Vista desde la ladera de San Lorenzo de la sierra de Urbión

 
 

     No hace muchos años, llevando nuestros pasos hacia objetivos arqueológicos por las sierras de Cebollera y Pineda, divisoria orográfica de Duero y Ebro y antiguo límite tribal de celtas, berones y pelendones celtíberos, tuvimos la suerte de ser guiados por el entonces decano de los pastores trashumantes y entablar largas conversaciones sobre el pasado inmediato campesino que va perdiendo toda huella plástica hasta no dejar recuerdo ni en la tenaz memoria serrana.-. Mi cicerone de las cumbres contaba ya 72 años de vida activa y trajinera, 52 campañas" en Andalucía y 10 de retiro forzoso, con el nostálgico recuerdo de la dulce soledad pastoril en los «quintos» de Soria o Cameros y en los feraces pastizales béticos.

     Fuerza de su poco provechosa vida andariega le impulsó a ofrecerse para llevarnos a puerto seguro a través de los puertos de la Sierra. Encogido, sarmentoso y ayudándose en un cayado de roble, no parecía demasiado seguro para excursión de tan rudo camino, pero su crédito de conocedor de todas las veredas, del escondrijo de todas las fuentes y del nombre de todos los picachos nos hizo confiar que, en pleno estío, este hombre de 104 veranos (52 castellanos y para él otros 52 andaluces), que no conoció en las cumbres otra nieve que la de Agosto, brillante y perezosa para fundirse bajo el sol, sería conductor práctico y el más instruido de saber popular.

     Al amanecer emprendimos la subida por dura pendiente donde la vereda se abre difícil paso entre las ramas bajas de los robles. Desmontados, en la mano el ramal de las muías y guardando difícil equilibrio, cruzamos el cantarral de una «ensecada» cuyas piedras rodaban bajo los pies.

     Algo más arriba el verde oscuro del roble cambia por el cerúleo del acebo de hojas espinosas y más aún, en la frontera del acebo, brota diáfana y con engañosa profundidad una fuente de álveo profundo donde hacemos un primer descanso salpicado de comentarios a la vida de los pastores trashumantes.

     La Sierra ha estado nueve meses desierta. Desde fin de Septiembre a este fin de Junio en que las flores primaverales blancas y azules esmaltan las verdes praderas y desde Extremadura o Andalucía llegan los primeros rebaños de merinas, no la holló planta humana y ha permanecido «triste y oscura» como dice el cantar pastoril sabiamente publicado por Benedito. 

   

     Bajo el cielo plomizo del Otoño, cruzada solo por algún campesino que buscó la rapidez de los atajos con desprecio a la comodidad de los caminos, fue inhóspita y deshabitada y después, en el invierno («ivierno» como aquí dicen) tras las primeras y tempranas nieves, cuando la blanca mortaja la sepultó, la dominó el cierzo y la cellisca llenó barrancos y ocultó matorrales, las cumbres fueron solo tierra de Dios y de las alimañas de Dios, que inútilmente buscaron presa sobre el suelo helado.

     Pocos días antes, también en la cresta orográfica de Soria y Logroño, en la villa soriana de San Pedro Manrique, la noche sagrada de San Juan habíamos tenido ocasión de asistir al «paso de las hogueras», colchones de brasa largos de dos metros en que los ofrecidos al Santo meten tres y cuatro veces sus pies desnudos y aún cargan a las espaldas otra persona seguros de que el fuego no ha de quemarles porque nacieron en la villa, rito prehistórico de culto al fuego que no daña al clan que le es devoto, y el día de San Juan habíamos presenciado la fiesta de las «móndidas», las tres vírgenes con que la villa contribuye a pagar a los moros «el tributo de las cien doncellas» y en la que se conmemora la noticia del triunfo de Ramiro I en Clavijo, vieja tradición que con diferente nombre en los actores pero con igual ceremonia y origen se celebraba también en la ciudad de León al menos hasta el siglo XVI (1).

