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1. Introducción

 

En el presente escrito pretendo hacer una reflexión sobre la situación de las mujeres dentro de la familia patriarcal. Es un análisis de carácter global, en el que voy a tener en cuenta, sobre todo, mis trabajos después de más de veinte años investigando sobre la Historia de las mujeres, aplicado a lo que la organización familiar representa para ellas.

La sociedad feudal es una sociedad en la que el individuo no cuenta. Cualquier persona debe estar integrada en un grupo. La familia natural es el grupo básico de integración de las personas. Los que no forman parte de una familia son asociales, están en los márgenes. Bien es cierto, que la familia natural puede ser sustituida por una familia artificial. Las relaciones feudovasalláticas cumplen está función. También la iglesia ofrece este marco, un monasterio es una familia religiosa.

La organización feudal se mantuvo a lo largo de todo el período que tradicionalmente se denomina Edad Media. Pero convive con otra formación social que es la sociedad burguesa, propia de la vida urbana, cuyo desarrollo en el Occidente cristiano se inicia a partir del siglo XI. En la sociedad burguesa la familia también es elemento imprescindible de integración de las personas; los establecimientos religiosos y las cofradías y gremios también ofrecen la posibilidad de unas vinculaciones familiares artificiales, pero este tipo de vinculaciones ahora no me interesan. Entre los grupos privilegiados en la sociedad feudal la familia extensa era la que predominaba, mientras que para los siervos la familia nuclear era la única posible dadas las limitaciones del manso. En las ciudades, entre los burgueses, el tipo de familia que también predominó fue la nuclear.

Ahora bien, dentro de esta organización, posiblemente la de mayor transcendencia dentro de la sociedad, pues afecta a todas las personas, no todos los que la integran tienen iguales derechos, libertades y posibilidad de decisión, como después analizaré. Bien es cierto que tampoco todas las familias tienen la misma consideración social. La clase social es categoría de análisis imprescindible. La sociedad feudal, como todas, está integrada por individuos que pertenecen a diferentes clases sociales, en este caso dos muy bien definidas: los privilegiados, es decir los señores, y los no privilegiados, esto es los siervos. La sociedad urbana ofrece mayor matización social pues no todos los burgueses tienen el mismo capital y en las ciudades hay grupos dedicados a trabajos de muy poco rendimiento económico. Pero tanto pobres como ricos están integrados en una familia o, por lo menos, deben estarlo. La familia es un elemento de integración en la sociadad y, al mismo tiempo, de control sobre los ciudadanos. Esto no quiere decir que no haya algunos que no tengan familia, pero éstos/as están en los márgenes de la sociedad. Son prostitutas, mendigos, ladrones, vagabundos, etc. Las religiosas/os tienen familia artificial, la orden a la que pertenecen. Para los guerreros, la milicia es la familia.

Una mujer no puede estar nunca solo. Siempre tiene que estar integrada de alguna manera en una familia, si no es así debe ir a un monasterio o convento. Una mujer que por diversas circunstancias pierde a su familia, pierde la protección que ella le ofrece y la honorabilidad que le presta el grupo familiar al que pertenece. Una mujer en esta situación debe entrar en un convento o acabará en la mancebía. Un hombre, en la misma situación prodrá contraer matrimonio, pues la honorabilidad familiar él la aporta, o integrarse en cualquier grupo de guerreros, sequito feudal o banda armada al servicio de alguién. Y, por supuesto, también podrá entrar en religión si éste es su deseo. Un hombre tienen posibilidad de decidir y puede permanecer soltero como soldado por ejemplo. Una mujer no puede decidir. Deberá ir al convento, si tiene para la dote, o a la mancebía si no cuenta con la protección de algún pariente masculino.

