España, eslabón cultural entre la Cristiandad y el Islam
 


Emilio Mitre 

 

 

Pórtico de La Gloria  de la Catedral de Santiago de Compostela (Galicia)

volver a obras completas de Gonzalo de Berceo

www.valleNajerilla.com

 

"cristianos, musulmanes, judíos y judeoconversos convierten a la Península  en el puente cultural entre el Islam y la sociedad  de la Europa occidental"

 

    A lo largo de los siglos de Plenitud del Medievo, la Península Ibérica se convierte en pieza básica de las manifestaciones culturales del Occidente europeo. El llamado «renacimiento del siglo XII» fue posible en buena medida por los aportes procedentes tanto de un Al-Andalus decadente políticamente pero pujante aún en su cultura, como de unos Estados hispano-cristianos que consiguen superar la inferioridad bajo la que han vivido en las centurias anteriores. 

La cultura andalusí bajo taifas y bereberes

    
La muerte en el destierro mogrebí del reyezuelo sevillano Mutamid fue significativa desde el punto de vista político (sometimiento de Al-Andalus a un Imperio norteafricano ). No supone una ruptura, sin embargo, con el esplendor de unas manifestaciones literarias -la poesía en este caso- que siguieron contando con excelentes cultivadores. Ibn Quzman (una «voz en la calle», según García Gómez) es a lo largo de la primera mitad del XII el poeta alegre y desenfadado frente a las viejas tradiciones islámicas. A su lado, ya lo largo de la centuria, trabajan autores como el cordobés Ibn Baqi, el granadino Abu Chafar Ibn Said o el hebreo Moisés ben Ezra. La tradición poética se mantendrá en el siglo siguiente en autores como Abu-I-Baqa, muerto hacia el 1285 y que en composiciones elegíacas lamenta la pérdida de las principales ciudades andalusíes.
     La filosofía árabe se debatió a lo largo de su historia entre las corrientes místicas y racionalistas. Continuador del misticismo massarrita fue el murciano Ibn al Arabi (1165-1240), uno de los más grandes autores dentro de esta corriente, según Asín Palacios.
     Sin embargo, el gran aporte del Islam peninsular vendría en función de haberse constituido en receptor de las corrientes aristotélicas que dieron autores de la talla de Avempace, Aventofail, Avenzoar y, sobre todo, Averroes y Maimóni des. Protagonistas (como luego lo será Santo Tomás en la Cristiandad) de una avenencia entre fe y razón, la vida de estos autores cubre buena parte del siglo XII. El tratado DESTRUCCIÓN DE LA DESTRUCCIÓN de Averroes es un duro alegato contra la obra de Algacel DESTRUCCIÓN DE LA FILOSOFIA. En una línea semejante queda la GUÍA DE DUBITANTES del hebreo Maimónides, intento de conexión de la religión mosaica con el aristotelismo musulmán.
     En el otro extremo del espectro ideológico se encuentra otro judío, Abulhasan Yehuda Halevi (muerto en 1143), exaltador de su pueblo y su religión y cuya obra tuvo tanta influencia como la GUÍA de Maimónides.

Las «escuelas de traductores».
La génesis del movimiento universitario.