     En nuestro descanso el guía fue contando la despedida al marchar los pastores, la triste situación invernal de estos pueblos de merineros donde todos los varones útiles van con los ganados dejando en la aldea las mujeres, los viejos y los niños que todavía no pueden servir de «zagales»; después los 25 días de lento caminar tras el rebaño por las cañadas cada año más angostas, luchando con la falta de pastos; anécdotas de episodios ya viejos del cruce de Sierra Morena, confiando el dinero del viaje a la carlanca del mastín más fiero para librarle del asalto de los bandidos; y por último la llegada al riente cielo andaluz, promesa de blanda hospitalidad y descanso que unos invertirán incidiendo colodras con imágenes de Santos, otros bordando en los bellos chalecos de estezado flores o pavos reales que desconocen en su tierra natal y los jóvenes cosiendo y bordando faltriqueras que en el verano servirán de amoroso presente para sus prometidas.

     Las cañadas de Mesta, fruto de experiencia milenaria y de invariable trazado secular, son en los vados de los ríos, en los pasos fáciles de las sierras y en las trochas de los alcores modelo de intuición topográfica, sin que procedan del aprovechamiento de caminos romanos ni estos sean utilización de más viejas cañadas pues tuvieron objetivo distinto y por tanto diferente trazado. La trashumancia es un hecho económico anterior a la conquista romana, impuesto por la necesidad de utilizar diferentes pastos invernales y veraniegos, y su trazado consecuencia de la situación social de la Península en cada gran etapa histórica; y así como se debe pensar que antes del Imperio romano en esta divisoria habría una trashumancia E.-O., del alto al bajo Duero, según demuestran los Ringwälle de las sierras de Soria y Salamanca, y en tiempo romano acaso habría rutas N.-S., éstas actuales de que son principales arterias la Cañada Real Coruñesa, por León, Zamora y Salamanca, la Cañada Real Leonesa, por Palencia, Valladolid, Segovia y Avila, la Cañada Real Segoviana, y la Cañada Real Soriana (1) deben nacer y crecer con la Reconquista, todas de N. a S. y sin desviaciones aunque formando múltiples ramas en el tramo de las cabeceras. Con bifurcaciones de origen la de Soria viene desde los Cameros en la provincia de Logroño, por Munilla, tierra de Yanguas, Arévalo, El Cubo, Almarza, Sepúlveda, Tera, Portelrrubio, Tardesillas y Garray y continúa por las provincias de Soria, Guadalajara, Madrid y Toledo hasta llegar al Valle de la Alcudia y Andalucía (2).

 

     (1) De la Cañada Real Soriana se había ocupado D. Manuel del Río (ganadero de Carrascosa) en «Vida pastoril», Madrid, Imp. de Repullés, 1828, 184 págs; también el folleto «Descripción de la Cañada Real Soriana... hasta unirse con la Segoviana», Madrid, 1857, 39 págs. y el titulado «Descripción de los ramales de la Cañada Soriana desde Villacañas y Quero al Valle de la Alcudia», Madrid, 1858, 51 págs.
     Modernamente las Cañadas Reales y la Mestá han sido objeto de numerosos estudios, donde destaca entre los más recientes el de Dantin Cereceda «Cañadas ganaderas españolas», en «Congresso do Mundo Portugués». Lisboa, 1940.

     (2) Desde Soria la cañada continúa por los Rábanos. Lubia, Almazán, Almántiga, Valluncar, Torremediana, Hontalvilla, Jodra, Villasayas y Villa del Olmo, Romanillos de Medina, y en Guadalajara por Torrecilla del Ducado, Conquezuela, Alborea, Abeuneza, Barbatona, Pelegrina, La Cabrera de Sigüenza y Algora Colonde, se une con otra que viene de Agreda por Radona, Mirabueno, Las Hiviernas, Masegoso, Solanillo, La Olmeda del Extremo y luego baja hacia Pastrana hacia Almoguera, en la provincia de Madrid cruza el Tajo por Fuentidueña, luego entra en la de Toledo, más tarde se une con la Segoviana y con la de Cuenca y camina hasta el Valle de la Alcudia y Andalucía.

