Detalle de la reja que cierra el coro bajo de la iglesia del Monasterio de Yuso en San Millán de la Cogolla (La Rioja). Realizada por Sebastián de Medina y colocada en 1676.  

Biblioteca Gonzalo de Berceo Torre de la iglesia del Monasterio de Yuso, terminada en el  siglo XVII.

 

ESTUDIO PRELIMINAR

Vida y actividades literarias y religiosas de Juan de Valdés

     El "Diálogo de la lengua"

   

     TEXTO.

     (Ofrecemos el diálogo en el que el autor diserta sobre las lenguas de la  Península Ibérica y sus orígenes).

 

 

DIÁLOGO DE LA LENGUA

 

[1]

 

 

MARCIO. Aceto la merced, y, començando a preguntar, digo, señor Valdés, que, lo primero que querría saber de vos, es de dónde tuvieron origen y principio las lenguas que oy se hablan en España, y principalmente la castellana, porque, pues avemos de hablar della, justo es qua sepamos su nacimiento.

VALDÉS. Muy larga me la levantáis. Quanto que esto más es querer saber historias que gramática, y pues vosotros holgáis desto, de muy buena gana os diré todo lo que acerca dello he considerado. Estad atentos, porque sobrello me digáis vuestros pareceres. Y, porque la lengua que oy se habla en Castilla, de la qual vosotros queréis ser informados, tiene parte de la lengua que se usava en España antes que los romanos la enseñoreassen, y tiene también alguna parte de la de los godos, que sucedieron a los romanos, y mucha de la de los moros, que reinaron muchos años, aunque la principal parte es, de la lengua que introduxeron los romanos, que es la lengua latina, será bien que primero esaminemos qué lengua era aquella antigua que se usava en España antes que los romanos viniessen a ella. Lo que por la mayor parte los que son curiosos destas cosas tienen y creen, es que la lengua que oy usan los vizcaínos es aquella antigua española. Esta opinión confirman con dos razones arto aparentes. La una es que, as sí como las armas de los romanos quando conquistaron la España no pudieron passar en aquella parte que llamamos Vizcaya, assí tampoco pudo passar la lengua al tiempo que, después de averse hecho señores de Spaña, quisieron que en toda ella se hablas se la lengua romana. La otra razón es la disconformidad que tiene la lengua vizcaína con qualquiera de todas las otras lenguas que el día de oyen España se usan. Por donde se tiena casi por cierto que aquella nación conservó juntamente con la libertad su primera lengua. Desta mesma opinión fui yo un tiempo, y creí que cierto fuesse assí, porque la una razón y la otra me contentaron; pero aviendo después considerádolo mejor, y aviendo leído un poco más adelante, soy venido en esta opinión: que la lengua que en España se hablava antiguamente, era assí griega como la que agora se habla es latina; quiero dezir que, assí como la lengua que oy se habla en Castilla, aunque es mezclada de otras, la mayor y más principal parte que tiene es de la lengua latina, assí la lengua que entonces se hablava, aunque tenía mezcla de otras, la mayor y más principal parte della era de la lengua griega. En esta opinión he entrado por dos puertas. La una es leyendo los historiadores, porque hallo que griegos fueron los que más platicaron en España, assí con armas como con contrataciones, y ya sabéis que estas dos cosas son las que hazen alterar y aun mudar las lenguas, quanto más que se lee que griegos vinieron a abitar en España, por donde es de creer que, no solamente guardaron su lengua, pero que la comunicaron con las otras naciones, las quales, por ser, como es, rica y abundante, la devieron de acetar. La otra puerta por donde soy entrado en esta opinión es la consideración de los vocablos castellanos, porque, quando me pongo a pensar en ellos, hallo que muchos de los que no son latinos o arávigos, son griegos, los quales creo sin falta quedassen de la lengua antigua, assí como quedaron también algunas maneras de dezir, porque, como sabéis, el que habla en lengua agena siempre usa algunos vocablos de la suya propia y algunas maneras de dezir.

MARCIO. Cosa nueva es para mí, no lo que toca a las historias, sino lo que dezís que la lengua castellana tenga tanto de la griega, y, si no me lo tuviéssedes a mal, no lo querría creer hasta ver primero cómo lo prováis.


VALDÉS. Aunque el creer sea cortesía, yo huelgo que desto que os he dicho no creáis más de lo que viéredes.


MARCIO. Acetamos la licencia, y mirad que no os admitiremos los vocablos griegos que la lengua castellana ha tomado de la sagrada escritura, como son escandalizar, atesorar, evangelio, apóstol, ni otros que son como anexos a éstos, as sí como ciminterio y martilojo, ni tampoco los que parece sean de la medicina, como cristel, paroxismo, efímera, gargarismo, porque quiero que en sí muestren su antigüedad porque de otra manera no valerá nada vuestra razón.