Es imprescindible tener en cuenta la clase social para profundizar en el análisis de la organización familiar, como antes señalaba, pero también la religión a la que pertenecen los individuos, pues es diferente la familia cristiana, de la judía o de la islámica. Bien es cierto, que en los tres casos hay un punto en común. Dentro de cada tipo de familia, cristina, judía o musulmana, las mujeres siempre tienen una posición de inferioridad con respecto a todos los hombres de su propia familia. Otro tanto puede decirse con respecto a las clases sociales. En cualquiera de ellas, tanto en la sociedad feudal como en la burguesa, las mujeres siempre están sometidas a los hombres de su grupo. Por ello, anteriormente señalaba que dentro de una familia no son iguales todos los que la intregran.

No son iguales por que en la sociedad, además de clases sociales, religiones, razas, etc., existen, sobre todo, los géneros: masculino y femenino. El género es una construcción social y cultural por la que se definen los comportamientos de las personas que integran cada uno de los grupos. Y, también, los espacios donde estos comportamientos deben proyectarse. Para el género masculino su ámbito de actuación es lo público. Mientras que para el femenino es lo doméstico: la casa en la que habita la familia. Las mujeres, por tanto, no tienen otro espacio donde desarrollar su vida que dentro de una familia, dentro de una casa. En las casas las mujeres deben dedicarse a las tareas domésticas que son las propias desu género. Consisten en todo lo relacionado con el mantenimiento y cuidado de la familia y con la reproducción de la misma; es decir, tener hijos. Sobre todo esto volveré a insistir más adelante.

Las mujeres honradas son las que se adecuan a lo establecido para el género femenino pues la honra es de la familia, lo mismo que la herencia. Es el cabeza de familia, el padre, quien ostenta la fama familiar y quien administra la herencia. Las mujeres reciben la honra del hombre, padre o marido, y transmiten la herencia al hijo. Una mujer no integrada en una familia no es una mujer honrada, pues ellas, por si mismas, no tienen honra. La vida de las mujeres, por tanto, está totalmente relacionada con la organización familiar y, por ello, sus obligaciones sociales estarán condicionadas por su estado civil, es decir por su posición dentro de su familia. El estado civil es, por tanto, también categoría de análisis imprescindible para profundizar en la realidad social de las mujeres. Por ello, las mujeres son: hijas, madres/esposas y viudas. Y las monjas.

 

 

2. Las Hijas

 

El nacimiento de una niña siempre es peor recibido que el de un niño. La niña no puede, en principio recibir la herencia familiar sea ésta un feudo, un manso, un negocio mercantil o un taller de artesano. Lo más que pueden hacer las mujeres es transmitir a su hijo, mediante un matrimonio conveniente, la herencia. Pero esto supone que durante un tiempo, un extraño, el marido, administrará el capital familiar. Por esto, siempre es mejor tener hijos que aseguren la transmisión dentro de la familia. Por otra parte, a las hijas hay que dotarlas para casarlas o para que entren en un convento, la dote es, por tanto, una riqueza que se aparta del patrimonio familiar. Por ello, algunas mujeres huerfanas no eran casadas por sus hermanos para no desprenderse de su dote. En el Fuero Real de Alfonso X se permite que las mujeres mayores de treinta años sin padre pueden casarse sin el consentimiento de su hermano.

Las hijas deben obedecer siempre a su padre y las huerfanas a su hermano mayor que ocupa la plaza del cabeza de familia. Éste es el que decide cuando y con quien se deben casar. Las mujeres podían llegar a la boda sin conocer a su marido. Bien es cierto que la situación para ellos es semejante pues no debe olvidarse que el matrimonio es un contrato civil en el que no media el amor. Entre las clases sociales inferiores, donde los bienes materiales escasean, las relaciones entre hombres y mujeres son más libres y las uniones no se hacen por intereses sino por atracción mutua. En estos casos no se llega a firmar ningún acuerdo pues no es necesario. En los casos en que si hay boda, ésta siempre esta acordada por el padre o, en su defecto, por el hermano de la novia a la que no se pide opinión, sólo tiene que obedecer y abandonar su hogar.

Las niñas son educadas por sus madres en las tareas domésticas, que dependen de la clase social a la que se pertenezca. Asimismo, aprenden a comportarse en sociedad y a cumplir con todo lo establecido para su género. Pero, no sólo esto, pues las hijas de los artesanos suelen aprenden el oficio del padre, son mano de obra gratuita y debe ser cualificada, aunque no reconocida legalmente. Se sabe esto pues muchas se casan con hombres del mismo oficio que su padre y llevan instrumentos propios del trabajo en su ajuar.