 

     Seguimos nuestra ascensión por los «quintos» buscando algún rebaño aún no distribuido donde trabar conversación con los pastores y pronto divisamos la cubierta pizarrosa de una majada, a la vez que se siente próximo y airado el ladrar de un perro que las voces de los pastores apaciguan. Es un numeroso grupo de cansinos ganados llegado al anochecer anterior y que disfrutan un poco más la pereza de la madrugada. Los pastores durmieron en la choza y en derredor descansan las ovejas agrupadas en campamento poligonal flanqueado en cada vértice por la guardia vigilante de un perro, de los que sólo uno, el más próximo, se movió en reconocimiento hacia nosotros mientras los demás aguardaban su aviso malhumorados y expectantes.

     Los pastores nos brindan compartir el desayuno que cocinan, sus migas con sebo, no demasiado gratas a nuestro paladar ciudadano y el trago de vino manchego que hoy como último día de viaje todavía costeará el amo. Es su última comida en común ya que luego, con el chozo a lomo de la caballería, cada cual marchará en dirección distinta y acampará protegiendo su cuerpo durante la noche bajo la tienda de paja y las piernas en las zaleas que les sirven de cama y abrigo. Ellos nos instruyen de la tradicional organización del rebaño: 1.000 cabezas del amo, más 200 ó 300 en total que su benevolencia consiente llevar a los cinco pastores, al rabadán (que tiene derecho a doble número) y al zagal (que sólo dispone de una medía suerte), seis mastines, dos caballerías del amo para transportar los aperos y otras dos cuando más de cada pastor. En esas ovejas de su propiedad no pueden, los pastores disponer sino de la carne y la cría, pues la lana, como tributo obligado, es siempre propiedad del amo. 

      ¿ Cuántos siglos contarán esta organización y estos derechos consetudinarios ? Hoy, cada vez más en baja la trashumancia, ya casi pueden contemplarse como curiosidad histórica, como resto de un pasado que acaso pronto desaparezca consumido por fatales leyes económicas. Mas al pensar en esa unidad milenaria del rebaño trashumante no podemos evitar el recuerdo de siglos pasados, cuando en el verano todas las crestas serranas estaban pobladas de merinas y toda la riqueza de estas tierras y aun parte de las andaluzas y el esplendor de tantas casas señoriales y la vida de las villas altas sorianas y ríojanas, dependían de aquellos 70 rebaños del Marqués de Alcántara, o los 80 de la Casa de Vadillo o los innumerables del Conde de Gomara que podían jactarse de que sus perros, durmiendo en sus laneras, tenían mejor cama que el séquito del Rey. Ejércitos de pastores, caballos y perros, lavaderos de lanas que entre las sierras de Soria y Logroño a finales del siglo XVIII exportaban por año más de 80.000 arrobas, y telares que en todos los pueblos daban trabajo invernal a las gentes, fueron el origen de las fábricas que hoy enriquecen las sierras de Logroño y que los pueblos serranos de Soria no supieron conservar (1).

     Todavía en las cumbres, como despedida de esta agreste visita, la hospitalidad de otro grupo de pastores nos invitó a compartir la «caldereta», el sabroso guisado de cordero que sólo sacrifican y cocinan en los días de más sonada fiesta.

     Nuestro viaje había vencido las jornadas más duras y al final, ya en locomoción ciudadana y rápida, corremos algunos pueblos altos de Cameros, donde al atardecer y, cumplido el objetivo profesional de la excursión, procuramos satisfacer curiosidades folklóricas con noticias que recogemos en Anguiano, Canales, Las Viniegras, Montenegro, Lumbreras, Laguna, San Román, Ortigosa y Villanueva hasta formar idea de lo que fue y ya no es el traje popular de estos pueblos donde difícilmente se hallará un campesino que vista distinto al hombre de Soria, Calahorra o Logroño, Las que logramos reunir y confirmó nuestro buen amigo el erudito D. Pedro González, entonces Párroco de Villanueva, definen cómo fue el traje popular de los Cameros Viejos.

