Vaya por delante que soy un cordial partidario de las fiestas y que cualquier excusa me parece válida para zascandilear en una si el convite vale la pena. No por ello doy necesariamente por bueno y oportuno el motivo de la celebración. Como tampoco le hago ningún asco a cobrar doble en el mes de julio, aunque, después de pasar por caja, quizá no me entusiasme el Movimiento Nacional y pueda preguntarme si realmente empezó un 18 y no más bien un 17 o un 19 (e incluso -apostillaría aquí un socarrón de izquierdas-, incluso si ha terminado ya). En hora bendita, pues, llegue el inesperado milenario del castellano, si trae consigo solaces y ocasión de divertirse con el espléndido juguete de la lengua. Pero de vuelta en casa, tras la función, no es imprescindible comulgar con ruedas de molino.
A estas alturas del número, supongo, el lector de Historia 16 habrá confirmado de sobras algo que sin duda no ignoraba: las lenguas no nacen tal o cual año, sino a lo largo de muchos azares, y conmemorar el milenario del castellano es solo una honesta manera de pasar el rato o (más exactamente) de matar el tiempo. Sin embargo, a ese mismo lector de talante crítico tal vez no sea inútil reiterarle otra precisión, por si no se le hubiera advertido según conviene: las Glosas Emilianenses, pretexto (entiéndase literalmente) para la digna conmemoración, no se escribieron en los aledaños del 977. Desde que Menéndez Pidal publicó una parte de ellas (en un libro de veras magistral, Orígenes del español), la paleografía ha caminado no poco, y los más expertos conocedores coinciden hoy en dictaminar que las Glosas difícilmente pueden ser anteriores al último tercio del siglo XI.
Al servicio del latín
También sabrá ya el curioso lector que no es el castellano el idioma de las Glosas : mejor dicho, el idioma de las Glosas no latinas ni vascas, y, sobre todo de la más extensa y sustancial, la doxología o súplica laudatoria «Cono aiutorio de nuestro dueno...». Los especialistas identifican ahí el habla riojana (en rasgos como cono, por 'con el') «muy impregnada de caracteres navarro-aragoneses» (así get -articúlese como si la g fuera una j francesa-, por 'es'). Pero es lícito proponer una cautela y señalar que no hay ninguna seguridad de que el autor de las Glosas (si admitimos que no se limitaba a copiar un modelo) tuviera como propio ese dialecto riojano con peculiaridades navarro-aragonesas. Es posible y aun probable que fuera eusquera y que hubiera aprendido el romance poco antes de iniciarse en el latín. Pues, si el recurso ocasional al vasco y algunas confusiones o singularidades llamativas hacen pensar que nuestro escriba no andaba muy fuerte en riojano-navarroaragonés (o lo que fuere: el panorama lingüístico de la Península en los siglos X y XI estaba demasiado revuelto, las variantes locales eran demasiado graves, para pretender ahora excesivos matices), caben escasas vacilaciones en cuanto al proposito del glosador al ponerse a la tarea : estudiar latín.
Es natural que por el legítimo deseo de dar a conocer una etapa relevante en la historia lingüística de la Península tienda a realzarse la pequeña porción de las Glosas que ilustra la pronunciación, la morfología o el caudal léxico de las hablas españolas en la Edad Media. Con todo, no se descuide el hecho primario: las Glosas Emilianenses son apuntes o anotaciones puestos para comprender unos textos latinos. El manuscrito que los contiene es logicamente modesto, como cabía esperar de un cuaderno de deberes: para hacer prácticas de gramática, no se iba a emplear uno de esos infolios de caligrafía y ornamentación espléndidas que eran el orgullo de un scriptorium. Así, el glosador fue a parar a un códice pobre y plebeyo: un volumen, en ínfimo pergamino, que verosímil mente se consideraría sin actualidad ni gran interés, y apto, por tanto, para los ejercicios de un escolarillo.
De entre las piezas de la miscelánea que le venía a las manos, nuestro hombre se entretuvo durante algún tiempo con un par de pasajes de un cierto tono pintoresco. Trabajo, pues, en desentrañar el relato de una visión en la que Satanás aparecía coronando y sentando a su diestra a un diablo que había perseguido cuarenta años el admirable logro de que un monje se decidiera a fornicar una vez (la anécdota formaba parte de una coleccion de ejemplos monásticos extraída de las Palabras de los mayores o Liber Geronticon) ; y se ocupó además en descifrar las revelaciones del «rey Aristoteles» al «obispo Alejandro» sobre los signos que anunciarán el fin del mundo (obra de procedencia no averiguada, aunque de ingredientes y personajes harto familiares a los investigadores) .Pero la principal atención se la dedicó a la antología de pláticas que cierra el manuscrito, donde se presenta atribuida a San Agustín, si bien consta mayormente de fragmentos de homilías de San Cesáreo de Aries (con algunas sabrosas adiciones). y no es síntoma desdeñable que las líneas que han solido juzgarse «el primer vagido de nuestra lengua» se hallen al margen de un sermón de San Cesáreo: porque el obispo de Aries, a comienzos del siglo VI, se distinguió en subrayar la urgencia de predicar al pueblo en una lengua y un estilo adecuados a su rusticidad.
