LAS CANTIGAS ERÓTICAS DE ALFONSO X EL SABIO


 

 

La muerte de Fernando III el Santo en el real alcázar sevillano, el 30 de junio de 1252, marca para Castilla y León el fin de una época, la de los grandes reyes y de las grandes conquistas. Porque Alfonso X, su hijo, no fue un gran rey, ni por supuesto un santo. A los ojos del historiador se revela como un hombre débil e indeciso; aunque estudioso, poeta y sabio, si bien esto menos de lo que él creyó.  

Los rotundos triunfos de Fernando III contra los moros, su integridad personal y la unidad de los nobles en torno a la Corona se volvieron con Alfonso debilidad militar, disensión dinástica y levantamiento de los grandes señores. Pero no sería justo echarle toda la culpa al nuevo rey. De hecho, Fernando legó a su hijo una situación complicada, que hubiera requerido un hombre enérgico y astuto, capaz de dominar la violencia con la violencia y responder a la astucia con astucia.

Indudablemente, Alfonso no era la persona indicada para tal cometido. Cuando accedió a la Corona, a sus treinta y un años, sólo se había distinguido por el amor a la cultura y la afición a rodearse de juglares y bellas juglaresas, las vulgarmente llamadas soldaderas. De su madre, Beatriz de Suabia, había heredado una refinada sensibilidad de corte más germánico que castellano.

Ya en vida de su padre y en el seno de la familia real, Alfonso se sintió presionado por una atmósfera emocional hostil. Muerta la dulce reina Beatriz de Suabia en 1235, Fernando III se había vuelto a casar con la francesa Juana de Ponthieu. La nueva soberana, joven, hermosa y de fogoso temperamento, no sinpatizó nunca con el suspicaz y sensitivo príncipe heredero.

Para colmo, resultó que la madrastra intimó mucho con Enrique, hermano menor de Alfonso, muchacho ambicioso y de una vitalidad irreprimible. Ya en 1246, en presencia de su padre Fernando III, el infante Enrique se negó a prestar juramento de vasallaje a Alfonso como príncipe heredero. En la familia del rey santo no se respiró siempre el ambiente de virtud y concordia que cabría esperar. La predilección de la bella Juana de Ponthieu por su apuesto hijastro Enrique dio lugar a maliciosas interpretaciones.

Alfonso se casó con Violante, hija de Jaime I el Conquistador, en 1246, cuando aquélla contaba sólo doce años. Aún tuvo que esperar otros dos para consumar su matrimonio. Y, cuando lo hizo, pasaron cinco años más sin que diera muestras de fecundidad, ante la creciente ansiedad de su marido, que pensó incluso en repudiarla. Tal situación favoreció la dispersión erótica de Alfonso, quien buscó fuera del hogar un terreno más adecuado para la afirmación de su virilidad. A esta época corresponden diversos amoríos con damas de la nobleza, de las que tuvo varios hijos naturales. La más conocida de estas amantes fue doña Mayor Guillén de Guzmán, de la que nacería Beatriz, la hija predilecta del futuro rey sabio.

Tampoco fueron cordiales las relaciones de Alfonso X con la nobleza. Sus ideales y procedimientos nunca coincidieron. La delicada sensibilidad de Alfonso y su superior cultura le colocaron a un nivel que sus contemporáneos no supieron entender. Aislado, incomprendido y acosado, sólo se sentía en su elemento entre literatos, trovadores y soldad eras. La feroz libertad de lenguaje y de costumbres imperantes entre los juglares proporcionaron a su espíritu un desahogo y un estímulo, ya desde los años de su juventud. En efecto, Fernando III el Santo, también él aficionado a la poesía y a la música, fue un generoso protector de la juglaría, que pudo disponer de la Corte y del palacio real como de casa propia.

El joven Alfonso X, en su papel de príncipe ilustrado y libertino, conectó ampliamente con las inquietudes de la juglaría. Se identificó con su anhelo de un nuevo orden social y de una nueva moralidad, que diera preeminencia a la libertad de espíritu y al deseo de disfrutar a fondo de

la vida y del amor. Para los juglares españoles del siglo XIII, al igual que para sus contemporáneos e u ropeos, los goliardos, el amor era, más que sublimes sentimientos y suspiros románticos, pasión y gozo carnal.