VALDÉS. Bien me podría servir de alguno de los que avéis dicho, pero no quiero sino dexarlos por no contender y deziros algunos otros que, a mi ver, muestran ser antiguos assí bien, que bastan harto para que creáis que lo que digo es verdad. Estos son apeldar por huir, malatía por enfermedad, cillero por el lugar a donde ponen la harina, fantasía por presunción, gaçafatón por cosa mal dicha, tío, rávano, cara, carátula, cadira por silla. También creo quedassen del griego trévedes y chimenea y aun brasa y abrasar, porque brasso quiere dezir hiervo,y açomar, masa, moço, mesta, cañada, barrio, cisne, pinjado, artesa, tramar, truhán, mandra, celemín; glotón, tragón y tragar. Ay también algunos que comieçan en pan y tienen del griego, como son pantuflos, pandero, panfarrón, y otros muchos que deve aver, en que yo no he mirado. Ay también otros vocablos que, aunque tienen del latín. parecen claramente ser forjados a la sinificación de otros griegos que sinifican lo que ellos; destos es dexemplar, que en algunas partes de Spaña usan por disfamar, el qual vocablo creo yo sea forjado desta manera: que, soliendo dezir, como el griego dize, paradigma, que quiere dezir exemplum, el español quiriendo hablar latín, habló a su modo y dixo dexemplar, assí como el francés, porque, hablando su lengua, por sí dice uida, quando viene a hablar latín, no se contenta con dezir ita, sino añade el da de su lengua y dice itada. Esto me parece que os deve bastar quanto a los vocablos. Quanto a las maneras de dezir, si miráis en ello, hallaréis muy muchas.


MARCIO. Ea, dezid algunas.


VALDÉS. Porque Luciano, de los autores griegos en que yo he leído, es el que más se llega al hablar ordinario, os daré dél los exemplos.


MARCIO. Más los quisiera de Demóstenes.


VALDÉS. Y aún yo holgara de dároslos siquiera de Isócrates, pero contentáos con que os dé lo que tengo. Quando en castellano queremos dezir que uno tiene bien de bivir, dezimos que tiene buena passada; desta manera, quiriendo dezir esto mesmo, dize Luciano ce diarci ton poron. Y en castellano, quiriendo dezir nuestra hazienda o su hazienda, dezimos lo nuestro o lo suyo: Quien da lo suyo antes de su muerte, merece que le den con un maço en la frente, adonde dize lo suyo por su hazienda; y Luciano en la mesma significación, dize ta imetera. También, si en castellano amenazamos a un moço o muchacho, quiriendo dezir que lo castigaremos, dezimos: Pues si yo te empieço, y de la mesma manera dize Luciano mu catirxato, que quiere dezir: me empeçó. Por medio (nota 1.- Por medio: "Como recurso", "Como ayuda") para confirmación de esta mi opinión, aliende (nota 2.- aliende: "además") de lo dicho, puedo también alegar la conformidad de los artículos Y otras cosas, si no os contentáis con lo alegado.


MARCIO. Antes abasta harto lo que avéis dicho, y de verdad parece harto aparente y razonable esta vuestra opinión, y yo tanto (nota 3.- yo tanto: "yo por mi parte") de oy más la terné también por mía, y lo mesmo creo que harán estos dos señores. Agora, presuponiendo que es assí como vos dezís, que la lengua que en España se hablava antes que los romanos, aviéndola enseñoreado, la introduxessen su lengua, era assí griega, como es latina la que agora se habla, proseguid adelante.


VALDÉS. La vida me avéis dado en no querer contender sobrêsto, porque por no porfiar me dexara vencer, haziendo mi cuenta que más vale quedar por necio que ser tenido por porfiado. Pero mirad que, si alguno querrá dezir que la lengua vizcaína es en España aún más antigua que la griega, yo tanto (nota 4.- ver nota 3) no curaré (nota 5.- no curaré: "no me preocupare", "no me ocuparé") de contender sobre lo contrario, antes diré que sea mucho en buena hora assí como lo dirá, con tanto que a mí me conceda lo que digo.

PACHECO. No os concederé yo tan presto lo que avéis concluido, porque Gayo Lucio y los tres Cipiones, Claudio Nerón y Sempronio Graco, siendo romanos latinos y griegos (nota 6.- romanos latinos y griegos: romanos y que hablaban las dos lenguas, latín y griego) no hablaran con turdetanos, celtiberos o iberos y cántabros por intérpretes, si la lengua antigua de Spaña fuera griega, ni los mercadantes de Fenicia avían necessidad de intérprete en el contratar de sus mercaderías con los antiguos de Spaña antes que cartagineses y romanos la combatiessen.

