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Dentro de la Mariología es Gonzalo de Berceo el primer anillo que en Espana entronca con la literatura Mariana de San Isidoro de Sevilla y de sus discípulos de Zaragoza y de Toledo. Pasaron San Braulio y Tajón, San Julián y San Eugenio. Después del tratado «De Virginitate perpetua B. V. Maríae» del gran obispo toledano S. Ildefonso, se interrumpen en la bibliograffa española los testimonios de la tradición sobre temas Marianos, pues ni nuestros escritores mozárabes trataron «ex professo» el problema, ni la cultura de los incipientes reinos cristianos de Leon y Castilla, Navarra, Aragon y Cataluna pudo producir otra cosa que una serie de Cronicones que «de un modo por lo general escueto apuntan una batalla, la muerte de un rey, la ocupación de una plaza fuerte, la derrota por los enemigos del Sur, las victorias que trabajosamente van consiguiendo los habitantes del Norte». Tiene por tal razón una mayor importancia el poema del trovador de Santa María, y como que no presume el de teólogo ni pretende hacer obra didáctica, su testimonio se presenta revestido de tal espontaneidad y sencillez que lo constituye en reflejo incontrovertible de la fe popular de la tierra riojana en sus días. Por lo demás, su doctrina no es nueva. Se conocen las fuentes literarias donde aprende sus relatos. Entremos, pues, en materia.
Excelencias Maríanas La simple lectura de la obra de Berceo deja en el alma del lector una imborrable impresión; siéntese saturado de espíritu Mariano y dulcemente impresionado de las excelencias y casi omnipotencia de Ia Gloriosa Santa María. La Introducción, sobre todo, vale por un tratado de las excelencias de María. Berceo «yendo en romeria» llega a un prado
Su oración siempre eficaz es
Prueba de esa eficacia Son los santos miraclos que faz la Gloriosa, que por ser mucho más dulces que «azucar sabrosa», compara con «los arbores que facen sombra dulz e donosa». Pregoneros son de las excelencias Maríanas los apóstoles, los Gregorio, los Agustin, los confesores, los martires, las vírgenes. Las flores del prado «que lo facen fermoso, apuesto e temprado» son los nombres de María. A ella se la invoca como
Ella es el vellocino de Gedeón, la fonda de David, Ia fuente «de qui todos bevemos». «Ella nos di el el cevo (Cristo Eucaristia) de qui todos comemos». Y sigue anotando nombres que se aplican a la celestial Señora, revelándonos sus grandezas. María es puerto y puerta. Ella es paloma de reconocida mansedumbre. Es Sión, trono de Salomon, vara de Moisés.
Y pone fin a tan larga enumeración pues
A lo largo del poema, a cada paso la llama con el epíteto de «Gloriosa», «Madre del Rey de Magestat», «Madre de Cristo», «Madre del Criador». A cada momento sorpréndense en sus labios el sabroso nombre de «Santa María», «Virgo María», «Virgo Pretiosa». Menos frecuentemente los de «Virgo Re», «Virgo Coronada», «Reina preciosa», «Madre Preciosa» y «Gloriosa Madre Santa María», «Madre Benedicta., y una sola vez (M. 25) el de «Reina Acabada», «Nuestra Dama» y «Madre del pan de trigo» en el Milagro de la «Deuda pagada».