     El serrano usaba calzón largo y ceñido, de paño pardo o negro, con pretina y las bocas abiertas y unidas con botón metálico de cadenilla; chaleco también de paño, escotado y con dos filas de botones abrochados indistintamente a derecha o izquierda y debajo elástica azul oscura de punto de media, poco escotada, abrochada por cordones y con cenefa encarnada o azul; zamarra parda o negra forrada en color rojo fuerte, ceñida, muy corta y de solapa pequeña cerrada con dos filas de tres botones y presillas; media de punto parda o blanca, verticalmente estriada en un centímetro de anchura; « zangorras », es decir, abarcas de piel; faja de lana, merino o seda, encarnada, púrpura, negra o azul, con flecos y generalmente en la terminación un letrero con el nombre del dueño y el cabo inicial cosido en bolsa para el dinero y cerrado por anilla metálica con corredera; zahones con «angariporas», es decir, con adornos hechos de punto en forma de corazones o dibujos geométricos; capote muy largo de paño con mangas, larga esclavina sin frunce, y cortado en la parte baja de la espalda, y gorra de pellejo o sombrero redondo; también usaba como abrigo la angüarina acogullada y con mangas que atadas servían realmente de alforja para la comida. Era pues modalidad del traje castellano muy parecida al que aún se conserva y cada día menos en Soria, mas quizá con las diferencias de su mejor calidad en el paño, alguna prenda como la elástica o detalles como el escrito de la faja; la angüarina acogullada y desentendida del uso de las mangas es también frecuente en Castilla y evolución de la antigua dalmática (la que los dálmatas pusieron de moda en el Bajo Imperio romano), que aún se emplea en reducidísima área soriana de los pueblos que pertenecieron al Condado de Adañero.

 

     (1) Una estadística de 1778 acusa en Anguiano nueve fabricantes de paños que produjeron en el año 12.400 varas, 7 en Gallinero de Cameros que hicieron 900, 29 en Zarzosa que producían 18.000, 72 en Soto con 20.000, y 19 en Carabantes con 11.000.

 

     Frente a ese traje aldeano masculino, el pastor trashumante, más tradicionalista, usa aún el viejo traje de estezado, que él mismo desuella, cose y borda, formado por abarcas, calzón semilargo que se encoge al mojarse con la lluvia, chaleco, chaqueta, zamarra de pellico con la lana hacía afuera y a medio cortar, gorra de piel o boina y «culero», es decir, peto posterior de piel colgado a la cintura, que saca entre las piernas al sentarse para evitar la humedad del suelo.

     El traje serrano femenil constaba de abarcas, medias de lana azules poco labradas, refajo (saya) de paño rojo o pardo liso y de tirana (cintas negras de aplicación) los días de fiesta, delantal largo, jubón dé paño cerrado pero que antes fue abierto y sujeto por cordones cruzados, al talle pañuelo de merino rojo estampado y cerrado en el cuello por alfiler y a la cabeza pañuelo igual con la punta colgante y anudado arriba cubriendo el peinado de «picaporte». Como prenda de abrigo usaban el «cruzado» generalmente azul y para abrigo más fuerte «el mantillo», grande y de áspero paño blanco denominado,«blanquete». Este traje es también el castellano de regiones parámicas y serranas pero con modalidad tan arcaica como el «mantillo blanco» que desde el siglo II antes de J. C se reconoce en pinturas de vasos de Numancia.

    En estos pueblos cameranos, dónde ya ha desaparecido el traje popular tradicional, tuvimos sin embargo ocasión de recoger uno de los más emotivos recuerdos folklóricos de nuestras excursiones. Creo recordar que fue en Viniegra de Arriba donde un amable viejo quiso mostrar su habilidad musical con un violín que él mismo había construido y después nos dio como regalo al Museo del Pueblo Español.