VALDÉS. Abasta que la lengua latina, como he dicho, desterró de Spaña a la griega. La qual, assí mezclada y algo corrompida, se platicó en España hasta la venida de los godos, los quales, aunque no desterraron la lengua latina, todavía la corrompieron con la suya, de manera que la lengua latina tenía en España dos mezclas, una de la griega, según mi opinión, y otra de los godos. El uso desta lengua assí corrompida duró por toda España, según yo pienso, hasta que el rey don Rodrigo, en el año de setecientos y diez y nueve, poco más o menos, desastradamente la perdió, quando la conquistaron ciertos reyes moros que passaron de Africa, con la venida de los quales se començó a hablar en España la lengua aráviga, excepto en Asturias, en Vizcaya y Lepuzca y en algunos lugares fuertes de Aragón y Cataluña, las quales provincias los moros no pudieron sujuzgar, y assí aIlí se salvaron muchas gentes de los cristianos, tomando por amparo y defensión la aspereza de las tierras, adonde conservando su religión, su libertad y su lengua estuvieron quedos hasta que en Asturias, adonde se recogió mayor número de gente, alçaron por rey de Spaña al infante don Pelayo, el qual con los suyos començó a pelear con los moros, y, ayudándoles Dios, ivan ganando tierra con eIlos; y assí como los succesores deste rey sucedían en el reino, assí también sucedían en la guerra contra los moros, ganándoles quándo una cibdad y quándo otra, y quándo un reino y quándo otro. Esta conquista,como creo sabéis, duró hasta el año de mil quatrocientos y noventa y dos, en el qual año los Reyes Católicos de gloriosa memoria, ganando el reino de Granada, echaron del todo la tiranía de los moros de toda España. En este medio tiempo no pudieron tanto conservar los españoles la pureza de su lengua que no se mezclasse con eIla mucho de la aráviga, porque, aunque recobravan los reinos, las cibdades, villas y lugares, como todavía quedavan en eIlos muchos moros por moradores, quedávanse con su lengua; y, aviendo durado en eIla hasta que pocos años ha, el emperador les mandó se tornassen cristianos o se saliessen de Spaña, conversando entre nosotros, annos pegado muchos de sus vocablos. Esta breve historia os he contado porque, para satisfazeros a lo que me preguntastes, me pareció convenía assí. Agora, pues avéis visto cómo de la lengua que en España se hablava antes que conociesse la de los romanos, tiene oy la casteIlana algunos vocablos y algunas maneras de dezir, es menester que entendáis cómo de la lengua aráviga ha tomado muchos vocablos. Y avéis de saber que, aunque para muchas cosas de las que nombramos con vocablos arávigos tenemos vocablos latinos, el uso nos ha hecho tener por mejores los arávigos que los latinos, y de aquí es que dezimos antes alhombra que tapete, y tenemos por mejor vocablo alcrevite que piedra sufre, y azeite que olio, y, si mal no m'engaño, hallaréis que, para solas aquellas cosas que avemos tomado de los moros, no tenemos otros vocablos con que nombrarlas sino los arávigos que ellos mesmos con las mesmas cosas nos introduxeron. Y, si queréis ir avisados, halIaréis que un al, que los moros tienen por artículo, el qual ellos ponen al principio de los más nombres que tienen, nosotros lo tenemos mezclado en algunos vocablos latinos, el qual es causa que no los conozcamos por nuestros. Pero con todos estos embaraços y con todas estas mezclas, todavía la lengua latina es el principal fundamento de la castellana, de tal manera que, si a vuestra pregunta yo uviera respondido que el origen de la lengua castellana es la latina, me pudiera aver escusado todo lo demás que he dicho; pero mirad que he querido ser liberal en esta parte, porque me consintáis ser escasso en las demás.


PACHECO. Creo yo, según lo que conozco de vuestra condición, que, aunque os roguemos seáis escasso, seréis liberal, especialmente desta mercancía, en que con la liberalidad no se desmengua el caudal.


MARCIO. No os ha respondido mal. Y vos nos avéis muy bien satisfecho a nuestra pregunta, porque assí vuestra opinión acerca de la primera lengua como acerca de la corrupción de la latina parece no se puede negar; pero, pues tenemos ya que el fundamento de la lengua castellana es la latina, resta que nos digáis de dónde vino y tuvo principio que en España se hablassen las otras quatro maneras de lenguas que oy se hablan, como son la catalana, la valenciana, la portuguesa y la vizcaína.