Pero el pensamiento central en torno al cual úrdese el tejido de los legendarios Milagros es, sin duda, Ia Mediación Universal de María presentando a su público a Ia Madre de Dios como la gran
Medianera de las gracias Es esta una verdad sobre la que la investigation teológica ha Ilenado hoy muchos volúmenes, estudiándola en los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, la tradición cristiana universal plasmada en las obras artísticas, ya plásticas, ya literarias. Pláceme, por lo mismo, rastrear ligeramente en los Milagros de Berceo su fe sencilla y no reflexiva sobre esta verdad que, en su enunciado mas general, pertenece sin duda al depósito de la fe. Distinguen allá los teólogos, apoyandose en S. Tomás de Aquino, la mediación ontológica y la mediación moral, que analizaremos separadamente. La mediación ontológica exige que el Mediador sea realmente «medio» entre los dos extremos al unir; es decir, tenga «algo común» con ellos, y «algo distinto» de ellos. Esta mediación se da en María por su position ontológica entre Dios y los hombres. Pues posee la naturaleza humana y por su dignidad casi infinita de Madre de Dios se coloca rayana con la divinidad. Por otra parte, María «preservada inmune del pecado original desde el mismo instante de su concepción purísima por los futuros meritos de Cristo, Salvador de los hombres, y redimida así de modo más sublime, no fue «sacada de la masa del pecado», sino «preservada» para que en él no incurriera, y estuviera así alejada de los demás hombres, que son, por naturaleza, hijos de ira». Berceo, sin disquisiciones teológicas, presenta esta mediación ontologica en María. Claras aparecen la dignidad casi infinita de María y su inocencia sin igual. La casi infinita dignidad de ella, que la constituye «Medio» entre Dios y el hombre aparece realzada cuando escrito (M. 1.°)
En cuanto a su limpieza de toda culpa, queda plenamente clara en la estrofa que dice :
Por ello es realmente Santa María Medianera entre Dios y los hombres. Examinemos ahora la llamada mediación moral. Esta importa el ejercicio y acto de unir los extremos. Y esto puede hacerse doblemente : 1.° mereciendo por ellos y ayudàndoles con sus propias obras; y 2.° intercambio o suplicando a una parte en favor de la otra. Según esto la mediación moral se da perfectamente en María y es simple corolario, ante todo, de su privilegio de Corredentora del humano linaje, mereciéndonos «de congruo» las gracias que el Dios Hombre mereció «de condigno». Y en segundo lugar es efecto de su privilegio de Abogada e Intercesora ante Dios y ante su Hijo Jesucristo con un poder tal, que le ha valido el nombre de «Omnipotencia suplicante». Así, pues, por su corredención nos mereció todas las gracias; por su intercesión nos las alcanza todas y se nos aplican a su gusto y voluntad. Por esto la aclama la Iglesia como «Medianera de las gracias». Así Ia aclama hoy el pueblo cristiano y como tal la invocaba también el auditorio de Berceo, con fe sencilla y ardiente. En efecto; ya en la Introducción leemos que el poeta consideraba la sombra reparadora del alegórico prado como «las oraciones que faz Santa María, que por los pecadores ruega noch e día».
Su mediación, pues, es universal; de ella nos vienen todas las gracias, incluso Ia de nuestra eterna salvación, Si Cristo es nuestro Redentor, ella es la Corredentora; por esto afirma Berceo que
Por ello el desgraciado Teófilo con plena confianza acude a Santa María para que le sirva Ella de «ENTREMEDIANA» o «MEDIADORA» recordandole :
Teófilo fue consolado. Y como para con él Así tambien para con afros ejercitó Santa María su papel de «ENTREMEDIANA» unas veces espontáneamente, otras cediendo a la petition de algún santo. Esto último acaece con Guiralt, el romero de Santiago, con los «Dos Hermanos» y muy dramáticamente en el triste caso del monje del monasterio de S. Pedro de Colonia, monje cuya alma Ilevaban ya los diablos a las cárceles infernales.