Como trabajaba el glosador
Pero, ¿qué hacía nuestro estudiante con esos textos? Para empezar, los segmentaba en unidades con sentido relativamente autónomo y dentro de cada una, mediante letras superpuestas a cada palabra o grupo (a, b, c, ...), señalaba en qué orden debía leerse la frase. De suerte que al tropezar con un período como el siguiente: Nam de neclegentibus sacerdotibus ipse Dominus ad populo loquens dicit..., cavilaba que sus elementos habían de distribuirse así : Nam loquens dicit ipse Dominus ad populo de neclegentibus sacerdotibus... Después, recurriendo a la declinación de los pronombres correspondientes y a otras indicaciones, consignaba el caso gramatical de los sustantivos, suplía los sujetos y complementos no expresos, introducía los relativos implícitos, añadía enlaces y componentes supuestos, etc. Donde encontraba, pues, Que dicunt vobis lacite, que autem laciunt nolite lacere, él, amén de ordenar las oraciones o asentar (con un quibus) que vobis era dativo plural, daba esta interpretación:
[O populi] , que [precepta] dicunt
[qui sacerdotes] vobis, [vos] facite;
que [mala] autem [mala] faciunt
[qui sacerdotes] [vos] nolite facere
[ea mala].Por otro lado, cuando no entendía un término, consultaba un vocabulario y anotaba en el margen de la página la significación que creía apropiada, en latín o en vulgar, relacionando la glosa y la palabra problemática con una llamada común a ambas. De tal manera, explicaba insinuo con «io castigo» (es decir, 'yo aconsejo') o libenter con «voluntaria» ('voluntariamente'). En esas operaciones, más de una vez se equivocaba, arrastraba errores del códice de las fuentes de información que manejaba, y ofrecía aclaraciones poco ortodoxas. Pero, en suma, se iba adiestrando en comprender y analizar un texto latino elemental.
Todos los ejemplos del párrafo anterior -transcritos con la ortografía y las deturpaciones del originalfiguran en el mismo folio que la invocacion «Cono aiutorio...» No obstante, si me he demorado en sugerir como sudaba el escolar de marras es porque vale la pena insistir en que las Glosas Emilianenses, además de como documento temprano del romance, tienen una segura importancia en tanto testimonio de los métodos empleados en la enseñanza del latín. Uno y otro dato dependen más entre sí de lo que con frecuencia se afirma.
¿Lengua real o jerga de principiante ?
En la más larga y elaborada de las Glosas se propone ver en general. «el primer texto en que el romance español quiere ser escrito con entera independencia del latín». Pero hay que limitar ligeramente este entusiasmo. Resulta obvio, desde luego. que una buena parte de la célebre formula es a un tiempo traducción y paráfrasis de unas líneas latinas. En efecto,
Cono aiutorio de nuestro dueno, dueno Christo, dueno Salbatore, qual dueno get ena honore e qual duenno tienet ela mandatione cono Patre, cono Spíritu Sancto, enos siéculos de lo(s)) siéculos... es simplemente un traslado de la deprecación con que concluye la homilía de San Cesáreo:
adiubante domino nostro Ihesu Christo, cui est honor et imperium cum Patre et Spíritu Sancto in secula seculorum... Eso es obvio, digo, y en nada afecta a la identidad de la acotación romance, por cuanto aquí nos atañe. Sí quiero realzar, en cambio, que el autor de tal glosa se ejercitaba en el latín por el procedimiento de anotar en cada enunciado los factores que el uso normal y correcto deja tácitos; y así, para el pasaje recién citado, daba esta reconstrucción: ...domino nostro Ihesu Christo, cui (domino) est honor et (cui domino est) imperium...
No de otra manera que en el trozo que he citado antes unía al verbo el relativo y el nombre pertinentes: «que [precepta] dicunt [qui sacerdotes] vobis...». Pero ese recurso se le convirtió en hábito mental y determinó en varios aspectos las frases romances que trazaba. Por ejemplo, «qual dueno get ena honore e qual duenno tienet ela mandatione. ..» es tan artificial como la versión que más o menos daría el glosador, entre sí, a la frase recordada hace un momento: 'quales mandationes dicen quales sacerdotes a vos...' A la postre, ese «qual dueno. ..» pertenece a la misma jerga seudopedagógica, sin realidad lingüística, que quizá aún suene a veces en las academias de idiomas, me temo, cuando se lea «He saw me and he gave me the pen) y se traduzca por «El vio a mí y él dio a mi la pluma...» o disparate similar.
La más célebre Glosa Emilianense, pues, no se redactó «con entera independencia del latím) a todos los propósitos. No por ello le haré remilgos a la benemérita invención de un Milenario de la lengua castellana. Pero arriba he recordado al lector que las Glosas Emilianenses no parecen haber alcanzado el «milenario» ni estar en «lengua castellana». A la luz de casos como el que acabo de aducir, por otra parte, y con una pizca de escepticismo no rematadamente frívolo, .casi me atrevería a decir que en algunos rasgos ni siquiera son «lengua» de verdad: se quedan en pre-texto.EL CUADERNO DE UN ESTUDIANTE DE LATÍN FRANCISCO RICO (Catedrático de Literaturas hispánicas medievales. Universidad Autónoma de Barcelona) Artículo editado en HISTORIA16 para conmemorar "EL nacimiento del idioma castellano". Año III nº. 25, MAYO 1978.