VALDÉS. Diréos no lo que sé de cierta ciencia, porque no sé nada desta manera, sino lo que por congeturas alcanço y lo que saco por discreción; por tanto me contento que vosotros a lo que dixere déis el crédito que quisiéredes. Y con este presupuesto digo que dos cosas suelen principalmente causar en una provincia diversidades de lenguas. La una es no estar toda debaxo de un príncipe, rey o señor, de donde procede que tantas diferencias ay de lenguas quanta diversidad de señores; la otra es que, cumo siempre se pegan algo unas provincias comarcanas a otras, acontece que cada parte de una provincia, tomando algo de sus comarcanas, su poco a poco se va diferenciando de las otras, y esto no solamente en el hablar, pero aun también en el conversar y en las costumbres. España, como sabéis, ha estado debaxo de muchos señores, y es assí que -dexado a parte que aun hasta Castilla estuvo dividida no ha muchos años-, que Cataluña era de un señor, al qual llamavan conde, y Aragón era de otro señor, al qual llamavan rey, los quales dos señores vinieron a juntarse por casamientos, y después por armas, conquistaron el reino de Valencia que era de moros, y andando el tiempo, lo uno y lo otro vino a juntarse con Castilla. Y los reinos de Granada y Navarra tenían también sus señoríos, aunque ya agora, a su despecho, el uno y el otro están debaxo de la corona de Castilla. Y Portugal, como véis, aún agora stá apartada de la corona de Spaña teniendo como tiene rey de por sí. La qual diversidad de señoríos pienso yo que en alguna manera aya causado la diferencia de las lenguas, bien que qualquiera dellas se conforma más con la lengua castellana que con ninguna otra, porque, aunque cada una dellas ha tomado de sus comarcanos (como Cataluña que ha tomado de Francia y de Italia, y Valencia, que ha tomado de Cataluña), todavía veréis que principalmente tiran al latín, que es, como tengo dicho, el fundamento de la lengua castellana, de lo qual, porque os tengo dicho todo lo que sé y puedo dezir, no curo de hablar más. De la vizcaína querría saberos dezir algo, pero como no la sé, ni la entiendo, no tengo que dezir della sino solamente esto: que, según he entendido de personas que la entienden, esta lengua también a ella se le han pegado muchos vocablos latinos, los quales no se conocen, assí por lo que les han añadido como por la manera con que los pronuncian. Esta lengua es tan agena de todas las otras de Spaña, que ni los naturales della son entendidos por ella poco ni mucho de los otros, ni los otros dellos. La lengua catalana diz que era antiguamente lemosina, que es agora lenguadoc; hase apurado (nota 7.- hase apurado : "se ha formado") tomando mucho del latín, sino que no le toma los vocablos enteros, y tomando algo del francés puro y también del castellano y del italiano. La valenciana es tan conforme a la catalana, que el que entiende la una entiende casi la otra, porque la principal diferencia consiste en la pronunciación, que se llega más al castellano, y assí es más inteligible al castellano que la catalana. La portuguesa tiene más del castellano que ninguna de las otras, tanto que la principal diferencia que, a mi parecer, se halla entre las dos lenguas es la pronunciación y la ortografía.

MARCIO. Siendo esso que dezís assí, ¿cómo en Aragón y Navarra, aviendo sido casi siempre reinos de por sí, se habla la lengua castellana?

VALDÉS. La causa desto pienso sea que, assí como los cristianos que se recogieron en Asturias debaxo del rey don Pelayo, ganando y conquistando a Castilla, conservaron su lengua, assí también los que se recogieron en algunos lugares fuertes de los montes Pirineos y debaxo del rey don Garci Ximénez, conquistando a Aragón y Navarra, conservaron su lengua; aunque creo que también lo aya causado la mucha comunicación que estas dos provincias an siempre tenido en Castilla. Y la causa, por que, según yo pienso, en el Andaluzía y en el reino de Murcia la vezindad de la mar no ha hecho lo que en las otras provincias, es que los castellanos conquistaron estas provincias en tiempo que ya ellos eran tantos que bastavan para introduzir su lengua y no tenían necesidad del comercio de otras naciones para las contrataciones que sustentan las provincias.

MARCIO. Bien me satisfazen essas razones, y, quanto a esto,con lo dicho nos contentamos, y as sí queremos que dexéis a parte las otras quatro lenguas y nos digáis solamente lo que toca a la lengua castellana.


VALDÉS. Si me avéis de preguntar de las diversidades que ay en el hablar castellano entre unas tierras y otras, será nunca acabar, porque, como la lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía y en Galizia, Asturias y Navarra, y esto aun hasta entre la gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña, cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de dezir, y es assí que el aragonés tiene unos vocablos propios y unas propias maneras de dezir, y el andaluz tiene otros y otras, y el navarro otros y otras, y aun ay otros y otras en tierra de Campos, que llaman Castilla la vieja, y otros y otras en el reino de Toledo, de manera que, como digo, nunca acabaríamos.


PACHECO. No os queremos meter en ese labirinto; solamente, como a hombre criado en el reino de Toledo y en la corte de Spaña, os preguntaremos de la lengua que se usa en la corte, y si alguna vez tocáremos algo dessotras provincias, recibiréislo en paciencia.


VALDÉS. Mientras me mandáredes acortar la materia, y no alargarla, de buena voluntad os obedeceré.


MARCIO. ¿ Creéis que la lengua castellana tenga algunos vocablos de la hebrea?

VALDÉS. Yo no me acuerdo sino de solo uno, el qual creo se le aya pegado de la religión; éste es abad, de donde viene abadesa, abadía y abadengo.


CORIOLANO. Esse último vocablo es muy nuevo para mí; no passéis adelante sin dezirme qué quiére dezir abadengo.

 
VALDÉS. Porque en la lengua castellana de real se dize realengo lo que pertenece al rey, quisieron los clérigos, con su acostumbrada humildad, por parecer a los reyes, que de abad se llamasse abadengo lo que pertenece al abad o abadía.

PACHECO. ¿Paréceos a vos que fueron muy necios?


VALDÉS. No m'empacho con clérigos. También saco por costal o talega es hebreo, de donde lo ha tomado el castellano. assí como casi todas las otras lenguas que an sucedido a la hebrea.


