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Entre las magníficas tablas de
San Pedro y San Juan Bautista se sitúa la escena de la Resurrección de
composición más convencional y en la que se entremezclan recuerdos
flamencos e italianos, aunque los escorzos del plano inferior están
bastante bien resueltos. Gracias al luminoso fondo todo queda un tanto
diluido, al conseguir cierto efecto espectacular para la figura triunfante
de Cristo resucitado. La tabla izquierda del cuerpo inferior, con la
Asunción de la Virgen-Coronación, es una prueba de la ayuda que Coingnet
busca para su composición en creaciones de otros artistas. Es de una
evidencia puntual el aprovechamiento de un grabado de Alberto Durero
(firmado y fechado en Munich en 1510), para la mitad inferior de este
cuadro en el que escenario, personajes y actitudes se repiten con la única
aportación del pintor para el colorido de las telas y su plegado más
blando de estilo más italiano. También para la mitad superior
se inspira, fielmente, en otro grabado, en este caso de Cornelis Cort,
basado en una pintura de Gilles Mostaert.
Aparecen idénticas la colocación y actitud de la Virgen, del grupo de
angelitos de la izquierda y del ángel mancebo de la derecha que sujeta una
corona de laurel sobre la cabeza de María. De hecho, el pintor se ha
limitado a añadir otro ángel similar a la izquierda para conseguir la
tradicional simetría del tema. Cabe destacar que la corona de
laurel, en sustitución de la más tradicional de orfebrería, pudiera
responder al deseo de cambiar el simbolismo cristiano de María como Reina
del Cielo por el mas secular y alegórico de laureada debido, quizás, a las
simpatías luteranas que parecía mantener Coingnet. La tabla central
de este cuerpo inferior del retablo se dedica a la escena de la Epifanía o
Adoración de los Magos, que da título al conjunto. Aunque con detalles
tomados de otras obras y artistas, esta pintura parece la más creativa del
pintor. Se advierten huellas de El Bosco (+ 1516) en la cabaña rústica
realizada en madera, su cubierta vegetal en tonos castaños y en lo
singular, aquí a la izquierda, del personaje que, desde el interior, asoma
el rostro por un hueco para curiosear lo que acontece fuera, al igual que
sucede a la derecha en la Epifanía de El Bosco del Museo del Prado (inv nº
2048) y en las numerosas versiones de la misma. También Pieter Bruegel llamó
la atención del autor del retablo de Logroño, como puede verse en la tabla
de igual tema debida al pincel del famoso artista. La disposición de las
figuras en la escena tiene muchas analogías. El mago Melchor, arrodillado
ante la Virgen y el Niño, es quizás lo más próximo, tanto por su actitud
como por el curioso y singular detalle de llevar en ambas pinturas la
manga derecha de su ropa de abrigo fuera del brazo, colgando sobre el
suelo. Tampoco difieren demasiado la colocación y actitudes del Rey Gaspar
ni la manera de presentar a San José que, en los dos casos, aparece tras
María con melena y barba blanca y su ropa ceñida por correa de cuero
oscura. El Rey Baltasar de la tabla riojana ocupa la posición de un
guerrero con casco en la de Bruegel y mientras que a éste se le concede un
puesto de primer plano en el lateral derecho de la tabla donde coloca,
también, tres personajes, un tanto pintorescos, especialmente el que se
acerca a San José para susurrarle algo al oído. Conviene llamar la atención en
el caso de la obra de Bruegel, porque es la única de su mano que se
conserva en formato vertical, lo que ha sugerido su posible pertenencia a
algún altar o retablo que pudo haber conocido Coingnet (111 X 83,5
cm. Firmada y fechada en 1564. National Gallery, Londres). Es indudable
que Bruegel sentía predilección por las pinturas apaisadas, al ser éste un
caso singular en su obra. La representación de la Adoración de los Magos
es titular del retablo de Santa María de La Redonda de
Logroño. En el arte cristiano occidental, a partir de la Edad Media, el tema
tiene por base casi exclusiva el breve relato que de este episodio de la
infancia de Cristo figura en el Evangelio de San Mateo donde se narra, con
lenguaje directo, breve y sencillo. La Natividad, la Adoración de
los pastores y la Adoración de los Magos o Epifanía, por este orden,
constituyen el ciclo de la iconografía de la Infancia de Cristo. Sólo otro
de los Evangelistas, Lucas (cap. 2), aporta episodios complementarios,
anteriores a la Adoración de los Reyes, que se refieren al Nacimiento de
Jesús y al Anuncio y Adoración de los Pastores. La escena de la
Natividad se concibe en el arte con sentido de intimidad, mientras que las
dos Adoraciones, de Pastores y Magos, se prestan a figuraciones más
teatrales a las que la imaginación popular fue enriqueciendo con detalles
en los que se incluyen gentes sencillas, como los pastores, y pueden
desbordar su imaginativa fantasía en los Magos y sus cortejos. Al
desarrollo de la Adoración de los Magos, que en este caso nos
interesa, a partir del relato evangélico
de San Mateo, se incorporan otras fuentes literarias que se nutren de los
llamados evangelios apócrifos de Santiago, del Pseudo Mateo y el Evangelio
árabe de la Infancia. |