La instrucción no es aconsejable, a lo más leer, para leer libros sagrados, las mujeres de clases altas. Saber escribir no es necesario. Pero a pesar de todas estas prescripciones, que se encuentran en numerosos escritos medievales y que Alfonso X refiere en las Partidas, se sabe que muchas mujeres e hijas de mercaderes llevan el negocio familiar cuando el cabeza de familia se ausenta por causa de sus negocios. Estas mujeres saben hacer cuentas y todos los escritos necesarios para la buena marcha del negocio. Por otra parte, se ha conservado una importante cantidad de cartas de mujeres nobles, burguesas y, sobre todo, monjas.

Los conocimientos que las niñas aprenden de sus madres y del resto de las mujeres mayores de la familia que viven dentro de la casa son conocimientos empíricos que se transmiten por línea femenina. Son los conocimientos imprescindibles para que estas niñas cuando se casen puedan atender a las tareas domésticas. Están relacionados con el condimento y conservación de alimentos, con el tejido y confección de las ropas de la casa y de las personas que formaban la familia y con la sanación y cuidado de los enfermos, niños y viejos. Todas estas tareas domésticas, y femeninas por tanto, son imprescindibles para la vida, pero no tienen reconocimiento laboral y no se recibe un salario por llevarlas a cabo, si quien lo hace es una mujer integrante de la familia. En cambio, si es alguien extraño a ella quien los realiza, siempre se recibe una recompensa pecuniaria.

Las hijas salen de su casa, siempre acompañadas por sus madres u otras mujeres mayores y respetables, para visitar a otras mujeres de la familia, para ir a la iglesia o a alguna celebración, sobre todo de carácter religioso. Las niñas de las clases sociales inferiores acompañan a sus madres a la fuente o al lavadero. Las campesinas van al campo con sus madres a ayudarlas en las tareas que allí se les confían. Solo se permiten estas salidas acompañadas, pues las niñas deben estar perfectamente guardadas en sus casas y vigiladas por sus madres y, sobre todo, por sus padres que también vigilan a todas las mujeres de la casa. Las niñas no solo tienen que llegar vírgenes al matrimonio sino que no deben haber tenido ningún tipo de relación con ningún hombre fuera de los parientes masculinos muy cercanos. La virginidad demostrada la noche de bodas es garantía de que el marido es el padre verdadero del primer hijo de la familia: el heredero. El padre de la novia ha cumplido su obligación hasta entonces de guardar la virginidad de su hija, a partir del matrimonio es el marido el encargado de velar por su honra. Todo esto obsesiona sobre todo entre las clases pudientes, preocupadas, por tanto, en que la herencia familiar recaiga en un individuo que lleve la sangre de su padre. Las niñas se casan sobre los doce o catorce años, después de haber superado la menarquia. En las clases altas se pueden hacer acuerdos matrimoniales tras el nacimiento de una niña y firmar un contrato de esponsales. Pero la entrega de la novia, que es la culminación del matrimonio, no se realiza hasta que la niña ha entrado en la pubertad.

Las mujeres llevan una dote al matrimonio. La dote es imprescindible para poder casarse, una mujer sin dote no tiene posibilidades de encontrar marido. Por ello, algunas de familias muy pobres entran a trabajar en casas más acomodadas desde los cinco o seis años. Estas familias las crían, por ello se denominan criadas, a cambio de su trabajo. Éste se les recompensa con el mantenimiento en la casa y con una dote para que puedan casarse. La familia natural en este caso es sustituida por una familia artificial, mediante un vínculo de carácter económico.

