecer. Facilita esa aproximación, en la mayor parte de los casos, la posibilidad ya indicada de confeccionar listados vecinales de suficiente expresividad; y en ciertos supuestos, ciertamente escasos, la existencia de algunos documentos de excepcional interés demográfico, como pueden ser la Memoria de los censos que pagaban anualmente al cabildo de Santo Domingo de la Calzada los vecinos de esta villa por sus solares y casas, redactada muy a principios del siglo XIII, o el juramento prestado en 1137 por los habitantes de Jaca y otros lugares a Ramón Berenguer, conde de Barcelona, en el que la nómina de individuos portadores de onomásticos extranjeros es de una llamativa amplitud.

      Con todo tipo de reservas puede afirmarse que el número de pobladores francos fue muy abundante en las ciudades y villas del espacio navarro-aragonés, superando quizá en Jaca al de la población autóctona. Aunque a medida que el Camino de Santiago se aleja de las tierras ultrapirenaicas la población franca tendería a disminuir, su importancia porcentual en el seno de las sociedades locales continuaba siendo muy importante, al menos en las principales ciudades de las rutas jacobeas, en las que puede reconstruirse con cierto grado de fiabilidad la dinámica interna de las colonias extranjeras. Así, seguramente en poblaciones como Logroño, Santo Domingo de la Calzada, Nájera, Burgos, Carrión, Sahagún, León, Oviedo..., los individuos de oriundez ultrapirenaica podrían suponer al filo del 1200 quizá entre un 20 y un 25% del vecindario total de esos centros urbanos y, desde luego, muchos de ellos figuraban entre la burguesía local más cualificada. 

      Si resulta todavía prematuro y aventurado tratar de cuantificar en términos exactos el volumen de las repoblaciones francas no lo es valorar su incidencia cualitativa, que fue muy importante, en la conformación de los grupos burgueses locales, según apuntábamos anteriormente. La utilización combinada de las fuentes diplomáticas y narrativas, con todas las reservas que deban adoptarse en la interpretación de sus informaciones, permite confirmar el papel fundamental que, a partir sobre todo de la magnífica y ya clásica aportación de García de Valdeavellano al estudio de los orígenes de la burguesía medieval hispana, se ha venido atribuyendo a las colonizaciones francas como factor de dinamización de la vida urbana en las rutas de la peregrinación jacobea. 

      Y llegamos ya a la última de las cuestiones de esta rápida exposición de conjunto sobre las colonizaciones francas en las rutas de la peregrinación jacobea: la relativa a la fusión de esos pobladores ultrapirenaicos con la población indígena hispana y la consiguiente cancelación del proceso colonizador. 

      A diferencia de lo que ocurrió, por ejemplo, en las ciudades navarras, donde la persistencia de las colonias francas como núcleos cerrados sobre sí mismos en el seno de las colectividades locales se prolongó durante bastante tiempo y la coexistencia con la población indígena no estuvo exenta de tensiones, a veces violentas, en León y Castilla las relaciones fueron en todo momento pacíficas y la plena integración del elemento franco en las sociedades locales se produjo rápidamente y de forma natural y espontánea, pudiendo afirmarse que estaría consumada ya en torno a 1200. Ello fue así por varias razones. 

      En primer lugar, por no disfrutar estos extranjeros, como ya quedó dicho, de un estatuto jurídico privilegiado y diverso en relación con el del resto de los pobladores. La dualidad jurisdiccional o de magistrados locales que observamos a lo largo del siglo XII en algunas de las más importantes formaciones urbanas del Camino, por otra parte, no se prolongaría más allá de esa centuria. Así en Sahagún, sin duda el centro urbano castellano-leonés donde fue mayor la entidad del elemento franco y donde quizá por más tiempo esos francos tuvieron oficiales propios en el seno del concejo, Alfonso X disponía en 1255 que sólo hubiese un merino y no más. 