No logrando tampoco nada
Y baste lo dicho por no alargar desmesuradamente este trabajo. Por otra parte, el caso que estamos citando nos lleva a analizar ciertos
Problemas teológicos que han planteado a los teólogos las narraciones maraviliosas de los tiempos medievales. Es el primero si asiste «en persona» la Virgen Santísima a sus devotos en el juicio particular que se sigue a su muerte. La opinion católica es negativa, pues ni el mismo Cristo aparece corporalmente al alma del fallecido. Como dice San Cirilo Alejandrino: «No necesita aguel juez acusadores, ni testigos, ni demostracciones, ni reprobaciones. Sino que El mismo pone ante los ojos de los pecadores todo lo que han hecho, dicho y determinado». Trono, Cristo, Virgen, angel, demonio, libros, balanzas, etcetera, todo es pura ficcion imaginativa. Es mas, ni siquiera interviene María en el sentido de que con sus ruegos pueda hacer cambiar el decreto de la justicia de Dios. Pero ¿puede algo María con su omnipotencia suplicante en el momento posterior a la muerte y anterior a todo decreto de condenación eterna, para evitar la desdicha de algan devoto suyo, que salió de este mundo en pecado mortal ? Es doctrina católica definida por Benedicto XII que según la común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal actual descienden inmediatamente después de la muerte a los infiernos». Esto es regla general; pero aquellas palabras «según la común ordenación de Dios» no cierran, en opinion de los teólogos, las puertas a posibles excepciones milagrosas y extraordinarias. En el caso propuesto, teológicamente se admite la posible intervencion de María, logrando no se fulmine Ia sentencia y se le devuelva Ia vida al reo a fin de que goce en el mundo de tiempo para hacer penitencia. Tal es la solución que presenta también Berceo en los conflictos que crean a Santa María devotos como el «Sacristan impúdico», el monje de Colonia y Guiralt, romero de Santiago, que ANTES de ser sentenciados ya se ven reclamados por su legitimo dueño Satanas, que arguye, basándose en la ley general, a los ángeles o a María, entablándose animado dialogo :
Pero mayores dificultades se presentan en las intervenciones de Santa María en favor de Estevan contra quien «Dios el nuestro Sennor, Alcalde derechero, al que no se encubre bodega ni cellero» ya había pronunciado sentencia de condenación; o en el del «Labrador avaro» en «Soga de diablos cativado» al que Rastravanlo por tienllas, de coces bien sobado. Entra en el campo de la omnipotencia suplicante de María el sacar alga alma de las carceles del infierno, dada ya ciertamente la sentencia condenatoria por el divino Juez ? No faltan teólogos, aunque rarísimos, como Mendoza, Garau y Craset que opinaron en sentido afirmativo «imaginando para ello un decreto de Dios, como condicionado, de atormentar a estas almas, a no ser que María rogase por ellas, o un decreto por el que serían atormentadas en el infierno por un tiempo determinado, hasta que María impetrase su liberación. Verdad es que tal sentencia no se apoya en hecho histórico alguno y que comúnmente se la tiene por contraria a Ia sana teología. Pero nadie ha demostrado aún que sea herética.
Estridencias teológicas En este ligero ensayo no podemos pasar por alto ciertas estridencias, ciertas frases mal sonantes, que llaman Ia atención aun al más distraído lector. Tales son, por ejemplo, las disputas entre Santiago y Satán (M. 8.°), la conducta despechada de San Lorenzo y Santa Ines (M. 10.°), y muy en particular las disputas de Santa María con los demonios, «con gran celo y suma de argumentos» o su actuación de juez para pleiteantes tales como Santiago y Satan. Mas curioso es ver a Santa María espantando al demonio que en forma de toro quería acometer al clerigo bebido, «con la falda del manto o luego embistiendolo «con un palo en la mano para león ferir» y dandole luego «de grandes palancadas». «Hay mucho en estas leyendas—dice Menendez y Pelayo— que puede alarmar u ofender a la melindrosa devocian de nuestros días, tan falta de sentido poetico y de robusta confianza; hay algo tambien que fue pagano antes de ser cristiano y conserva todavia resabios de su origen, como el cuento del desposado, a quien la Virgen, como celosa de su abandono aparta de su mujer la misma noche de bodas». Resabios de paganismo (Mitología) serán sin duda esos sentimientos de venganza que manifiesta Santa María. Al Obispo (milagro 9.°) acomete con «fuertes dichos» y «braviello sermón y al ser profanada su iglesia (milagro 17.°)
A los que en mal andan echalis malas redes, como se echa de ver en lo acaecido a Sangrio (milagro 1.°) y a los Judios de Toledo».
Si bien en este pasaje no olvida Berceo que en María se sobrepone a su venganza su gran misericordia :
Mas todo le ha sido disimulado a Berceo y en verdad que le es perdonable ya que habla a gente sencilla de fe ardiente y en el lenguaje pintoresco con que podría hacerlo un juglar exento en absoluto de escrúpulos por inexactitudes teológicas y atento sólo a cautivar con vivas imagenes la fantasía popular.