La habilidad artística y desgarrado ingenio de estos personajes, en su mayor parte vagabundos, bohemios y mujeres de vida alegre, les abría las puertas de mansiones y castillos e incluso de los monasterios. En vano la jerarquía eclesiástica intentó evitar esta equívoca promiscuidad. A pesar de los numerosos cánones emanados con tal propósito por los concilios celebrados a lo largo de todo el siglo XIII, en 1324 la moda juglaresca aún estaba en pleno auge.

En nuestra comarca -atestiguan las constituciones sinodales de Toledo de 1324- ha penetrado una detestable inmoralidad, pues las mujeres que el vulgo llama soldaderas entran públicamente en las casas de los prelados y de los magnates, convidadas a comer; ellas, entregadas a coloquios depravados y charla deshonesta, corrompen las buenas costumbres y, además, hacen espectáculos de sí mismas (1).

Estas soldaderas, cantadoras, bailarinas, meretrices o lo que saliese, son para nosotros, al igual que los juglares, testigos insustituibles de la vida y milagros de los principales personajes de su época. En mordaces y desvergonzados versos, las celebérrimas cantigas de escarnio nos transmitieron el más acabado retrato moral de su tiempo.

 

Fernando Esquío

 

 

 

A vos, Doña Abadesa,

de Don Fernando Esquío,

estos presentes envio,

porque se que sois esa

doña que bien lo mereces :

cuatro carajos franceses

y dos para la prioresa .

 

Pues que sois amiga mía,

no quiero el gasto mirar,

y os quiero ya esto dar

con toda urgente guía:

cuatro carajos de mesa ,

que me dio una burguesa,

en sendas vainas de lía.

 

Muy bien se parecerán

si es que llevan cordones

de dos pares de cojones ;

y ahora os voy a dar :

cuatro carajos asnales

enmangados en corales,

con los que cortes el pan.

 

 

 

A vos, Dona Abadesa,
de mim, Don Fernando Esquío,
estas doas vos envío,
porque sei que sodes esa
dona que as merecedes:
cetro carallos franceses
e dous aa prioresa .

 

Pois sodes amiga miña,
non quero a custa catar,
quérovos xa esto dar,
ca non teño al tan axiña :
catro carallos de mesa ,

que me deu unha burguesa,
dous e dous en a baíña .

 

 Mui ben os semellaran
ca se quer levan cordóns
de sendos pares de collons;
agora vólos darán:
catre carallos asnáis
enmangados en coraís,
con que collades o pan .

 


(Galicia siglo XIII)

 

Fiados en la inmunidad de quien nada tiene que perder, los juglares no dudaban en llevar su sinceridad a extremos abusivos. Así, por ejemplo, el poeta Fernando Esquío refiere en una de sus cantigas (2) que había enviado a una amiga suya, abadesa por más señas, cuatro extraños artilugios para servicio íntimo de damas que no podían o querían tener acceso a varón. Se trata del instrumento de origen francés que hoy se conoce como «consolador». Estos príapos de artificio, cada uno en su funda, adornaban ya por entonces los tocadores de las señoras.

Alfonso X disfrutó también él como poeta con este género de crítica costumbrista, cínica y procaz. Una de las cantigas eróticas más atrevidas compuestas por el rey sabio es la que dedicó al deán de Cales (3). Este clérigo practicaba el arte de seducir mujeres con ayuda de ciertos libros de magia, capaces, según parece, de doblegar las mayores resistencias: «fod' el per eles quanto foder quer» («jode por ellos cuanto quiere joder»).

La lectura de tales libros le causaba al buen deán tanto placer que ni de noche ni de día los abandonaba. y tan bien conocía el arte de fornicar, que hasta a las moras seducía a su voluntad.

... sabe d' arte do foder tan ben,

que conos seus livros d'artes, que el ten,

fod' el as mouras cada que Ihi praz.

 

 

El poder de seducción del clérigo bordeaba lo taumatúrgico. A las mujeres endemoniadas, con tal fuerza y destreza las poseía, que expulsaba de ellas el demonio malvado. Si encontraba a alguna chica afectada por el llamado fuego de San Marcial, por el mismo sistema le extirpaba el mal.

