Entre viñas y trigales Bajo el cielo de Rioja Alta Una mujer con su niño De la mano caminaba Decía el niño a su madre: ¿Está lejos la posada? Y la mujer respondía Ya estamos cerca, hijo, anda. Atardecía y las nubes Oro y fuego, allá lejanas Eran espléndida corte De la tarde arrebolada Era la villa de Leiva Junto a su vieja calzada Un castillo milenario Contaba guerras y hazañas Con su rostro algo tostado Hecha anhelo la mirada Con las conchas y sombrero Zurrón y una calabaza Iban la madre y el hijo Por la calzada romana En su torno iba cantando El polvo de sus sandalias De pronto, el peregrinito Saltando sobre su vara Interrumpió alegre: ¡ya! Mira, madre, la posada. Sobre la hermosa campiña Como un azul de esperanza Reposo de peregrinos Se divisaba la casa Era un cruce de caminos; Una tejera quemaba Su roja tierra y en frente Envuelto en dulce nostalgia Un coro de peregrinos Contaba tiernas plegarias Un crucero piedra viva Sobre el suelo allí se alzaba Y en sus brazos el afán Del peregrino quedaba. Abajo Leiva vivía Su blanca paz mientras amplia Sobre el viejo campanario La cigüeña crepitaba. La paz sea con vosotros Dijo al llegar nuestra dama. Y con vos y vuestro niño Peregrina afortunada. Pase usted, buena señora Aunque llega en hora mala. Suplicó la posadera Llorando con gruesas lágrimas. Dígame, buena mujer, ¿Qué le ocurre?. - La desgracia con sus negras alas hoy ha penetrado en mi casa. Yo tenía un hijo hermoso Como ese vuestro; y acaba De morírseme, señora, ¡Hijito de mis entrañas! El niño de la señora Miró a su madre, y la gracia De sus mejillas en flor Se inundó también de lágrimas. Pase y verá su cadáver Dijo el ama infortunada Allá sobre su camita Entre blanquísimas sábanas Con la sonrisa en los labios Su carne de cera estaba. ¡Pobre niño!. Murmuró | La peregrina ante el ansia De la madre que, en sollozos, Sus anhelos desgranaba. Hijo mío, qué tristeza, Tu madre desconsolada, Sin ti quedó en este mundo Sin luz y sin esperanza. A la Reina de los cielos Te consagré una mañana Y Ella aceptó el sacrificio Hijito de mis entrañas. En efecto, una mesita Había junto a la cama; Y en el centro un cuadro hermoso De María Inmaculada Unas flores y una luz A la Virgen adornaban. Dijo el niño peregrino Al ama de la posada: Y vos, ¿Amáis a la Virgen? Mucho, y más quisiera amarla. Entonces pedidle ahora Que un milagro aquí os haga. Niño gracioso, mirad Estas flores y esta lámpara Que no cesan de pedirlo Y son símbolo de mi alma. Pedid y recibiréis; Llamad para que se os abra. La posadera exclamó Del niño ante las palabras: ¡Oh, qué hijo os dieron los cielos Peregrina afortunada!. Y la peregrina dijo: Oh, sí; y con él la gracia Hoy ha venido a inundarte En las mieles de su calma. Regocijaos, señora; Vuestra caridad magnánima Os ha traído el milagro. Cuando a la Virgen rezabas, O al cansado peregrino Recogía vuestra casa Ella presentaba a Dios Vuestras obras y plegarias. Siempre habéis sido piadosa Caritativa y cristiana. Ahora, bajo estos disfraces De peregrina, la paga Os traemos desde el cielo. Buena señora, tomadla. Decid a todos mis hijos De Leiva, que en la calzada Vestidos de peregrinos La Virgen y el Niño estaban; Que entre ellos quiero vivir Siendo guión y esperanza Sobre su vida, que corre Como el peregrino pasa. Buena mujer, recibid De vuestro paso la gracia. Vuestro hijo, resucitado, Mirad, que os ríe y os llama. Y el niño muerto, gritó: Madre, madre, en la calzada Una Virgen con su Niño Pidiendo posada estaba. La posadera lloró: Hijito de mis entrañas. Afuera los peregrinos Pacíficos dialogaban, Mientras el sol, entre nubes, Se ocultaba en lontananza. |