El señorio de María Inutilmente he buscado leyendo una y otra vez el poema, algún testimonio de la fe de Berceo en el privilegio Mariano de la Asuncion de la Gloriosa. Quizá por mi torpeza no he sabido hallarlo. Cierto que se presenta a Santa María en los Milagros berceanos con tal realidad y viveza como si en carne mortal viviese; pero esto no basta, pues con igual vitalidad actúan varios santos y aun los mismos demonios. Tanto más me maravilla cuanto que en el convento de San Millan se escribió el Liber Comitis, por el que sabemos que tal fiesta se celebraba en Espana ya en el 7.° siglo y con pompa. Por el contrario aparece en este poema con claridad meridiana el senorío de Santa María. Ella es aclamada «Reina de los cielos», «Madre del Rey de Majestad», «Reina acabada». Pero más que su misma realeza es exaltado quizá su dominio universal secundario de todas las criaturas, dominio que la hace acreedora al título de Señora en sentido propio y escricto, como dicen los teólogos, y por el cual somos no sólo súbditos o vasallos sino tambien «siervos», «esclavos» de María. Servidumbre, esclavitud proclamada ciertamente por el mismo Verbo Encarnada desde la catedra de la cruz cuando designó a su Madre con la solemne palabra MULIER, cuyo significado es Señora MADRE. Luego María fue Señora y Cristo súbdito, siervo de María. «¡Señora Madre! No es necesario ahondar en el concepto de la maternidad para hallar el de una superioridad especial, de un senorío verdadero, inconfundible con cualesquiera otros títulos de senorío que sobre el hombre, sobre el hijo puedan alegarse. «Partus sequitur ventrem» decían los antiguos; es decir, el hijo es sacratísima propiedad de la madre» (Dr. I. Gomá.). Ahora bien. «Donde hay propia y especial razón de dominio — dice Santo Tomas — allí hay propia y especial razón de servidumbre, porque la servidumbre se dice con relación al dominio». Siendo esto cierto, ¡conclusio patet! diremos «more scholastico» y Ilenos de asombro repetiremos con el piadoso y sabio Cardenal Goma : «¡ Cómo se agiganta, a la luz de este principio teológico, en relación con el hecho fisiológico y moral de la maternidad de María, la soberania de Ia Señora Madre !» Berceo, en su obra maestra, siente tambien igual admiración. De continuo trae en sus labios los nombres de «Duenna» y «Sennora», pues «es aclamada e eslo de los cielos Reyna» y «Sennora natural» (Introduc), cuya gran dignidad radica en el hecho fisiológico de su maternidad divina:
Oigamos cómo cantan las excelencias de la celestial Señora: Ella es Ia «puerta del paraiso, en qui el Rey de la gloria tantas bondades misso». Ella es Ia «Sennora benedicta, de qui todo bien mana». Ella es Ia Señora soberana que «libra sus siervos del fuego perennal y Ilévalos a la gloria do nunqua vean mal». Por esto presenta Berceo a los siervos de María afanosos y esmerados en servirla. Ahora es San Ildefonso que «en buscarli servicio methie toda femencia» haciendo con ello «seso y buena providencia». Mas tarde es el «Missacantano» de Pavia que «fazie a la Gloriosa servicio mui cutiano, los dias e las noches, yvierno y verano».