     Los contactos entre cristianos y musulmanes no se circunscribieron sólo al ámbito militar. Las relaciones culturales se produjeron desde fecha muy temprana y se intensificaron al hacerse dueños los primeros de las más importantes urbes de Al-Andalus. Cristianos, musulmanes, judíos y judeoconversos fueron los artífices de esta magna empresa que convirtió a la Península en el puente cultural entre el Islam y la sociedad de la Europa occidental. Estudiosos de otros países como Hugo Sanctallensis, Roberto de Chester , Platón de Tívoli y Hermán el Dálmata trabajaron en Barcelona, Zaragoza y Tudela desde la primera mitad del XII. Esta última ciudad será también la patria de dos insignes autores hebreos: el astrónomo Abraham ben Ezra y el geógrafo Benjamín de Tudela.
     Hacia mediados del XII, Toledo ocupa la primacía como gran foco cultural internacional. Se ha discutido por autores como Jourdan, Menéndez Pidal y Sánchez Albornoz, si existió una Escuela de Traductores propiamente dicha, fundada por el prelado don Raimundo. En cualquier caso, la histórica ciudad se convirtió en foco de atracción de los estudiosos de diversa procedencia espiritual y geográfica. La primera generación estuvo constituida por figuras como Domingo Gundisalvo, Juan Hispano, Hermán el Dálmata y Gerardo de Cremona. En el saldo de su actuación se encontrarán las traducciones de obras de Al-Farabi, Algazel, el PLANISFERIO de Ptolomeo y parte del CORPUS de Galeno.
La segunda generación corresponderá a la labor de Herman el Alemán, Miguel Scoto y Daniel de Morlay. El DE PLANTIS de Aristóteles y el DE TACTU PULSUS de Galeno figuran entre las traducciones acometidas en estos momentos.
     Avanzado el siglo XIII, el impulso de Alfonso X se deja sentir a partir de 1251: EL LIBRO DE LA ACAFEHA, EL LAPIDARIO, LAS TABLAS ASTRONÓMICAS se encuentran entre los principales aportes toledanos. A ellos habría que añadir los de otros núcleos recién conquistados a los árabes, concretamente el de Murcia, en donde las figuras de El Ricotí (persona versada en matemáticas, música y medicina) y del obispo de Cartagena fray Pedro Gallego ocuparán un lugar preferente.
La estratégica posición que acaba alcanzando la Corona catalano-aragonesa -relaciones con el Sur de Francia y lanzamiento de una política mediterránea- influyó notoriamente en la conformación de focos culturales y personalidades de proyección universal a lo largo del siglo XIII. Las juderías de las ciudades catalanas (Barcelona, Gerona, Perpiñán) vieron la aparición de Moisés ben Nahamn, «la más alta autoridad rabínica de su momento- según Millás, y de su discípulo Salomón ben Adret.
El contacto entre la cultura cristiana, la árabe y la judía propiciaron el desarrollo de la labor de Ramón Marti y, sobre todo, de Raimundo Lulio, escritor en árabe, latín y catalán, poeta, místico, novelista y autor de distintas obras de controversia frente a averroístas y sarracenos. La fundación por este personaje del Colegio de Miramar para el estudio de las lenguas orientales en 1276 es toda una muestra de las nuevas inquietudes -aunque de distinto signo- de las que se hará partícipe en los últimos años del siglo el físico y visionario Arnau de Vilanova. 

* * *

      La incidencia del movimiento corporativo en la vida docente dio lugar en la Europa occidental, desde mediados del XII, a la aparición de las Universidades. Refiriéndose a ellas (estudios generales, estudios particulares), la Segunda Partida dice que «Estudio es ayuntamiento de maestros e escolares que es fecho en algun lugar con voluntad e entendimiento de aprender los saberes». Para los primeros años del XIII, Palencia contaba con una universidad impulsada por el obispo Don Tello. Hacia 1215, Salamanca tuvo la suya, siendo confirmados sus privilegios por Alfonso X en 1254, fecha para la que ya Valladolid debía tener consolidado también su Estudio General a costa del declinar de la vecina Palencia. De 1290 arranca el Estudo Geral de Lisboa y de 1300 el de Lérida.
     Los datos recogidos en LAS PARTIDAS y los estatutos de la Universidad salmantina permiten reconstruir los grandes rasgos de la vida docente en este tipo de centros. Trivium, Quatrivium y los dos Derechos constituían la base de los estudios. Leyes y Cánones, Física, Lógica y Gramática eran las cátedras mejor retribuidas. Junto al rector de estudios (nombrado por profesores y alumnos), Alfonso X mantuvo la autoridad del obispo y el maestrescuela, a título de tutores y con jurisdicción para castigar a los revoltosos. Dualidad de jurisdicciones que habría de acarrear más de un problema. 