E mais vos contarei de seu saber,

que conos livros que el ten faz:

manda-os ante si todos trager,

e pois que fode per eles assaz,

se molher acha que o demo ten,

assi a fode per arte e per sen,

que saca dela adema malvaz.

E, con tod' esto, ainda faz al

conos livros que ten, per boa fe:

se acha molher que aja a mal

deste fogo que de San Marçal e,

assi a vai per foder encantar

que, fodendo, Ihi faz ben semelhar

que e'geada ou nev'e non al.

 

Otra de las cantigas eróticas de Alfonso el Sabio va dirigida a María Pérez Balteira, célebre soldadera y cortesana, sin duda un personaje de primera fila de la historia galante medieval. Aunque conocida ya en la Corte en los últimos años del reinado de Fernando III, su belleza, arte y vida escandalosa brillaron sobre todo bajo Alfonso.

Un curioso diploma fechado en 1257 nos presenta a María Pérez otorgando una donación al monasterio cisterciense de Sobrado (4). A cambio de unas tierras heredadas de su madre y de los servicios que ella misma en persona se obligaba a prestar a los monjes «como familiar e amiga», la Balteira recibiría una renta vitalicia y, a su muerte, un honorífico entierro.

No especifica el documento cuáles eran los servicios que la Balteira se comprometía a conceder a los buenos frailes. Pero, conociendo los encantos e inclinaciones personales de doña María y el relajamiento de las costumbres monacales, nos inclinamos a pensar que se trata de cierta prestación amatoria o derecho de pernada.

 

Sabemos que los monjes de Sobrado apreciaban en su valor este tipo de contribuciones en especie. En efecto, solían llevarse con ellos durante dos o tres días a las mujeres de sus colonos para facer fueros, no sabían cuales. Hasta que el merino mayor de Galicia suprimió en 1347 dicho servicio por mal e deshonestidad.

No excluímos, por supuesto, que piadosas intenciones y sentimientos se mezclaran en estas actividades más bien carnales. En el caso de la Balteira, nos consta que era mujer de fe vibrante y vigorosa. Lo prueba su peregrinación a Tierra Santa como cruzada, que realizó en cumplimiento de un voto, alrededor de 1257. Sus colegas de juglaría y de liviandad no dejaron de comentar con sarcasmo esta manifestación de fervor cristiano de la licenciosa soldadera. Así exclama Pero da Ponte en una de sus cantigas de escarnio, llena de alusiones obscenas:

Ya nuestra cruzada María Pérez vino de Ultramar, tan cargada de indulgencias, que no se puede con el peso tener derecha. Las indulgencias, y todas las perdió con cuidado, como algo muy precioso, pero la maleta de María Pérez no tiene cerradura y los mozos del lugar se la trastornan a cada momento,'húrtanle las indulgencias, y todas las perdió como cosa, al fin, mal ganada (5).

Otros trovadores nos hablan también de la Balteira en sus versos. Aluden a sus amoríos, su mal perder en el juego, sus peregrinaciones por Palestina y tierra de moros. El mismo Alfonso X dedicó una obscena cantiga a las relaciones de la alegre soldadera con cierto fu ncionario llamado Juan Rodríguez.

La cantiga, cuya sustancia poética son las innumerables insinuaciones eróticas, está construida sobre un argumento muy sencillo: la Balteira encarga a Juan Rodríguez que le construya una casa de madera; para complacerla, éste debe calcular las medidas exactas de los troncos que va a necesitar.

Si lo quieres hacer bien -le instruye la Balteira-, de buena medida la debes coger, así y de ninguna manera más pequeña. Esta es la madera adecuada " si no, yo no os la señalara. Y como ajustada se ha de meter, bien larga toda ella ha de ser para que vaya entre las piernas de la escalera. Esta es la medida de España, no la de Lombardía o de Alemania; y porque sea gruesa no os parezca mal, pues si es delgada no sirve para nada.