      En segundo término deben ser consideradas otras razones generales que explican en las localidades receptoras de inmigrantes ultrapirenaicos su fácil asimilación. Así, la no existencia de obstáculos religiosos ni tampoco, normalmente, lingüísticos insalvables para la fusión con la población indígena, ya que la mayoría de los extranjeros procedían de regiones francesas del dominio románico. Debe tenerse en cuenta también que los colonizadores francos serían mayoritariamente varones, jóvenes y solteros, que se casaban con mujeres de la localidad receptora: sus descendientes, al cabo de la segunda o tercera generación, se irían desligando de la tradición paterna, fundiéndose por obvias razones familiares con la masa de población autóctona en la que estaba implantada la parentela materna. 

      Los hijos de los francos suelen llevar el patronímico que acredita la oriundez paterna, y todavía en algunos casos los nietos son portadores de un nombre personal ultrapirenaico e incluso, excepcionalmente, del apellido paterno o de los abuenos; pero la huella onomástica reveladora del origen de los ascendientes termina inevitablemente por perderse. Este proceso puede seguirse fielmente a través de varias generaciones en los documentos de las más importantes ciudades del Camino. 

      Pero quizá la razón que más poderosamente aceleró el proceso de asimilación de los extranjeros en las ciudades del Camino de Santiago fue el gradual descenso del ritmo de las inmigraciones, probablemente desde el último tercio del siglo XII, pudiendo afirmarse con seguridad que, a partir de ese momento y en el curso del siglo XIII, los asentamientos de individuos francos -que ciertamente continúan produciéndose- tienen ya un carácter meramente episódico, bien distinto de los establecimientos colectivos de época anterior. y ello a pesar de que todavía y por bastante tiempo la onomástica de resonancias ultrapirenaicas se haga presente en la documentación de las localidades del Camino. Pero la mayor parte de los representantes de las comunidades francas de las poblaciones de las rutas jacobeas durante la primera mitad del siglo XIII parecen ser ya hijos, nietos o biznietos de los que podríamos llamar "francos de primer asentamiento", como se comprueba a través de las relaciones de filiación que se establecen con frecuencia en los diplomas de la época. 

      Una comunidad minoritaria que no veía renovados sus cuadros con nuevos contingentes de pobladores y que, por la lejanía de su tierra de origen, no podría mantener un contacto estrecho con sus compatriotas, como no fuese el episódico que brindaba la transitoria presencia en las ciudades de peregrinos y comerciantes del propio país o los poco probables desplazamientos a aquellas tierras, estaba inexorablemente llamada a una rápida asimilación. 

      Finalmente, desde 1200 con el lento despertar, primero, de las villas de la costa norteña y medio siglo después con la recuperación de la Andalucía Bética, la importancia comercial del Camino de Santiago cede el incontenible ascenso de los nuevos ejes económicos tendidos desde el siglo XIII entre las dinámicas villas nuevas portuarias de la fachada cantábrica y el traspaís castellano-leonés, prolongándose hacia los centros urbanos interiores de un reino que ha llevado ya sus fronteras meridionales hasta la lejana Andalucía. 

      Durante los siglos centrales de la Edad Media, el Camino de Santiago había cumplido el papel de verdadero cordón umbilical entre Europa y una España progresivamente emancipada de la influencia islámica, haciéndola gravitar decididamente hacia Occidente. Como señalaba certeramente A. Mckay, "cubriendo el norte de la Península, la ruta -denominada camino francés- permitía que las influencias europeas penetrasen en España y, saltándose las barreras políticas, impuso una unidad entre las regiones, desde la frontera francesa hasta Galicia". 

      Con razón pudo decir Ch. Higounet que "s'il y a eu une époque où il n'y sûrement pas eu de Pyrénées, c'est bien le MoyenAge".

volver

 

El Camino de Santiago y la Sociedad Medieval
(Págs. 135-141)
Colección LOGROÑO n.º 25
IER
LOGROÑO 2000