Muy justamente podía lamentar sus tibiezas en el servicio de tan gran Señora dada la utilidad que tal servicio a todos puede reportar, pues
No sigamos. Basta lo dicho. Mas antes de cerrar este apartado invoquemos con el poeta riojano la protection de la excelsa Señora con la estrofa final de su poema :
Moralidad de medievo Sabido es que los pueblos bárbaros acabaron con la refinada civilization romana, madre fecunda en sus últimos tiempos de corrupción y degradación. Sobre sus ruinas se asentaron pueblos jóvenes, razas fuertes, en las que la naturaleza, inculta aun, se presentaba con todas las fuerzas del instinto no domeñado. La Iglesia fue la educadora de la nueva sociedad, del hmnbre del medioevo, que se siente dominado por instintos de fuerza brutal, al par que germina y enraiza en el fondo de su ser la fe en un Dios justiciero que reina más allá de la tumba. La tierra le atrae con sus hechizos; «las seducciones de la carne, el veneno de la ambición, la malicia, la falsedad, la ira, son también azote de aquellos hombres de ruda contextura moral; Pero sobre todas estas transgresiones del grosero barro humano, sobrenada siempre una lucecita del espíritu, lámpara de devoción que siempre está encendida ante el altar de la Divinidad, y que, al fin, ha de ser prenda de salvación eterna». Este mundo de caídas groseras y de lá8grimas contritas se descubre a través de los Milagros de Berceo. Allí aparece simbolizado en Siagrio, sucesor de San Ildefonso en la cátedra toledana, el vicio capital de la soberbia. Siagrio quiere ponerse, para celebrar, la casulla que Santa María regaló a Ildefonso, y Ileno de orgullo la reclama, pues Nunqua fue Illefonso de maior dignidat, Tambien so consegrado como él por verdat, Todos somos eguales enna umanidat. Esclavo de la envidia y cegado por desbordante orgullo, Teófilo se arrojará a los más espantosos crimenes, venderá su alma a Satanás y se conventirá, quizas, en el precursor literario del Fausto de Goethe. El ladrón devoto, el labrador que «cambiaba los mojones por ganar heredat», el judío prestamista de Constantinopla, desfilan en el poema como tipos corrientes de los servidores de Mammon. El tipo denigrante del avaro lo encontrara Berceo, con la escandalizada cristiandad medieval, en el clarigo Peidro, «varón sabio e noble del Papa Cardenal» y que como tal vivía (citaremos sus palabras por su valor dogmático).
El cuadro se ennegrece. El espíritu del mal invade el santuario. No temamos. Berceo nos acompaña: el no es un simple juglar que se complace en pintar cuadros de subido color, es un clérigo, cuyo elevado espíritu sacerdotal se transparenta en todas las páginas de sus poemas y habla con Ia sencillez del «Maestro en confesión» que conoce la fragilidad del corazón humano, corazón de carne, que no puede menos de sentir los hechizos y atractivos de la carne.
Tras él desfila el monje de Colonia, tambien esclavo de la carne, y que murió sin sacramentos, siendo Ilevada su alma a los infiernos. Mas no era contra tales tentaciones en la Edad Media más fuerte que el hombre el sexo ya de suyo débil. Y Así recoge Berceo el Milagro de la Abadesa que tras su caída «fallóse embargada». Al lado de estos escandalos, naturalmente, pierden gravedad y relieve las debilidades del romero de Santiago. Otras debilidades tiene el humano corazón que con pinceladas maestras describió Berceo en Ia «Iglesia profanada» y «El Clérigo embriagado». Pero el cuadro trazado por el poeta hubiera sido incompleto de no reflejarse en él la perfidia de los judíos o la ignorancia de los clérigos. Nada olvide. Mas no se regodea en tantas bajezas; no es un Rabelais ni un Wicleff, ni siquiera un Arcipreste de Hita; su corazón sacerdotal siente nostalgias por aquellos «tiempos derechos» en que los hombres vivían «a buenas», llegaban a longevidad tal «que Vedien a sus trasnietos en septima edad». Su celo apostólico se complace, por el contrario, en hcter resaltar sobre la negrura del cuadro, y sobre la perversion de sus figuras la devocion sencilla y constante que todos ellos profesaran a Santa María y que les valió la milagrosa intervención de Ella para escapar de sus males de cuerpo o alma. Así nos dice que uno «facie a Ia su estatua enclin cada día»; otro «credie en la Gloriosa de toda voluntad»; este «diciela cada dia: Ave gratia plena» «a iantar e a cena»; aguel en el peligro la invocaba con un «valme Santa María», mientras que el clerigo ignorante «dicie cutidiano missa de Santa María». Y asi todos. Amalgama, intimo maridaje de pasiones desbordantes y de fe sencilla e inquebrantable en Santa María. Esta es la doble silueta moral del medioevo como la hallamos en Berceo.