Cantiga de escarnio dedicada al deán de Cádiz

 

Ao daian de Cález eu achei

.....livros que lhe levavan d’aloguer;

.....e o que os tragia preguntei

.....por eles, e respondeu-m’el: ¾ Senher,

5...con estes livros que vós veedes dous

..... e conos outros que el ten dos sous

.....fod’el per eles quanto foder quer

.....E ainda vos end’eu mais direi:

.....macar no leito muitas [ el ouver],

10.. por quanto eu [de] sa fazenda sei

.

....conos livros que ten, non á molher

....a que non faça que semelhen grous

....os corvos e as anguias babous,

.....per força de foder, se x’el quiser.

15.... Ca non á mais, na arte do foder

....do que [e]nos livros que el ten jaz;

....e el átal sabor de os leer,

....que nunca noite nen dia al faz;

....e sabe d’arte do foder tan ben,

20.... que cõnos seus livros d’arte, que el ten,

....fod’el as mouras cada que l’hi praz.

....E mais vos contarei de seu saber,

....que cõnos livros que el ten [ i ] faz:

....manda-os ante si todos trager,

25..e pois que fode per eles assaz,

....se molher acha que o demo ten,

....assi a fode per arte e per sen,

....que saca dela o demo malvaz.

....E, con tod’esto ainda faz al

30.. conos livros que ten, per bõa fé:

...se acha molher que aja [ o ] mal

...deste fogo que de Sam Marçal é,

...assi [ a ] vai per foder encantar

...que, fodendo, lhi faz ben semelhar

...que é geada ou nev’e non al.

 

Para saber más sobre esta cantiga:
http://www.ucm.es/info/especulo/numero14/cantigas.html

 

- Se ben queredes fazer,

de tal midida devedes a colher,

assi e non mear, per nulha maneira.

E disse: -Esta é a madeira certeira,

e, de mais, nona dei eu a vos sinlheira;

e pois que s' en compasso á de meter,

atan longa deve toda de ser,

que vaa per antr'as pernas da'scaleira. (. . .)

E diss': -Esta é a midida d'Espanha,

ca non de Lombardía nen d'Alamanha;

e por que é grossa, non vos seja mal,

ca delgada pera greta ren non val (6)

Aún brillaría bastantes años en la Corte castellana la bella soldadera. Con su habilidad en el canto, la danza, la poesía y otras artes más tiernas siguió enamorando a. juglares y poetas, Pero de Ambroa anduvo loco por ella y Pero Mafaldo se confiesa muy coitado por amores de la Balteira.

Mujer dinámica y andariega acompaña a las huestes del rey, comparte sus campamentos y las zozobras del combate y alegra con sus gracias las duras jornadas de los guerreros, Los últimos destellos de su singular personalidad se admiraron durante la azarosa campaña de Andalucía de 1262 a 1265.

En conexión con una conspiración de la nobleza castellana contra Alfonso X se produjo por esos años una sublevación de los reyes moros de Murcia y de Granada, tributarios ambos de Castilla. Los rebeldes de Murcia fueron sojuzgados por Jaime I de Aragón, en un generoso gesto de solidaridad. De la sumisión de Granada se ocupó el mismo Alfonso. Consta en documentos históricos que la Balteira contribuyó de manera especial y personalísima al triunfo de su soberano.

Recordando el dicho de «divide y vencerás», Alfonso X concibió el proyecto de debilitar al rey granadino provocando la escisión de los malagueños. Para ello envió una embajada secreta, en la 'que figuraba María Pérez, para que se entrevistase con los hermanos Beni Escaliola o Axkilula, caudillos árabes de Málaga, Guádix y Comares. Los Beni Escaliola se resistieron por un tiempo a pactar con Castilla. La Balteira tuvo que poner toda la carne en el asador. Aseguran los cronistas que para lograr su propósito hubo de seducir a uno de los Escaliola (7).

La victoria se celebró con toda suerte de poemas conmemorativos. La razón de Estado impidió revelar a toda luz la naturaleza de los argumentos esgrimidos por la Balteira durante las negociaciones. Pero lo que podemos leer entre líneas es suficiente:

Ya sabíamos que la Balteíra tenía potestad de excomulgar, pues desde tíempos del Rey Fernando excolmulgó a muchos que le pagaron muy bien por ello; pero ahora buscó a un patriarca Fí de Escaliola, el cual recibe de La Meca este poder de soltar y absolver, y ella dice que el poder que Dios otorgó a Roma no vale nada (8).