Latín y lenguas romances.
Literaturas e historias nacionales 

     A lo largo de los siglos de Plenitud del Medievo, la Península Ibérica avanza hacia la definitiva perfilación lingüística y la consagración de unas literaturas incipientemente nacionales.
     El vascuence, la lengua más antigua del territorio ibérico, llevó a cabo una serie de infiltraciones al calor del movimiento reconquistador en sus primeros siglos. Los topónimos euskéricos de la Rioja y de una parte de los territorios occidentales del antiguo condado castellano son un dato significativo al respecto.
Serán, sin embargo, las lenguas romances las que acaben imponiéndose, primero como vehículo de expresión popular y más tarde como medio de expresión oficial en los distintos Estados hispánicos.
     El castellano se impondrá como la lengua mayoritaria a costa de los dialectos vecinos (leonés, navarro-aragonés, manifestaciones romances de los grupos mozárabes, etc.). Las GLOSAS EMILIANENSES, anotadas por un anónimo monje del Monasterio de San Millán hacia el 977, se han considerado como el más antiguo monumento de una lengua que sin ser el latín se aproxima bastante a lo que será el castellano. En su período arcaico, la peculiar forma de vida de la Meseta facilitó el desarrollo de una serie de poemas épicos de los que el más representativo sería el CANTAR DE MIO CID, redactado quizá hacia 1140. Habrá que esperar aún casi un siglo para que Gonzalo de Berceo, otro monje de la Rioja (auténtica encrucijada política y lingüística), nos legase, de forma ya no anónima, un conjunto de poemas en «roman paladino». Con Berceo nace así una corriente literaria -el mester de clerecía- con unas pretensiones más eruditas que las de sus predecesores juglares.
     El galaico-portugués (progresivamente diversificado entre las dos orillas del Miño) acaba constituyendo desde el XII la lengua literaria de la franja occidental de la Península, el «jardín secreto de la meditación» en expresión de Figueiredo. La RIBEIRINHA, pieza atribuida a Payo Soares de Taveiros hacia 1189, parece el monumento literario más antiguo de una lengua de cuya capacidad lírica dio bastantes muestras en las CANTIGAS un personaje tan profunda y literariamente castellano como Alfonso X.
     Las primeras manifestaciones literarias en catalán se han considerado los sermones en lengua vulgar. Las HOMILÍAS de Organyá, datadas en la segunda mitad del XII, constituirían el texto literario más antiguo conservado en lengua catalana. Las conexiones de todo tipo entre el Principado y Provenza y el Languedoc permitieron un amplio desarrollo de la lírica trovadoresca en Cataluña: Berenguer de Palol, Guerau de Cabrera, Hugo de Mataplana, Ramón Vidal de Besalú, se encuentran entre las figuras más representativas del género. Con Raimundo Lulio «habla la filosofía por vez primera en lengua vulgar» (Soldevila.)
     Desde mediados del XIII, las lenguas romances se imponen como oficiales en los grandes Estados ibéricos. La identificación de las monarquías con los viejos vehículos de expresión popular no sólo estuvo en la redacción de textos político-jurídicos como el FUR (fuero) DE VALENCIA, escrito primero en latín y luego vertido al catalán. Se encuentra también en la aparición de una historiografía romance que los propios soberanos impulsaban. En Castilla, a la HISTORIA GOTHICA del arzobispo de Toledo D. Rodrigo Jiménez de Rada redactada aún en latín, sucederá la PRIMERA CRÓNICA GENERAL, escrita en castellano bajo la dirección de Alfonso X. Dentro de una línea semejante, Cataluña producirá el LLIBRE DELS FEITS DEL REY EN JAUME, que abre el ciclo de las grandes crónicas redactadas en catalán. La historia en ambos casos es el soporte de unas literaturas, pero también de unos sentimientos incipientemente nacionales. 

La Iglesia hispana: uniformismo romanista y monacato benedictino. Los mendicantes 