Por último como anteriormente señalaba, al no tener las hijas posibilidad ninguna para decidir sobre su matrimonio, éstos se realizan siempre buscando en ellos algún beneficio para la familia. Por ello, el padre o el hermano las casan atendiendo a sus intereses, no a los de las niñas. Una boda sirve para sellar un pacto, reforzar un acuerdo e, incluso, para sellar una paz entre grupos o reinos enfrentados. De esta manera, los hombres de la familia utilizan a sus mujeres, hijas o hermanas, sin pedirles opinión para incrementar su poder o su riqueza gracias a un matrimonio conveniente.

 

 

3. Las Madres / Esposas

 

Según el patriarcado las mujeres deben estar casadas. Ser madre es el fin deseable para todas. Una mujer esteril puede ser repudiada sin ningún problema. Las madres, por tanto, son el modelo preconizado. Las mujeres ejemplares deben estar casadas y ser madres de hijos y son las que tienen mayor reconocimiento social. Asimismo, deben estar en sus casas guardadas celosamente por sus maridos sin ver a otros hombres mas que a los familiares directos. Tienen que obedecer en todo a sus maridos y trabajar continuamente en las tareas domésticas, diferentes atendiendo a su clase social. La fiel esposa y abnegada madre de numerosos hijos, vuelvo a repetir, es el modelo oficial de la sociedad patriarcal refrendado por la religión, cristiana, judía o musulmana.

Las madres tienen junto a sí a sus hijas hasta la boda de éstas. A sus hijos los educan hasta los cuatro o cinco años. Entonces van con sus padres para iniciarse en la profesión de éstos. Los nobles en el manejo de las armas y los demás en los oficios paternos. Duoda, una noble catalana del siglo IX, compuso su famosa obra, Liber manualis, para sus dos hijos. Su marido se los había arrebatado para llevarlos a la corte carolingia. A través del texto, un manual de educación dedicado a sus hijos, que posiblemente dictó, Duoda pretende establecer un vinculo, una relación con los hijos de los que está separada.

Cuando los maridos se ausentan son las mujeres quienes se ponen al frente del negocio familiar y lo administran. Éste puede ser un feudo, un manso, un taller de un artesano o el negocio de un mercader, como antes señalaba. Esta actuación femenina supone un conocimiento en cualquiera de estas tareas. Pero hay que recordar que esto se hace siempre en ausencia del marido y, por tanto, en precario y sin el reconocimiento legal a su capacidad profesional. Por otra parte, sin remuneración pues la hacienda familiar solo es competencia del cabeza de familia. Pero quiero insistir que todas estas tareas que las mujeres llevan a cabo dentro de la familia, en el caso de hacerlas otra persona extraña a ella, siempre hubiera sido recompensada economicamente y reconocido su trabajo legalmente. En cambio esto no se produce con respecto a las mujeres de la familia. Pero esta participación de las mujeres en tareas masculinas dentro del ámbito familiar no solo se hace en ausencia del marido. Se sabe que las mujeres de los artesano llevan en su ajuar instrumentos del oficio, parece problable la existencia de cierta endogamia dentro de cada profesión. De esta manera, con la boda, los artesano no solo consiguen mujer que atienda las tareas domésticas y dé hijos, sino mano de obra gratuita en el taller familiar.

Todas estas actividades domésticas y laborales que las mujeres llevan a cabo en el seno de la familia, como he repetido, no tienen remuneración económica. Bien es cierto que benefician a la economía familiar, igual que las de los hombres. Pero éstos tienen reconocimiento social y jurídico por su actividad profesional, sean nobles o burgueses, mientras que todo este trabajo femenino es invisible, o se hace invisible, y, por tanto, no es reconocido. También hay que recordar que el mantenimiento de la familia es tarea masculina y sólo los hombres tienen posibilidad de administrar y de disponer del patrimonio familiar.

Anteriormente he señalado que las mujeres aportan una dote al contraer matrimonio, pero también reciben unas arras del marido. Las arras es un presente en reconocimiento a la virginidad comprobada y, pienso, que un resto de la compra de mujeres que en otros tiempos y en otras sociedades se efectuaba. La dote y las arras son un patrimonio de las mujeres que debe conservarse como apoyo económico en caso de viudedad. En realidad, estas dos aportaciones no se integran en los bienes de la familia sobre los que rige el sistema de gananciales de ascendencia romana. La dote siempre está vinculada a la mujer o mejor a la familia de la mujer. Y otro tanto sucede con las arras respecto a la familia del marido. Pero nadie puede disponer o negociar con este capital. Bien es cierto que estas normas jurídicas no siempre son respetadas y hay noticia de casos en que los maridos invierten en sus negocios este patrimonio femenino o, incluso, lo dilapidan.