  El músico forma parte de la espléndida portada románica de Santo Domingo de Soria.  

    Creo recordar que fue en Viniegra de Arriba donde un amable viejo quiso mostrar su habilidad musical con un violín que él mismo había construido y después nos dio como regalo al Museo del Pueblo Español. El instrumento era un rabel que parecía arrancado de cualquier archivolta romana, y la canción que entonó a sus acordes fue el romance «de la loba parda», oriundo de Extremadura, según Menéndez Pidal, y ya más conocido del público erudito que de los pastores de la serranía.

     El pobre viejo creería quizá que canción, música e instrumento no le aventajarían en vejez, pero a nosotros, en las diáfanas cumbres de la sierra, frente a los picachos de Urbión y San Lorenzo y adivinando en la lejanía el Santuario de Valvanera, en aquella tierra cargada de recuerdos de historia y emoción, su débil voz temblorosa nos parecía ser eco del pasado que se conservó pegado a las cumbres para premiarnos la fatiga de la excursión.

 

 

(Diccionario de la Lengua Española,  vigésima segunda edición. RAE)

 

alcor:

(Del ár. hisp. alqúll, y este del lat. collis).

1. m. Colina o collado.

 

 

carlanca:

(De or. inc.; cf. lat. tardío carcannum, collar).

1. f. Collar ancho y fuerte, erizado de puntas de hierro, que preserva a los mastines de las mordeduras de los lobos.

 

colodra:

(De or. inc.).

1. f. Vasija de madera en forma de barreño que usan los pastores para ordeñar las cabras, ovejas y vacas.

 

estezado:

(Del part. de estezar).

1. m. véase correal. (Piel de venado, macho, etc., curtida y de color encendido, como el del tabaco, que se usa para vestidos.)

estezar.

(De es- y tez).

1. tr. Curtir las pieles en seco.

 

 

rabadán:

(Del ár. hisp. rább aḍḍán, y este del ár. clás. rabbu ḍḍa'n, señor de ovejas).

1. m. Mayoral que cuida y gobierna todos los hatos de ganado de una cabaña, y manda a los zagales y pastores.

2. m. Pastor que gobierna uno o más hatos de ganado, a las órdenes del mayoral de una cabaña.

 

rabel:

(Del ár. hisp. rabáb, y este del ár. clás. rabāb).

1. m. Instrumento musical pastoril, pequeño, de hechura como la del laúd y compuesto de tres cuerdas solas, que se tocan con arco y tienen un sonido muy agudo.

2. m. Instrumento musical que consiste en una caña y un bordón, entre los cuales se coloca una vejiga llena de aire. Se hace sonar la cuerda o bordón con un arco de cerdas, y sirve para juguete de los niños.

 

quinto:

6. m. Parte de dehesa o tierra, aunque no sea la quinta.

"... el último propietario, oferta al Ayuntamiento y al pueblo de Borobia la posibilidad de comprar esta tierra y todos los vecinos se vuelcan para adquirir una parcela haciendo esfuerzos económicos ingentes: la gente se empeña y el que no tiene dinero lo pide prestado,.…así  el latifundio de la Sierra del Tablao se divide en 16 quintos (cada quinto tiene unas 100 Has) y en cada quinto participan en “régimen de proindiviso” multitud de propietarios de manera que se puede decir que, en la actualidad, casi todas las familias de Borobia son propietarias de alguna finca de la Dehesa del Tablao. [...] del artículo : "Historia de la Sierra de Tablao. Un símbolo democrático de reparto de la tierra".

 

zalea:

(Del ár. hisp. salíẖa, de la raíz del ár. clás. {slẖ}, desollar).

1. f. Cuero de oveja o carnero, curtido de modo que conserve la lana, empleado para preservar de la humedad y del frío.

 

 

 

 

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