     La política de restauración de la administración eclesiástica en los reinos cristianos se acentuó con el gran impulso de la Reconquista. Dado el nuevo perfil político que la Península iba adquiriendo, las fronteras de los nuevos Estados forzaron a amplios reajustes en lo que a las circunscripciones eclesiásticas se refiere.
     A lo largo del siglo XII presenciamos un gran florecimiento de sedes episcopales, bien antiguas ahora restauradas, bien otras de nuevo cuño: Salamanca, Avila, Segovia, Zamora, Cuenca, Zaragoza, Tarazona, Tarragona, Tortosa, Lisboa, Evora, etc. Su número llegará a duplicarse en relación con el período anterior. En el XIII no se produjo un fenómeno de tan amplia envergadura, aunque asistamos a la creación de los importantes obispados de Palma, Valencia, Córdoba, Baeza, Jaén y Cartagena. A fines de la centuria puede decirse que el mapa de la administración eclesiástica en la Península adquiere unos perfiles casi definitivos.
     Parroquias e iglesias propias siguieron siendo el instrumento encuadrador de la inmensa mayoría de la población. Pero, en el caso de las primeras, no responden ahora sólo a las necesidades de una población rural con una lógica tendencia a la dispersión, sino también a las nuevas condiciones de vida derivadas del renacimiento urbano. La collacion, como ya hemos anticipado, fue «una demarcación eclesiástica que trascendía a la vida civil y que fue uno de los elementos que contribuyeron a la progresiva cohesión del grupo local» (Valdeavellano). Su espíritu queda reflejado tanto en la participación para el nombramiento de ciertos oficios municipales como en la labor de beneficencia.
     Al igual que en otros ámbitos de la vida peninsular, la penetración del elemento ultrapirenaico también se dejó sentir ampliamente en las estructuras episcopales. 

* * * 

     La reforma gregoriana, con su afán unificador , y la orden de Cluny fueron las principales responsables de la «europeización» de la Iglesia hispánica.
     El abandono del viejo rito nacional mozárabe se produjo a lo largo de la segunda mitad del XI a la vez que la aceptación de los distintos cánones de los concilios promovidos por los pontífices. Los pasos decisivos se fueron dando en los concilios de Coyanza (1050), Compostela, Nájera y Jaca (en 1063). Desde el 1071, los Estados pirenaicos se comprometen plenamente con las normas de la reforma gregoriana.
     La Corona castellano-leonesa fue más remisa. El clero indígena, apegado al rito mozárabe, ofreció una seria resistencia que a veces los propios monarcas (Alfonso VI) apoyaron ante el temor de que los pontífices hiciesen valer en su plenitud la idea de que la Península pertenecía al patrimonio de San Pedro. La penetración masiva de los cluniacenses irá quebrando esta resistencia. Monjes de esta orden ocuparon puestos destacados de la vida eclesiástica: Roberto, abad de Sahagún, Bernardo, metropolitano de Toledo... Después de un decenio de graves tensiones (1080-1090), dos concilios (Burgos y León) acabaron por imponer el ritual romanista y la letra «francesa» como elemento de expresión gráfica frente a la letra «visigoda» nacional.
     La clunización de la Península constituyó un serio peligro de colonización cultural, pero para la Corona e Iglesia castellanas supuso también (como destaca Barreiro Somoza) una ventaja: el reconocimiento de su preponderancia sobre todas las iglesias de España.
     Aunque con menos fuerza, la reforma gregoriano-cluniacense se dejó sentir frente a los vicios de las iglesias propias al intentar que las ambiciones dominicales se redujesen a un simple «derecho de patronato».
     Frente a la progresiva mundanización de Cluny se abre paso, desde los primeros años del XII, otra orden llamada a eclipsarla: el Cister. Al excesivo apego a las grandiosas manifestaciones litúrgicas y a la férrea organización centralizada, sucede la revalorización del trabajo manual y una estructura de gobierno más colegiada.
     La expansión del Cister en España fue paralela a la de las Ordenes Militares. Los datos recopilados por Dom Cocheril permiten reconocer 47 monasterios de filiación de Clairvaux (entre ellos, Poblet, Santas Creus y Alcobaça), 22 de Morimond y 8 de Citeaux.
     En líneas generales, y siguiendo las prescripciones de la regla, las abadías se establecen lejos de las grandes vías de comunicación. El propio Cocheril ha fijado, de acuerdo con su emplazamiento, tres modelos: abadías de montaña, de meseta y de depresiones y litoral. A este último grupo pertenecerían algunas de las más importantes. No se puede, sin embargo, fijar una evolución uniforme para todas ellas, ni en lo espiritual ni en lo económico. En este segundo aspecto, el desarrollo queda condicionado por una serie de factores: capacidad de atracción de mano de obra servil, influencias a ejercer sobre los contornos, extensión que pueda adquirir el dominio, etc. En cualquier caso, las señorías cistercienses, tanto en España como en el resto de Europa, constituyen un excelente reto para el estudioso de las estructuras económicas del Medievo.
     Los siglos XI y XII fueron momentos de expansión de Ordenes salidas de la rama madre benedictina. El XIII conocerá la expansión de otras nuevas: las mendicantes. Son el producto de las nuevas condiciones de la sociedad europea: expansión urbana que obliga a las Ordenes a adoptar un nuevo espíritu acorde con la vida ciudadana, avances del espíritu de pobreza evangélica y anhelos de un apostolado doctrinal. Este último, en réplica a los brotes heréticos -valdenses y albigenses en particular- que amenazaban la unidad de la Iglesia.
     De los dos grandes fundadores de las nuevas Ordenes, uno -Domingo de Guzmán- procedía de una familia de la pequeña nobleza castellana. Canónigo en Osma, pasó los años en torno al 1200 en una inútil pugna contra la herejía en el Midi. La creación de su «Ordo predicatorum» se mostraría a la larga como un enorme acierto en la política de erradicación de las disidencias espirituales. Desde 1233, en efecto, la Inquisición era encomendada a los dominicos. Dos años más tarde, un dominico catalán, Raimundo de Penyafort, daba las normas bajo las que el tribunal había de regirse en la Corona de Aragón, algo afectada por contaminaciones albigenses. Por entonces también algunos pequeños brotes heréticos eran extirpados en León.
     Junto a las grandes Ordenes mendicantes surgirá otra estrictamente española: los mercedarios. Si la idea de Pedro Nolasco fue en principio la de una orden de Caballería (su reclutamiento fue esencialmente aristocrático al principio) acabaría predominando en ella la espiritualidad de franciscanos y dominicos, desprendiéndose paulatinamente de sus funciones militares. 