MARCIO. ¿Ay algunos vocablos deduzidos de la lengua italiana?


VALDÉS. Pienso yo que jornal, jornalero y jornada an tomado principio del giorno que dezís acá en Italia; es verdad que también se lo puede atribuir a sí Cataluña.


PACHECO. Verdaderamente creo que sea assí como dezís; nunca avía mirado en ello.


VALDÉS. Bien creo aya también algunos otros vocablos tan propios castellanos, que sin tener origen de ninguna otra lengua, con el tiempo an nacido en la provincia.
 

[...]

 


 

 

 

Vida y actividades literarias y religiosas

 

Las doctrinas y los ideales estéticos característicos del Renacimiento europeo penetran con intensidad en la España de principios del siglo XVI, acompañados del clima de inquietud religiosa que se desarrolló simultáneamente.

Bajo esta doble vertiente hay que ver la personalidad y la obra literaria de Juan de Valdés, nacido en Cuenca a fines del siglo XV, hijo del regidor perpetuo de aquella ciudad Fernando de Valdés y, seguramente, hermano gemelo de Alfonso, el apasionado erasmista, secretario del emperador Carlos I de España y V de Alemania.

Su formación humanista debió correr a cargo, como la de su hermano, del célebre maestro Pedro Mártir de Anglería o de Anghiera. En 1524 lo hallamos en Escalona, en el palacio del marqués de Villena, que era a la vez un foco de erasmismo y una comunidad de alumbrados dirigida por Pedro Ruiz de Alcaraz, quien pocó tiempo después había de ser juzgado por la Inquisición. En la Universidad de Alcalá inició Juan estudios de lenguas clásicas, de hebreo y de Teología y estuvo en contacto con Juan de Vergara, que también habría de ser procesado por el Santo Oficio.

Estos contactos avivaron, sin duda alguna, la inquietud religiosa de nuestro autor. En 1528 mantiene ya correspondencia con Erasmo de Rotterdam y al siguiente aparece la única obra que Juan de Valdés viera publicada en vida, el Diálogo de doctrina cristiana, nuevamente compuesto por un religioso. El libro fue denunciado a la Inquisición, se incoó proceso y Valdés, en previsión, marchó a Italia, desde donde siguió, más o menos, sirviendo a la política imperial de Carlos V.

En 1531-1532 fue gentilhombre del papa Clemente VII. Más tarde, al ser elegido pontífice Paulo III, se traslada a Nápoles -ciudad que entonces pertenecía al imperio español- con el cargo de archivero que le había conferido el emperador. En Nápoles dirigió Juan de Valdés las «sacre conversazioni», un cenáculo refinado donde se debatían cuestiones religiosas y al que asistían bellas damas, teólogos y humanistas: la exquisita Giulia Gonzaga -de la que Valdés fue guía espiritual y de quien afirma que «es un pecado que no sea señora de todo el mundo»-, la poetisa Vittoria Colonna y personalidades como Ochino, Vermigli, Galeazzo, Caracciolo, Carneschi, etc. -algunos de los cuales se hicieron protestantes y fueron condenados años más tarde.

Para este selecto grupo escribió Valdés el Alfabeto cristiano (publicado en versión italiana en 1546), Ciento diez consideraciones divinas (aparecidas en 1550 también en italiano y de las que se han conservado treinta y nueve en su redacción castellana) y una serie de pequeños tratados de temática religiosa; para ellos tradujo o comentó los Salmos, el Evangelio de San Mateo, las epístolas de san Pablo; para ellos también escribió el Diálogo de la lengua (hacia 1535-1536), con motivo de algunas preguntas o consultas que le hicieron sus seguidores acerca de la lengua española. Sabemos que compuso asimismo una colección de refranes castellanos que se ha perdido.

Los escritos religiosos de Juan de Valdés se difundieron -además de las traducciones editadas en italiano- en copias manuscritas, algunas de las cuales llegaron a España, especialmente al círculo heterodoxo de Valladolid. La actividad de Juan de Valdés en Nápoles despertó grandes recelos, que no sólo habían de perjudicar la difusión de sus escritos, sino también a sus discípulos, los cuales, después de la muerte del autor -ocurrida en aquella ciudad en 1541-, fueron perseguidos y diezmados.

Creemos que sería incompleta la semblanza de Juan de Valdés si no tuviéramos en cuenta la problemática religiosa de la época en que le tocó vivir. Por debajo de la serena actitud del Renacimiento, la vida española de la primera mitad del siglo XVI, prácticamente toda la época del reinado de Carlos V, se agita en una lucha turbulenta de ideas y de ideologías; los espíritus sufren una de las más fuertes sacudidas de la historia y la conciencia colectiva entra en una crisis de la que saldrá replegándose -como otras veces- sobre sí misma.

Por un lado tenemos la actividad de los alumbrados -que se desarrolló a un nivel más bien popular y con los que Valdés, como hemos visto, tuvo contactos a través de Alcaraz-, empeñados en la búsqueda de una experiencia religiosa sensible. Por otro, el erasmismo -que tuvo sus adeptos entre los cortesanos y los hombres de letras-, con su afán de volver a las formas del cristianismo primitivo. Juan de Valdés, junto con su hermano Alfonso, fue uno de los erasmistas más fervientes de la España de esta época.