Devoción y confianza Notemos, aunque sea de paso, que en el siglo XIII adquiere cada día mayor auge la devoción a Santa María; las semillas sembradas en el siglo anterior por teólogos Marianos como San AnseImo y San Bernardo, fructifican ahora con las doctrinas de un Alberto Magno y un Santo Tomas; con los fervores seráficos del «Poverello de Asís» y con el celo ardiente del apóstol si no fundador del Santo Rosario. A Ia simple fórmula de la salutación angelica
Aparece además el «escapulario mariano» y la piísima salutación del Angelus (nota 1. Se generaliza la fiesta de la lnmaculada Concepcion.). Unos 10.000 santuarios marianos en todo el orbe católico se convierten en otros tantos templos de frecuentes y devotas peregrinaciones. Por doquier se levantan catedrales en honor de Santa María y en ellas, convirtiéndose en práctica general el canto de Letanías y de la Corona o Salterio de María, no cesaban las alabanzas de la gran Señora, como nos atestigua con satisfaction nuestro poeta :
Para el mayor aumento de esta devoción a Santa María en la tierra riojana escribió su Trovador ademas del Duelo y Loores, su obra maestra los Milagros de nuestra Señora. Con esta última no pretendió otra cosa sino despertar en sus oyentes, con la narración de las maravillosas gestas de la Gloriosa en pro de justos y pecadores que en alguna forma de corazón la hayan invocado, una mayor devoción y confianza. Esta fue la finalidad práctica de su poema. Acá y acullá sembrará una estrofa arengando al auditorio a poner en Santa María su confianza :
Quien a Ella ame, quien a Ella invoque, quien a Ella se confie, tiene asegurada la salvación eterna.
Por ello presenta la devoción a la Gloriosa como el mayor de los bienes:
Mas no es una devoción superficial y engañosa la que Gonzalo pregona :
Su posición, pues, es clara y concuerda perfectamenle con la más pura doctrina teológica basada en Ia tradición y en los Santos Padres. El mismo puede servirnos de modelo, pues, acabado su canto, lleno de devoción y confianza, se arroja en brazos de su celestial abogada abandonando a sus cuidados la propia causa de la salvación de su alma :
Conclusión
Este pensamiento trae el maestro Gonzalo de Berceo en la portada de su obra. Somos romeros peregrinos, «viadores» dirían los teologos. Que significa esto ? El auditorio que escuchaba a Berceo lo sabía muy bien. No pasaba tan lejos Ia ruta que llevaba a Santiago de Compostela y quizá más de una vez ante aquel mismo «portaleyo» en que de ordinario el clérigo les hablaba, algún peregrino, al caer de la tarde, les había hablado de sus andanzas, peligros, penas y fatigas. Pues a los tales nunca les faltaban
¡Que dulcemente sonaría a los oidos de aquellos caminantes, al caer las sombras de la noche, el ronco son de Ia campana avisàndoles de Ia cercanía del monasterio acogedor que jalonaban su camino! ¡Cómo ambicionarían un prado, cual lo describiera Berceo, «logar cobdiciaduero para omne cansado» Pues bien, según el maestro Gonzalvo, nosotros los que peregrinamos en este mundo, lo tenernos a mano, este prado es María.
Ea, pues; sea la voz de Berceo para nosotros como tañido de campana monacal. Somos peregrinos: necesitamos reparar las perdidas fuerzas. Entremos, pues, en el prado. El camino es este: devoción sincera que huye del pecado; servicio fiel y amoroso a Santa María Señora nuestra; confianza plena en la Medianera Universal. El Trovador de Santa María marchó delante abriéndonos camino. Llegó al prado, gozó de su bienhechora sombra y atestiguó para nuestra instrucción :
Hoy, en pleno siglo XX, en medio del hervor febricitante de la civilización moderna, la sombra de Berceo ahondona su glorioso sepulcro y se hace encontradiza en todos los caminos de la vida, para hablarnos idéntico lenguaje pero con mayor énfasis y sin enigmas ni simbolismos, pues para él se disiparon ya las neblinas, se descorrieron los velos y lo que glosó un día alegóricamente, lo tiene ya sin duda trocado en realidad viva y palpitante, como lo cantó Manuel Machado, gran admirador de Gonzalvo.
Ya estan ambos a diestra del Padre deseado, Yo veo al Santo como en la sabida prosa Y a su lado el poeta, romeo peregrino,
Estudio mariológico de los milagros de Nuestra Señora de Berceo |
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