La ruta peregrinatoria jacobea.

      Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela fueron las tres principales metas de los peregrinos medievales.
     Compostela no tuvo en los primeros momentos más que un atractivo puramente local. Pero desde comienzos del XI se puede hablar de que adquiere un carácter internacional bien definido. Peregrinos franceses, italianos, flamencos, frisones y en menor grado ingleses, alemanes y de la Europa oriental, protagonizaron nutridas corrientes penitenciales. Personajes como Santo Domingo de la Calzada, los obispos Dalmacio y Gelmírez, monarcas como Alfonso VI, etc., laboraron en pro de un sostenido impulso de este movimiento. Una obra redactada hacia 1140 -la GUÍA DEL PEREGRINO DE SANTIAGO, atribuida a Amalarico Picaud- nos muestra la celebridad de las peregrinaciones jacobeas en la Plenitud del Medievo.
     Aunque no se haya llegado aún a fijar la red completa de caminos que conducían a Santiago, puede decirse que la ruta más transitada era la que se iniciaba en Roncesvalles. Hasta allí llegaban los peregrinos tras recorrer algunos de los principales santuarios franceses como Conques, Vezelay, Moissac y San Martín de Tours. Cruzado el Pirineo, los puntos más frecuentados eran Pamplona, Puente la Reina, Estella, Logroño, Nájera, Burgos, Frómista, Sahagún, León, Astorga, Ponferrada, Villafranca del Bierzo, Monte Cebreiro, Portomarín y, por fin, Santiago. Era el «camino francés» por excelencia.
     La ruta jacobea se convirtió en camino no sólo de penitencia, sino también de intercambio de numerosas influencias de todo tipo. Los contactos de los Estados ibéricos con el resto de Europa occidental avivaron (ya lo hemos en parte adelantado} el renacimiento de la vida económica en general y de la urbana en particular. La Espafia cristiana empezó, así, a encontrar en el otro lado del Pirineo un contrapeso a la dependencia económica que hasta principios del XI había tenido en relación con Al-Andalus.
     Pero la «europeización» de los Estados peninsulares vino también por otras influencias en las que el Camino de Santiago -se piensa- tuvo un importante papel. Por un lado, los préstamos de orden literario, lírico y épico, aunque estos últimos parezcan discutibles. Por otro, los elementos artísticos, de los que los reinos hispano-cristianos se hacen tanto receptores como transmisores. 