Los estudios de Erasmo sobre el Nuevo Testamento y sus teorías sobre un cristianismo interior, vivificado por la lectura y el conocimiento directo del Evangelio, encontraron pronto terreno abonado en la Península Ibérica. Sus obras, en especial el Enquiridión, se difunden por nuestro país y su doctrina halla eco en las obras de los más preclaros ingenios a la vez que da lugar a apasionadas polémicas. El pensamiento de Erasmo penetra en Alcalá, halla acogida entre los altos dignatarios eclesiásticos, se refleja en obras didácticas y piadosas, en el teatro y en la prosa.

La «philosophia Christi», el evangelismo radical y absoluto («en espíritu y en verdad»), la reacción contra los formulismos y las prácticas externas que propugnaba Erasmo hallaron al principio su campo de mayor difusión en la misma corte de Carlos V. Se creó allí -como dice Américo Castro- «un cristianismo aristocrático y antivulgar». El período de más fervor erasmista en la Península fue la década 1520-1530. Las ideas del humanista y teólogo holandés -como eco de la necesidad que se sentía en Europa de úna reforma- se difunden rápidamente, las ediciones del Enquiridión se multiplican, surgen focos ideológico-religiosos más o menos afines. Contra la ideología erasmista -punto de auténtico equilibrio entre la vieja trádición católica y la reforma luterana- se levantan las órdenes mendicantes. La lucha llega a su punto culminante en el capítulo celebrado en Valladolid en 1527. El propio Erasmo sigue con interés las polémicas que acerca de su doctrina se desarrollan en España.

Al principio pareció que el erasmismo iba a triunfar, pues contaba con la adhesión de altas personalidades de la jerarquía eclesiástica y de las letras -entre ellas el inquisidor general, cardenal Manrique-. Pero la reacción hubo de ganar la partida: las obras de Erasmo -a pesar de que, a causa de la cuestión del libre albedrío, el teólogo había roto definitivamente con Lutero fueron prohibidas por la Inquisición y los erasmistas perseguidos. La Compañía de Jesús -influida al principio por el pensamiento de Erasmo- acabó por convertirse en el arma más eficaz contra el movimiento.

Entusiastas del erasmismo en España fueron Juan de Valdés y su hermano gemelo Alfonso, secretario del emperador. Alfonso expuso sus ideas en dos famosos diálogos, el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma y el Diálogo de Mercurio y Carón, aparecidos ambos en 1529. El primero es una justificación del saqueo de Roma del 1527 y de la conducta del emperador con respecto al pontífice, y en él discuten Lactancia, representante de la ideología erasmista, (por tanto, el propio Alfonso de Valdés), y un arcediano, que simboliza el espíritu reaccionario. Lactancia ataca el culto a las reliquias, la avaricia de los clérigos, las indulgencias y a los sacrilegios y profanaciones de las tropas imperiales -aducidos como argumentos por el arcediano-, opone las inmoralidades y la corrupción de la corte romana; propugna, en suma, una forma de cristianismo «interior» según la más ortodoxa concepción erasmista. El Diálogo de Mercurio y Carón, inspirado por un lado en Luciano de Samosata y por otro en la tradición medieval de la «danza de la muerte», presenta a las almas de las jerarquías civiles y eclesiásticas que llegan al río infernal  para ser conducidas en la barca de Carón. Ello da pie al autor para hacer crítica e insistir en sus puntos de vista erasmistas. Alfonso de Valdés fue el más fervoroso y apasionado partidario que Erasmo tuvo en España, hasta el punto de ser calificado como «más erasmista que el propio Erasmo». Sin embargo, en un momento histórico en que Carlos V luchaba, por un lado, contra el pontífice en Italia y, por otro, contra los luteranos en Alemania, la actitud ideológica de Alfonso de Valdés era sumamente beneficiosa a la política de Carlos V. Con razón Marcel Bataillon ha definido la personalidad de Alfonso de Valdés como «el erasmismo al servicio de la política imperial». Fue él, quien, destacado como secretario de Carlos V en Alemania, intentó la reconciliación entre católicos y protestantes.