Las madres disponen sobre todo lo concerniente a lo doméstico. Pero fuera de ello no tienen otra posibilidad de decisión. La obediencia al marido debe ser su principal virtud. En esta obediencia al cabeza de familia deben educar a sus hijas. El silencio, por lo menos delante de los hombres de la familia, es otra virtud que las madres deben inculcar en ellas. Los mandatos eclesiásticos refuerzan estas normas patriarcales que inciden en la subordinación de las mujeres a los hombres. La madre abnegada y sumisa esposa es el "descanso del guerrero" requerido por la sociedad patriarcal. Si por el contrario las mujeres caen en el error y no cumplen con lo prescrito para su condición de esposas/madres pueden ser repudiadas y disuelto el acuerdo matrimonial. Las mujeres, entonces, vuelven con su familia tras entregar las arras que han recibido del marido. Si la falta de la mujer es el adulterio, su situación es mucho más peligrosa pues éste es un delito civil y la mujer puede ser castigada hasta con la muerte. El adulterio es un delito y también es un pecado exclusivamente femenino.

 

 

4. Las Viudas

 

En las clases poderosas económicamente, posiblemente la viudedad es el estado perfecto para una mujer. La autoridad del marido ha cesado y en cierta manera puede decidir sobre su vida. Pero éste no es el caso de una viuda sin hijos y joven que vuelve a la casa de su padre para que él decida sobre un nuevo matrimonio o el ingreso en un convento. La viuda con hijos ocupa el lugar del cabeza de familia, bien es cierto que de forma transitoria hasta que el hijo mayor tenga edad suficiente para ponerse al frente del feudo o del negocio familiar. En este período una mujer viuda, de forma excepcional, pasa a desempeñar funciones que no son propias de su género pues sustituye al marido. Pero tampoco todas las atribuciones de éste. Por ejemplo, las viudas no tienen ninguna posibilidad de intervenir en lo relacionado con la política que correspondía al marido muerto. Si, en cambio, en todo lo referido a lo económico y, por supuesto, a lo fiscal. Tampoco puede olvidarse que una viuda siempre está en precario, pues en el momento en que su hijo alcance una determinada edad, que pueden ser los catorce o dieciséis años, este chico pasa a ocupar el lugar del padre y su madre debe obedecerle. La mayor tolerancia con las viudas con respecto a las casadas o solteras y la mayor permisividad sobre sus actuaciones se debe a un mecanismo de defensa de la sociedad patriarcal. Ante un conflicto como es la muerte del padre, para evitar la ruina o miseria de una familia, se permite que la viuda, una mujer respetable, ejerza unas funciones que no son las propias de su género, bien es cierto que de forma transitoria, sólo para cubrir la etapa hasta que el hijo mayor alcance edad suficiente para sustituir al padre. De esta forma se acepta la capacidad de las mujeres para ejercer funciones que el patriarcado asigna a los hombres, pero no se les da el reconocimiento profesional y legal que ellos tienen.

La conducta de una viuda debe ser irreprochable. La más leve duda sobre su probidad es causa de que pierda la tutela de sus hijos y, por tanto, la administración del patrimonio, por lo que además deberá devolver las arras. Esta misma situación se produce si una viuda vuelve a casarse. La tutela de los hijos pasa entonces a la familia del marido muerto y los hijos reciben la herencia paterna y las arras. Los viudos, por el contrario, si contraen un nuevo matrimonio no pierden la tutela de los hijos, ni la administración del patrimonio familiar, sólo la dote, que pasa a los hijos o a la familia de la mujer en el caso que no hubiera descendencia. Eran frecuentes las segundas y terceras nupcias cuando las mujeres enviudaban jóvenes. Pero en el caso de las mayores, hay que recordar que a los treinta años una mujer ya es vieja, lo habitual es ir a un convento o a un beaterio. Las de clases sociales muy bajas corren el riesgo de la pobreza y la mendicidad.