La penetración de formas artísticas europeas 

     La desintegración del califato cordobés fue acompañada en el terreno artístico por una proliferación de los elementos decorativos y barrocos. La Aljafería de Zaragoza es el edificio que mejor expresa esta tendencia. Con las dinastías africanas, al calor de la reforma religiosa que impulsan, se vive unos primeros momentos -dominio almorávide-de reacción puritana. Con los almohades, Sevilla se convertirá tanto en capital política como artística.
     Pese a la irremediable contracción política del Islam peninsular, Al-Andalus será capaz de dejar su huella artística en territorio cristiano. Así, desde el siglo XII puede hablarse de la aparición de un estilo, el mudéjar, cuyos efectos sobre la arquitectura y las artes menores será decisivo. Y también puede hablarse de una serie de elementos de raíz islámica (modillones de lóbulos, arco lobulado, bóvedas nervadas, etc,) que la Europa occidental recibirá a través de las rutas de peregrinación.
     Los orígenes del románico -primera manifestación artística supranacional del Occidente cristiano- se prestan a la más amplia controversia. En cualquier caso, los reinos hispánicos no fueron ajenos al fenómeno, ya que contaban con una tradición, al menos a nivel arquitectónico (arte asturiano y mozárabe, «primer arte románico»...), no desdeñable.
     A nivel de los Estados occidentales, el valle del Duero y el Camino de Santiago fueron las principales vías de transmisión, desde San Juan de Duero en Soria, pasando por las catedrales de Salamanca y Zamora, hasta la basílica de Santiago,. que sigue esquemas de iglesia de peregrinación semejantes a los de San Sernín de Toulouse.
     En el bloque arquitectónico oriental, es la vertiente Sur del Pirineo la que actúa de elemento de unión: desde la cripta de Leyre y la catedral de Jaca a las iglesias catalanas como San Cugat del Vallés, en donde coexisten las influencias francesas e italianas.
     Desde el punto de vista de la escultura y pintura, las funciones didácticas tienen tanta importancia como las decorativas: la enseñanza al fiel iletrado de los grandes misterios de la fe, tal y como se expresan en Santa María de RipoII, el claustro de Santo Domingo de Silos y, sobre todo, el Pórtico de la Gloria de Santiago, síntesis de lo mejor de las formas escultóricas del románico. La pintura de murales y frontales de iglesias se caracteriza por su estilización, esquematismo e hieratismo. Cataluña, en este campo, presenta una riqueza y uniformidad superiores a las de la Meseta. 

* * * 

     Las nuevas corrientes monásticas -el Císter- imponen desde la segunda mitad del XII nuevas manifestaciones artísticas. Al lujo y ornamentación de los edificios románicos de Cluny sucede la austeridad de los difundidos por los discípulos de San Bernardo. Pero el estilo del Císter, como arte de transición, presenta algunos elementos que serán aprovechados ampliamente en el futuro: bóvedas de crucería y arcos apuntados. Los monasterios de Poblet o Alcobaça y las catedrales de Tarragona o Cuenca son la mejor expresión de este estilo a nivel peninsular.
     El XIII abre las perspectivas a un estilo que en Francia ya había dado excelentes frutos: el gótico. Se trata de «un arte de síntesis de las técnicas de la arquitectura, de la escultura, de la orfebrería y de la vidriería, es un arte de la luz como manifestación de Dios y un arte del hombre» (Le Goff). La influencia francesa -más concretamente de la Isla de Francia- se deja sentir ampliamente en las primeras grandes manifestaciones de la arquitectura gótica en la Península: las catedrales de Burgos, León y Toledo, iniciadas entre 1221 y 1254. Obra de varias generaciones, la catedral gótica es no sólo reflejo de los cambios técnicos producidos en la arquitectura, sino también de las transformaciones sociales y mentales que ha experimentado Europa y que llegan a una equilibrada síntesis en el XIII.

tercera parte
LA PLENITUD DEL MEDIEVO (1031-1348)
(El declive del Islam Hipánico y la expansión de los Estados Cristianos)
5. España, eslabón cultural entre la Cristiandad y el Islam
(pp.225-241)

La España Medieval
Sociedades.Estados.Culturas.
Emilio Mitre
Ediciones Istmo,Madrid 1979 

volver