La producción religiosa de Juan de Valdés discurre también dentro de los cauces de la corriente erasmista. Su Diálogo de doctrina cristiana, nuevamente compuesto por un religioso es otro de los hitos de la influencia del teólogo holandés en España. En él tres personajes, Antronio, Eusebio y fray Pedro de Alba (arzobispo de Granada), discuten acerca del Credo, de los mandamientos, de los pecados capitales, las virtudes teologales y cardinales, los dones del Espíritu Santo, los preceptos de la Iglesia e instrucción y cultura religiosa en general. La obra contiene, además, un resumen de la Biblia y una traducción del texto del Sermón de la Montaña. El comentario sobre el Credo proviene de la Inquisitio de fide de Erasmo. Juan de Valdés propone en su diálogo la práctica del cristianismo «interior», la adhesión radical al misterio de la Cruz; afirma que la exigencia de perfección y de amor infinito nos «justifican» enteramente; y, en consecuencia, basándose en la frase de san Pablo, «Sed peccatum non. cognovi, nisi per legem», ataca la moral codificada y los formulismos de la práctica religiosa. El «hombre interior» de san Pablo es para él, al igual que para Erasmo, el modelo espiritual a imitar por el humanista del Renacimiento con sensibilidad religiosa. La doctrina de «la justificación por la fe» y la consiguiente inutilidad de las obras es defendida de una forma más clara por Juan de Valdés en su Alfabeto cristiano, diálogo entre él y Giulia Gonzaga; y la tesis de la salvación por voluntad divina en Ciento diez consideraciones divinas. Las traducciones y glosas de textos bíblicos, además del gran interés literario que tienen, se mueven también en esta misma directriz de pensamiento.

 

 

El "Diálogo de la lengua"

 

El Diálogo de la lengua es una defensa y apología de la lengua vulgar castellana («tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante», según la califica el mismo autor), escrita en Nápoles hacia los años 1535-1536, que ha llegado hasta nosotros en tres manuscritos de la segunda mitad del siglo XVI (uno conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid, que es el más antiguo y fidedigno, y los otros dos en la Biblioteca de El Escorial y en el Museo Británico). La primera edición fue hecha por Gregorio Mayans y Sisear en el tomo primero de sus Orígenes de la lengua española (1737).  

La obra, escrita en forma de diálogo como otras del autor, es la única que conocemos que salió de su pluma que no es de tema religioso. Aparte de figurar en él un interlocutor llamado Valdés, es indudable que salió de la misma mano del autor del Diálogo de doctrina cristiana, del Alfabeto cristiano y de las Ciento diez consideraciones divinas. Intervienen cuatro personajes: Marcio, Valdés, Coriolano y Pacheco, para los que se han propuesto identificaciones más o menos verosímiles.

El diálogo no se desarrolló tal y como ha llegado hasta nosotros, como ya es de suponer, pero sí es fruto de las consultas y preguntas que le hicieron sus amigos y discípulos italianos acerca de la lengua española y de la manera como podrían perfeccionar su conocimiento y su uso -no olvidemos que Nápoles era en aquel momento una ciudad sometida al dominio español-. En este sentido, pues, podemos afirmar que el Diálogo de la lengua tiene una base real: los consejos, normas prácticas y reglas que en diferentes ocasiones debió dar Valdés a sus contertulios napolitanos y a las que más tarde dio una forma coherente en el Diálogo.

En principio, la obra es una defensa del uso de la lengua vernácula frente al latín : aquélla es tan digna y tan apta para los tratados científicos y doctrinales como ésta, que los mismos humanistas tanto admiraban y cultivaban. Así, el propósito del autor se inscribe dentro de una gran tradición del Renacimiento europeo, que cuenta en Italia con las famosas Prose della volgar lingua (1525), de Pietro Bembo -cuyo primer libro influyó de una manera evidente en el Diálogo-, y con obras de Maquiavelo y de Trissino; en Portugal, con el Diálogo em louvor da nossa linguagem (1540), de Joāo de Barros; en Francia con la Défense et illustration de la langue francaise (1549), de Joachim du Bellay; y en España con las obras de Nebrija, Pero Mexía, Cristóbal de Villalón, Ambrosio de Morales, Francisco de Medina, etc.  

Además de este propósito de dignificar la lengua vulgar, aparece inmediatamente otro en el Diálogo: darle la mayor naturalidad. La precisión, la claridad y la sencillez, añadidas al buen gusto, son las normas supremas de nuestro autor. Por esto se pronuncia resueltamente contra el hipérbaton y el castellano de estilo artificioso del siglo XV y de principios del XVI. «Yo escribo como hablo» afirma, de acuerdo con lo que dice Baltasar Castiglione en su Cortesano, tan admirablemente traducido al castellano por Juan Boscán: «Lo escrito no es otra cosa sino una forma de hablar que queda después que el hombre ha hablado, y casi una imagen verdaderamente viva de las pa labras.» Menéndez Pidal ha dicho que el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés parece la justificación teórica de la obra poética de Garcilaso de la Vega, que a la vez que es exquisita está hecha con términos «no nuevos ni desusados de la gente», pero también «muy cortesanos y muy admitidos de los buenos oídos».  

Guiado por este prurito de naturalidad, es lógico que Valdés recurra con frecuencia en su Diálogo a la autoridad del refranero y que se dedicara a recopilarlo. Sin embargo, distingue muy bien entre lo popular y tradicional y lo «plebeyo», y, de la misma manera que procura acomodar la manera de escribir a la de hablar, el «uso» frente al «artificio», la adecuación de la fonética de los cultismos a la pronunciación real, establece también como norma la «selección» frente a la «invención». Por tanto, en la composición literaria, al igual que al hablar, el «ingenio» halla «qué decir» mientras el «juicio» escoge «lo mejor». Así se consigue una lengua ágil y flexible, elegante y correcta a la vez, para la expresión de todas las formas de la cultura renacentista. 