 

 

5. Conclusiones

 

Atendiendo a lo señalado hasta ahora es fácil concluir que la familia patriarcal es una creación perfectamente articulada al servicio del género masculino para controlar a las mujeres. La situación de subordinación femenina establecida por el sistema de géneros se concreta en la subordinación de las mujeres al cabeza de familia, padre, marido o hijo, que se hace responsable del buen comportamiento del grupo de mujeres que de él dependen. Cuenta, por supuesto, con el refrendo del poder civil y del poder eclesiástico.

Por otra parte, la familia patriarcal es un negocio que desde luego beneficia al género masculino, pero también al Estado. Las mujeres dentro de sus casas desempeñan toda una serie de tareas, sobre las que he hecho continuas referencias, que no reciben ninguna remuneración. Tareas domésticas la mayoría, pero otras, como he indicado profesionales. Las plusvalías que origina este trabajo femenino benefician al cabeza de familia que administra y dispone a su entera libertad, sin tener en cuenta a las mujeres, de la hacienda familiar. Las mujeres no tienen esta posibilidad, solo las viudas de forma circunstancial. Por otra parte y además, esta situación también beneficia al Estado, pues el gasto originado por todo el trabajo femenino gratuito difícilmente se podría sufragar con las mermadas haciendas públicas que, por otra parte, tienen otras prioridades. Todo el trabajo femenino doméstico no remunerado, como la atención y cuidado de niños, enfermos y ancianos, supondría unos gastos que llevarían a la ruina a cualquier Estado. Por ello, el patriarcado ha establecido e impuesto que todas estas importantes y duras tareas descansen en manos femeninas como una obligación propia de su género. Trabajo por el que no reciben ni remuneración, ni cualificación profesional. Tampoco se plantean estas funciones como algo excepcional o como un mérito que deba ser reconocido, sino como algo normal pues es la obligación de las mujeres. Por último, quiero señalar que todo este trabajo femenino no remunerado contribuye al bienestar social pues evita gasto y alivia tensiones. Los necesitados de ayuda como niños, enfermos o ancianos la reciben de manos expertas y familiares.

Por todo ello, el patriarcado tiene un gran interés en que la organización familiar se mantenga y evita que en ella se produzca ninguna modificación. Y, por ello también, cualquier actuación que contribuya a su deterioro es combatida. La familia patriarcal es una organización claramente beneficiosa para el grupo masculino que ha creado este espacio donde se mantiene a las mujeres controladas, sometidas, explotadas y pretendidamente felices.

 

 

 

 

Bibliografía

 

En cualquiera de los fueros castellanos hay disposiciones sobre la organización familiar que ya han sido destacadas y estudiadas. Son numerosos los trabajos que se han llevado a cabo utilizando estas fuentes. No obstante, la norma jurídica sólo nos aporta el marco legal al que debe adecuarse la actuación de las personas cosa que no siempre ocurre. Por ello, para analizar y conocer la realidad social de las mujeres dentro de la organización familiar es necesario recurrir a otro tipo de fuentes como las de aplicación del derecho o las de carácter puramente económico.

Remito a la obra Historia de las mujeres en España (1997: Madrid, Síntesis, 607 p.). En esta obra de varias autoras la parte medieval (pp. 115-245) es de mi responsabilidad y en ella hay una extensa y reciente bibliografía sobre el tema aquí tratado a la que remito.


 

 

 

 

 

 

MUJERES EN LA ORGANIZACIÓN FAMILIAR

 

Cristina Segura Graiño

Universidad Complutense de Madrid

 

La familia en la Edad Media : XI Semana de Estudios Medievales, Nájera, del 31 de julio al 4 de agosto de 2000 / coord. por José Ignacio de la Iglesia Duarte, 2001, ISBN 84-89362-95-5 , pags. 209-220