La popularidad de la Balteira alcanzó proporciones increíbles también en Andalucía. Cuando la gente pedía noticias de la frontera, lo primero que preguntaba era sobre las andanzas de María Pérez. El rey recompensó con esplendidez sus servicios.

Cuando, con el paso de los años, la Balteira sintió que las fuerzas y galas de la juventud la abandonaban se retiró a su Galicia natal. Seguramente se estableció no lejos de Sobrado, donde seguiría cobrando su renta anual. Los trovadores nos la retratan al pie del confesonario, repasando su conciencia y lamentando su único pecado:

Soo vella, ay capeIlam  

(«Ay, padre, soy vieja»).

El miedo a la muerte, tan arraigado en aquellas tierras, le obligaba a tener siempre a su lado a cierto clérigo para que la defendiera del diablo. Pero luego se compadecía del pobre fraile y, como limosna, le hacía compartir su lecho. Pero de Ambroa, su enamorado, protestaba de semejante abuso. No había derecho a que la vieja ramera malgastase con un miserable clérigo los ahorros ganados en la casa del rey (9).

No creemos que a Alfonso el Sabio le preocupara demasiado cómo administraba sus bienes su antigua protegida. El torbellino de la guerra, de las intrigas familiares y de la pasión política o cultural fue absorbiendo cada vez más los desvelos del monarca.

 

 

NOTAS

 

(1) R. Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, 1969, pág. 49.

(2) Cantigas d' escarnho e de mal dizer dos cancioneros medievais galego-portugueses, edición crítica por el profesor M. Rodrigues Lapa, Coimbra, 1967, Cantiga 147, pág. 234.

(3) Cantiga 23 de la ed. de M. Rodrigues Lapa, pág. 42.

(4) R. Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, ginas 121-126.

(5) Ibídem, pág. 122.

(6) Cantiga 11 de la ed. de M. Rodrigues Lapa. pág. 175.

(7) A. Ballesteros- Beretta, Alfonso X el Sabio, Barcelona, 1963, pág. 381.

(8) Cantiga 425 de la ed. de M. Rodrigues Lapa, pág. 620. (9) R. Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, ginas 124-125.

 


 

 Luis Alonso Tejada

HISTORIA 16, Nº.40 , 1979, pp. 105-109

 

 

 

 

EL DESORDENADO AMOR DE ALFONSO XI


 
 

La Cantica de los clérigos de Talavera nos cuenta que el arzobispo don Gil les envía una carta conminándoles a deshacerse de sus mancebas. La consternación del cabildo es general, o casi general:

si plugo a uno, pesó a más de dos mil

ya que, ¿cómo van a dejarlas abandonadas cuando, además de ser una acción inhumana, va contra la caridad que ellos mismos tanto predican? Pues, en verdad, si han tomado mujeres en sus casas no es, según se excusan, sino por tratarse de mujeres desamparadas:

que non es mi comadre e non es mi parienta: huérfana la crié, esto porque non mienta. En mantener omne huérfana obra es de piadad, otrosi a las vibdas, esto es cosa con verdad.

La ironía del autor, Juan Ruiz, clérigo él mismo por ser arcipreste de Hita, resulta evidente en estos versos.

Pero la realidad es irónica también en aquellos tiempos, y tanto la literatura como la historia nos muestran que el clero, regular o secular, estaba muy lejos de alcanzar la perfección en materia de castidad, como también en obediencia y en pobreza. Baste recordar los Milagros, de Gonzalo de Berceo, que nos habla de monjes fornicadores y de monjas encintas, obligando a la Virgen a desplegar una actividad incansable de contra-Celestina, para hacernos una idea de la propagación del «mal». El hecho de que la mayor parte de tales milagros tengan como personajes a estos quebrantadores del sexto mandamiento y que se dediquen a ellos, es muy elocuente. Pero el arcipreste de Hita no necesitaba ir tan lejos para inspirarse.

Para ello cuenta, además, con la poesía goliardesca (de donde toma el motivo de esta «cantica», levemente retocada) y de su propia vida de goliardo. Sus encuentros con las serranillas, que le obligan a cumplir como hombre, y sus amores con doña Endrina, con una mora y con una monja hablan por si mismos.