El Diálogo de la lengua no es una exposición gramatical, técnica y sistemática, como, por ejemplo, la Gramática castellana de Nebrija. Al contrario, apenas si roza cuestiones propiamente gramaticales; se propone tan sólo dar normas de buen gusto, ofrecer soluciones e ilustrar a sus amigos napolitanos. Nebrija, además, tiene un concepto nacionalista de la lengua: por exigencias políticas, ésta debe convertirse en universal, en «compañera del imperio». Por otro lado, el andaluz se proponía salvarla de la decadencia, pues creía que en su tiempo se hallaba «tanto en la. cumbre, que más se puede temer el descendimiento que esperar la subida». La profecía de Nebrija no se cumplió y Valdés compuso su DiáIogo en un momento de esplendor que el gramático no se atrevió a soñar.  

Para Valdés, educado en la corte, es normativo el castellano del reino de Toledo, que, según él, cumple con las exigencias del buen gusto. Para él no existen variedades dialectales, pero sí, en cambio, palabras vivas en el uso que hay que incorporar a la lengua literaria, que nada tienen que ver con las que califica de «bajas» y «groseras».  

La doctrina gramatical del Diálogo de la lengua es, como ya hemos dicho, muy pobre: se reduce a unas breves observaciones sobre el artículo y la preposición. No pretende ser, no sólo una gramática, sino tampoco un «arte», y él mismo declara que no es persona versada en estas cuestiones y que no tiene ninguna autoridad sobre la materia. Lo que sí posee, en cambio, es una gran intuición, que le lleva a acertar en las etimologías, en la adopción de algunos términos que luego el uso ha sancionado, en las soluciones ortográficas.  

     Por lo que a estas últimas cuestiones se refiere, Valdés; propugna una ortografía autónoma para la lengua vulgar en la que cada letra represente un sonido. Así, propone eliminar la grafía ph de los helénismos, la simplicación de los grupos consonánticos gn, ct de los cultismos (dino por digno, ato por acto); mantener la h- procedente de la f-latina porque se pronunciaba con una aspiración en la modalidad toledana (humo, hacer, hilo); distinguir las cuatro sibilantes: c o ç (según la vocal que siga), z, ss y s. Si en alguna de estas soluciones yerra, en la mayoría acierta, como es el caso de no admitir la metátesis poneIdo en lugar de ponedlo, en preferir la forma del imperativo tomad a la de tomá o la forma del pronombre os a la de vos. Tiene un especial sentido para advertir lo que es o lo que ya se está convirtiendo en arcaísmo: porque por c, aunque por maguera, ayudaré por ayudar he: asimismo censura asaz, arriscar, artero, cuita, cormano, etcétera. Y propugna el orden lógico de los elementos de la oración, que es en definitiva el que, con el tiempo, habrá de prevalecer en la lengua castellana.

A pesar de que Juan de Valdés reacciona contra el abuso de los arcaísmos y de los cultismos, comprende que una lengua que debe tratar materias graves necesita de estos últimos, y así propone la admisión de los helenismos, latinismos e italianismos imprescindibles: paradoja, tiranizar, idiota, ortografía, ambición, excepción, dócil, superstición, objeto, decoro, insolencia, temeridad, manejar, entretener, novela, asesinar, facilitar, aspirar, discurso, cómodo, etc., todos ellos refrendados por el uso y admitidos por la lengua.

Juan de Valdés tenía ideas muy claras sobre los orígenes de la lengua castellana: según él, nació de la corrupción del latín y a su diferenciación con respecto de los otros romances coadyuvaron las invasiones de los bárbaros y de los árabes y la fragmentación política. No debe extrañar al lector su afirmación de que la lengua hablada en España antes de la dominación romana era el hebreo, puesto que era una creencia casi general en su época: Valdés aquí se hace simplemente eco de un tópico y, por otro lado, lo hace con muy poco convencimiento. En cambio, la insinuación de que podría ser una lengua parecida al vasco no hace más que reafirmamos su gran intuición y su gran sentido crítico.  

No menos interesantes que sus juicios acerca de la lengua son sus juicios literarios, lo que dice de Juan de Mena, de Juan del Encina, de Bartolomé Torres Naharro, de mosén Diego de Valera, de La Celestina, de los libros de caballerías y de los «romances viejos». Ganada, además, la obra de Juan Rodríguez del Padrón, del marqués de Santillana, de Jorge Manrique, los autores del Cancionero general. Cuando afirma que la literatura castellana carece de clásicos, a diferencia de la italiana, quiere decir simplemente que echa de menos en la tradición literaria de su lengua un humanismo como el que ya se había producido en la otra.  

He aquí cómo una obra escrita por razones circunstanciales -porque en Italia «assí entre damas como entre cavalleros se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano»- se convierte en una visión y una revisión inteligente del castellano del siglo XVI.  (ANTONIO COMAS,Barcelona, 1972)

 

 

 

 

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