Volvamos, pues, a nuestros clérigos de Talavera. Indignados ante tal orden, cuyo promotor lejano es el Papa, deciden no cumplirla, para lo cual van a reclamar al rey. Así, el deán propone y

 

diz: Amigos, VA querría que toda esta quadrilla

apellásemos del papa antel rey de Castilla: que maguer somos clérigos, somos sus naturales,

servímosle muy bien, fuemos sienpre leales; demás, que sabe el rey que todos somos carnales:

 quererse ha adolescer de aquestos nuestros males.

Evidentemente, todos se ponen de acuerdo, pues las razones son de peso y el reyes la persona idónea.

Veamos las razones, sutilmente expuestas en un lenguaje lleno de doble sentido. En efecto, natural, significaba el vasallaje debido al señor de un territorio, significado con el que aparece en mil textos de la Edad Media; y aquí también, pero enriquecido con el sentido primitivo, es decir, perteneciente a la naturaleza, uno de cuyos impulsos es, según Juan Ruiz, yazer con fenbra plazentera. Esto último se ve reforzado inmediatamente después con la frase todos somos carnales, en donde se vuelve a jugar con la doble significación, puesto que carnales, en aquella época, podía hacer referencia a lo humano, en oposición a lo divino, es decir, todo lo que es imperfecto, débil, flaco. Pero también, y éste es el caso en que se encuentran los talaveranos, atraídos por la carne (en todas sus acepciones).

Por otra parte, le sirven bien, le son leales, sin que nadie explicite en qué consisten esos servicios, si se refieren a que pagan sus impuestos, rezan o hacen la guerra. La lealtad ha de ser entendida, pues, en el sentido de que no hacen otra cosa que lo que practica el mismo rey, y en eso servímosle muy bien maguer (= aunque), somos clérigos. Vengamos ahora al rey de Castilla, que les comprenderá muy bien y

quererse ha adolescer de aquestos nuestros males

Tal rey no es otro que Alfonso XI, cuya agitada vida amorosa era del dominio público. En efecto, este monarca, uno de los mejores que Castilla conoció, se había enamorado perdidamente de doña Leonor de Guzmán, mujer de extraordinaria belleza a decir de los cronistas, viuda, por otra parte, por lo que comprendería perfectamente a los clérigos, pues, al fin y al cabo, todos somos carnales.

La atracción que esta dama ejerció sobre el rey fue irresistible, hasta tal punto que abandonó por completo a su esposa, hija del rey de Portugal, circunstancia que le pudo acarrear desastrosas consecuencias no sólo por la enemistad que esto le supondría, sino también por la ayuda que habría de prestar a la levantisca nobleza castellana en aquella época, sin contar con la posible interrupción de la Reconquista que el castellano había reanudado.

El rey arrostró todas estas circunstancias impulsado por el amor hacia doña Leonor, y fue de tal intensidad, carácter y duración que, en el tiempo en que vivieron juntos (hasta el final de sus vidas, que llegó casi al mismo tiempo). le hizo no menos de nueve hijos (por uno a su mujer). Evidentemente, tal situación no podía por menos que escandalizar, particularmente entre la nobleza y mucho más en la Iglesia. El papa Benedicto XII no dejó de advertirle, como a los clérigos, que cesaran las relaciones. El rey, según se sabe, no prestó precisamente mucha atención a tal advertencia y, falto el ejemplo del guía, los clérigos talaveranos hicieron lo mismo, le fueron leales.

Lo anómalo de la situación, en uno y otro caso, venía del hecho de que los amores eran públicos y no de la existencia del propio amor. En el caso del rey, Alfonso XI no había sido el primero en tener amigas ni sería tampoco el último, pues las Partidas reglamentaban incluso las excusables relaciones de los señores, alejados de sus hogares por motivos de guerra, con barraganas. Pero de ahí a colocarla en el sitio que correspondía a la esposa, en la guerra como en el amor, había un paso que nadie podía dar.

 

 

 

Versos para una dama

 

Pero Alfonso no hizo lo más mínimo para salir al paso de las protestas que su conducta provocaba. Antes bien, lo único que le preocupó fue agradar cuanto más pudo a su bella amiga. Esto lo llevó a cabo, aparte de con su actitud, mediante el procedimiento más empleado por los enamorados medianamente cultos: con una poesía, actividad para la cual también encontró tiempo, entre sus empresas guerreras (batalla del Salado y conquistas en la Andalucía del sur) y sus batallas amorosas (diez hijos conocidos históricamente).

Tal poesía, conservada en el cancionero gallego-portugués, llamado de Colocci-Brancuti, contiene, dentro del contexto tradicional de la poesía amorosa, cuatro versos singulares:

No creades, mi senhora,

el mal dizer de las gentes,

ca la muerte m' es llegada

sy en ello parades mentes.

Tal mal dizer no es otra cosa que la noticia o el rumor extendido de que se ha enamorado de una dueña, lo cual podría hacer creer que el poema va dirigido a su mujer y no a su amante.

Pero sería ridículo que se excusara ante la primera, en la que solamente se detuvo para que le diera un hijo que heredara el reino, quizá también el de Portugal, si la situación se presentara. Sería ridículo igualmente que dijera a doña María, su esposa, que se habia enamorado de una dueña cuando sus amores con doña Leonor eran del dominio público. No, doña María sabía muy bien que tenía una rival, a la cual le cortaría la cabeza en Talavera apenas su marido se había enfriado bajo tierra.

Los versos citados están, pues, dirigidos a doña Leonor, a la que ha colocado en la parte de su corazón y de su trono debidos a la reina. En ellos viene a decirle que sólo Leonor es la depositaria de su amor, asegurándola de ello, pase lo que pase.

 

 

Ni un reproche

 

Tal situación es perfectamente comprendida y aceptada por nuestros talaveranos. ¿Qué harían las viudas sin ellos?, dicen tan pícara como desgarradamente los que no critican en absoluto la conducta de su señor, cosa que, por otra parte, era su obligación como hombres de religión. El amor es lo más fuerte en esta vida, y puede herir a cualquiera sin reparar en su condición ni estado, parecen decimos. En ninguno de los versos hay ni la sombra de un reproche ni se expresa el propósito de rezar, a fin de que Dios ilumine su alma para que rectifique su vida. Tampoco se advierte al monarca que su acto podrá tener desastrosas consecuencias para el reino: los agoreros que vaticinaron desgracias celestiales a don Rodrigo por sus amores con la Cava están aquí olvidados. Alfonso no sólo presta oídos sordos a estas amenazas al seguir con Leonor, sino que, además, sigue ganando batallas a los moros. Y que no se le hable de abandonarla. Como el deán dice:

Ante renunrçiaría a toda la mi prebenda,

desi la dignidat e toda la mi renta,

que la mi Orabuena tal escatima prenda:

creo que otros muchos seguirán esta senda.

Y, en efecto, el rey la tomó, como queda dicho.

Las alusiones a los amores de Alfonso XI parecen, pues, evidentes y no sería extraño, por otra parte, que cada uno de los talaveranos expusiera, ocultándola en sus propias palabras, la situación exacta del soberano.

Son muchos los detalles significativos, pero hay uno de particular relieve. Se trata del hecho de que esta Cantica se incluya al final del Libro del Buen Amor, sin conexión alguna con los episodios precedentes. Su lugar más idóneo hubiera sido al principio de la obra o entre dos amores del arcipreste.

Incluida al final, como añadido circunstancial, casi de corre-prisa, hace pensar que quería aludir a un acontecimiento de excepcional importancia, como podría ser la amonestación de Benedicto XII a los amores del monarca. Esta amonestación es, a fin de cuentas, el origen y el motivo de la reunión de los clérigos.

A doña María sólo le quedó la satisfacción de la venganza y un pequeño calificativo, otorgado por el autor del Poema de Alfonso Onceno:

Sennora non saben tal

onesta, bien pareçiente.

De su aspecto físico podría quizá dudarse.

De lo que no cabe duda es de que su marido, casado con ella por conveniencias, la condenó a una forzada honestidad.

 

 

 

Juan Victorio

Universidad de Lieja


HISTORIA 16, Nº.41 , 1979, pp. 110-112


 
 

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